Mickey Rourke: del seductor que estuvo con 14 mujeres en una noche al hombre atormentado, violento y autodestructivo

En los 80 se convirtió en sex symbol con la película erótica “Nueve semanas y media”. Después mantuvo relaciones tóxicas en las que mostró su costado abusivo y estrafalario. A los 39 quiso dedicarse al boxeo profesional. Entre los golpes que le deformaron la cara y las cirugías estéticas quedó irreconocible. La historia del actor que lo tenía todo y terminó convertido en una especie de monstruo

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El actor Mickey Rourke en
El actor Mickey Rourke en un evento en teatro Even Summer White Affair en Skybar el 17 de junio de 2022 en West Hollywood, California. (Foto de Paul Archuleta/Getty Images)

Aclaración para lectoras y lectores jóvenes y de mediana edad: a mediados de los 80, mucho antes de que empezara a mutar en un muñeco frankensteiniano, Mickey Rourke era un sex symbol que tenía el mundo a sus pies. Bastó una secuencia de cuatro minutos en Nueve semanas y media, película más cercana al videoclip publicitario que al erotismo puro y duro, para que todos/as quisieran -según la orientación sexual- ser él o tener sexo con él. Y eso que prácticamente no hacía nada. Kim Basinger se le aparecía con un tailleur oscuro detrás de una persiana americana, empezaba a contonearse al son de “You Can Leave Your Hat On” (Puedes dejarte el sombrero puesto), de Joe Cocker, e iba quitándose prenda por prenda. Sentado en el piso, Rourke la miraba comiendo saladitos, encendía un cigarrillo y le hablaba sin que se le escuchara su voz, siempre sonriente. Dominaba la situación con aire sobrador. Era, sin el menor esfuerzo, incluso sin moverse, el centro de atracción de los vaivenes pélvicos del personaje de Basinger y vaya a saberse de cuánta gente más.

Pero, claro, ese yuppie ganador no era él, o no era completamente él. En el interior del verdadero Rourke esperaban su turno desde hacía tiempo, tal vez desde su infancia, los genes autodestructivos. Sin saber este dato, la prensa lo consideraba la gran esperanza de Hollywood. Los Angeles Times lo definía como “un joven león de Hollywood, un actor con la intensidad melancólica del primer Marlon Brando, la electricidad de James Dean y la carga emocional de John Garfield”. Pero Adrian Lyne, director de Nueve semanas y media, iba a dar cuenta del lado oscuro. “Mickey salía mucho en esa etapa de su vida y le costaba conciliar el sueño. Incluso, durante el rodaje puse a alguien en la puerta de su habitación para intentar que no saliera por las noches”. No lo consiguió. Rourke se escapaba, se emborrachaba y trataba de ejercer todos los vicios que estuvieran a su alcance. Por épocas, vivía como un homeless, sin bañarse. Años después, Basinger, coestrella del filme, dijo: “Era como besar a un cenicero”.

Mickey Rourke y Kim Basinger
Mickey Rourke y Kim Basinger en el set de Nueve semanas y media, dirigida por Adrian Lyne. (Photo by Sunset Boulevard/Corbis via Getty Images)

Hacerse a los golpes

Philip Andre Rourke Jr nació el 16 de septiembre de 1952 en Schenectady, Nueva York. Su padre, Philip Andre Rourke Sr, fisicoculturista alcohólico, lo apodó Mickey y no hizo mucho más: abandonó a la familia cuando el chico tenía seis años. Rourke Jr no iba a saber nada de aquel padre ausente hasta poco antes de su muerte, a los 49 años, de una cirrosis galopante. Annette Cameron, su madre, tampoco fue un buen ejemplo de vida. Un año después de que su marido la dejara, se casó con Eugene Addis -un policía de Miami que tenía cinco hijos-, ensambló las familias -ella tenía tres chicos: Mickey, Joey y Patty- y se mudó a Florida. “Mi padrastro solía golpearme duro en la cabeza sólo porque tenía ganas. También le pegaba a mi madre. Yo lo odiaba por eso y por hacer que ella le tuviera miedo”, diría años después Rourke, que nunca formaría una familia ni tendría hijos.

En la adolescencia, para evadirse de aquel hogar violento, comenzó a dedicarse al boxeo en el Boys Club de Miami. Ganó su primera pelea oficial amateur cuando tenía doce años: combatía en la categoría mosca y pesaba 51 kilos. Luego pasó a entrenarse en el 5th Street Gym de Miami Beach. En 1969, siendo aún menor de edad, fue sparring del ex campeón mundial welter Luis Rodríguez, quien se preparaba para enfrentar al campeón mundial Nino Benvenuti (el italiano iba a perder su corona el 7 de noviembre de 1970 contra el argentino Carlos Monzón). En un pelea de entrenamiento, Rodríguez golpeó ferozmente a Rourke, que terminó con conmoción cerebral. En 1971, el futuro actor iba a otra conmoción y además una lesión en un hombro: los médicos le ordenaron que se retirara por un tiempo del boxeo. Cumplió a medias. Hasta que en 1973 paró: su récord era de veintisiete victorias -diecisiete por nocaut- y tres derrotas.

De marginal a estrella

A mediados de los 70, tentado por el mundo de la actuación, se fue a Nueva York a estudiar al Actor ‘s Studio. Allá trabajó en bares de travestis, casas de masajes y puticlubs. Dormía en hoteles de mala muerte o en la calle, donde conoció a todo tipo de personajes marginales.”Muchas veces terminaba sentado en la oficina de Western Union con un montón de lunáticos, esperando los diez dólares mensuales que me mandaba mi abuela. Otras veces tenía mala suerte y comía solamente papas fritas. Llenan mucho. También robaba barras de chocolate en los supermercados. Todo el dinero iba a parar a mis clases de actuación”, le contó a la revista Playboy.

En 1987, el actor estadounidense
En 1987, el actor estadounidense Mickey Rourke protagonizó las películas Barfly, dirigida por Barbet Schroeder, Corazón satánico, de Alan Parker y Homeboy, de Michael Seresin. (Photo by CHRISTOPHE D YVOIRE/Sygma via Getty Images)

A fines de los 70 se mudó a Los Ángeles decidido a dedicarse a la actuación. Al principio, sufrió más nocauts que sobre el ring: lo rechazaron en varios castings. Hasta que, campeón mundial de la perseverancia, en los 80 logró enhebrar papeles en películas como La ley de la calle, de Francis Ford Coppola, y Corazón satánico, de Alan Parker, y Barfly, de Barbet Schroeder.

A comienzos de esa década, conoció en el rodaje de Hardcase a Debra Feuer, actriz con la que se casó en 1981. El matrimonio duró ocho años: comenzó a zozobrar cuando Rourke hizo Nueve semanas y media, película a la que Feuer consideró pornográfica. En realidad, el mayor problema era que su marido, que no se había puesto límites cuando era un desconocido, se convertía en objeto de deseo masivo, tanto de mujeres como de hombres.

Para Debra Feuer, actriz con
Para Debra Feuer, actriz con la que Mickey Rourke se había casado en 1981, la película Nueve semanas y media (foto) era pornográfica (Photo by Sunset Boulevard/Corbis via Getty Images)

“Estaba fuera de control y no pensaba que la fiesta fuera a terminarse”, dijo alguna vez. Otra vez, se jactó de haber tenido sexo con catorce chicas una misma noche, en Londres. Cuando le preguntaron por la cantidad de mujeres con las que había estado en los 80, contestó: “Con suficientes”.

En 1988, tras haber vuelto a trabajar juntos en cine, en la película Homeboy, Feuer y Rourke se separaron por iniciativa de ella. Tiempo después, frente a las cámaras de un programa de TV, con Mickey adelante, dijo que el problema no habían sido las infidelidades: “No nos separamos por las mujeres. Nos separamos por tu alma podrida de ambiciones e inseguridades”.

Simplemente sangre

En 1989, Rourke hizo Orquídea salvaje, un intento de remedar el éxito de Nueve semanas y media, con resultados pésimos. Había pedido que su partenaire fuera la actriz Carré Otis y al menos parece que la pasaron bien durante el rodaje en Río de Janeiro: varias fuentes aseguraron que la pareja tuvo sexo real en algunas escenas. Muy bonito hasta ahí, pero la relación iba a ser compleja: ambos arrastraban pasados traumáticos y turbulentos.

Cuando Carré posó desnuda para el fotógrafo Steven Meisel, de la revista Vanity Fair, Mickey soltó su costado celoso y posesivo: “Ahora todo el mundo puede ver tu culo, pero tu culo es mío”, le gritó a su novia. Luego, tras haber asumido que carecía de título de propiedad, contrató a dos matones e hizo que le dieran una paliza a Meisel. A Otis le llegaron otras propuestas publicitarias, algunas millonarias, pero Rourke la obligó a desecharlas.

Mickey Rourke y la actriz
Mickey Rourke y la actriz Carrie Otis en la fiesta de lanzamiento del Calendario Pirelli en Spencer House el 14 de noviembre de 1995 en Londres, Inglaterra. (Photo by Dave Benett/Getty Images)

Luego compartieron un viaje romántico a México en el que también hubo momentos de tensión extrema que Carré narró en su libro “Beauty Disrupted: A Memoir”. Estaban cenando en un restaurante, cuando ella se dio cuenta de que Rourke tenía una Magnum 357. Le pidió que quitara el arma de su vista y él, para empeorarla, la guardó en la cartera de ella. Al volver a la casa, Carré apoyó su cartera sobre una mesa y la pistola, que no tenía seguro, se disparó: la bala le atravesó el tórax y se alojó en su hombro. Por centímetros, no le había perforado el corazón. “Me estaba ahogando y empecé a gritarle que me ayudara, porque me estaba desangrando. Pero a él le preocupaba más otra cosa, ‘Esto es un horror, limpiá toda esta sangre’, me dijo. Temía que la historia se hiciera pública. Yo estaba en estado de pánico”, escribió Otis.

Violencia y descontrol

El 25 de junio de 1992, cuando estaban distanciados por el episodio del balazo, Otis vio llegar una limusina a su casa de Los Ángeles. El chofer le pidió que se subiera, y lo hizo. La llevó hasta la costa Big Sur: Mickey la esperaba sentado sobre el capó de un auto. Le aseguró que la amaba, que la extrañaba; le mostró un anillo de compromiso y le pidió casamiento. Carré dudó. Rourke fue hasta el auto y sacó una katana: le explicó que la había comprado en Japón y que era un arma blanca para hacerse el harakiri. Ante tamaña demostración de romanticismo demencial, ella le dio el sí. Se casaron al día siguiente en San Francisco. “Teníamos la esperanza de que un trozo de papel curara mágicamente las heridas que habíamos sufrido de manos de otros y también las que nos habíamos infligido a nosotros mismos. Estábamos, triste y predeciblemente, equivocados”.

A pesar del error, y contra todo pronóstico, el matrimonio duró seis años. Seis años con maltratos, abusos y violencia, de parte de él, y adicción a la heroína e intento de suicidio de parte de ella. En 1994 Otis denunció que su marido la había tirado al piso y golpeado, pero luego decidió no presentarse a declarar. “Fue muy difícil salir de ese matrimonio”, admitió. Rourke alternaba arrebatos agresivos con gestos cariñosos y solidarios. Para ayudarla a salir de su adicción a la heroína, no tuvo mejor idea que pegarle al dealer, e ir preso. Finalmente, él y Carré se divorciaron en 1998.

Mickey Rourke y Carrie Otis
Mickey Rourke y Carrie Otis en 2001, un año antes de que se casaran (Photo by Kevin Winter/Getty Images).

Al mal tiempo, mala cara

Para colmo, a comienzos de los 90, después del fracaso de Orquídea salvaje y en el inicio del fracaso con Otis, Rourke decidió dedicarse al boxeo profesional -a los 39 años, edad más adecuada para retirarse- y así completó un eficaz plan de autodemolición.

El combo golpes sobre el ring + cirugías faciales reconstructivas + cirugías reparadoras de las malas cirugías reconstructivas + alcoholismo + consumo de drogas + etc etc hizo que pasara de tener una de las caras más atractivas de Hollywood a parecerse a Chucky, el muñeco maldito. En esa carrera entre deportiva y circense, con Chuck Zito -jefe de los Hell’s Angels, actor ocasional y guardaespaldas de celebridades- como entrenador, Rourke ganó seis peleas y empató dos, ninguna contra rivales serios. Eso sí, por su falta de técnica recibió un castigo brutal: sufrió dos fracturas del tabique nasal, una de pómulo y varias de costillas, y también un corte al medio de la lengua. Las heridas aumentaban porque era sparring de James Toney, quien llegó a ser campeón del mundo.

El actor Mickey Rourke ataca
El actor Mickey Rourke ataca a su oponente Steve Powell durante un cuarto round y resultó vencedor en su primera pelea profesional (Bettman archive)

“La cara me quedó hecha mierda”, admitió Rourke, como después admitiría que recurrió a pésimos cirujanos para que se la reconstruyeran. Los bisturíes le recorrieron el rostro, ya deformado por los golpes, con impericia lindante con la mala praxis. “Me rompieron la nariz dos veces. Tuve cinco rinoplastias y una cirugía en el pómulo roto. Tuvieron que sacarme un cartílago de la oreja para reconstruirme la nariz y hacerme un par de operaciones para raspar el cartílago porque el tejido cicatricial no se estaba curando correctamente. Esa fue una de las operaciones más dolorosas, aunque la peor de todas fue de la hemorroides”, dijo.

Y a pesar de que declaró que todas las cirugías eran para reparar los daños del boxeo (salvo la de hemorroides, suponemos), también se hizo liftings faciales y rellenos labiales. “Los 90 fueron un infierno para mí”, aclaró, aunque no hiciera falta.

Una módica redención

Ya en el siglo XXI, más exactamente en 2008, se sintió otra vez valorado como actor cuando El luchador, de Darren Aronofsky, ganó el Festival de Venecia. Rourke había hecho el protagónico: encarnó a Randy Robinson, un profesional de la lucha libre en decadencia. Luego, el filme le valió un Globo de Oro, un BAFTA y una nominación al Oscar.

Mickey Rourke en El luchador
Mickey Rourke en El luchador

En 2009 estuvo a punto de volver a casarse, con la modelo rusa Elena Kuletskaya, pero la boda no se concretó y el actor cambió de pareja, aunque se mantuvo en el gremio. Su nueva novia, Anastassija Makarenko, también modelo rusa, tenía 33 años menos que él y la voluntad de ayudarlo a salir del fondo del abismo. En ese camino de rehabilitación colaboraron, además, un psiquiatra y un sacerdote católico. Hasta hoy, día en que cumple 71 años, Rourke apuesta a la trinidad conformada por Makarenko, la ciencia y Dios, o lo que exista.

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