A fines de abril de 1973, el embajador argentino en Chile invitó al presidente Allende, a algunos de sus ministros y al edecán de turno” (asistió el Edecán Naval y Jefe de la Casa Militar, Arturo Araya Peeters, asesinado el 27 de julio de 1973) a almorzar asado con cuero. Acompañaban al embajador miembros de la Embajada, entre otros los consejeros Gustavo Figueroa y César “Pipe” Márquez. Estaba por comenzar mayo de 1973 y Allende trasuntaba una tranquilidad que sorprendió a los comensales. Así lo reflejo el dueño de casa en su diario personal. La cronología de la tragedia indicaba que sólo en ese mes la Unidad Popular había denunciado una campaña para quebrantar la disciplina militar; habían dinamitado el monumento al “Che” Guevara; superado una huelga de empleados del Ministerio Público; intento de incendiar el diario Última Hora de la UP. En Santiago y otras ciudades se producían diariamente choques callejeros, a causa del proyecto gubernamental de la Escuela Nacional Unificada (ENU). Antes del almuerzo Allende bebió whisky, luego el vino tinto mendocino corrió con generosidad. En un principio la conversación versó sobre todo aquello que es normal tratar en un encuentro diplomático. Fue Allende quien rompió el fuego cuando mirando a los ojos al consejero político de la Embajada, le preguntó: “A ver qué opina nuestro amigo Figueroa: ¿Qué se dice en la calle?”.
El silencio cundió entre los asistentes. Apreciado por muchos, no querido por pocos, Figueroa era uno de esos profesionales que nunca pasan desapercibidos y que no se callan ante una pregunta directa. “‘Presidente, la calle dice que va a haber un golpe militar”, contestó. Al Presidente no le gustó la respuesta. ‘Estaba convencido de que no iba a haber golpe y pareció enojarse’. Después de un corto pero interminable silencio, mirando al joven y movedizo diplomático, Allende replicó: ‘Ustedes, los argentinos ven todo con la óptica argentina, las soluciones en Chile son diferentes a las de la Argentina’”. Era una verdad a medias. Según los procederes de la época a un presidente como Allende los militares argentinos lo hubieran derrocado en menos tiempo. Los chilenos esperaron mucho más. La prescindencia política había sido la norma y romperla significaría un acto de coraje y el fin de una época. Sin embargo, algunos ya habían tomado la decisión. Allende se quedó hasta cerca de las 17 horas y los allí presentes recuerdan que también habló “con admiración” del ex Presidente Balmaceda que se suicidó.
En esos días, la delegación CIA en Chile envió a Washington un cable “secreto” informando que el presidente Allende, durante una reunión con dirigentes de la Unidad Popular había manifestado estar ‘preocupado’ por el clima de tensión que se estaba “creando en el país”. También afirmaba que el gobierno “está recolectando información para determinar si el grupo que planeó la huelga general de octubre de 1972 está también envuelto en preparar acciones similares”.
El desgaste era demasiado pronunciado para un gobierno que, apenas pocos meses antes, había obtenido un poco más del 40% de los votos en las elecciones parlamentarias (marzo de 1973); es decir, más votos de los que había recibido cuando fue elegido el 4 de setiembre de 1970. Como señaló Andrea Lagos en La Tercera, “la hiperinflación, el desabastecimiento, los paros de los camioneros y sindicatos y la dureza de la oposición frontal de la Democracia Cristiana y de la derecha llevaron a estallidos de locura”. El desabastecimiento era gravísimo. No se trataba de la falta de productos sofisticados, no se encontraban ni siquiera los elementos más simples y comunes de una sociedad moderna.
El viernes 29 de junio menos de una docena de tanques del Regimiento Blindado 2 y cerca de 40 efectivos, al mando del teniente coronel Roberto Souper Onfray salían a la calle. Los ciudadanos pensaron que se trataba de un desfile o de un acto de homenaje a su Comandante en Jefe. Los efectivos pasaron por la Alameda, enfilaron después por Mac Iver y llegaron a la casa de gobierno por Moneda. A las 9.01 empezaron a dispararle a La Moneda y al Ministerio de Defensa. Allende se encontraba en esos momentos en su residencia de Tomás Moro y allí se concentraron los dirigentes de la Unidad Popular. Contaban con pocas y confusas noticias por lo que, pensando que el ataque formaba parte de un plan más amplio, el Presidente se dirigió al pueblo por radio solicitándoles que salieran de sus casas ‘con armas o lo que tengan’. Esa misma noche Henry Kissinger informaba a Nixon que ‘Todo indica que el intento de golpe fue un hecho aislado y un esfuerzo pobremente coordinado” Mientras tanto, volvía a reflotarse la idea de que Allende estuviera apoyado por un gabinete militar, una suerte de “bordaberrización a la chilena”. El general Carlos Prats en sus apuntes sostiene que en el gobierno no había “unidad” y que “el Partido Socialista, el MIR y otros grupos no dejan de insistir en que ha llegado el momento de lanzarse a la lucha, al enfrentamiento, para liquidar al régimen capitalista, destruir los órganos ‘burgueses’ de poder e implantar el poder popular, la dictadura de los trabajadores”.
El viernes 6 de julio de 1973, a las 18.30 horas, un grupo de empresarios visitaron a Eduardo Frei, titular del Senado y se le expresó al ex presidente de Chile “la inquietud por el giro que habían tomado los acontecimientos a raíz del “tanquetazo” del viernes 29 de junio, que había originado una toma masiva de industrias”.. “Se le dijo a Frei que el país estaba desintegrándose y que si no se adoptaban urgentes medidas rectificatorias fatalmente se caería en una cruenta dictadura marxista, a la cubana”. Según el Acta de la reunión “Frei oyó en silencio, cabizbajo. Se le veía abrumado. Luego afirmó: “Nada puedo hacer yo, ni el Congreso ni ningún civil. Desgraciadamente, este problema sólo se arregla con fusiles”, de manera que en vez de ir al Congreso debíamos ir a los regimientos. “Les aconsejo plantear crudamente sus aprensiones, las que comparto plenamente, a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, ojalá hoy mismo”.
El 23 de agosto, el general Augusto Pinochet Ugarte fue designado Comandante en Jefe del Ejército. Durante la misma jornada los legisladores con la firma de más de ochenta diputados nacionales y democrata-cristianos (luego se sumaron los senadores) sostienen que “el Presidente ha quebrantado gravemente la Constitución”. Allende respondió a la declaración alegando que estaba destinada “a desprestigiar al país en el extranjero y crear confusión interna” y que exhortar a las fuerzas militares para que “adopten una posición deliberante frente al Poder Ejecutivo (...), es promover el golpe de estado”.
El 30 de agosto el almirante José Toribio Merino llegó a pináculo de su carrera cuando los altos mandos de la Armada, en forma conjunta, exigieron la renuncia del almirante Raúl Montero por considerar que no representaba el pensamiento de la Fuerza. El Comandante en Jefe de la Armada se mantenía en su cargo desde noviembre de 1970. Allende a las pocas horas de conocer la decisión de los mandos navales, rechazó la renuncia de su Comandante en Jefe, dejando a Montero inmerso en una situación indefinida. Era el Comandante sin el apoyo del almirantazgo. No se aceptaba su renuncia, pero Merino reclamaba su liderazgo. Así se llegó al 10 de septiembre.
En su libro de Memorias el almirante Merino cuenta que el 30 de agosto cruzó los alfombrados ambientes de la residencia presidencial de Tomás Moro, pasó los diferentes filtros que imponían los miembros de la custodia del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (colegas del PRT-ERP de Argentina) y entró en el despacho donde lo esperaba de pie el Primer Mandatario. No estaba solo, lo acompañaban los almirantes Montero, Cabezas y Huidobro. Merino adoptó una actitud marcial y esperó que Salvador Allende rompiera el silencio:
--Allende: “Usted se propone ser Comandante en Jefe de la Armada”.
--Merino: “Sí, Excelencia. Aspiro al cargo porque me corresponde según el escalafón, ya que Montero ha presentado su renuncia indeclinable. Por otro lado, es ésa la voluntad de mis oficiales, explícitamente manifestada.”
--Allende: “Si usted ha declarado públicamente que es antimarxista, ¿cómo quiere que lo nombre?”
--Merino: “Me corresponde por derecho el cargo de Almirante en Jefe y lo seré”. Según Merino el diálogo fue más violento. Allende, en un momento le dijo: “¿Entonces quiere decir que estoy en guerra contra la Marina?”.
--Merino: “Sí señor estamos en guerra con usted. La Marina estará en guerra, porque no es comunista y no será nunca comunista, ni los almirantes, no el Consejo Naval, ni ningún marinero…”. La reunión termino sin ninguna decisión y Merino con Huidobro se retiraron.
El sábado 8 de septiembre de 1973 desde Santiago un oficial de la CIA informa a Washington que “la Armada tiene previsto iniciar un movimiento para derrocar al Gobierno de Salvador Allende en Valparaíso a las 8.30 del 10 de septiembre” (como veremos hubo un cambio de fecha) y que la Fuerza Aérea “apoyará la iniciativa después que la Armada dé un paso positivo, como el de ocupar la provincia de Valparaíso”. También se informa que el general Gustavo Leigh había tomado contacto con el general Augusto Pinochet y que éste dijo que el Ejército “no se opondrá a la acción de la Armada” y que la fuente informativa “estima que unidades del Ejército se unirán al golpe de Estado después que la FACH preste su respaldo a la Armada.” En otro cable se relata que “el general Sergio Arellano, golpista clave del Ejército, ha dicho según informes, que está listo para actuar, sugiriendo que ha asegurado el apoyo de los comandantes de tropas de los regimientos más importantes.”
Los informes americanos no reflejaban con exactitud en qué posición estaba Pinochet. El sábado 8 a la noche Arellano va a informarlo al jefe del Ejército a su casa de la situación que se vivía. Le relata que la Armada, la Fuerza Aérea, Carabineros y que amplios sectores del Ejército compartían el movimiento. “Tenemos dos alternativas –le dijo—o los generales con sus comandantes en jefe a la cabeza asumimos nuestra responsabilidad o nos desentendemos y la mayoría de los comandantes de unidades se plegarán por su cuenta a las otras instituciones, ya que la acción se haría de todas maneras el día 11. En un momento del encuentro Pinochet dijo en voz alta: ¡Yo no soy marxista, mierda! Al tiempo que golpeaba el brazo de su sillón.” El domingo 9 el senador Altamirano pronunció por radio un discurso muy violento y a las 16 de ese día el general Leigh llega a la casa de Pinochet y lo informa de lo que va a pasar el martes 11. Entre pocas palabras, el dueño de casa le dijo: “Mira, pero tú sabes que esto nos puede costar la vida” y Leigh le respondió “¡Por supuesto, pero aquí no queda otra cosa que jugarse!” La conversación se corto con la llegada desde Valparaíso del contralmirante Sergio Huidobro, jefe de la Infantería de Marina, con un corto mensaje escrito por Merino que llevaba escondido en sus medias que decía entre otras cosas: “Bajo mi palabra de honor, el día D será el 11 a la hora 06.00…Augusto: Si no pones toda la fuerza de Santiago desde el primer momento, no viviremos para el futuro.”
Pinochet y Leigh firmaron el “conforme” y el jefe del Ejército al día siguiente (lunes 10) reunió a los generales de su mayor confianza y dio las ´´ordenes sobre que lo debían hacer al día siguiente. Faltaban apenas unas horas para el asalto al Palacio de La Moneda y el posterior suicidio de Salvador Allende. De lo que ocurrió en esas horas se ha escrito infinidad de veces. Sin embargo hay algo por conocer que sucedió dos meses más tarde y que no deja de ser importante y llamar la atención. El 13 de noviembre de 1973, el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, pasó la tarde en una villa de Beijing conversando con el primer ministro de China, Chou En Lai. Durante el encuentro se habló de Chile y ambos coincidieron en que el Presidente Allende cayó por sus propios errores. Parte del diálogo:
Chou En Lai: Y respecto a la economía, nosotros le dijimos que se prepararan para las nacionalizaciones, y no lo hicieron. El resultado fue que la producción cayó y le hicieron a la gente demasiadas promesas que no podían cumplirse…
Kissinger: No había organización. No había disciplina. Eso, y la total incompetencia, llevaron al colapso al gobierno. Había demasiadas divisiones entre las facciones. Ellos hicieron todo con entusiasmo y sin preparación.
Chou En Lai: Pero hay un punto positivo en el caso chileno. Por los pasados 200 años no había habido ningún golpe en el país. Entonces puede ser bueno.
Kissinger: ¿Fue bueno que hubiera un golpe militar?
Chou en Lai: Fue bueno. Una mala cosa puede convertirse en un buen logro. Esa es nuestra forma de ver las cosas. Nosotros les dijimos a ellos sobre esto, pero no nos creyeron. Ese tipo de fenómeno fue causado por sí mismo. Nosotros le damos sólo un limitado apoyo a las revoluciones en los países latinoamericanos. Todavía estamos aprendiendo.
Kissinger: Yo espero que no aprenda muy rápido.
Chou en Lai: Usted no debe asustarse. Toma tiempo que la gente se levante. Yo le escribí una carta a Allende, pidiéndole que fuera más despacio. (La carta) sólo abordaba problemas económicos que ameritaban preparación. Ellos no debieron hacer todo de una vez, sino ser graduales. Nosotros creemos que la vida de las personas sólo mejora en base a la producción. Cada vez que uno habla de socialismo se piensa en bienestar. Y mi carta al Presidente Allende fue inútil, porque las palabras de un extranjero no significan nada.