La enemiga de Rosa Peral en prisión: mató a su amiga, simuló una orgía trágica y creyó haber cometido el crimen perfecto

María de los Ángeles Molina Fernández y Ana María Páez Capitán eran amigas y trabajaban en la misma empresa. La noche del 20 de febrero de 2008 se juntaron a cenar en Barcelona. Al día siguiente, a Ana María la encontraron desnuda, con una bolsa en la cabeza y semen de dos hombres en su cuerpo. La historia de “Angie, la fría” y los motivos de un crimen casi perfecto

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Angie Molina comenzó a trabajar como jefa de Relaciones Humanas en una empresa internacional con sede en Mataró, un municipio y ciudad española de la provincia de Barcelona. Allí conoció a Ana María
Angie Molina comenzó a trabajar como jefa de Relaciones Humanas en una empresa internacional con sede en Mataró, un municipio y ciudad española de la provincia de Barcelona. Allí conoció a Ana María

Era la mañana del jueves 21 de febrero de 2008 cuando la empleada de limpieza de uno de los departamentos que se alquilaban para fines turísticos del número 36 de la calle Camprodón, en el coqueto barrio de Gracia, en Barcelona, España, abrió la puerta y en el sofá halló el cuerpo desnudo de una mujer. Con horror llamó inmediatamente a la policía.

El cadáver estaba sobre un sillón de terciopelo lila. En la cabeza la joven tenía una bolsa de basura blanca ajustada a su cuello con varias vueltas de cinta aislante. En el piso, había una peluca de pelo azabache y un par de botas negras muy sexies de caña altísima. Nada más. Ni documentos, ni dinero, ni celular, ni otra ropa que pudiera identificarla. El departamento estaba ordenado y limpio.

Los primeros detectives enviados al lugar pensaron que la escena era compatible con una muerte por asfixia durante un juego sexual mortal. Los peritos que fueron llegando hisoparon la boca y la vagina de la mujer.

¿Quién era esa joven muerta? Tenían que averiguarlo.

Los pasos de una desconocida

Para descubrir la identidad de la fallecida en tan extrañas circunstancias lo primero era saber quién había alquilado ese departamento entre el 18 y el 21 de febrero de 2008. Con la colaboración de los dueños del inmueble dieron con la tarjeta Visa con la que se había pagado: el nombre en el plástico era Ana María Páez Capitán. ¿Podría ser la misma joven que habían hallado? No podían corroborarlo, las tarjetas de crédito no llevan fotos.

Poco después, hallaron algo más: había una denuncia por desaparición de persona en el barrio l’Hospitalet. La había hecho la familia de Ana María Páez Capitán, una mujer de 36 años y diseñadora de modas. Carlos Carbajo, su pareja desde hacía siete años, y los padres se habían presentado a hacer la denuncia porque Ana María no había vuelto a su casa. Los tres aseguraron que no tenía ningún motivo para desaparecer y que creían que algo, en contra de su voluntad, le había ocurrido. El hermano de Ana María declaró que había hablado con su hermana el mismo día de su desaparición, el martes 19 de febrero, mientras ella iba en tren hacia el centro de Barcelona. Ana María le había contado que esa noche cenaría con una amiga. A Carlos le había dicho exactamente lo mismo, por eso cuando no llegó esa noche, pensó que su mujer habría tomado alcohol y optado por quedarse en la casa de su amiga. Se durmió y fue recién por la mañana del día miércoles 20, cuando no pudo comunicarse con ella, que llamó a sus suegros y fueron juntos a la comisaría. También llamó a sus compañeros de trabajo y amigas. Una de las primeras con las que habló fue María de los Ángeles Molina Fernández (40), o Angie como la llamaban todos. Ella era con quien iba a comer esa noche y había sido la ex jefa de recursos humanos de la empresa textil Promotex, donde Ana María trabajaba como diseñadora. Habían quedado muy amigas y se seguían viendo cada tanto. Angie le dijo a Carlos que no sabía nada de Ana María porque al final no se habían podido encontrar y agregó que ese día ella había estado en Zaragoza.

La policía detectó con rapidez que el nombre de la persona desaparecida coincidía con el de la tarjeta Visa que se había utilizado para alquilar el departamento del barrio de Gracia donde había aparecido un cuerpo. Tardaron poco en unir datos. Llamaron a los familiares de Ana María para que fueran a reconocer el cadáver. Efectivamente, Ana María era la persona fallecida.

Lo peor había sucedido.

Ahora había que saber cómo había muerto.

Angie Molina junto a su esposo Juan Antonio Alvarez Litben, un empresario hotelero argentino que se había instalado en Gran Canaria en el año 1976, y una pareja amiga
Angie Molina junto a su esposo Juan Antonio Alvarez Litben, un empresario hotelero argentino que se había instalado en Gran Canaria en el año 1976, y una pareja amiga

Lágrimas falsas en un funeral

La autopsia confirmó que no había abuso sexual y que el cadáver no tenía signos de violencia. Ana María había muerto el martes 19 de febrero por asfixia por sofocación. ¿Podía la víctima haberse puesto ella misma la bolsa y haberla precintado en su cuello para obtener mayor placer sexual? Raro, la bolsa estaba demasiado bien cerrada. Cualquiera sabría lo peligroso que eso podía ser. Los sabuesos pensaban que, sin dudas, allí había participado alguien más y que esa persona era quien se había llevado sus pertenencias. ¿Podía ser un juego sexual con un amante que terminó mal? Quizá. Pero los detectives presentían que la escena era ficticia, estaba como armada. El departamento estaba demasiado prolijo.

Y si la hubieran asesinado, ¿por qué ella no había luchado o intentado quitarse la bolsa de la cabeza? Si ese era el caso, podría ser que hubiera estado drogada. Eso justificaría la ausencia de lucha, pero en la autopsia no pudieron detectar restos de ningún narcótico específico. Aunque explicaron que hay sustancias volátiles, que si se analizan pasado el tiempo no dejan rastros.

La policía científica reveló que lo que sí habían encontrado en el cuerpo era semen de dos hombres: uno en la cavidad vaginal y otro en la cavidad bucal. ¿Podría ser que Ana María llevara una doble vida? La familia lo negó en forma tajante y los investigadores no pudieron hallar nada que indicara que esa versión pudiera ser cierta. Era una mujer joven, activa, con pareja y trabajo estables. Parecía un callejón sin salida.

En el mientras tanto fue el funeral de Ana María y Angie, su amiga y ex jefa, asistió al entierro llorando a mares.

Ana María Páez Capitán tenía 36 años, era diseñadora de modas y había trabajado en la empresa textil Promotex con Angie Molina. Construyeron un vínculo después de que su amiga fuera echada de la firma
Ana María Páez Capitán tenía 36 años, era diseñadora de modas y había trabajado en la empresa textil Promotex con Angie Molina. Construyeron un vínculo después de que su amiga fuera echada de la firma

Detrás del inodoro

No es suicidio, no es accidente… Se abocaron a pensar en el móvil para un crimen.

Es aquí donde surge en la investigación una pista concreta. Detectan una extracción de la cuenta corriente de Ana María de 600 euros. Había sido el mismo día de su desaparición a las 9 de la mañana, por caja. Era raro porque la víctima a esa hora estaba en su trabajo. En las imágenes se vio a una mujer de pelo negro al que el empleado de la sucursal bancaria reconoció como la que sacó el dinero. Pero no es Ana María… ¿Quién es entonces?

Al mostrarle a Carlos, pareja de la víctima, la grabación de las cámaras de seguridad, él ratifica que no es su mujer, pero dice que es Angie, la amiga con la que tenía que cenar su mujer esa noche. Asegura conocerla bien y asevera que en la imagen lleva colocada una peluca negra.

En este punto los detectives de homicidios empiezan a enfocarse en la mujer-amiga-jefa que iba a cenar con ella en la noche en la que Ana María iba a morir: María de los Ángeles Molina Fernandez, Angie.

La joven fue citada a declarar como tantos otros testigos. Ella admitió conocerla y dijo que ese día nunca habían realmente pensado en comer. La historia, aseveró, fue que Ana María le había pedido que le siguiera el juego con el tema de la comida. Insinuó que ella llevaba una doble vida y que le había solicitado que la cubriera. ¿Ana María había concertado una cita sexual a escondidas de su marido y le había pedido a Angie que fuera su coartada? Eso sugirió Angie y así también se lo reconoció a los padres de su amiga.

Además, Angie aseguró que el día en que su amiga murió, ella estaba en Zaragoza. Había viajado a esa ciudad para recoger las cenizas de su madre que había muerto un año antes. Esto fue corroborado a la policía por los de la funeraria: la clienta había ido a retirar la urna. Aunque solo había estado diez minutos.

La policía dudaba. Comenzaron a preguntarse si era posible que Angie hubiese hecho las dos cosas: buscar las cenizas y matar a Ana María.

Creían estar frente a un crimen, pero había que probarlo. Recrearon el camino y comprobaron que era posible ir en auto hasta Zaragoza y volver en el día. La distancia entre una ciudad y otra era solamente de 311 kilómetros.

A los dueños del departamento alquilado le mostraron la foto de la mujer que entraba al banco a retirar el dinero: dijeron que era la misma persona a la que le habían entregado las llaves y que decía llamarse Ana María Páez.

El que terminó por corroborar las cosas fue Miguel, la pareja de ese momento de Angie. Fue a declarar por iniciativa propia: dijo que la había visto muy alterada la noche en cuestión y que sospechó que algo pasaba. Por eso había decidido volver a su departamento y fue ahí donde encontró, detrás de la mochila del inodoro, documentos que incriminaban a su novia.

Angie Molina se apropió de la identidad de su amiga y firmaba falsificando su firma. los documentos para sacar créditos. Usaba siempre una peluca negra y otra rubia
Angie Molina se apropió de la identidad de su amiga y firmaba falsificando su firma. los documentos para sacar créditos. Usaba siempre una peluca negra y otra rubia

Gigolós y semen en frasco

En marzo de 2008, veintiún días después de haber hallado el cuerpo, ordenaron allanar la casa y el auto de Angie Molina Fernández. En el allanamiento se descubrieron la tarjeta Visa de Ana María con la que se había pagado el alquiler del departamento, fotocopias de todos los documentos de la víctima, los papeles de los créditos y una peluca rubia que había usado Angie para contratar las pólizas de seguro. Angie quedó detenida acusada del crimen.

La policía pidió pruebas grafológicas y estas certificaron que las firmas de Ana María habían sido hechas por las manos de Angie.

La investigación dirigida por Josep Porta descubrió más cosas. Por ejemplo, las búsquedas que Angie había hecho por Internet sobre cómo se puede dormir a un animal, sobre cloroformo y otros fármacos y sobre locales de prostitución masculina.

Siguiendo esta última pista fue que llegaron hasta un local de gigolós donde el dueño reconoció la foto de Angie. Era la mujer que había contratado a dos jóvenes de origen latinoamericano para un pedido extraño: llevarse su semen.

Además, en el departamento de la sospechosa, se halló una botella de cloroformo cerrada. Durante el juicio, Angie diría que el cloroformo lo había comprado para reparar un candelabro de plata.

Demasiadas pistas apuntando a una misma persona.

En marzo de 2008, tres semanas después de haber hallado el cuerpo, ordenaron allanar la casa y el auto de Angie Molina Fernández. La mujer quedó detenida acusada del crimen
En marzo de 2008, tres semanas después de haber hallado el cuerpo, ordenaron allanar la casa y el auto de Angie Molina Fernández. La mujer quedó detenida acusada del crimen

Dos años para un crimen

Según los investigadores fue dos años antes del crimen, y luego de ser despedida de la empresa por una pelea con la mujer de su jefe, que Angie empezó a planificar la usurpación de identidad de Ana María. Se le ocurrió que podía hacerse pasar por ella para conseguir préstamos bancarios. Por haber sido su jefa de recursos humanos Angie tenía accesos a todos los datos personales de Ana María: su dirección, su documento de identidad, su pasaporte, sus números de cuentas bancarias, sus números de tarjetas de crédito. Se acercó nuevamente a ella con esa clara intención: suplantarla para obtener dinero.

Empezó pidiendo varios préstamos por 15.000 euros. Todo discurrió sin contratiempos y Angie se envalentonó. Si bien ese dinero la sacó de apuros, no fue suficiente para pagar sus carísimos caprichos. Es entonces cuando urdió algo más arriesgado y perverso: sacar seguros de vida a nombre de quien sería su víctima. Para cobrarlos, obviamente, Ana María debería morir. Falsificó su ficha para que los bancos creyeran que Ana María ganaba un sueldo de 7775 euros al mes con el cargo de Jefa de diseño en la empresa. Parecía un muy buen salario, pero como tantas otras cosas en su nómina, eso había sido falsificado: también aparecía como soltera, viviendo con su familia cuando en realidad lo hacía con su pareja, y la dirección tampoco era la correcta. Angie hacía enviar la documentación de todo a una dirección de un departamento en el barrio del Eixample, donde el encargado recibía toda la documentación que llegaba a nombre de Ana María. Angie se había apropiado de la identidad de su amiga y firmaba falsificando su firma. Los pocos controles de los bancos la ayudaron y para todos los trámites usó siempre una peluca negra y otra rubia. Nadie le rechazó ninguno de los créditos que solicitó, a pesar de que Ana María y Angie no se parecían en nada.

Burló a las entidades bancarias, entre abril de 2006 y noviembre de 2007, con seis créditos por un total de 102.415 euros. Luego, sumó diez seguros de vida por otros 840.000 euros. Esa era la cifra, pensó, que valía la pena. En algunas la beneficiaria era una persona llamada Susana Bascuñana, una mujer a la que ella le había sustraído el DNI en una casa de fotocopias. Creyó que de esa manera eludiría sospechas cuando su amiga tuviera que morir.

Tenía todo pensado. O casi todo. Porque para cobrar las pólizas tenía que idear un homicidio que no lo pareciera. Se le ocurrió que podía simular un juego sexual que terminara mal. Un burdo accidente.

Tras la muerte de su esposo, quedó con 40 millones de pesetas lo que equivalía a unos 250.000 euros y propiedades y acciones. A su vez, intentó cobrar el seguro de vida, pero ignoraba que el suicidio anulaba esa posibilidad
Tras la muerte de su esposo, quedó con 40 millones de pesetas lo que equivalía a unos 250.000 euros y propiedades y acciones. A su vez, intentó cobrar el seguro de vida, pero ignoraba que el suicidio anulaba esa posibilidad

Cita con la muerte

Días antes del crimen acudió al burdel American Gigoló de Barcelona, disfrazada con la ya famosa peluca negra. Al encargado del lugar le explicó que no quería tener sexo con nadie pero que, por una apuesta por una despedida de soltera, necesitaba el semen de dos prostitutos. Les pagó a dos jóvenes (un argentino y un colombiano) 100 euros a cada uno a cambio de que eyacularan en los dos frascos provistos por ella.

Alquiló por cuatro días a nombre de su amiga Ana María un departamento y pagó con la Visa de su futura víctima. Acto seguido, la llamó. Le dijo a Ana María que quería mostrarle el departamento que acababa de comprar en ese elegante barrio que la quería invitar a cenar. Había puesto en marcha la parte más siniestra de su plan.

El 19 de febrero de 2008 salió de su casa y fue a retirar dinero de la cuenta de Ana María donde quedó grabada con la peluca negra y, luego, partió hacia Zaragoza en su deportivo Porsche 911. Era su coartada. Su paso por los telepeajes quedó grabado. Al llegar, se dirigió a Pompas Fúnebres para recoger las cenizas de su madre quien había fallecido el 22 de enero de 2007. Regresó a Barcelona para la cita a comer con su amiga. Esta vez pagó los peajes en efectivo para no quedar registrada volviendo a la ciudad. A las 19:55 llamó a Ana para confirmarle que estaba llegando. Por la triangulación de los teléfonos celulares se sabe que a las 20:30 Angie ya estaba en Barcelona. La asesina no era buena en los detalles criminales: creyendo que su coartada la había dejado situada en Zaragoza, olvidó que podían seguir el rastro de su móvil cuando fue al encuentro con su víctima.

Una vez en el departamento esperó la llegada de Ana María. Bebieron y comieron. Sería en ese momento en que la habría drogado, aunque la autopsia no pudo determinar con certeza con qué podría haberse valido Angie. Podría ser cloroformo o “algún otro tóxico de análoga eficacia” dijeron luego.

Con Ana María inconsciente ella se dispuso a organizar la escena. La desnudó totalmente y la colocó sobre el sillón del living. Le introdujo el semen de los frascos en la boca y en la vagina. Ordenó las cosas, dispuso las botas y la peluca y guardó todo lo de Ana María para llevárselo. Luego, colocó la bolsa cubriendo su cabeza y la aseguró con cinta. La indefensa víctima no podría quitársela.

Ana María murió por hipoxia (ausencia de oxígeno en los tejidos para mantener las funciones vitales). Estos hechos son indubitables. Pero no sabremos nunca si su ejecutora se quedó a presenciar su horripilante muerte o si, impresionable al fin, optó antes por cerrar la puerta y marcharse.

Eso sí: había dejado montado el escenario de un juego sexual mortal.

El juicio por el asesinato de Ana empezó en marzo de 2012 en Barcelona, cuando ya llevaba cuatro años tras las rejas. Altanera y fría en las seis sesiones del juicio, negó el móvil económico
El juicio por el asesinato de Ana empezó en marzo de 2012 en Barcelona, cuando ya llevaba cuatro años tras las rejas. Altanera y fría en las seis sesiones del juicio, negó el móvil económico

Un oscuro pasado

Cuando empezaron a investigar a Angie en profundidad, los agentes descubrieron otra muerte misteriosa en su pasado: la de su marido, de 41 años, en Canarias, en 1996, en extrañas circunstancias y luego de que él recibiera una cuantiosa herencia.

Juan Antonio Alvarez Litben era un empresario hotelero argentino que se había instalado en Gran Canaria en el año 1976. No solo tenía hoteles sino también discotecas y bares. En 1988 conoció, según le contó a su familia durante unas vacaciones en Argentina, a una “chica estupenda” llamada María de los Ángeles “Angie” Molina Fernández. Les dijo que, además de ser bellísima, pertenecía a una familia española aristocrática. Eso al menos era lo que Angie le había contado: que sus padres poseían títulos nobiliarios y tenían tierras en Aragón.

La relación había nacido en forma casual, un día en el que ella, quien estaba trabajando temporalmente en la playa donde él tenía un bar, se descompuso. Juan fue quien la llevó al hospital. La vio vulnerable. Angie sabía que Juan era empresario y ganaba mucho dinero y no dejó de pasar la oportunidad de seducirlo.

Ella no era quien decía ser y ya había ejercido la prostitución a alto nivel. Con la relación en marcha Angie se quedó en Canarias viviendo con él y, cuando afloró la mentira sobre su pasado (no era noble, no tenía abolengo y sus padres eran un taxista y una ama de casa de Zaragoza), estalló la primera gran pelea de la pareja. ¿Por qué había mentido? El padre de Juan le aconsejó a su hijo dejarlo pasar, si la quería eso no era lo importante. Juan la perdonó y se casaron en 1990. Al año siguiente, tuvieron una hija a la que le pusieron Carolina y se instalaron en una casa San Bartolomé Tirajana.

Gracias a los ingresos de su marido Angie comenzó a vivir una existencia de lujos. Derrochaba dinero en grandes marcas y jugaba en el casino. Los amigos argentinos de él no la querían demasiado, la veían altanera, manipuladora y sentían que restringía las relaciones de Juan con el resto. La bautizaron La Duquesa. Angie siguió viajando seguido a Barcelona donde había vivido.

Las mentiras sobre sus orígenes serían lo de menos. Las habría peores. Alertado por los desmanes de su mujer con el dinero y por sus viajes frecuentes Juan terminó contratando a un detective que averiguó lo que nadie hubiese querido saber: Angie ejercía la prostitución a altísimo nivel. Había fotos. Y, también, existía un empresario casado y chantajeado por ella al que le había sacado muchísimo dinero. Su bella mujer tenía una doble vida. Devastado, Juan le confesó a una amiga española que tenía pensado ver a un abogado cuanto antes para separarse, pero que no quería perder la custodia de su hija.

Juan llegó a hablar de divorcio con Angie y la amenazó con que todos se enterarían de quién era ella.

Con ese tenso escenario desplegado, Angie se fue a Barcelona con su hija a pasar unos días.

Juan no llegó a hacer nada de lo que había dicho.

El 22 de noviembre de 1996 murió en su casa. Cayó desplomado en el suelo de su habitación después de tomar una ducha y luego de haber jugado al paddle con sus amigos.

El Tribunal Supremo de Barcelona le dio 22 años de cárcel que luego fue reducido a 18 años (14 por el homicidio y 4 por falsedad documental). También fue condenada a pagar a la familia de Ana María 200 mil euros
El Tribunal Supremo de Barcelona le dio 22 años de cárcel que luego fue reducido a 18 años (14 por el homicidio y 4 por falsedad documental). También fue condenada a pagar a la familia de Ana María 200 mil euros

La rica heredera de autos de lujo

Angie fue quien lo encontró el día en que volvió con su hija desde Barcelona. Juan estaba desparramado en el piso de la suite que compartían, desnudo, al lado de una toalla húmeda. Parecía que se había querido agarrar de las sábanas al caer y había vómito sobre ellas. La autopsia reveló que había muerto envenenado por ion fosfato, un sustancia extremadamente tóxica habitual en productos de limpieza y fertilizantes.

En el funeral no se la vio a Angie demasiado conmovida. Pero como desde el principio las autoridades creyeron que había sido un suicidio, no sacaron fotos de la escena ni de la cocina ni de nada. Aunque sus amigos y su familia pensaron que era imposible que se hubiera quitado la vida (le iba bien en el trabajo, tenía una hija a la que adoraba y ostentaba salud), el caso se cerró con esa carátula.

La viuda se quedó con 40 millones de pesetas lo que equivalía a unos 250.000 euros y propiedades y acciones. Angie intentó también cobrar el seguro de vida de su marido, pero ignoraba que el suicidio anulaba esa posibilidad. Por eso alegó que su marido podría haber muerto durante un robo y denunció en la comisaría que faltaba el Rolex de Juan, el perro Yorkshire de la familia y la billetera de su marido.

Curioso detalle el de la billetera: aparecería doce años después, en el allanamiento a la casa de Angie por el crimen de Ana María.

Volvamos a entonces: Angie explicó a las autoridades que su marido “cuando se tomaba un medicamento lo hacía de golpe y porrazo. En mi casa había calgón (un producto que elimina la cal de las lavadoras) Si quedaba poco, se traspasaba a un bote de cristal. Él no lo sabía y puede que, al estar al lado de la tostadora, se confundiera pensando que era sal de frutas”. Imposible, pensaron los escépticos, el fortísimo sabor lo hubiera alertado. La familia del empresario tuvo dudas desde el principio sobre Angie. Una de sus hermanas, Silvia Graciela, repetía que no podía tragarse lo del suicidio.

Angie a los dos meses de quedar viuda se mudó con su hija a Barcelona para seguir con su alegre vida de gastos. Detalles para no pasar por alto: varios meses antes de la muerte repentina de su marido ya había matriculado a su hija en un colegio de esa ciudad y ya había pagado el traslado de uno de sus vehículos desde la isla. Eso deja en claro que Angie tenía todo previsto el traslado, incluso su liberación conyugal. Andaba por Barcelona manejando una llamativa camioneta Hummer o paseando en su Porsche deportivo. Usaba ropa de marca y carteras Louis Vuitton. Angie escondía sus orígenes humildes y ostentaba todo lo que podía.

Fue en esta época que comenzó a trabajar como jefa de Relaciones Humanas en una empresa internacional con sede en Mataró. Allí conoció a Ana María, quien se convertiría en su próxima víctima.

Juan Antonio, el marido de Angie Molina, murió de manera sospechas mientras ella se encontraba con su hija de vacaciones. Todas las noches llamaba a la mucama para saber cómo se encontraba su esposo
Juan Antonio, el marido de Angie Molina, murió de manera sospechas mientras ella se encontraba con su hija de vacaciones. Todas las noches llamaba a la mucama para saber cómo se encontraba su esposo

Reabrir una investigación

Cuando doce años después Angie fue detenida por el crimen de Ana María, la familia de Juan impulsó la reapertura de la investigación por su muerte. Contrataron a Féliz Ríos, presidente de la asociación Laxshmi, para la lucha contra el crimen. La hipótesis que tenían es que Angie, sabiendo que su marido tomaba cápsulas de vitaminas para su actividad deportiva, ella habría llenado algunas con el veneno que apareció en su cuerpo. Juan, sin saber el contenido, se las habría tragado de una.

Sostienen que Angie podría haberlas dejado en el frasco antes de irse a Barcelona con Carolina a esperar que el tomara la píldora mortal.

Ríos logró que el caso se reabriera en mayo de 2016. En 2017 se volvieron a tomar declaraciones a los testigos y una amiga de la pareja que declaró nuevamente que Juan había descubierto que su mujer en sus viajes a Barcelona “tenía encuentros amorosos con otros hombres y ejercía la prostitución” y que él habría guardado las fotos en una caja fuerte porque pretendía usarlas como una carta decisiva para obtener la tutela de su hija. La testigo contó, además, que Juan se quejaba de su mujer porque era una compradora compulsiva y una ludópata. Se supo algo más: Angie había conocido a un ingeniero químico en Barcelona con el que mantenía una relación esporádica. Una profesión más que conveniente para un plan que incluía envenenamiento.

Patricia, otra de sus amigas, testimonió que cuando le preguntó por lo ocurrido con Juan, Angie le dijo muy suelta: “Me lo he cargado…”. y, luego, cambiando la voz y riéndose completó la frase “... ya sabes con mis gastos, con los disgustos que yo le daba, se murió”. Al resto de los amigos les dijo que Juan había muerto de un enfisema pulmonar agudo.

Lo cierto es que la fiscalía consiguió el testimonio de la empleada doméstica de Juan y Angie, Felipa, quien contó algo particular del viaje de Angie: en la semana previa a la muerte de su patrón, su mujer llamaba desde Barcelona todos los días preguntando cómo estaba él. Siempre en el horario en que él dormía. Curioso, sobre todo teniendo en cuenta que en los viajes anteriores no lo había hecho. Lo que se cree es que Angie, como no podía saber cuándo él tomaría las cápsulas envenenadas, quería estar informada. Como no pasaba nada, iba retrasando su retorno un día más. Seguramente quería cerciorarse de no estar en casa, cuando él cayera fulminado.

Errores irremediables

Los errores en la investigación por la muerte del empresario fueron muchos. Por ejemplo, nunca citaron a declarar en el juicio al ingeniero químico que había salido con Angie aunque fue localizado y afirmó que Angie “se quedó embarazada de mí, pero abortó, aunque no sé dónde lo hizo porque quiso ir sola”. Era una persona con conocimientos más que suficientes para enmascarar sustancias y mantenía una relación estrecha con la acusada. No solo eso: las autoridades habían permitido que se destruyeran las sábanas donde estaba el vómito del muerto que con nuevas tecnologías hoy podrían dar mejores indicios de lo verdaderamente ocurrido. En la primera investigación tampoco se habían sacado fotos ni se habían recabado pruebas de manera minuciosa.

En septiembre de 2018, a pesar de los indicios incriminatorios, el juzgado número 3 de San Bartolomé de Tirajana, Gran Canaria, archivó la causa de manera provisional, porque no se habían practicado todas las diligencias necesarias para el esclarecimiento de los hechos. En 2020 el caso se seguía investigando, pero a la fecha no hay muchas más novedades. Angie viene librándose de ser enjuiciada por la muerte de su marido. Todo esto impidió las primeras salidas transitorias de la cárcel donde está pagando por el asesinato de su amiga. Algo es algo para quienes no quisieran verla jamás libre.

Con Rosa Peral coincidieron en la cárcel de Brians 1. Discutieron, se acusaron mutuamente y rápidamente fueron separadas. A Rosa la cambiaron de prisión
Con Rosa Peral coincidieron en la cárcel de Brians 1. Discutieron, se acusaron mutuamente y rápidamente fueron separadas. A Rosa la cambiaron de prisión

La asesina que no quería usar ojotas

Gélida y calculadora, con movimientos estratégicos, Angie había logrado engañar a casi todo el mundo.

Al ser detenida por el crimen de su amiga Angie, el 12 de marzo de 2008, se mostró muy preocupada por cómo debía vestirse para pasar sus primeras horas en prisión. Escogió entre su ropa de lujo y se negó a ponerse unas ojotas playeras para entrar al calabozo. Antes muerta que sencilla, dicen. Tal cual.

El juicio por el asesinato de Ana empezó en marzo de 2012 en Barcelona, cuando ya llevaba cuatro años tras las rejas. Altanera y fría en las seis sesiones del juicio, negó el móvil económico. Dijo que tenía ingresos de 3000 euros por el alquiler de la casa de Canarias, 3000 euros de salario, 100 mil euros de la herencia de su padre y todo el dinero de su marido que sumaba unos dos millones de euros además de tres autos un Porsche 911, un BMW y una Hummer. ¿Por qué querría más? dijo desafiante. Nadie se animó a decirle que por insaciable.

En las audiencias se presentó impecablemente maquillada, con anillos, reloj, collares y ropa de lujo, peinada como de peluquería y con las manos hechas.

Distante e inconmovible fue incapaz de pedir perdón a nadie. Porque a pesar de ir a juicio Angie nunca confesó el crimen de su amiga y solo dijo que todo fue una trampa.

Aunque no hubo huellas de drogas y por un error policial inexplicable no se analizaron las muestras recogidas de las uñas de la víctima, la ruta del dinero y las pólizas fueron prueba suficiente para mandarla a la cárcel. La fiscalía pudo demostrar que Angie fue la autora de un macabro plan: que su propósito fue suplantar su identidad para obtener préstamos bancarios primero y, luego, deshacerse de ella para cobrar las pólizas de vida a su nombre. Su codicia no tenía límites.

El tribunal pretendió sumar a su condena la alevosía “por el perverso mecanismo que utilizó para matar a la víctima, por aprovecharse de su amistad y confianza para asesinarla y por la actuación que desplegó para hacer pasar la muerte de Ana María como un accidente sexual”. Pero el presidente de la sala votó en contra porque dijo que no se podía probar la mencionada alevosía…

El 19 de marzo de 2012 el Tribunal Supremo de Barcelona le dio 22 años de cárcel que luego fue reducido a 18 años (14 por el homicidio y 4 por falsedad documental). También fue condenada a pagar a la familia de Ana María 200 mil euros.

Envuelta en su manto imperturbable y gélido, Angie se permitió todo, incluso bromear con los Mossos d’Esquadra sobre su necesidad de comer cada mañana su yogur de dulce de leche.

En la cárcel de Brians 1 se enfrentó a otra presa muy famosa hoy, la protagonista de la serie El cuerpo en llamas de la plataforma de Netflix, Rosa Peral. Discutieron y Rosa le restregó a Angie en la cara haber tenido mucho más protagonismo en la serie del género del true crime, Crims, de Carles Porta, que ella. Las bellas enemigas fueron separadas y a Rosa la cambiaron de cárcel. En fin, peleas de ego de mujeres letales.

En marzo de 2027 la convicta saldrá en libertad. Aunque los familiares de su víctima se quejan que ya tiene salidas programadas.

Su hija Carolina, hoy ya de 32 años y quien siempre la defendió, la visita. Y tuvo éxito al lograr esconderse de los medios.

Avaricia. Pecado capital. Quién sabe si María de los Ángeles, o María de los Demonios mejor dicho, saldrá con ese pecado de la codicia reconvertido en alguna virtud. Muchos temen que nada haya cambiado. La naturaleza del escorpión después de todo, y según lo admitió en la fábula con la rana, es picar a su presa aunque eso acabe también con él.

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Victoria Cilliers tenía 39 años y era una experimentada instructora de paracaidismo y parte del ejército británico el domingo 5 de abril de 2015, cuando saltó desde el aeródromo de Netheravon a 1.200 metros de altura. Pero el mecanismo para desplegar el paracaídas principal y el de reserva falló. Se quebró la columna en cuatro partes, la pelvis y casi todas las costillas, pero no murió. Lo que la policía descubrió y a ella le costó aceptar
Saltó desde 1.200 metros, los paracaídas no se abrieron y sobrevivió: qué la salvó y el inesperado culpable del boicot