Esta es la historia de un italiano no vidente, que desde el campo, desde el seno de una familia rural humilde conquistó el mundo. Vendió casi 100 millones de discos, agota teatros y estadios en todo el mundo, cantó para tres Papas, en la asunción de Clinton, en un Mundial y en un Juego Olímpico. No debe haber nadie activo que haya hecho tantos duetos con cantantes célebres de nacionalidades (e idiomas) tan disímiles. Algunos de sus compañeros: Pavarotti, Barbra Streisand, Plácido Domingo, José Carreras, Bono, Stevie Wonder, Michael Jackson, Ariana Grande, Christina Aguilera, Marta Sánchez, Eros Ramazzotti, Zucchero, Laura Pausini.
Andrea Bocelli es uno de los artistas populares más queridos y difundidos en el mundo.
La familia Bocelli vivía en Lajatico, un pequeño pueblo rural de la Toscana, cercano a Pisa. En el campo, el padre se dedicaba a vender maquinaria agrícola y a elaborar vinos. Estando embarazada de Andrea, la madre empezó a sufrir de agudo dolores de abdomen. Eran demasiado intensos como para tratarse de contracciones u otra manifestación del embarazo. Al llegar al hospital, los médicos la llevaron directamente al quirófano. Una apendicitis avanzada obligó a la rápida intervención quirúrgica. Apenas despertó de la anestesia, el doctor le dijo que lo más probable era que el hijo por nacer tuviera severas discapacidades; le explicó, entre medias palabras y sobreentendidos, que podía abortar. La mujer no quiso saber nada, ni siquiera consideró la posibilidad.
Andrea nació el 22 de septiembre de 1958, hace 65 años. Debido a un glaucoma congénito nació con severas dificultades en su visión.
Desde muy chico mostró inclinación por la música. En una de sus muchas internaciones de su infancia, Andrea escuchó un aria cantada por una voz que no parecía de este mundo. Provenía de una cama cercana. Le preguntó a sus mamá qué era ese sonido, quería que le explicaran cómo era que se podía cantar así; le parecía inimaginable. Era una grabación del tenor Franco Corelli.
Oriana, la señora que trabajo en la casa familiar de los Bocelli, era una gran cocinera. Cuidaba a Andrea, sentía debilidad por él chico con dificultades para ver, pero que siempre estaba alegre y que conseguía cada cosa que se proponía. Ella fue la que le regaló su primer disco, uno de Franco Corelli, el que escuchó en aquel hospital, el que luego iba a ser su maestro.
Andrea aprendió a tocar varios instrumentos. Piano, guitarra, flauta, saxo, trompeta, hasta la batería. Se refugiaba en la música, y su otra actividad favorita era andar a caballo. Se pasaba la tarde cantando sobre las pistas de los discos que le regalaban y acompañando con su voz la música que salía de la radio. Se presentó a algunos concursos de canto infantiles. Allí solía arrasar con su versión de O Sole Mío y temas que le había escuchado en los discos de Mario Lanza.
A los 12 debió dejar la casa familiar. Fue de internado a un instituto para chicos con dificultades visuales. Allí aprendería Braille y a desenvolverse en la vida. Estaba a 300 kilómetros de su casa, de su familia. Para Andrea ese fue un momento desolador. La soledad, el temor a lo desconocido, el desamparo vapuleándolo cada noche a pesar de estar en un enorme pabellón con 64 camas. Alguna vez dijo que ninguno de sus logros profesionales, que ninguna de sus grandes actuaciones iba a igualar la felicidad que lo habitó cuando regresó a su casa.
A los pocos meses, en medio de una actividad deportiva, un pelotazo pegó en uno de sus ojos. Sufrió un pequeño derrame cerebral y, ya en el hospital, cuando pensaron que sólo se había tratado de un susto, descubrieron que había perdido definitivamente la vista. Ya no podía ver nada.
Durante unos años, estudió con Franco Corelli, el cantante que admiraba, del que Oriana le había regalado el primer disco. En esas lecciones adquirió herramientas técnicas que desconocía. Y, fundamentalmente, una ética de trabajo. Corelli no se compadeció de su ceguera y le dijo que en el mundo profesional nadie lo iba a hacer. Que todo dependía de él, de su capacidad para sacrificarse, para trabajar cada día para ser mejor. Le hizo comprender que además de las cualidades técnicas y la disciplina, un artista para trascender debía poner el corazón sobre el escenario.
A los 18 años comenzó a estudiar abogacía en Pisa. En esa época cantó por primera vez en algunos piano bar y otros locales nocturnos. Sus biógrafos insisten que esas actuaciones tenían como fin juntar plata para pagar sus estudios. Andrea suele agregar: “Y para conocer chicas, algo muy importante para mí en esos años”. El repertorio no era demasiado original. O Sole Mío y otras arias célebres, Love Me Tender de Elvis, baladas, algún standard.
En uno de sus bares, después de un show, conoció a Enrica Cenzatti, la que sería su primera esposa. Tuvieron dos hijos. Se casaron en 1992 y se divorciaron una década después.
El mismo año de su casamiento, le llegó la gran oportunidad de su vida. Zucchero buscaba un tenor para grabar el demo de una canción que había compuesto y quería presentarle al gran divo Luciano Pavarotti. Alguien le habló de Andrea. Hicieron el trabajo y cuando Zuchero le mostró la canción a Pavarotti, éste le dijo que no era necesario grabarla de nuevo, que no necesitaba su voz: “Ya encontraste a tu cantante”. La canción era Miserere. Zuchero, al final, logró convencer a Pavarotti de que la grabara. Hizo un dúo con Bocelli y el tema se convirtió en un hit en Europa. Al año siguiente, Zucchero integró a Bocelli a su gira por el Viejo Continente. Cada vez que aparecía en el escenario, la sala bramaba. Un productor discográfico le ofreció el primer contrato. A partir de ese momento se fue gestando el boom que en poco tiempo, con un par de discos, se propagó por todo el mundo.
Cantó para los últimos tres Papas. La ocasión más emotiva fue la primera vez que lo hizo ante Juan Pablo II, no sólo por ser la inicial. El día anterior había muerto su padre y su madre lo llamó y lo conminó a cantar, a seguir con su misión. Bocelli cantó ante el Papa y una multitud y apenas bajó del escenario se dirigió a su pueblo para despedir a su padre.
Es muy creyente: “Uno es lo que Dios quiere que seamos. Cada uno de nosotros nace con sus virtudes y sus faltas. Nada es casual en este mundo”, dijo en una clara referencia sobre su ceguera. Sin embargo, cuando algún periodista le preguntó cómo hubiera sido su vida si hubiera podido ver, Andrea respondió: “Seguramente también me hubiera dedicado a la música, porque es mi pasión. Pero, indudablemente, todo hubiera sido menos penoso, menos arduo”. Siguiendo sus convicciones religiosas, es un fervoroso opositor al aborto. Desde el escenario suele lanzar proclamas sobre la cuestión. En esas ocasiones narra cómo su madre decidió tenerlo y no seguir el consejo de los médicos.
En 2002 conoció a Verónica Berti, una actriz italiana que se convirtió en su esposa y con la que tuvieron a Virginia de 11 años. Verónica se ha convertido también en su manager.
No todo es triunfo y récords en su trayectoria. Los principales críticos de la música clásica y de la lírica siempre lo fustigaron. Por lo general recibió críticas negativas, que marcan con virulencia sus falencias técnicas. En el New York Times, tras una de sus óperas, escribieron: “El color de su voz es cálido y placentero, pero Bocelli carece de la técnica para sostener y proyectar su sonido. Sus notas se tambalean y las notas altas son dolorosamente débiles. Y además tiene un mal control de su respiración que hace que termine prematuramente las frases”. En el mismo diario, otro crítico, comentando uno de sus discos, la grabación de La Boheme, desliza un elogio al productor del álbum y al ensamble de acompañamiento para deslizar, en comparación, una crítica feroz al tenor italiano: “Su voz ha sido cuidadosamente grabada, para ayudar a empatar las entrenadas voces de los otros miembros del elenco que tienen presencia y suenan completas y contundentes”. Se podría seguir consignando textos de este tenor; han aparecido en las revistas especializadas y en las secciones musicales de los diarios más importantes del mundo a lo largo de tres décadas. Es posible que sean acertadas (son demasiadas y concordantes). Es posible que los conocedores y los amantes del canto lírico opinen lo mismo. Pero Bocelli logró traspasar lo espesa capa que separa a ese mundillo del resto del mundo. Y atrapó a las multitudes, a los que nunca supusieron que se acercarían al género. Su mixtura con el pop, su voz cálida y pasional y, por supuesto su historia de vida, cautivaron a las multitudes. El suyo es uno de los pocos nombres que el público que no suele escuchar a cantantes líricos, conoce. Distingue su voz y, principalmente, compra sus discos y va a sus conciertos.
Andrea Bocelli batió todos los récords de venta posibles. Tiene el disco más vendido de la música clásica por un artista solista, también el del disco de ópera. También monopoliza el podio en esos rankings. Bocelli se convirtió en un fenómeno. Y como tal no se explica desde las virtudes técnicas, ni desde argumentos racionales. Ocurrió y arrasó.
De todas maneras, en algunas entrevistas, Bocelli reconoció que no le alcanza con las multitudes, las presentaciones en todos los grandes eventos posibles, ni el casi centenar de millones de copias vendidas. Un rictus amargo se cincela en su cara cuando le hablan de los especialistas y su falta de reconocimiento hacia su trabajo. Una historia que no es nueva: la insatisfacción del que obtiene éxito comercial y anhela los elogios que derivan en prestigio.
Se han hecho varios documentales sobre su vida y hasta una biopic a cargo de Michael Radford, el director de El Cartero.