“¡Una oración! ¡Por favor, una oración!”, rogó en un grito el reo, ya con la soga al cuello, sobre el cadalso montado en el patio de la prisión de San Quintín, pero ninguno de los presentes pronunció una palabra en su favor – ni ante Dios, ni ante nadie – salvo el capellán de la cárcel, que lo hizo apenas en un murmullo que ni los más cercanos pudieron escuchar.
Cuando los pulmones de Gordon Stewart Northcott dieron el último estertor – que fue más audible que la oración del cura – y su cuerpo pendiendo de la soga se terminó de balancear en el aire, todos los presentes – y muchos ausentes – respiraron aliviados.
Esperaban que, con su muerte, desaparecieran también su memoria y sus marcas. No solo las de sus horribles crímenes sino también el estigma que dejaba sobre un pueblo que no demoraría en cambiar su nombre para que no la asociaran con el asesino y la vergüenza de una policía que, para mostrar que había resuelto un caso, obligó a una madre a reconocer como propio un hijo que no lo era, porque el suyo ya estaba muerto.
“El Asesino del Gallinero”, como lo llamaban los medios de Los Ángeles y de toda California, fue ejecutado la mañana del 2 de octubre de 1930 y menos de un mes después – el 1° de noviembre – el pueblo rural llamado hasta entonces Wineville cambió su nombre por reclamo popular y pasó a llamarse Mira Loma, como si de esa manera pudiera hacer olvidar al mundo que había sido el escenario de “los crímenes de Wineville”.
Northcott dejaba detrás de sí un reguero de cadáveres de niños a los que había secuestrado, violado y asesinado, algunos en complicidad con su sobrino, que también había sido su víctima, y otros con el consentimiento de su madre. Lo condenaron por dos secuestros y asesinatos, pero era culpable de muchos más y se llevó a la tumba – lo enterraron dentro del predio de San Quintín - el secreto de otras víctimas cuyos cuerpos nunca fueron encontrados.
De abusado a abusador
Gordon Stewart Northcott nació el 9 de noviembre de 1906 en Saskatchewan, Canadá, pero creció en la Columbia Británica, al oeste del país.
Su padre, George, se dedicaba a trabajos de construcción, y su madre, Sarah, se encargaba de él de manera por lo menos extraña: lo sobreprotegía frente al mundo exterior, pero puertas adentro de su casa no impedía que George abusara de él.
Luego confesaría que creció sufriendo los abusos paternos que, a su vez, le provocaba a él el deseo de hacer lo mismo con otros chicos. En sus recuerdos, sentía una particular atracción por Sanford Clark, un sobrino tres años menor que él.
En 1924, cuando Gordon ya tenía 18 años, la familia se mudó a Los Ángeles donde George puso una empresa constructora, mientras George logró que le comprara un terreno en Wineville, una comunidad rural del condado de Riverside, para instalar una granja dedicada a la cría de pollos.
También le escribió a la familia de Sanford, que se había quedado en Canadá, para que le permitieran viajar al chico, con la promesa de darle albergue, comida y trabajo en su granja de aves.
Clark, un chico tímido de 15 años, viajó confiado y contento por lo que consideraba una aventura en California al lado de su primo mayor. En Canadá, Gordon nunca había abusado de él y no imaginaba lo que le esperaba.
En la granja de Wineville no tuvo respiro desde el día de su llegada. Gordon comenzó por maltratarlo y obligarlo a realizar las tareas más pesadas. Era apenas el principio: después vinieron los golpes constantes y las violaciones reiteradas.
Hasta que a Gordon ya no le bastó con someter a Clark y lo convirtió en su esclavo cómplice.
Abusador serial y asesino
Corría 1926 y, al principio, Gordon intentó secuestrar niños que veía por la calle, pero pocas veces tenía éxito, porque le costaba que se acercaran y subieran a su vehículo.
Cuando lo conseguía, los llevaba a la granja, los encerraba en el gallinero los desnudaba y los violaba. Finalmente los volvía a subir a su auto y los dejaba en algún lugar descampado, con la amenaza de que volvería a buscarlo si se atrevía a contar qué le había pasado.
La frecuencia de los secuestros aumentó cuando se dio cuenta de que resultaba mucho más fácil engañar a los chicos si usaba a su primo Sanford como señuelo. La presencia de otro chico arriba del auto resultaba tranquilizadora para las futuras víctimas, que confiaban y aceptaban subir.
Para entonces, el violador ya no volvía a dejar en libertad a los chicos que lograba secuestrar. Por temor a que alguno no hiciera caso de sus amenazas y lo denunciara comenzó a matarlos, luego de mantenerlos varios días encerrados en el gallinero, convertido en una verdadera mazmorra.
Evitó así que alguna víctima lo denunciara, pero obtuvo algo peor: la policía comenzó a recibir un aluvión de denuncias de chicos desaparecidos.
Entre los niños que la policía buscaba se contaban los hermanos Lewis y Nelson Winslow, desaparecidos en 1928, un niño mexicano que la policía no se dignó a identificar, y el pequeño Walter Collins, cuyo caso se convirtió en un escándalo de corrupción policial.
El niño impostor
La madre de Walter Collins, Christine, no se conformó con hacer la denuncia policial. Ante la falta de resultados por parte de la Policía de Los Ángeles, acudió a los medios de comunicación pidiendo ayuda para encontrar a su hijo de nueve años.
La presión llegó a tal punto que la Jefatura de Policía local decidió “resolver” el caso de inmediato: presentaron a un chico de nueve años frente a los medios y le dijeron a Christine que habían encontrado a su hijo.
En cuanto la mujer vio al niño supo que se trataba de un impostor, pero los investigadores la amenazaron y la obligaron a presentarse en para una multitudinaria rueda de prensa asegurando que acababa de encontrar a Walter.
Para el momento en que Christine se presentaba obligada frente a los periodistas, Walter ya estaba muerto y en su asesinato, además de Gordon y de su sobrino Sanford, se había sumado una tercera cómplice: Sarah, la madre Gordon, que visitó casualmente la granja y descubrió que su hijo tenía secuestrado al niño.
En lugar de denunciar a Gordon y a Sanford, la mujer convenció a su hijo que asesinara a Walter de inmediato. El chico era conocido en Wineville y tenerlo secuestrado ahí significaba un enorme riesgo.
Gordon se armó de un hacha y le ordenó a Sanford que lo acompañara. Entre los dos llevaron a Walter al medio del campo y, una vez ahí, el violador le dio el hacha a su sobrino y le dijo que lo matara. Como no logró que lo hiciera, volvió a tomar la herramienta y decapitó a Walter de un solo hachazo.
Maniobra al descubierto
Christine no sabía nada de esto y dos días después que la obligaran a reconocer a un impostor volvió a la carga, denunciando la maniobra de la policía. Para evitar que el escándalo escalara, la jefatura logró que un psiquiatra forense la catalogara de desequilibrada y la internaron en un hospital psiquiátrico.
Pero diez días después, cuando la policía de Los Ángeles estaba convencida de que había conseguido acabar definitivamente con el asunto, el pequeño impostor se les dio vuelta. Arrepentido, confesó que se llamaba Arthur Jacob Hutchins Jr. y que había participado del plan de la policía cuando le prometieron que si lo hacía lo ayudarían a que un estudio de Hollywood lo contratara como actor.
Así Christine fue dada de alta inmediatamente y el departamento de policía de Los Ángeles quedó en el centro de la escena de uno de los montajes policiales más burdos de todos los tiempos.
El caso fue tan resonante que, ochenta años después, Clint Eastwood decidió recuperarlo como argumento para su película “El Intercambio”, donde Angelina Jolie encarna a la madre de Walter.
La denuncia de una prima
Es posible que la policía de Los Ángeles nunca hubiera detenido a Gordon Northcott de no ser por la denuncia de su prima Jessie Clark – la hermana de Sanford -, realizada en un consulado de los Estados Unidos en Canadá.
Preocupada porque no le llegaban cartas de su hermano, Jessie viajó sin aviso a Wineville para visitarlo. Pese a la sorpresa, Gordon y Sarah la recibieron amablemente y la invitaron a quedarse unos días en la granja. El asesino estaba tranquilo porque no tenía en ese momento ningún niño secuestrado en el gallinero.
Durante el día, todo transcurrió con tranquilidad, aunque Jessie notó que su hermano actuaba como si le temiera a Gordon. Para poder hablar con libertad, lo invitó a dar un paseo con ella en el campo.
Al principio, Sanford no se atrevió a contarle nada, por temor a que Gordon los matara a los dos, pero después – contaría Jessie – se quebró, rompió en llanto y le relató los crímenes de su primo y también, que lo obligaba a participar de ellos.
Jessie entendió que si pretendía irse con su hermano Gordon no los dejaría salir de la granja. Al día siguiente se despidió y emprendió el regreso a Canadá.
Apenas llegó, Jessie le informó a un cónsul estadounidense sobre los crímenes de Northcott. El cónsul luego escribió una carta al Departamento de Policía de Los Ángeles, y les envío una copia de la denuncia bajo juramento de Jessie.
La policía volvió a desentenderse del tema y, debido a que Gordon era canadiense, derivó la denuncia al Servicio de Inmigración.
El 31 de agosto de 1928, dos inspectores de migraciones, Judson F. Shaw y George W. Scallorn, visitaron la granja y detuvieron a Clark, pero no a Northcott.
Al principio, el chico dijo que no sabía dónde estaba, pero cuando se sintió seguro de que Gordon ya estaba lejos, contó que su primo le pidió que se quedara y los detuviera mientras el escapaba por una arboleda, que si no lo hacía le dispararía con un rifle.
Así Northcott y su madre, Sarah, huyeron a Canadá, pero fueron arrestados cerca de Vernon, en la Columbia Británica, el 19 de septiembre de 1928.
Restos de cuerpos
Mientras tanto, guiado por Clark, un equipo policial encontró tres tumbas poco profundas en el rancho y comprobó con horror que allí no había cuerpos completos sino sólo partes de diferentes cadáveres.
Luego se supo que los cuerpos habían sido desenterrados por Northcott y su madre la noche del 4 de agosto de 1928 para llevarlos a una zona desierta, donde probablemente fueron quemados durante la noche.
Las pruebas encontradas en las tumbas consistían en “51 partes de anatomía humana ... esos fragmentos silenciosos de pruebas, de huesos y sangre humanos, han hablado y corroborado el testimonio de testigos vivos”, según consta en la instrucción del juicio.
Esta evidencia permitió a las autoridades concluir que Walter Collins, los dos hermanos Winslow y la cuarta víctima no identificada habían sido asesinados.
Juicio y condenas
Gordon Northcott fue interrogado durante de 27 días, y finalmente, el 7 de febrero de 1929 confesó los asesinatos de Walter Collins, Lewis y Nelson Winslow y de un niño mexicano cuyo nombre nunca supo. Además, señaló a su madre y a su sobrino como cómplices.
El “Asesino del gallinero”, como lo bautizó la prensa norteamericana, escandalizó al jurado con los truculentos detalles de los asesinatos perpetrados en su granja de Wineville.
En febrero de 1929, Gordon fue condenado a morir en la horca y su madre recibió una pena de cadena perpetua. A Clark, a pesar de que quedó claro que era víctima de las perversiones de Northcott, lo sentenciaron a pasar cinco años en un reformatorio.
El “Asesino del Gallinero” pasó 18 meses en el pabellón de la muerte de la prisión de San Quintín sin dar una sola muestra de arrepentimiento.
A excepción de la mañana del 2 de octubre de 1930 cuando, sobre el patíbulo y con la soga al cuello, pidió una oración.