Tal vez el protagonista de esta historia solo haya querido ser un príncipe y posar en las revistas del corazón junto a su pareja. De lo que no cabe dudas es que Roy Bates fue un romántico, porque su creación, el Principado de Sealand, fue un regalo para su mujer Joan, una modelo publicitaria, reina de fríos carnavales ingleses. El país más pequeño del mundo, donde rara vez viven más de cinco habitantes, cuenta con todos los símbolos una nación: moneda acuñada con la cara de la princesa, bandera, himno y documentación.
Esta micro nación, que jamás fue reconocida por ningún Estado, está situada frente a la costa de Inglaterra, a 12 kilómetros de la verde campiña del condado de Sussex. Sealand, no se asemeja en nada a esas tierras, ya que se levanta sobre una alta plataforma marítima, sostenida por dos cilindros gigantes, en un lugar casi imposible para el ingreso de pasajeros, quienes tienen que hacer uso de unas hamacas controladas por una grúa. Y siempre que el buen tiempo acompañe, porque en el Mar del Norte, las tormentas copiosas y vientos desafiantes son moneda corriente.
El Principado de Sealand no es más que una vieja defensa antiaérea construida en 1942, llamada Roughs Tower, que a lo largo de la Segunda Guerra Mundial alojó a cientos de soldados ingleses y se encuentra fuera de los límites de las aguas continentales de Gran Bretaña. La plataforma, que ocupa solo 550 metros, quedó prácticamente abandonada en 1956, tras la victoria de los aliados contra los nazis.
Ahí aparece en escena Patrick Roy Bates, un ex soldado que había servido durante la Segunda Guerra en Italia y norte de África que había alcanzado un rango mayor. El hombre que se recuperaba de las heridas de guerra -varias quemaduras-, trabajó un tiempo como pescador y más tarde se dedicó a la radiodifusión, junto con su mujer Joan, con quien se había casado en 1949. Juntos montaron una radio pirata, en su embarcación, la Radio Essex. En esas aguas heladas, navegaban otros tantos como ellos, ya que durante la década del sesenta este tipo de radios se habían multiplicado y al ser declaradas ilegales en los intentos del gobierno por erradicarlas, las emisoras se lanzaron al agua para continuar transmitiendo.
Así fue como Roy Bates se encontró de frente con la antigua defensa antiaérea solo para él. Seguramente estaría todo en ruinas, oxidado, pero claramente a él no le importó. Tenía el lugar ideal para montar su estación de radio sin que nadie lo molestara. O eso creía. Fue en vísperas de la Navidad de 1966 cuando decidió instalarse allí y a los pocos meses, cuando entró en vigor la Ley de delitos de radiodifusión marítima, el 2 de septiembre de 1967 declaró la independencia de la plataforma y creó su principado, para hacerle un regalo especial a su bella mujer. Ambos se autoproclamaron como el Príncipe Roy de Sealand y ella en la princesa Joan.
Pero lo que se había convertido en una diversión, un gesto romántico, un acto de autodeterminación, consensuado entre dos, no quedó resumido en una anécdota. Se terminó convirtiendo en una aventura con todos los condimentos de una película de acción. Todo, dentro de ese diminuto lugar llamado Sealand.
Los príncipes se dedicaron a crear símbolos y documentación que respaldara su principado, con una Constitución y leyes que los gobernaran. Se cree que en los años 70, en su máximo apogeo, llegó a alojar a 50 personas. El príncipe también nombró a un primer ministro, Alexander Achenbach que dominado por la ambición asestó un golpe de estado. No lo hizo a punta de pistola, sino con mayor despliegue: contrató mercenarios de Alemania y Países Bajos y ocupó el territorio. El objetivo era instalarse para contrabandear mercadería cómodamente.
El príncipe Roy, que se encontraba en el lugar sin imaginar que sería traicionado por uno de los suyos, fue apresado y trasladado a Países Bajos. Como un héroe de ficción, regresó en helicóptero para recuperar lo suyo con hombres armados y en una calculada maniobra saltaron hacia la plataforma y desarticularon la toma.
La situación derivó en un conflicto diplomático, porque retuvieron a Achenbach, que si bien era un ciudadano sealandés, básicamente era un ciudadano alemán. De manera que el embajador alemán en Inglaterra comenzó a negociar la liberación con el principado, al mismo tiempo que el gobierno inglés se desentendía de la situación, ya que la plataforma estaba fuera de su jurisdicción. Ante la compleja situación, Alemania envió a un diplomático para negociar la liberación. Roy Bates lo dejó libre pero este acto fue para él muy significativo, ya que lo vivió como un reconocimiento de su Estado.
Ese no fue el único incidente. Hubo muchos más que llegaron a las portadas de los tabloides ingleses. En 1968, el hijo de la pareja, Michael, fue acusado de atacar a la armada inglesa con un arma de fuego. Desde Sealand le echaron la culpa a los marines ingleses por haber intentado invadirlos. Y otra vez, un juez se declaró incompetente porque estaban fuera de la jurisdicción.
En 1999 se desató otro escándalo. Esta vez de grandes proporciones. Fue desbaratada en España una red delictiva que operaba internacionalmente con pasaportes diplomáticos emitidos por Sealand. Todo indicaba, según los investigadores, que la venta de pasaportes era una manera de sostener esta micro nación. De mal en peor, no solo documentaron a ladrones de poca monta, sino también a personas involucradas en tráfico de drogas, trata de personas y homicidas. El mismísimo asesino de Gianni Versace, tenía documentos de Sealand. Los Bates se deslindaron del asunto, argumentando que se trataba de falsificaciones.
Con un clima tan hostil para los príncipes Roy y Joan no tardaron mucho en continuar sus vida en la comodidad de sus hogares en Inglaterra. Su hijo Michael, el del arma de fuego, fue quien se quedó al frente con el título de Príncipe Regente. El príncipe Roy acabó sus días en un geriátrico de Essex, enfermo de Alzheimer. Murió el 9 de octubre de 2012. Su princesa, murió cuatro años después, también en un asilo de ancianos. Su ataúd fue cubierto por su familia con una bandera de Sealand.
En la página Web de Sealand hoy es posible convertirse comprar un documento de identidad por 30 libras esterlinas, también títulos nobiliarios, habilitar una cuenta de correo electrónico y elegir combos de merchandising a gusto: hay banderas, tazas, remeras, escudos. Su página invita a unirse a su “comunidad global de individuos unidos en la búsqueda de la libertad, la autodeterminación y la aventura”.