“Yo no sabía de política, sólo la filmaba”, dijo Leni Riefenstahl una y otra vez durante los 58 años que sobrevivió a la caída del nazismo en un vano intento de quitarse de encima el peso de haber sido la mejor propagandista del Tercer Reich.
No era su única fórmula exculpatoria. Solía decir también: “No me detenía a pensar en el efecto de mis imágenes” o “A mí nadie me informó sobre los campos de concentración”. A veinte años de su muerte, a los 101 de vida, el debate sobre su papel en la exaltación del ideario nazi a través del arte sigue siendo objeto de polémica.
Para algunos – benévolos – era una ingenua; para otros, sabía muy bien lo que hacía y para que lo hacía, al punto de calificarla como “la puta de los nazis”.
Lo que nadie discute es que fue una de las mejores y más brillantes cineastas del Siglo XX, y que sus películas “El triunfo de la voluntad”, de 1935, y “Olimpíadas”, de 1938, son dos obras maestras, innovadoras del cine, aún cuando es imposible dejar de verlas como dos sofisticados – y muy eficaces - productos de difusión del ideario nazi y su concepción de “la raza superior”.
En ese sentido, si Albert Speer fue “el arquitecto del Reich”, sin duda Riefenstahl fue su cineasta. Ninguno de los dos, que sobrevivieron largamente a la caída del nazismo, fueron condenados por crímenes de guerra pero ambos quedaron malditos en la memoria alemana. No solo por la cercanía que tuvieron con Adolf Hitler, sino también porque sus obras buscaban inmortalizar una dictadura expansionista que se proponía durar – y dominar el mundo – a lo largo de mil años.
Las películas llevaron a Riefenstahl a ocupar un lugar de privilegio en la geografía cultural del régimen nazi desde antes de la guerra, mientras que otros cineastas de fuste, como Fritz Lang o Robert Wiene, debieron exiliarse, y no para seguir filmado sino para, simplemente, salvar sus vidas.
Pero la vida de la directora de cine preferida de Hitler tuvo también un antes y un después del nazismo. El antes puede contarse como la historia de una joven talentosa y polifacética en permanente ascenso que se distinguía como bailarina, actriz, fotógrafa y cineasta; el después, como la de una mujer que, con su talento intacto, siguió haciendo un cine de excelencia durante décadas, pero ahora sobre temas naturales o antropológicos que le sirvieran – también – para alejarse de su oscuro pasado político.
Fue una misión imposible: cuando murió en Múnich el 8 de septiembre de 2003, a los 101 años, ni el canciller Gerhard Schröder ni el presidente Johannes Rau la despidieron. Solo la ministra de Cultura, Christina Weiss, habló oficialmente sobre su desaparición y recordó, una vez más, el papel que había jugado en el régimen nazi.
Rumbo a la fama
Helene Bertha Amelie Riefenstahl nació en Berlín el 22 de agosto de 1902 y su infancia estuvo atravesada por los proyectos diferentes que sus padres tenían para ella. Él, un empresario de éxito, quería que su hija siguiera sus pasos; la madre, en cambio, apoyó desde el principio la pasión que Leni, como la llamaban en la casa, tuvo por la danza después de asistir a un espectáculo de Blancanieves.
De 1920 a 1923 trabajó como secretaria en la compañía de su padre, donde aprendió a escribir a máquina, taquigrafía y contabilidad, a cambio de que le permitieran tomar clases de pintura, dibujo y danza.
Entre 1920 y 1926 hizo crecer su carrera como bailarina, que incluyó una convocatoria al principal escenario alemán, el Deutsches Theater. Sin embargo, una lesión en la rodilla la obligó a abandonar.
Entonces se volcó al cine, primero como actriz, con papeles protagónicos en seis películas filmadas entre 1930 y 1933. Ya entonces llamaba la atención por su belleza y, sobre todo, por un talento que parecía innato.
Arnold Franck, que la dirigió en “La montaña sagrada”, quedó fascinado con ella: “Cuando vi a Leni Riefenstahl, mi primera impresión fue que era hija de la naturaleza. No era actriz, ni ‘intérprete’. Esta mujer bailaba, así que tenías que escribirle un papel propio de su naturaleza”, escribió.
Cuando Leni le dijo que, además de actuar, estaba interesada en dirigir, le enseñó a manejar la cámara, a usar los lentes y los filtros de color, y después a cortar y editar película.
Debutó como directora en 1932, con “La luz azul”, de la que también fue protagonista. La película fue un éxito: el Consejo Nacional de Crítica de Cine de Nueva York la consideró entre las mejores películas extranjeras y también ganó la Medalla de Plata en el Festival de Cine de Venecia.
Poco después del estreno, un hombre que iba camino al poder vio “La luz azul” en un cine de Berlín. Se llamaba Adolf Hitler, era el líder del partido nazi, y quedó fascinado con la película.
Poco después, Leni y Hitler se conocieron personalmente y el futuro dictador de Alemania le dijo: “Una vez que lleguemos al poder, vas a hacer mis películas”.
Las obras maestras
Transformado en canciller del Reich y, poco después, dueño de la suma del poder en Alemania, Hitler puso a disposición de Riefenstahl todos los recursos financieros, técnicos y humanos que necesitaba para sus obras.
Primero filmó una película de aventuras, “SOS Eisberg”, pero luego se volcó de lleno al género documental con dos películas sobre los congresos nacionalsocialistas en Núremberg de 1934, “La victoria de la fe” y “El triunfo de la voluntad”.
La segunda está considerada como una obra maestra del cine propagandístico, tanto político como comercial. La película rompe con varias normas del documental clásico, pero refleja con gran nitidez los medios utilizados por Hitler para agitar y seducir a las masas.
Riefenstahl muestra el desfile de los miembros del partido al compás de diferentes marchas muy populares de la época, a la vez que reproduce fragmentos de discursos de varios líderes durante el congreso. El foco, por supuesto, está puesto en un Hitler que anuncia que convertirá a Alemania en una potencia mundial.
Bajo sus órdenes, las cámaras presentan por primera vez un congreso político planificado en su totalidad para su difusión mediática. Para eso ha pensado hasta el último de los detalles, al punto de pedirle a Albert Speer el diseño del escenario y la iluminación del lugar donde se realiza el congreso.
“El triunfo de la voluntad” se estrenó el 28 de marzo de 1935 tuvo un enorme éxito local e internacional, con premios en los Festivales de París y de Venecia. Los críticos destacaron su uso de ángulos de filmación y técnicas de montaje nunca vistas.
En 1936, por encargo de Hitler, filmó los Juegos Olímpicos que se realizaban en Berlín y el resultado será “Olimpíadas”, estrenada en 1938, considerada hoy otra de las grandes obras de la historia del cine. Allí, la directora hace una exaltada elegía sobre la belleza estética de los cuerpos atléticos, que se identificaba con el ideal étnico de la raza aria.
En 1941, con trabajadores esclavos del Tercer Reich como extras, rodó otra película, “Tierra baja”, que solo pudo ser estrenada en 1954, luego de una cuidada depuración de su contenido propagandístico.
Para entonces, la cineasta preferida del führer vivía una intensa relación con el primer teniente de la infantería de montaña Peter Jacob, a quien introdujo al círculo de Hitler. En sus memorias, Leni aseguró que nunca se había sentido tan amada, pero la relación terminó abruptamente poco después del final de la guerra.
La pesada mochila nazi
Luego de la rendición de Alemania, su actividad como propagandista del régimen le valió ser sometida a largos interrogatorios, en todos los cuales se mantuvo firme en su postura: no sabía nada de los campos de concentración, había sido una ingenua, pero no cómplice de los nazis.
A partir de entonces, se volcó a un cine que la alejara de ese pasado que le había valido primero la gloria y después la condena social.
En la década de 1960 comenzó a fascinarse por la historia de África y, más concretamente, por las tribus nubias de Sudán. Hizo varios viajes al continente negro para convivir con ellos y realizar un documental y trabajos fotográficos sobre sus rituales y sus costumbres.
El paso del tiempo no le quitó energía. A los 72 años hizo un curso de submarinismo para filmar corales para el documental “Impresiones bajo el agua”, y poco después se tiró en paracaídas para hacer tomas desde el aire. Rodó su último documental cuando tenía 97 años.
Desde hacía décadas estaba en pareja con el camarógrafo Horst Kettner, 42 años más joven que ella. Cuando empezaron su relación, en 1968, Leni tenía 66 años y Horst, 24. Se casaron recién en 2003, poco antes de la muerte de Riefenstahl.
Ni los años ni su obra posterior lograron hacer olvidar el pasado nazi de la cineasta preferida de Hitler. No es errado decir que la persiguió hasta el día de su muerte.
Cuando murió, ese pasado la seguía persiguiendo: enfrentaba un proceso en la fiscalía de Frankfurt acusada de negar el Holocausto y los representantes de las etnias gitanas en Alemania la habían demandado por su posible complicidad en la muerte de más de un centenar de gitanos prisioneros que utilizó como extras en “Tierra baja”.
Cuando la revista alemana Neue Revue la consultó sobre esa acusación, respondió que no recordaba porque, por sus dolores, estaba recibiendo varias dosis diarias de morfina.
“Eso me ha dañado la memoria, todo se me olvida”, dijo.