Un western familiar, un melodrama a caballo, toques de humor, pocos tiros, infinitas peripecias. Eran los tiempos en los que se buscaba integrar a diversos universos de público, épocas de una sola televisión por casa, de la familia reunida alrededor del aparato. No había segmentación. Niños y adultos estadounidenses reunidos todos los domingos a las nueve de la noche enfrente al televisor para sintonizar la cadena NBC y ver una hora de la primera serie grabada en color. El 12 de septiembre de 1959 empezó algo que uniría décadas y generaciones, y que concebiría un género propio: el primero de los 431 episodios, ordenados en catorce temporadas, de Bonanza.
Fue elegida por las audiencias de todo el mundo durante muchos años. Sus repeticiones siguieron cautivando al público mucho después de que se filmara su último capítulo. En sus historias había una inocencia, una simpleza, una previsibilidad en la que el público se cobijaba. Se reconocía en esos personajes a pesar de que los personajes estuvieran en una polvorienta Virginia de 1860. Bonanza, a pesar de su ambientación de western, define como pocos títulos de esa época clásica de la televisión lo que era un programa familiar.
El ambiente del western, el aire recio de algunos de los protagonistas y unos tiros eran el anzuelo para los hombres. Para las mujeres se morigeraba la violencia y los conflictos tenían un profundo sentido humanista. No había demasiado espacio para las historias de amor. Cuando lograban colarse, su desarrollo no se extendía en el tiempo. Eran hombres sin mujeres. Las parejas no duraban en la familia Cartwright.
El padre era Ben Cartwright. Un hombre con fortuna personal pero evidente mala suerte: era viudo por triplicado. Y de cada difunta esposa le había quedado un hijo. Tal vez el asunto de la madre diferente (además cada una de ellas era de ascendencia distinta) era lo que habilitaba que las tres personalidades no se asemejaran en nada; eso le brindaba variedad a las historias narradas.
Como líder de familia, él imponía las líneas de acción. Ben era canoso y parecía un hombre grande. Pero el actor, aunque parezca mentira, sólo tenía 44 años al momento del primer capítulo (le llevaba poco más de una década a los que hacían de sus dos hijos más grandes).
El mayor de los hijos era Adam, interpretado por Pernell Robert, un galán serio y poco dúctil. Adam era arquitecto y había construido, gracias a sus conocimientos, la casa de la familia. Roberts, el actor, estaba incómodo con el rotundo éxito del programa. Creía que estaba para más, que su carrera necesitaba de otros desafíos. Luego de seis años dejó Bonanza. Se dedicó al teatro con moderado suceso.
La televisión le dio una segunda oportunidad quince años después. Lideró el elenco de la serie médica Trapper John, M.D., un spin off de M*A*S*H*. Allí ya había asumido su calvicie y no utilizaba el aplique capilar de los tiempos de Bonanza. No era el único del elenco en recurrir al bisoñé; es más, podríamos decir que era una especie de norma no escrita de la que solo escapaba Michael Landon: tanto Lorne Greene como quien encarnaba a Hoss también lo utilizaban. Los westerns no admitían pelados.
Dan Blocker interpretaba al hermano del medio, llamado Eric pero al que todos conocían como Hoss. El segundo de los Cartwright era afable y simpático, tenía un aire algo bobalicón. Un ingenuo gigante con buen corazón. Blocker estuvo trece temporadas. Solo faltó a la última, y no fue por razones contractuales. Mientras la temporada 14 estaba en preproducción, el actor se sometió a una operación de vesícula, pero una complicación cardiovascular en el postoperatorio acabó con su vida.
El hijo menor era Joe. Impetuoso, comprador y atolondrado, su sonrisa lo sacaba de problemas. Michael Landon con 22 años era el más joven del elenco. Así comenzó su carrera como estrella televisiva. Landon consiguió la hazaña de tener enorme éxito en tres programas distintos, Bonanza, La familia Ingalls y Camino al Cielo.
Los actores televisivos no suelen reponerse de un gran suceso, no logran despegarse el personaje que los condujo a ser conocidos y millonarios. Michael Landon, como nadie (quizá solo pueda competirle Ted Danson en este rubro), encadenó tres éxitos consecutivos que lo mantuvieron en los hogares por treinta años ininterrumpidos. Entre el final de una serie y la otra nunca pasó más de un año.
Las cartas dirigidas a Joe escritas por las fans de Bonanza inundaban semanalmente el estudio. Landon aprovechó eso no solo para conseguir un mejor salario. Exigió participar de los guiones y dirigir algunos capítulos. Esa experiencia le serviría para sus siguientes proyectos.
Bonanza como serie familiar debía contentar a públicos muy disímiles. Y lo hacía. Su apuesta era exaltar los valores familiares. Fue el primer western en colores; la fotografía cuidada elevaba los standards a los que la televisión estaba acostumbrada. Encabezó el rating durante años. Y sus reposiciones conocieron el éxito durante décadas en todo el mundo. Su tema era la constante colisión entre el bien y el mal. Cada capítulo presentaba un dilema moral por resolver, o al menos por enfrentar. A veces los planteos argumentales eran básicos y maniqueos. Sin embargo, Bonanza incorporó en esa ficción ambientada en 1860 conflictos que aquejaban a la sociedad de un siglo después. De ese modo, la cuestión racial, las injusticias sociales y los abusos de poder se filtraban en las aventuras de los Cartwright.
Una de las virtudes innegables de la serie es la contundencia de los guionistas para nombrar personas y lugares. Más allá de la sonoridad del nombre de la serie, otro hallazgo es el bautismo de la propiedad de la familia: La Ponderosa. Esa denominación hace referencia a un pino bien angosto y alto que es muy frecuente en el norte de Estados Unidos.
La música tuvo su parte en la leyenda. El leit motiv de la serie es inconfundible. Una guitarra eléctrica que emula un galopar urgente de caballos. Cualquiera puede tararear la música de Bonanza, se fija de inmediato en nuestro cerebro. Una especie de fanfarria del Oeste que nos estimula mientras se nos presentan los Cartwright.
El tema tuvo varias versiones y muchas letras, aunque en los títulos de apertura solo sea instrumental. La más conocida fue la de Johnny Cash. El éxito del programa, además del merchandising con el que lucraron los productores, dejó espacio para que varios aprovecharan. Tal vez la derivación más inesperada sea la que usufructuó Lorne Greene, el que interpretaba al padre. En 1964 sacó un disco en el que cantaba/contaba historias del Oeste. Un típico producto derivado de un programa televisivo. Pero una de sus canciones se independizó y adquirió vida propia. Superó las expectativas y ambiciones de sus creadores. La voz de Lorne Greene, profunda y sólida, narra la historia de Ringo, un desclasado, de fondo la guitarra de Tommy Tedesco y la percusión de Hal Blaine, los dos integrantes más representativos de la Wrecking Crew, el batallón de músicos de sesionistas de Los Ángeles que tocaron en casi todos los éxitos de los sesenta y principios de los setenta. En un año en que el número uno del ranking Billboard fue para I want to hold your hand, Pretty Woman o Baby Love, Lorne Green y Ringo llegaron a la cima del ranking en diciembre. El actor no canta, solo recita su historia y de tanto en tanto aparece un coro masculino detrás que estira grave y solemne el Ringooo, Ringooo. Posiblemente se trate del número uno más bizarro de la música pop luego del quiebre que provocó la aparición de los Beatles.
Que Ringo haya llegado a ser un gran hit grafica el suceso enorme de la serie. Estuvo entre los cinco programas más vistos de la televisión norteamericana durante una década y en tres de esos años fue el más sintonizado. Soportó los cambios de época y la pérdida de uno de sus actores principales. No se resintió su estructura con la salida de Pernell Roberts en 1964. En cambio Bonanza no pudo resistir la muerte de Dan Blocker, el actor que interpretaba a Hoss. Solo duró una temporada más. El interés del público se fue extinguiendo. No soportaron la ausencia del personaje más entrañable.
Hasta ese momento por más que el favor del público se inclinaba por Landon, el protagonismo estaba compartido por los cuatro actores principales. En los títulos de apertura se rotaba capítulo a capítulo quien encabezaba el elenco. Y en el desarrollo argumental, con el correr de los años, el peso recaía en dos de los cuatro Cartwright en cada episodio, sin que el público supiera quién sería el protagonista ese día.
Guy Williams, el Zorro, actuó en cinco capítulos con bastante éxito. Se lo contrató para suplir la anunciada ausencia de Pernell Roberts. Pero este, quizá movido por los celos de la aceptación que tuvo de inmediato el personaje interpretado por Williams (hacía de un primo de los hermanos Cartwright) decidió quedarse un año más en Bonanza. Cuando doce meses después Roberts se fue definitivamente, ya era tarde para traer de vuelta al ex Zorro.
La mayor curiosidad de la serie es que excepto en las primeras temporadas, en las once restantes, en más de trescientos capítulos, los personajes están vestidos siempre exactamente igual. Cada uno tenía una especie de uniforme que no modificaban jamás. El motivo era que de esa manera podían insertar escenas de acción y en las que los caballos tenían protagonismo filmadas con anterioridad. Esas escenas eran las más complejas de rodar, las más caras y las que mayor tiempo insumían. Con esa unidad de vestuario solucionaron un problema de presupuesto.
Todo servía para componer un estilo insignia. La presentación no permite confusión. Se convirtió en un ícono de la televisión: un mapa sepia que se consume bajo el fuego, una música repiqueteante y cuatro hombres que galopan desde el horizonte. El inicio de de un programa que se convertiría en parte de la historia de la televisión y que acompañaría a varias generaciones.
* El artículo original se publicó el 13 de septiembre de 2019.