“Los polacos no aceptábamos el sistema comunista y nos rebelamos primero en 1956 y luego en 1970. Del comunismo, a los escritores les molestaba la censura, a los profesionales sus pocas posibilidades de desarrollo y a los trabajadores el bajo salario que cobrábamos. Yo tuve a cargo la huelga de 1970, que perdimos. Los siguientes diez años, tanto en la fábrica como cuando me echaron o en la cárcel, me preguntaba qué había hecho mal. Entonces, sucedió algo inesperado: un polaco es elegido papa. El papa despertó a Polonia y nosotros lo aprovechamos”, dijo alguna vez Lech Walesa.
Desde una perspectiva histórica, los grandes cambios sociales no pueden adjudicarse a una sola persona, sino a la confluencia de condiciones objetivas y subjetivas que los provocan. Aún así, en esos momentos aparecen protagonistas que se distinguen y los conducen, a los cuales, muchas veces, se los adjudica.
Por eso es imposible afirmar que el electricista polaco Lech Walesa -que hoy cumple 80 años- haya provocado la caída del comunismo en Polonia y mucho menos el derrumbe del Muro de Berlín, erigido como símbolo material de la división de un mundo bipolar, pero sí puede decirse que quitó el primer ladrillo.
Y que pudo hacerlo cuando un polaco y anticomunista como él, Karol Wojtyla, fue elegido papa y eligió llamarse Juan Pablo II. “Yo llevaba veinte años de activismo y tenía cuarenta colaboradores, después tuve cuarenta mil. Al año siguiente de la visita del papa a Polonia llegamos a diez millones de afiliados sobre doce millones de trabajadores”, reconoció Walesa.
El nombre de Walesa también está indisolublemente ligado al del sindicato no estatal que lideró, Solidaridad, que llevó a cabo la histórica huelga -algo impensado en la Polonia de 1980- que paralizó al astillero Lenin, en Gdansk, y puso en crisis al gobierno.
Su trayectoria personal y política está llena de luces y sombras. Premio Nobel de la Paz en 1983 y presidente de Polonia entre 1990 y 1995, investigaciones recientes sugieren que entre 1970 y 1979, cuando pasó a la oposición frontal contra el gobierno comunista, fue colaborador de los servicios secretos polacos.
También en los últimos años se lo ha cuestionado por sus posiciones abiertamente homofóbicas, que lo llevaron a sugerir que los diputados homosexuales no debían sentarse en sus bancas y a criticar las marchas por la diversidad sexual, porque “no quiero que esta minoría, con la que no estoy de acuerdo pero que tolero, se manifieste en la calle y haga girar la cabeza a mis hijos y nietos”.
Del campo al astillero
Lech Walesa nació el 29 de septiembre de 1943 en la pequeña localidad rural de Popowo, mientras su padre, Boleslaw, era prisionero de los nazis en la Polonia ocupada. De su madre, Feliksa, heredó un catolicismo practicante que nunca abandonó.
Después de hacer la escuela primaria se inscribió en una escuela de oficios de su pueblo, de donde egresó como técnico electricista. Por entonces, la relación con su madre se había deteriorado: siempre le cuestionaría que, tras la muerte de Boleslaw, Feliksa volviera a casarse y, para peor, con su tío.
En 1967, poco después de cumplir 24 años, decidió dejar su pueblo rural y buscar trabajo en Gdyna, pero nunca llegó. En una escala en Gdansk, donde bajó para conocer la ciudad, se encontró con un conocido que le dijo que estaban tomando operarios en los gigantescos astilleros Lenin, donde trabajaban más de 15.000 personas. Sus conocimientos de electricidad sirvieron para que lo tomaran de inmediato como técnico, con el legajo 61-878.
La compañía era uno de los orgullos del gobierno comunista polaco, que la ponía como ejemplo de trabajo ante el mundo, pero las condiciones de trabajo distaban de ser las mejores: diez horas diarias, seis días a la semana y con pésimas medidas de seguridad para los obreros.
En 1969 Walesa se casó con Danuta Gołoś, con quien tendría ocho hijos, y al año siguiente se incorporó a las luchas sindicales que bregaban por mejorar las condiciones de trabajo y los salarios en el astillero.
Fue miembro del comité ilegal de la huelga de 1970, que fue aplastado a sangre y fuego por la policía antidisturbios, con un saldo de cerca de 80 trabajadores muertos durante la represión. Walesa sobrevivió, pero fue detenido y condenado a un año de cárcel por “comportamiento antisocial”.
Lo volvieron a detener en 1979, cuando conducía, junto a Andrzej Gwiazda y Aleksander Hall, el movimiento clandestino llamado Sindicato Libre de Pomerania, y lo acusaron de desarrollar una organización “anti-estado”. Sin embargo, fue declarado inocente en el juicio y liberado a principios de 1980 con autorización para volver a trabajar en el astillero Lenin.
Ese año comenzaría otra historia.
La gran huelga de Solidaridad
El 2 de julio de 1980 el gobierno polaco anunció aumentos masivos de los precios de la canasta básica -sobre todo en los alimentos-, lo cual desató una ola de huelgas, cuyas consecuencias trascendieron, incluso las fronteras de Polonia.
La de los ferroviarios de Lublin, un punto estratégico en la combinación de trenes para la comunicación con la Unión Soviética, hizo que Leonid Brezhnev llamara al presidente el Consejo de Estado Polaco para que la solucionara. Los astilleros Lenin no se mantuvieron al margen y sus trabajadores organizaron un comité de huelga.
La noche del 31 de julio, la policía militar polaca irrumpió en el pequeño departamento del barrio de Stogi, en Gdansk, donde Lech Walesa vivía con su mujer embarazada y cinco hijos. Lo detuvieron allí y lo metieron en una celda: era una medida preventiva, porque querían evitar que encabezara la movida dentro del astillero.
Lo liberaron pocos días después, con la prohibición expresa de entrar a las instalaciones tomadas por los trabajadores en huelga, pero la noche del 14 de agosto, ayudado por algunos compañeros, escaló los muros del astillero y se puso a la cabeza de la toma y de las protestas.
La huelga se prolongaba sin obtener respuesta de las autoridades, por lo que muchos de los trabajadores que permanecían dentro del astillero plantearon la posibilidad de levantarla. Walesa se opuso y, valiéndose de su ascendencia como dirigente, los convenció de quedarse y participar de la organización del Comité de Coordinación de Huelga, que se preparaba para dirigir y sostener una huelga general en todo el país.
En septiembre, el gobierno comunista finalmente firmó y acordó con el Comité de Coordinación de Huelga permitir la legalización de la organización, pero sin permitir la creación de sindicatos libres.
El Comité de Coordinación de Huelga se legalizó como Comité de Coordinación Nacional del Sindicato Libre Solidaridad, y Wałęsa fue elegido presidente.
La cárcel y el Nobel
Pudo ejercer el cargo apenas un año, porque en diciembre de 1981 el primer ministro Wojciech Jaruzelski declaró la ley marcial y ordenó detenerlo. Walesa estuvo preso 11 meses en una cárcel del sureste del país, cerca de la frontera con la Unión Soviética, hasta que fue liberado el 14 de noviembre de 1982, pero bajo un virtual arresto domiciliario que se prolongaría hasta 1987.
En 1983 pidió volver a trabajar en el astillero en su antiguo puesto de técnico electricista y estaba allí, como simple empleado, sin poder participar del sindicato que había contribuido a crear, cuando le otorgaron el Premio Nobel de la Paz.
Aunque el gobierno se lo permitía, decidió no viajar a recibirlo por temor a que no lo dejaran volver. En su lugar lo recibió su mujer, Danuta, y donó el monto del premio a Solidaridad, cuya dirección estaba exiliada en Bruselas.
Para entonces, Lech Walesa ya era considerado un símbolo de la lucha contra el comunismo, distinción que compartía con otro polaco, elegido papa en 1978, que había adoptado el nombre de Juan Pablo II.
El papa Karol Wojtyla visitó Polonia en junio de 1983 y en la última jornada de su gira por el país tuvo una entrevista privada con Walesa, cuyo contenido nunca trascendió.
“Cuando vino a visitar Polonia, centenares de miles de personas salieron a las calles. Hasta los dirigentes comunistas, que se arrodillaban ante el papa; muchos se habían olvidado de cómo hacer la señal de la cruz, pero se la hacían”, recordaría años después Walesa, al tiempo que volvía a negarse a hablar de su conversación con Wojtyla.
La gloria y el ocaso
Walesa y Wojtyla fueron piezas claves para la lenta implosión del comunismo polaco, con el técnico electrónico del astillero Lenin como cabeza visible, pero informal, de la oposición.
En la segunda mitad de los ‘80, Solidaridad no solo fue un sindicato sino también una plataforma política para disputar poder. Por eso, cuando en 1990 -tras la caída del Muro de Berlín- se convocaron las primeras elecciones libres, Walesa emergió como el candidato natural.
El 9 de diciembre de 1990 ganó las elecciones presidenciales de manera abrumadora, con más del 74 por ciento de los votos en la segunda vuelta, y se convirtió en presidente de Polonia para los siguientes cinco años.
Paradójicamente, su llegada a la cima del poder marcó también el comienzo de su pérdida de prestigio y popularidad. Durante su presidencia, Polonia hizo una rápida transición de un régimen comunista bajo la influencia de la Unión Soviética para convertirse en un país capitalista. Pero la implementación del nuevo sistema no demoró en provocar un enorme descontento popular que golpeó duramente la imagen del presidente, responsable del cierre de empresas estatales -con la consiguiente desocupación- y de un fuerte plan de reajuste monetario y financiero que disparó los precios en un inédito proceso hiperinflacionario.
Al mismo tiempo, Walesa fue acusado de utilizar su posición en el Estado para hacer desaparecer documentos secretos del Ministerio del Interior con información sobre sus actividades en la década de los ‘70 y los ‘80.
Las acusaciones decían que, en la primera de esas décadas, Walesa había sido colaborador del gobierno comunista y que, a partir 1980, se convirtió en agente de los servicios secretos occidentales.
Las elecciones presidenciales de 1995 mostraron la magnitud de su pérdida de popularidad: las perdió con el 48 por ciento de los votos en la segunda vuelta.
Dijo entonces que se retiraría de la política, pero no cumplió y volvió a presentarse como candidato presidencial en el año 2000 con un resultado catastrófico: sumó apenas el 1,01 por ciento de los votos en la primera vuelta electoral.
El aeropuerto y los documentos
Desde entonces su actividad se centró en dar conferencias y participar de misiones de derechos humanos, convertido en una suerte de figura ambivalente del pasado reciente de la política nacional.
Se valoraba su resistencia al comunismo y la contribución a la democratización del país, pero se lo criticaba por el brutal ajuste que implementó durante su gobierno.
En reconocimiento de su pasado más antiguo, el 10 de mayo de 2004 el aeropuerto internacional de Gdańsk fue renombrado oficialmente Aeropuerto de Gdańsk-Lech Wałęsa y ese mismo año también representó a Polonia en los funerales del ex presidente estadounidense Ronald Reagan.
Pero su pasado oscuro volvió a perseguirlo. En 2008 los investigadores Slawomir Cenckiewicz y Piotr Gontarczyk publicaron un trabajo financiado por el Instituto de Memoria Histórica polaco y publicaron un libro que insinuaba la colaboración de Walesa con el régimen comunista y su labor como confidente del Gobierno entre 1970 y 1972, con el nombre clave de “Bolek”.
En la investigación sostenían que durante ese período recibió dinero a cambio de denunciar las actividades de al menos cuarenta compañeros de trabajo en el astillero de Gdansk. La documentación aportada incluye recibos firmados supuestamente de puño y letra por Walesa con su nombre y apodo.
En 2015 esas conclusiones fueron confirmadas con el hallazgo en su domicilio una carpeta con 41 informes firmados por “Bolek” y recibos por un valor total de 11.700 zlotys.
A los 80 años, Lech Walesa trata de mantenerse fuera de las polémicas, convencido de que su nombre está impreso de manera imborrable en la historia polaca del siglo XX.
En una de las últimas entrevistas que concedió, publicada por El Español, dio como ejemplo que el aeropuerto de Gdansk todavía siga llamándose Lech Walesa. “En el momento en que pusieron mi nombre en el aeropuerto de Gdansk, en 2004, estaba sometido a constantes ataques contra mi lucha. Acepté porque caí en la cuenta de que, si accedía, se les haría mucho más complicado borrarme. Y ahora que esa lucha más o menos ha terminado, el nombre permanece”, dijo.