Patrick Swayze no era de los hombres que bajan los brazos ante los contratiempos. Cuando en enero del año 2008, en pleno éxito laboral y con 56 años, le diagnosticaron cáncer de páncreas decidió seguir trabajando. No pensó en cambiar sus proyectos porque la línea del final de la vida se hubiera revelado peligrosamente cerca. Se sometió a una agresiva quimioterapia y lo operaron, pero se negó a tomar medicamentos para paliar los dolores. Esos remedios podían menguar su arte escénico y no deseaba que los químicos le quitaran aristas y matices a su actuación como el veterano del FBI Charles Barker en la serie televisiva The Beast (La bestia). La filmación fue un éxito y él pretendió encarar la segunda temporada, pero la salud ya no le alcanzó.
Un día como hoy, hace 14 años, moría Patrick Swayze, aquel joven actor que vestido de negro nos sedujo hasta la locura cadereando en Dirty Dancing (Baile caliente, 1987) y nos arrancó lágrimas desconsoladas en Ghost, la sombra del amor (1990).
Severidad y golpes
Patrick nació en Houston, Texas, el 18 de agosto de 1952. Era el segundo de los cinco hijos (cuatro varones y una mujer) del ingeniero mecánico y jinete de rodeos, Jesse Wayne Swayze, y de la coreógrafa y profesora de baile Patsy Karnes. Vivían en la calle Wakefield, en el barrio Garden Oaks. Tanto él como el resto de sus hermanos concurrieron a la exigente academia de su madre y todos terminaron convirtiéndose en actores y bailarines. Pero su infancia y adolescencia, con unos padres sumamente religiosos y estrictos, no fue para nada placentera. Esto se supo muchísimo tiempo después, incluso luego de su muerte: Patrick había sufrido maltrato físico y psicológico por parte de su perfeccionista madre. Instructora de danza severa, Patsy no tenía piedad con él, tuvo que ser su padre quien frenó las exigencias desmedidas. Amenazó a su mujer con divorciarse si volvía a golpear a su hijo.
Por otro lado, su práctica de ballet le acarreaba muchas burlas por parte de sus compañeros de colegio que lo etiquetaban de “afeminado”. Tanto que Patsy lo anotó en clases de artes marciales para que aprendiera a defenderse.
En esos tiempos, el deporte fue su gran aliado. Patrick era fanático del fútbol americano. Soñaba con destacarse, pero una lesión en una de sus rodillas lo dejó fuera de competencia. De hecho, sufrió cuatro operaciones y una infección, que lo pusieron al filo de perder la pierna.
Luego de la academia de su madre, él continuó en la escuela de baile Harkness de Nueva York y en la Academia Joffrey. De esa época dijo con resentimiento: “Mi madre no creía que alguien se pudiera llamar artista hasta conocer bien los distintos niveles de todas las artes… así que los probé todos”. Y agregó una confesión: “Mis padres solo aceptaban un primer puesto y yo tenía que lograrlo. Pensaba que solo era una máquina y no sabía si había algo dentro de mí que le pudiera interesar a alguien. Tenía problemas de autoestima”.
El único amor
Fue en la academia de baile de Patsy que él conoció a la que sería su esposa para toda su vida: la directora y actriz Lisa Niemi. Se pusieron de novios y un par de años después se casaron. La ceremonia fue el 12 de junio de 1975, en el pequeño jardín de los Swayze en Houston, cuando él tenía 23 años y ella 18.
En 1979 se trasladaron a Los Ángeles para probar suerte. Llegaron con 1500 dólares en el bolsillo. Al comienzo, Patrick trabajó en una planta siderúrgica, luego en una tienda de productos marinos y terminaron poniendo una carpintería. Mientras, intentaba introducirse en el mundo del espectáculo con pequeños papeles.
En 1982 murió su padre, tenía 57 años. Soportó el gran golpe como pudo. Su padre no lo vería brillar. Fue el comienzo de sus sucesivas depresiones.
Un año después fue que Francis Ford Coppola lo convocó para una película junto a Tom Cruise, Rob Lowe y Matt Dillon. Era el empujón que necesitaba.
De ahí en más, todo fue ascenso. En 1985 coprotagonizó la exitosa serie de tevé Norte Sur; en 1987 su single She’s like the wind (Ella es como el viento) fue otro golazo; ese mismo año la rompió con Dirty Dancing (Baile Caliente) y, en 1990, con Ghost, la sombra del amor, junto a Demi Moore. Actuaba, cantaba, bailaba. Era un artista completo y se había convertido en uno de los actores más populares.
En julio de 1991 la revista People lo consideró el hombre más sexy del mundo. Pero él, contrariamente a otras estrellas del cine, solo tenía ojos para su mujer. Durante los años 2000 los éxitos continuaron. Llegó a grabar más de cuarenta películas y compartió cartel con los más famosos de cada tiempo. Lo que tocaba lo convertía en oro.
Detrás de la escena del éxito
Pero mientras el éxito lo acompañaba, las penas también. Su hermana menor Vicky se suicidó con una sobredosis a los 45 años, su mujer perdió un bebé y él tuvo una aparatosa caída de un caballo que se descontroló durante la grabación de Letters from a Killer (Cartas de un asesino). Casi se mata. Impactó contra un roble, lo que le ocasionó fracturas en ambas piernas y otras lesiones que pusieron en riesgo su vida. Estuvo un año fuera de los sets. Como si eso fuera poco un tiempo después la avioneta en la que viajaba tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia luego de llevarse puesta una luminaria.
Para sortear sus tremendos bajones de ánimo, Patrick se refugiaba en el alcohol. Cada vez que tocaba fondo terminaba internado en clínicas de desintoxicación.
En el año 2005, harta, Lisa hizo las valijas y se marchó de su casa. Eso hizo que Patrick se planteara una rehabilitación definitiva. Ella dijo de su gran amor: “Era el mejor hombre sobre el planeta, a menos que tomara una copa. Cuando bebía mucho tenía una personalidad diferente”.
En la vida de Patrick había más sombras que luces.
El último set de la bestia
El 2008 arrancó mal desde el mismísimo brindis de año nuevo. El champagne atravesó los labios de Patrick, se deslizó por su garganta y, cuando aterrizó en su estómago, sintió que le quemaba. Eso no fue todo: cuando fue al baño se dio cuenta de que sus deposiciones no estaban bien. Se miró al espejo que le devolvió una imagen amarillenta. Aparte de eso se sentía bien: “No había nada raro en mí (...)salvo ese ardor”, dijo al recordar esa madrugada. Sin embargo ya llevaba un tiempo perdiendo peso y sufriendo indigestiones.
En pocos días apareció una filosa e impensable palabra en su vida: cáncer.
Tenía un cáncer de páncreas grado IV, muy avanzado. Quedaba poco tiempo. Los números, le dijeron sin anestesia los médicos, auguraban un 5 por ciento de chances de sobrevida. Patrick se aferró a esa paupérrima cifra. Estaba haciendo la serie The Beast (La Bestia) y seguiría adelante.
Quimioterapia y cirugía de emergencia para extirpar parte de su estómago invadido. En ese momento llegó a confesar, ya era marzo de 2008: “Estoy pasando por un infierno. Estoy asustado, enfadado y me pregunto: ‘¿Por qué a mí?’”.
Tenía decidido seguir grabando los trece capítulos de la serie mientras se negaba a tomar paliativos para sus sufrimientos. Lo habían educado con severidad y él reaccionó con la misma exigencia. No se permitiría actuar como un enfermo ni ante la promesa de la muerte.
La bestia era su trabajo. La otra bestia, lo devoraba sin pausa por dentro.
Perder la guerra
Patrick se habría tratado en el prestigioso centro de Palo Alto con sesiones rabiosas de quimioterapia. Pero en noviembre de 2008 corrió el rumor entre los medios de que su cáncer se había extendido y que él se había despedido de sus seres queridos. Él y su mujer lo desmintieron.
Enero del 2009 lo encontró internado por una neumonía. Estaba ya muy débil. En abril, los médicos le comunicaron a Patrick que el cáncer había hecho metástasis en hígado. El 19 de mayo su representante tuvo que salir, otra vez, a desmentir trascendidos sobre su inminente muerte. Patrick, desolado, se explicó muy bien: “La esperanza es algo muy frágil en la vida de cualquiera y la gente que quiero no necesita que se la roben cuando no está justificado…”. Al New York Times le dijo: “¿Cómo conseguís mantener una buena actitud cuando todas las estadísticas te dan por muerto? Vas a trabajar”.
La severidad y exigencia materna volvieron a decir presente una semana antes de su muerte: él y su manager aseguraron que mejoraría. Al borde del abismo, seguía aferrado a la esperanza.
El 14 de septiembre de 2009 su vida se detuvo. Su cuerpo fue incinerado después de su funeral y sus cenizas llevadas a su rancho en el estado de Nuevo México.
Patrick ahora sí era un espíritu como el que había interpretado en Ghost.
El misterio del hijo
En su largo matrimonio, Patrick y Lisa no pudieron engendrar hijos. De hecho, en su memorias The time of my life (El tiempo de mi vida), Patrick expresó que se sentía “aplastado por el dolor” por no haber conseguido tener un hijo con ella. La ilusión de un embarazo de Lisa se había visto frustrada por un aborto espontáneo: “Estaba tan entusiasmado aquel día, tan contento con la perspectiva de ver el latido del corazón de mi bebé… y él había muerto. No pude con eso. Llegamos al estacionamiento y Lisa y yo nos echamos a llorar amargamente”. Cuando alguien le preguntó sobre la posibilidad de adoptar solo sostuvo que Lisa no creía que eso fuera a funcionar.
Bastante después de su muerte se reveló algo desconocido e impactante sobre su vida: Patrick había tenido un hijo a los 21 años fruto de una noche de pasión clandestina con una adolescente llamada Bonnie Kay. Pero ¿había sabido él de la existencia de ese hijo antes de morir? ¿Se lo había ocultado a Lisa porque ya estaban de novios? No se sabe bien.
Lo cierto es que Jason Whittle (conocido ex jugador de fútbol americano, de 48 años, casado y padre de seis chicos) creció sin saber quién era su padre biológico. Recién se enteró cuando su madre Bonnie se lo reveló antes de sucumbir a un cáncer. Su padre era nada menos que un famoso: el actor Patrick Swayze.
No había que buscar demasiado para hallar parecidos. La pasión por el mismo deporte y la misma mirada. La genética delataba la verdad.
Jason no le creyó demasiado a su madre moribunda y se sometió a una prueba de ADN. Resultó que Bonnie había dicho la verdad. Los pormenores del caso se los debo. Todo fue bastante secreto y Jason eligió siempre el anonimato. Pero sí se supo que cuando Jason quiso acercarse a Lisa Niemi, ella se opuso. Negó que su marido hubiera tenido un hijo secreto y que ese hijo pudiera tener derecho a la herencia.
Jason, a pesar de que podría reclamar parte de la fortuna de su padre calculada en unos 400 millones de dólares, se apartó del camino. Habría elegido olvidar el asunto. Aunque aquí también hubo chismes que dijeron otra cosa: que hubo un acuerdo extrajudicial entre las partes. Suena creíble.
De Jason, el heredero de la mirada, solo se sabe que es un gran operador inmobiliario en la zona del Lago Ozark. No haber conocido a su padre, quien fue uno de los actores más conocidos del planeta, es una verdadera paradoja que tiene que enfrentar.
La viuda ¿no tan perfecta?
Lisa (hoy 67 años) después de hacer un documental sobre la vida de su marido (Yo soy Patrick Swayze) continuó como embajadora de causas oncológicas. Tres años después de la muerte de Patrick, en una fiesta encasa de unos amigos, conoció al joyero Albert DePrisco. Se casaron en 2014, en una ceremonia íntima, ante cincuenta invitados.
Sin embargo, no todo lo que se dice de ella es maravilloso. Uno de los amigos de la pareja Swayze le reveló al Daily Mail, en el año 2016, que la viuda había ejercido algún tipo de abuso sobre él a lo largo del matrimonio, incluso estando el actor ya enfermo de cáncer. Ella, por supuesto, lo negó furiosa. ¿Podría ser cierto? Quien sabe, pero su carácter indoblegable quedó expuesto en la confrontación con el hijo póstumo.
Una lástima porque eso no permitió que veamos un happy end con viuda e hijo abrazados para la foto. Seguro que a Patrick le hubiese gustado. Quizá, desde el más allá, se haya enterado de algo. Y si su fantasma de Ghost, el más famoso del cine, muerde el olvido y pasa por acá podríamos preguntarle.
Siempre hay que dejar lugar para la imaginación.