Hace 63 años, de manera inusitada, la televisión introdujo a la política, con las imágenes y las voces de sus dirigentes, en los hogares de la sociedad estadounidense. Fue a través de cuatro debates que se suscitaron en medio de la campaña presidencial que enfrento al senador Demócrata John Fitzerald Kennedy con el vicepresidente Richard Nixon y que son considerados inéditos en los límites de la historia política de los EE.UU. Los encuentros televisivos fueron convenidos semanas antes en reuniones que se realizaron en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York. Según Theodore White, en su libro “Candidato a la Presidencia”, los representantes de Nixon trataron de restringir la cantidad de debates porque “tenían la sensación de que su hombre dominaba el medio y bastaría un solo debate contundente para eliminar a Kennedy”.
Contrariamente los asesores del candidato Demócrata intentaron la mayor cantidad de debates posible, dando la sensación de “debilidad. Pidieron 5 debates y lograron cuatro. Los asesores de Kennedy fueron: Theodore “Ted” Sorensen (asesor presidencial, funcionario de su intimidad, considerado “el banco de sangre intelectual” de Kennedy); el joven abogado Richard N. Goodwin (asesor presidencial y quien en agosto de 1961 mantendría una entrevista reservada con Ernesto “Che” Guevara en Uruguay) y Mike Feldman (su asesor legislativo y redactor de discursos, además de “coleccionista” de información negativa de Nixon). El primer encuentro se llevo a cabo el 26 de septiembre de 1960 en los viejos estudios de la CBS de Chicago.
El futuro presidente llegó a Chicago el 25 de septiembre desde Cleveland y se alojo en el Ambassador East Hotel y Nixon llego por la noche desde Washington y se ubico en el Pick-Congress Hotel. Después de semanas de ardua campaña electoral, ambos llegaban agotados y con enfermedades a cuestas. Nixon lo hacía tras haber enfrentado una flebitis en una vena de su rodilla izquierda y, para peor, se golpeo la rodilla al bajarse del auto para entrar en el estudio.
Kennedy arrastraba serios problemas de columna vertebral como consecuencia de una herida en la Segunda Guerra Mundial. Pocos sabían del problema pero le fue señalado por los asesores de Lyndon Johnson para descalificarlo durante la interna Demócrata. Eso hizo que se abriera una grieta y que los asesores de Kennedy impugnaran al texano como posible compañero de fórmula presidencial. Pierre Salinger recordó un viejo consejo de Phil Graham para subsanar la disputa: “Vea joven, quiero darle un pequeño consejo. Nunca derribe nada de modo tal que no pueda volver a levantarlo.” Para argumentar la elección del compañero texano, Kennedy le advirtió (equivocadamente) a Kenny O’Donell, su futuro jefe de gabinete en la Casa Blanca: “Tengo cuarenta y tres años y soy el candidato más sano a la presidencia de los Estados Unidos… No voy a morir en el cargo. Así que la vicepresidencia no significa nada”.
En las horas previas y en diferentes horarios, los dos candidatos concurrieron al local de la Hermandad Unida de Carpinteros y Ebanistas para pronunciar discursos. Luego se encerraron en sus hoteles a prepararse para el debate. A diferencia de Nixon, Kennedy tomo un largo rato de sol. Al llegar Nixon al estudio de TV, con traje gris claro, sus asesores se dieron cuenta de sus profundas ojeras y pidieron una adaptación de las luces. El vicepresidente no pidió ser maquillado y tan solo le pusieron un poco de “Lasy Shave” para disimular la sombra de su barba. John Kennedy lucía un traje oscuro, el bronceado del sol, y solo cambio su camisa blanca por una celeste. Según Pierre Salinger, su jefe de prensa en la Casa Blanca, “sin esos debates a Kennedy le habría sido imposible resultar electo, y para ser más exacto, sin el primer debate porque la mayoría de la población tomó su decisión de elegirlo y con los tres restantes no hizo más que confirmarlo.” Durante 59 minutos, setenta millones de personas observaron como discutieron temas propios de los EE.UU. El intercambio de palabras no se realizó de manera agresiva pero Kennedy apareció, siendo más joven, más resuelto y mirando a cámara interpeló a la audiencia: “Los Estados Unidos no pueden permanecer indiferentes: su prestigio está fracasando en el mundo; ésta es una época de cargas y sacrificios; tenemos que actuar.” Para el candidato Demócrata el mundo no podía seguir siendo a medias esclavo, a medias libre, y que la posición de los Estados Unidos dentro del mundo se inspiraba en su posición doméstica: “Creo que es hora de que los Estados Unidos comiencen a ponerse en movimiento otra vez.”
Nixon pareció coincidir con su adversario. “El senador Kennedy ha sugerido en sus discursos que carecemos de compasión por los pobres, por los ancianos….yo sé lo que significa ser pobre. Nuestro desacuerdo no se refiere a las metas para los Estados Unidos, sino solamente a los medios para lograr dichas metas.” Nixon permanentemente se dedico a rebatir a su contendiente (que tomaba notas) mientras su contendiente le hablaba al público mirando a las cámaras. Kennedy enfatizaba sus palabras y su lenguaje corporal se expresaba ajustadamente. Nixon dio la impresión de estar incómodo, asustado, y cuando enfocaron su rostro apareció sudoroso. Años más tarde recordaría en sus memorias: “Después de que el programa concluyó, llamaron, incluso mi madre, queriendo saber si me ocurría algo malo”. Pierre Salinger diría: “Esta noche sentí enorme pena por la madre de Nixon”. Como dijo Allen Pietrobon: “Fue el primer momento de nuestra historia en el que vimos que la televisión puede transformar a un candidato político en una celebridad, y cambió todo el contorno de nuestra política”. A partir de ese momento millones de norteamericanos lo vieron de cerca y la campaña de Kennedy tomo otra dimensión y se sumergió en el “baño de multitudes”. Presentaba “las mejores cualidades de Elvis Presley y Franklin Delano Roosevelt” observó un senador del sur. Luego del primer traspié, el presidente Eisenhower se vio obligado a salir de campaña en auxilio de su vicepresidente.
El 7 de octubre, los estudios de la NBC de Washington contuvieron el segundo de los debates. En esta ocasión el tema central fue la política exterior. Se hablo de Cuba y Fidel Castro, del avión U-2 y el espionaje sobre Rusia, la posición declinante de los Estados Unidos y la crisis de las islas Quemoy y Matsu, en manos de los nacionalistas chinos, ambicionadas y esporádicamente bombardeadas por China comunista con el apoyo de Nikita Khruschev, el Primer Ministro soviético. Para ese segundo debate pocos sabían que Allen Dulles, el jefe de la CIA, por pedido presidencial, se había encontrado con “Jack” Kennedy para informarlo sobre los problemas externos y decirle que se estudiaba un plan de invasión a Cuba (que se llevó a cabo en abril de 1961) mientras los demócratas decían que el gobierno de Eisenhower no apoyaba a los “luchadores por la libertad”. Nixon conocía e impulsaba el plan de Bahía Cochinos pero no pudo, por razones de responsabilidad, aceptar que se pensaba atacar militarmente al castrismo. Tuvo que rechazar los argumentos de su adversario: Es más, Nixon era partidario de defenestrar a Castro antes de la elección como una forma de ganar votos y quedo a medio camino. El tercer debate del 13 de octubre se transmitió por la cadena ABC de una manera singular: Nixon salió desde Los Ángeles mientras Kennedy lo hacía desde Nueva York y el vicepresidente se mostró más terminante y severo, y para muchos fue su mejor actuación. Por último vino el cuarto debate, el 21 de octubre en Nueva York en los estudios de ABC. Para muchos fue el peor porque ya había poco para decir y se volvieron a reiterar temas ya tratados.
Después del último encuentro Kennedy fue considerado ganador y la TV contribuyó a su victoria. Estados Unidos ya tenía un líder. Logró captar la atención de los televidentes y se lo comparó con un hecho similar de aquella época, cuando Kruschev impacto a la sociedad norteamericana al golpear con su zapato su escritorio de las Naciones Unidas. Solo quedaban tres semanas para la elección y las reacciones del público ante Kennedy y Nixon eran bien distintas. Como observó White “las multitudes de Nixon eran incomparablemente más tranquilas que las de Kennedy. Kennedy producía excitación, reacción ante su personalidad. Nixon mantenía a su público ansiosamente reunido como masa sobria, con el ceño fruncido.”
El domingo 8 de noviembre de 1960, tras votar en Boston, Kennedy se fue a la casa familiar en Hyannis Port, Cape Cod, a aguardar los resultados. Converso con sus padres y hermanos, dormitó un rato y luego salió a caminar por la playa con Cornelius Ryan, el autor de “El día más largo del siglo”, a quien comparó su dura espera de los cómputos con la de los soldados que debían desembarcar en Normandía. Varias horas más tarde un Nixon con una imagen que transmitía agotamiento salió por televisión sin reconocer los resultados pero admitiendo que si “las tendencias actuales” continuaban admitiría su derrota. Kennedy se sintió el presidente electo y se fue a su casa particular a pocos metros de distancia a dormir. Como observó Oscar Wilde, Nixon y Kennedy estaban pendientes de dos tragedias. “Uno por no conseguir lo que quería y el otro por conseguirla”.