Es la foto de la muerte. La anatomía del último instante en la vida de un soldado. Fue tomada por un fotógrafo legendario, Robert Capa, que vivió su vida en las trincheras de una Europa desastrada por las guerras, y que tenía un lema al que hizo honor y que hizo escuela: “Si tu foto no es buena, es porque no estabas demasiado cerca”.
La imagen célebre que fotografió Capa, en plena Guerra Civil española, una de las tantas imágenes célebres que tomó, muestra a un miliciano republicano en el momento en que una bala lo atraviesa, al parecer le da en la cabeza, y cae muerto ya acaso antes de caer, brazos abiertos, fusil a punto de dejar su mano ya inerte. Fue, lo es aún, un símbolo del horror de la guerra y, en su momento, se tomó como una alegoría de la “barbarie fascista”: el soldado había sido matado por las tropas sublevadas contra la Segunda República española, dirigidas por Francisco Franco.
Por lo mismo, la foto, conocida como “El soldado caído”, o “La muerte de un miliciano”, fue con los años calificada como falsa, su autor fue acusado de haber “armado” la escena y de haber montado, trucado, los efectos que daban a la imagen un terrible dramatismo; en suma, que todo era una farsa. “El soldado caído” había entrado así en la disputa irreconciliable aún hoy de aquellos dos bandos en pugna. Luego de la Guerra Civil española, Capa fue corresponsal de guerra y un fotógrafo excepcional en la Segunda Guerra sino-japonesa; durante la Segunda Guerra Mundial cubrió los bombardeos nazis a Londres, la Batalla de Inglaterra, las luchas en el Norte de África entre los blindados del mariscal Bernard Montgomery y los Panzer del mariscal Erwin Rommel; retrató la invasión a Italia; casi cae muerto en la Playa Omaha durante la invasión a Normandía en junio de 1944, fotografió la liberación de París en agosto de ese año, cubrió la guerra árabe-israelí de 1948 y la Guerra de Indochina que iba a terminar con el dominio francés en Vietnam. Allí, el 25 de mayo de 1954, pisó una mina terrestre en Thai Binh y murió a los cuarenta años. Dejó un legado de más de setenta mil negativos. La única foto que le fue cuestionada es aquella de la Guerra Civil española.
Esa foto símbolo fue tomada el 5 de septiembre de 1936, hace ochenta y siete años, según quien cuente la historia, en el Cerro Muriano de Córdoba, Andalucía. La instantánea la capturó la Leica de Capa, que tenía entonces veintidós años y usaba dos cámaras para estar lo más cerca posible: la Leica, con película de treinta y cinco milímetros y una Rolleiflex, de negativos cuadrados más grandes. Por los negativos de la foto se conoce la cámara que usó Capa.
Recién en 1975, veintiún años después de la muerte de Capa, toda profesión lleva a cuestas a su terraplanista, el periodista e historiador británico Phillip Knightley afirmó que la famosa foto “El soldado caído” no era una instantánea, sino una foto armada. Lo hizo en su libro The First Casualty: Crimea to Vietnam (La primera baja: de Crimea a Vietnam). Era un título alegórico a la cínica premisa contra la prensa que afirma que en toda guerra la primera baja es la verdad. Knightley citaba a un ya anciano colega británico, O. D. Gallagher, que juraba que Capa le había dicho que la secuencia del miliciano era falsa. Dijo Knightley que le dijo Gallagher que Capa le había dicho: “Un oficial republicano les dijo a varios soldados que fueran con él hacia unas trincheras cercanas para realizar unas maniobras y para ser fotografiados”.
El biógrafo oficial de Capa, Richard Whelan, rebatió esa afirmación. En su libro This is war - Esto es la guerra – Robert Capa en su trabajo, afirma: “La imagen, conocida como la muerte de un soldado republicano, es una de las mejores fotos de guerra que se hayan tomado. El fotógrafo también ha creado un vasto debate. En los últimos años, se ha argumentado que Capa preparó el escenario, lo que me ha llevado a una investigación fantástica durante más de dos décadas. Me he enfrentado al dilema de tratar con una fotografía que se cree es verdadera, pero que no puede demostrarse que sea un documento veraz. No es la fotografía de un hombre que juega a estar muerto después de recibir una bala imaginaria, y tampoco es una fotografía tomada en plena batalla”.
Fue más fuerte la duda. De nada sirvió que el hermano de Capa, Cornell, asegurara que la imagen era verdadera y que el miliciano muerto era Federico Borrell García, un joven anarquista de veinticuatro años. La idea de la imagen falsa perduró, y se amplió con el correr de los años: había sido lanzada, sin sustento, ni bien conocida la foto de Capa, por los miembros de la Falange Nacionalista, enemigos de los republicanos. Incluso surgieron dudas, también sin sustento, sobre el verdadero autor de la foto: tal vez no había sido Capa quien había disparado, sino Gerda Taro, su amante y mano derecha.
Algo más sobre Robert Capa para hacer más accesible este galimatías. Robert Capa era un seudónimo. Su dueño era Endre Erno Friedmann, un húngaro nacido en Budapest en 1913, hijo de una familia judía acomodada en aquel imperio austrohúngaro que estaba a punto de desaparecer al final de la Primera Guerra Mundial. A los dieciséis años, una mujer, Eva Besnyo, le descubrió entre otros mundos el de la fotografía y, al año siguiente, un intelectual socialista húngaro, Lajos Kassák, le sugirió darle a sus fotos un contenido social, además de estético. A los dieciocho años, Friedmann escapó de Hungría, bajo un régimen fascista y se instaló en París. Conoció al fotógrafo David Seymour, un judío polaco nacido como David Szymin y conocido como “Chim”, que le dio trabajo en la revista Regards como reportero gráfico. Le tocó cubrir un discurso de León Trotski en Copenhague y se mezcló entre un grupo de obreros, había que estar cerca de la persona a retratar, y logró una impresionante fotografía del líder soviético, ya caído en desgracia frente al todopoderoso José Stalin.
Es en París donde Friedmann, que todavía no es Robert Capa pero está a punto de serlo, conoce a Gerda Taro, nacida Gerta Pohorylle, que llega casi como una refugiada, en pleno escape del nazismo en ascenso en su tierra natal: había nacido en Stuttgart en 1910. Los dos ligados al comunismo, se enamoran como lo que eran, dos jóvenes apasionados. Whelan cuenta en su biografía de Capa que Endre trabajaba mucho y ganaba bien, pero quería más: estudiaba el mercado. Él y Gerda pusieron en práctica un plan. Cuenta Whelan: “En una carta fechada el 7 de abril, entre el detalle de sus ingresos y la noticia de que a finales de mes iba a trasladarse con Gerda a un hotel mejor, Endre, de pasada, le comentó a su madre: ‘Estoy usando un nuevo nombre en el trabajo. Ahora me hago llamar Robert Capa. Casi se puede decir que he vuelto a nacer, pero esta vez sin causar dolor a nadie’. Gerda y él -sigue Whelan- decidieron inventarse un fotógrafo americano, rico y triunfador, llamado Robert Capa. Endre, que se haría pasar por el ayudante de revelado de Capa, sería en realidad el autor de las fotografías que Gerda enviaría como realizadas por Capa. Si algún editor quisiera conocer a Capa o hablar con él, Gerda inventaría alguna excusa. (…) A pesar de lo que había escrito a su madre, no empezó a presentarse como Capa hasta después del estallido de la Guerra Civil española”.
Gerda era también una excelente fotógrafa y tal vez los dos hayan sido Robert Capa. Pero deducir que la foto “El soldado caído” es de Taro y no de Friedmann es una temeridad.
Gerda murió en plena Guerra Civil de España, en Brunete, el 26 de julio de 1937 cuando, por accidente, la aplastó un tanque republicano. Estaba a punto de cumplir veintisiete años. Del trío de amigos fotógrafos, Seymour también iba a morir en la línea de combate, durante la guerra por el canal de Suez, el 10 de noviembre de 1956, a diez días de cumplir cuarenta y cinco años.
Los detractores de Capa juran que el muerto de la foto de Capa no es el Federico Borrell que fue identificado como tal por el hermano del fotógrafo y por el hermano de Federico, Evaristo Borrell. En 2007 un documental, La sombra del Iceberg, de Hugo Domenech y Raúl Montesinos, muestra que el hombre de la foto de Capa no es Federico, que fue el único soldado republicano que cayó el 5 de septiembre de 1936 en Cerro Muriano. Borrell tenía veinticuatro años y el miliciano de la foto de Capa, según el documental, es un hombre adulto.
¿Quién era Borrell García? Le decían “Taino”, había nacido en enero de 1912, huérfano de padre y joven obrero textil, había ingresado en las Juventudes Libertarias (los libertarios de entonces no son los de hoy) regidas por el anarquismo. Fundó una filial de las Juventudes en Alcoy, Alicante, adonde su madre se había instalado cuando él tenía apenas cinco años. Que Borrell murió ese 5 de septiembre es un hecho. Cómo murió es todavía la incógnita. Un diario anarquista de la época describe su muerte de esta forma: “Taino cayó a las cuatro de la tarde, al ser alcanzado por los disparos del enemigo cuando permanecía oculto detrás de un árbol”. En la foto de Capa no hay árboles. El documental La sombra del Iceberg señala que no hay sangre en las ropas del herido de la foto; y cita el testimonio de un forense que afirma que la postura de ese supuesto herido no es la de alguien que cae al recibir un impacto de bala. Sin embargo esa misma postura, el hombro levemente desplazado del encuadre, con sus piernas flexionadas, el hombro izquierdo echado hacia atrás, la mano derecha a punto de soltar su fusil, el pie derecho despegado del piso, como si un golpe imprevisto hubiese detenido su carrera, siempre fue juzgada como la actitud de alguien que recibe un impacto de bala.
Las imprecisiones de Capa no ayudaron mucho a descubrir lo oculto. Capa sostuvo siempre que la foto había sido tomada en la “Loma de las malagueñas”, en las afueras de Cerro Muriano. Pero sus detractores afirmaron que la foto había sido tomada en Espejo, unos cincuenta kilómetros al sur de Cerro Muriano. Hace unos años, la aparición en México de una valija, con ciento veintiséis rollos expuestos, unas cuatro mil trescientas imágenes de la Guerra Civil española, todos del trío Capa-Taro-Seymour, permitieron establecer a dos expertos, Fernando Penco y Juan Obrero Larrea, que el escenario de la foto es Espejo y no Cerro Muriano. En junio de 2009 quedó certificado que la escena de “El soldado caído” o “La muerte de un miliciano”, fue hecha en un camino público que atraviesa hoy una propiedad privada dedicada al cultivo de olivos. Pero no echa más luz sobre si la foto fue armada por Capa o es una instantánea fantástica de un hombre que siempre estuvo cerca de lo que quería fotografiar.
La ya famosa “maleta mexicana” sembró más dudas. Una serie de imágenes acompañan a la del miliciano, aunque falta un negativo, el de la gran foto de Capa. Una panorámica muestra a los republicanos en lo que parece ser la cima de una colina; algunos expertos creen ver en ella a Borrell, otros afirman que es imposible distinguirlo y una tercera mirada lo ubica entre los milicianos, pero no en la posición en la que lo ven los primeros. Los negativos muestran también el cuerpo de otro republicano caído, con su rifle sobre el pecho y con la mano todavía en su arma. Si es la foto de un muerto, Borrell no fue el único caído esa tarde. Si no es un muerto, ¿qué hacía un soldado tumbado como si hubiese sido abatido por un disparo?
En 2008, en el Centro Barbican de Londres, se abrió una exposición que exhibió todas las fotos conocidas tomadas aquel 5 de septiembre de 1936 por Capa y por su amada Gerda Taro. Fue una obra de recopilación y selección hecha por Richard Whelan, el biógrafo de Capa que había muerto el año anterior. Además de las fotos de la guerra en España, se incluyeron las de la guerra sino-japonesa, las del Día D en Normandía, y cartas y notas del fotógrafo húngaro.
La curadora de la exposición, Kate Rush admitió que la colección pretendía responder a los escépticos que piensan que “La muerte de un miliciano” es una foto armada. “Whelan volvió a los archivos y encontró muchos más negativos de ese momento concreto -explicó Bush-. Desenterró más material que ayudó a contextualizar la imagen del soldado caído”. Entre esos cuarenta negativos desconocidos hasta entonces, se ve al protagonista de la foto de Capa en una colina, cerca del Cerro Muriano, alineado frente a la cámara junto a sus compañeros, al saltar sobre una zanja mientras todos apuntan hacia adelante con sus rifles, en unas tomas que, según Bush sí parecen posadas. La teoría afirma que un francotirador del bando nacional abatió al miliciano de un disparo justo delante de la Leica de Capa. Esas imágenes fueron impugnadas, refutadas y descartadas por quienes sostienen que la foto es una pose. Bush no dudó en 2008: “La imagen es, obviamente, de alguien que muere. No podés fingir esa pose”.
Los dos bandos siguen irreconciliables, ya no republicanos y nacionales españoles, que también, sino quienes creen que la imagen de Capa es real y quienes sostienen que fruto de una foto armada. Lo que permanece inalterable es la fuerza de esa imagen. Tanto, que a pesar de los años da por tierra con un mito tan extendido como dudoso. No es verdad que una imagen vale más que mil palabras. Unas pocas palabritas de Capa sobre esa foto habrían ayudado a desenredar este legendario entuerto.