Alta, rubia, expresiva, simpática, inteligente, de un inocultable parecido con la malograda Lady Diana Spencer, a los 37 años Jill Dando era la cara más conocida de la cadena televisiva BBC cuando la mañana del 26 de abril de 1999 fue asesinada de un balazo en la puerta de su casa en el exclusivo barrio de Fulham, en el sudoeste de Londres.
Casi un cuarto de siglo después, su muerte sigue siendo uno de los mayores misterios de la historia criminal de Gran Bretaña, un cold case que tuvo miles de sospechosos, con repercusiones nacionales e internacionales, que fue seguido por el público con un interés – y una pasión– pocas veces vistos y terminó por poner en ridículo a los mejores investigadores de la policía británica, incapaces de resolverlo.
Quizás por eso, el estreno de ¿Quién mató a Jill Dando?, la docuserie de tres capítulos dirigida por Marcus Plowright que Netflix subió a su plataforma el 25 de septiembre, ya se convirtió en uno de los sucesos del año en el prolífico territorio de los documentales sobre casos policiales.
En el momento de su muerte, Dando era la conductora de uno de los programas más populares de la televisión británica, CrimeWatch, dedicado precisamente a presentar crímenes sin resolver y que muchas veces, por su repercusión, servía de disparador para la aparición de nuevas pruebas y testimonios que permitían encontrar a los culpables.
Toda una paradoja en el caso de Jill Dando, porque el documental muestra, casi 25 años después, la perplejidad que todavía hoy invade a quienes lo investigaron y cómo cada una de las pistas que se creyeron ciertas terminaron en callejones sin salida para dar con la identidad y los motivos de quien la asesino aquella mañana de primavera en Londres.
Una llamada a emergencias
Registro de la llamada al 999 (número de emergencias británico) del lunes 26 de abril de 1999, a las 11.44 de la mañana:
—Estoy caminando por la avenida Gowan. Parece que alguien se derrumbó... Confidencialmente, parece que es Jill Dando y se derrumbó. Hay mucha sangre – dice con voz entrecortada una mujer que luego se identificará como Helen Doble.
—¿Puede acercarse y verificar por mí si la dama respira? – pregunta el operador.
—No parece que esté respirando. Le sale sangre de la nariz. Sus brazos están azules…
—Solo necesito saber si está respirando. ¿El pecho de la dama sube y baja?
—¡Oh, Dios mío, no, no creo que esté viva! Lo siento…
Unos minutos antes de la llamada al 999, la presentadora de noticias de la BBC Jill Dando había estacionado su BMW muy cerca de su casa, en el exclusivo barrio de Fulham, en el sudoeste de Londres. Venía de hacer unas compras –lenguado, leche– después de pasar la noche en la casa de su novio, el ginecólogo Alan Farthing.
Al llegar a la puerta del número 29 de la avenida Gowan, apoyó los paquetes en el piso para sacar las llaves de la cartera. El preciso momento en que iba a abrir, un desconocido la agarró por detrás con su brazo derecho y le apretó la cara contra el escalón de la entrada. Al mismo tiempo, le apoyó en la sien una pistola 9 milímetros con silenciador que empuñaba en la mano izquierda y disparó. El tiro entró justo por encima de la oreja izquierda de la mujer y le atravesó la cabeza.
Jill Dando, conductora del programa CrimeWatch –uno de los más vistos de la televisión británica– y presentadora de Six O’Clock News, fue declarada oficialmente muerta a las 13.03 en el Hospital Charing Cross.
El rostro de la BBC
Nacida en una familia de periodistas –su padre y su hermano lo eran-, Jill Dando empezó su carrera en un medio de su ciudad natal, The Weston Mercury, y más tarde pasó la leer las noticias para la BBC Radio Devon.
En 1994 se mudó a Londres y allí fue escalonando éxitos como conductora de los programas periodísticos Breakfast Time, Breakfast News, BBC One O’Clock News, Six O’Clock News, y el magazine de viajes Holiday.
Desde 1995 conducía también, junto al reconocido periodista Nick Roos, el programa CrimeWatch, uno de los más vistos de la televisión británica. Además, la cadena anunciaba que sería la conductora principal del especial de la BBC del 31 de diciembre de 1999 para recibir al nuevo milenio.
Los programas de espectáculos y las revistas de sociedad la seguían paso a paso. La vida privada de Jill Dando era siempre noticia. Su compromiso con el médico Alan Farthing se seguía como una telenovela, cuyo final feliz –o, por lo menos, uno de sus hitos– tendría lugar el 25 de septiembre, cuando finalmente se casarían luego de que el novio obtuviera el divorcio de su pareja anterior. El lugar que elegirían para la luna de miel era uno de los debates del momento.
Pero Jill Dando no era solo una cara bonita de la televisión, también presentaba investigaciones y tomaba posición: sobre redes de pedofilia, los bombardeos en Kosovo o el submundo del hampa londinense.
Por eso, la investigación sobre su asesinato se abrió en un gran abanico de posibilidades, pero sin ninguna certeza.
Los hombres del sobretodo
Por la relevancia que tenía la víctima y la conmoción pública que desató su muerte, la investigación del asesinato de Dando movilizó a la policía de Londres, que destinó un equipo de 45 agentes al mando del inspector Hamish Campbell para la “Operación Oxborough”.
Sobre el presunto asesino, los agentes solo consiguieron algunos pocos datos. El vecino Richard Hughes vio a un hombre blanco, de unos 1.83 metros y aproximadamente 40 años, que se alejaba a paso sereno de la casa de la periodista. Vestía un sobretodo elegante y llevaba anteojos de sol.
Otros dos testigos también vieron a un hombre con sobretodo que salía corriendo del número 29 de la avenida Gowan. Lo describieron como de abundante pelo oscuro y anteojos. Una vecina habló también de un hombre con un abrigo que corría “sudando abundantemente y con gesto crispado”.
Durante los meses siguientes, el grupo comandado por el inspector Campbell atendió unas 80.000 llamadas telefónicas sobre el caso, entrevistó a cerca de 5.000 personas, tomó 2.500 declaraciones testimoniales, analizó 14.000 correos electrónicos y revisó 191 cámaras de vigilancia callejera, cuyas grabaciones demostraron que nadie había seguido a Dando en su recorrido hasta la casa.
La conclusión fue que el asesino la estaba esperando y que, por la manera en que cometió el crimen, se trataba de un profesional.
La lista de sospechosos llegó a sumar más de dos mil, pero a ninguno se le pudo probar nada.
Las hipótesis
“No descartamos ninguna pista. Analizaremos tanto la vida privada de Jill Dando como cualquier posible nexo con el programa de sucesos que presentaba, CrimeWatch”, decía el inspector Campbell por esos días.
Como en todo crimen, parte del equipo policial se centró en el círculo íntimo de la víctima. Se investigó al novio, al hermano de Jill, a su agente, a su ex pareja, a sus compañeros de trabajo. Se comprobaron y volvieron a revisar sus coartadas hasta que quedó claro que ninguno de ellos había estado en la avenida Gowan a la hora del crimen.
También se investigaron todas sus relaciones, su situación económica y las de sus familiares y sus contactos. El resultado fue nulo.
Otra línea de la investigación apuntó a la posibilidad de una venganza. En CrimeWatch, Jill y su compañero Nick Ross, analizaban crímenes sin resolver y pedían la colaboración de la ciudadanía para encontrar a los culpables.
Se pensó en un criminal resentido y también en una red de trata que habían denunciado, pero no se pudo comprobar nada. Además, Jill sólo presentaba los casos y quien realmente investigaba y señalaba a posibles culpables era Ross. Si se trataba de una venganza, el blanco debió ser él y no ella.
También se barajó la hipótesis de “la conexión serbia”. Los investigadores no podían descartarla porque pocos días antes de su muerte, Dando había conducido un especial de la BBC sobre los refugiados de Kosovo.
La OTAN estaba interviniendo en la antigua Yugoslavia y en un bombardeo a un canal de televisión serbio habían muerto 16 trabajadores. El asesinato de la cara más famosa de la BBC podía ser una represalia.
La posibilidad de que el crimen fuera obra de un acosador se investigó a fondo, aunque el modus operandi del asesino apuntaba más a un profesional que a un desequilibrado.
Tres años antes, Dando había recibido –primero en las oficinas de la BBC y después en su propia casa- una serie de cartas de un admirador que pretendía tener una cita con ella. La policía identificó al acosador, un hombre de 60 años que se disculpó y no volvió a molestarla.
Después del crimen, los investigadores encontraron a unas 140 personas que había mostrado un interés inusual por Dando y también se interrogó a conocidos acosadores de famosos. Ahí tampoco encontraron al culpable.
Los meses pasaban y el caso, a pesar de la intensa investigación, seguía empantanado.
El culpable inocente
Los platos rotos de la impotencia policial los terminó pagando Barry George, un hombre con problemas mentales que vivía cerca de Dando. Y los pagó muy caro.
La policía lo detuvo el 25 de mayo de 2000. George tenía tres características que lo ubicaban como un sospechoso prometedor: se parecía físicamente al hombre del sobretodo descripto por los vecinos de Jill Dando, tenía antecedentes criminales por acoso y atentados contra el pudor, y estaba obsesionado por las armas, que sabía manejar muy bien.
El hombre no tenía una coartada firme para el día del crimen, lo que lo convirtió en el chivo expiatorio ideal para un caso que ponía en tela de juicio la eficiencia de la policía.
Los investigadores presentaron una supuesta prueba científica que parecía vincular a George con el crimen: una partícula microscópica encontrada en el bolsillo de una de sus ropas que se “identificó” como un residuo de disparos, junto con pruebas sobre el carácter de una fibra encontrada en su ropa.
Para la policía, eso era suficiente para culparlo, pero la defensa de George argumentó que la presencia de oficiales armados en su arresto podría haber sido responsable de los residuos de disparo.
El 29 de mayo –apenas cuatro días después de su detención– fue acusado y el 2 de julio de 2001 fue condenado a cadena perpetua por un jurado que lo encontró culpable en una votación dividida.
Luego de perder un recurso de apelación contra su condena en 2002, Barry George logró que se revisara su caso en 2007, lo que dio lugar a un nuevo juicio.
Los abogados de George centraron su defensa en nuevas pruebas que sembraron dudas sobre el residuo de pólvora atribuido a un arma de fuego que se encontró en su abrigo en el momento de su detención.
En agosto de 2008, el tribunal lo declaró inocente y ordenó su inmediata libertad.
“Este no es momento de celebrar. Barry George, un hombre inocente, ha pasado ocho años en prisión por un crimen que no cometió. Esos ocho años se podrían haber empleado mejor en la búsqueda del verdadero asesino”, dijo su abogada, Jeremy Moore, en una improvisada conferencia de prensa al terminar el juicio.
Parado a su lado, Barry George sólo atinó a decir: “Estoy abrumado. Quiero dar las gracias a mi familia y a mi equipo legal”.
En cuanto a la muerte de Dando, todo volvió a fojas cero.
Un “cold case” imposible de resolver
El fallo que liberó a Barry George no conformó a la Fiscalía y mucho menos a la policía: la investigación del asesinato de Jill Dando había terminado en un fracaso, con el agravante de encarcelar durante ocho años a un inocente.
El paso del tiempo, por otra parte, puso más dificultades a la identificación del verdadero culpable.
Alan Farthing, el hombre que iba a casarse con Jill, y su compañero en CrimeWatch, Nick Ross, crearon un instituto académico que lleva su nombre. La BBC inauguró un jardín en su homenaje e instituyó la beca “Jill Dando”, destinada a financiar los estudios de periodismo a un alumno por año en la Universidad de Falmouth.
Casi un cuarto de siglo después del asesinato, el caso sigue abierto sin siquiera una pista prometedora. Se ha convertido en un “cold case” digno de CrimeWatch, el programa de crímenes sin resolver que conducía la propia Jill.
Aunque resulta improbable, tal vez la repercusión de ¿Quién mató a Jill Dando? dispare la aparición de alguna nueva pista que lleve hacia el culpable y sus motivos para asesinarla.