El 31 de agosto de 1997, Diana de Gales y Dodi Al-Fayed se mataron en un accidente en un túnel parisino. El Mercedes en el que intentaban escapar de los paparazzi, un vehículo en pésimas condiciones mecánicas, era manejado por Henri Paul, jefe de seguridad del Hotel Ritz, un hombre adicto al alcohol que pasaba por un hondo cuadro depresivo. Había tomado tres veces más de lo permitido y consumido psicotrópicos. Él también murió en el choque.
Desde el instante trágico en que ocurrió, a las 00.23 del 31 de agosto de 1997, el accidente en el que se mataron Diana de Gales, su pareja Dodi Al-Fayed y el conductor del auto, Henri Paul, fue reconstruido hasta el hartazgo, en loop, como si no dejara de ocurrir. La pareja salió veinte minutos después de la medianoche del Ritz -propiedad de Mohamed Al-Fayed, padre de Dodi- por la puerta trasera del hotel, para evitar a fotógrafos, periodistas y curiosos. Acompañados por el guardaespaldas Trevor Rees-Jones, se subieron a un Mercedes Benz rumbo a un departamento cercano, en la rue Arsene Houssaye. Paul, jefe de seguridad del Ritz, se sentó al volante; Rees-Jones, a su lado; Diana y Dodi, detrás, sin cinturón de seguridad. Tres minutos después, el chofer aceleró e intentó despegarse de unos paparazzi que los perseguían. En el túnel del Alma, el Mercedes rozó el paragolpes trasero de otro auto -que circulaba a 50 km por hora, la velocidad permitida-, zigzagueó, se estrelló contra la columna 13, a su izquierda, giró bruscamente sobre sí, y chocó el muro de la derecha. Paul y Dodi murieron en el acto; Diana agonizaba en el piso del habitáculo, con una grave hemorragia interna y la cara contra el respaldo de Rees-Jones (que iba a ser el único sobreviviente). Horas después murió en el hospital Pitié-Salpetriere. Tenía 36 años.
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Como suele ocurrir ante la muerte imprevista de personajes célebres, el estupor inicial dio paso, con el correr de los días, a una combinación de morbo y especulaciones, incluidas las hipótesis de asesinato. Mohamed Al-Fayed se aferró a una carta publicada por el diario británico “Daily Mirror” y sostuvo que Diana y su hijo habían sido víctimas de una conspiración entre la familia real y los servicios de inteligencia británicos, vinculados, según esta teoría, con el jefe de seguridad del Ritz. ¿El móvil? Que se intentaba de ocultar que Diana estaba embarazada de Dodi: esperaban un hijo musulmán. El dedo acusador del magnate egipcio, ex dueño del equipo londinense Fulham y de las tiendas Harrods, le apuntó también al marido de Isabel II, Felipe, el duque de Edimburgo. Se llegó a investigar la posible existencia de un sicario entre los paparazzi. Pero, a la larga, el índice de las sospechas -no de homicidio sino de irresponsabilidad- terminó señalando a Al-Fayed padre.
Alcohol y antidepresivos
Veinte años después de la tragedia, en 2017, tres periodistas de la revista “Paris Match”, Jean-Michel Caradec’h, Pascal Rostain y Bruno Mouron, pusieron fin a las teorías conspirativas. Tras el análisis minucioso de las 8.000 páginas que tenía la causa judicial, publicaron el libro “Qui a tué Lady Di?” (¿Quién mató a Lady Di?), en el que sostuvieron que las principales causas del accidente habían sido las pésimas condiciones mecánicas del Mercedes S 280 contratado por Al-Fayed y, también, el mal estado psicológico y físico del hombre que lo conducía la noche del accidente fatal, empleado del dueño del Ritz. Se sabía, desde el inicio de las investigaciones, que Henri Paul había tomado durante la cena más del triple de la cantidad de alcohol permitida para manejar. “Además de tener 1,81 gramos de alcohol en sangre (0,50 era el máximo legal), tomaba dos medicamentos por su alcoholismo y tres antidepresivos. No tenía permiso para manejar vehículos de lujo, limousinas, y no tenía derecho a conducir aquel día”, concluyeron.
La historia del Mercedes en el que se mataron Diana, Dodi y Paul era, según los investigadores, otra muestra de imprudencia e incluso de ilegalidad: “Ese vehículo ya había tenido un accidente importante. Esa vez dio varias vueltas de campana y quedó destruido. Después, se obtuvo una autorización para que fuera reconstruido. Pero estaba para chatarra. Nunca debería haber vuelto a circular”, declaró Rostain en la radio RTL. Uno de los históricos choferes del Ritz, Karim Kazi, opinó algo similar: “Yo le había dado aviso a las autoridades del hotel que la dirección del coche no era segura. Empecé a señalar fallas a comienzos de 1997, meses antes del accidente en el que murió Diana de Gales. Para mí, era un auto que no funcionaba bien, no tenía que estar habilitado para circular”.
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La última cena
Durante algún tiempo circuló el dato de que Henri Paul, de 41 años -que en la última foto aparecía aferrado al volante del Mercedes con anteojos y una leve sonrisa-, manejaba a 200 kilómetros por hora al estrellarse. Las pericias indicaron que, en realidad, iba a una velocidad que oscilaba entre 118 y 155 kilómetros por hora: muy por encima de lo permitido en el túnel del Alma. Paul, nacido en Lorient, ciudad portuaria de la región de Bretaña, no era un chofer experto. Tenía, sí, desde los 18 años, licencia como aviador. Incluso, había trabajado como instructor. Después se dedicó a la venta de embarcaciones, en especial yates, hasta que en 1986 consiguió el cargo de subjefe de seguridad en el Ritz gracias al contacto que le hicieron dos amigos. El 30 de junio de 1997 llegó a jefe del área. El ascenso no lo encontraba en su mejor momento: tras haberse separado de su pareja, luchaba contra severos trastornos anímicos y estados cambiantes, agravados por el alcoholismo.
El 31 de agosto a la noche, no debía estar trabajando. Mohamed Al-Fayed le pidió que lo hiciera, que se mantuviera pendiente de las presencias de Diana y Dodi en el Ritz. En cada salida, la pareja era abordada por enjambres de fotógrafos. En la entrada del hotel, montaba guardia un centenar de paparazzi, movileros y curiosos. Paul cenó langosta, a cuenta del hotel, con Rees-Jones. Bebió, además, dos copas de licor anisado, Pastis de Marseille de Ricard, una bebida muy concentrada, combinación de anís, regaliz y plantas aromáticas de la Provenza francesa. No imaginaba que un rato después iba a estar haciendo maniobras temerarias al volante. Si lo imaginaba, no se impuso o no pudo imponerse un límite responsable.
A la medianoche, Dodi decidió irse del hotel. Para eludir y despistar a los que esperaban afuera, decidió que su chofer se saliera -a la vista de los curiosos- en su auto, otro Mercedes, seguido por una Range-Rover. Él y Diana caminaron hasta una salida alternativa y se subieron a un Mercedes S280, patente 688LTV75; la orden fue que el jefe de seguridad del hotel se pusiera al volante. Algo aturdido, Paul no opuso reparos y se acomodó con Rees-Jones en la parte delantera. (Según las primeras informaciones post accidente, el guardaespaldas, que sufrió heridas graves, fue el único que se colocó el cinturón de seguridad, aunque luego se comprobó que ninguno de los cuatro había tomado ese recaudo). A poco de haber arrancado, notaron que el plan para despistar había fallado. Así empezó una especie de persecución al Mercedes, con autos y motos, por las calles parisinas. El recorrido: Avenida Cambon, Plaza de la Concordia, avenidas Course la Reina y Albert I, túnel del Alma.
El coche fúnebre
Paul no tenía licencia para manejar limusinas. En su organismo, el efecto del alcohol se combinaba con el del Prozac, un antidepresivo; el Noctamid, un somnífero; la Tiaprida, un neuroléptico, y el Aotal, fármaco indicado en las terapias de mantenimiento de abstinencia en pacientes alcohólicos. Un rato antes del viaje final, un rato antes de que le ordenaran trasladar en secreto a la pareja célebre, la dirección del Ritz había llamado por teléfono a Jean-François Musa, dueño de la compañía de alquiler de limusinas Étoile, que trabajaba en exclusiva para el hotel. Quedaba un coche libre, estacionado junto al Ritz: el Mercedes S280 negro. Veinte años después, Musa admitiría que ofreció ese auto sin aclarar las fallas mecánicas que tenía. Después del accidente, guardó silencio.
El auto había sido comprado en septiembre de 1994 por Éric Bousquet, un alto ejecutivo publicitario. Tres meses después, fue robado. Lo encontraron en enero de 1995, cerca del aeropuerto parisino de Roissy, cuando estaba a punto de ser convertido en chatarra. Muy chocado, tenía signos de haber dado varias vueltas de campana. Su estado general era lamentable: Bousquet cobró el seguro y lo vendió a un precio irrisorio. Pero alguien reacondicionó el vehículo, que reapareció en 1996, con nueva patente, en la concesionaria Mercedes del boulevard Saint-Marcel. En ese lugar lo compró, en septiembre, Musa. Le dijeron -según él, que luego se declararía estafado- que no tenía más de 11.000 kilómetros, que estaba bien cuidado, que había sido del presidente de Mercedes Benz. Su dueño tuvo que repararlo varias veces; la última, en mayo de 1997.
Conclusiones de expertos
El sitio especializado Car and Driver evaluó que, más allá de las sustancias que hubiera consumido la noche del accidente, Paul no estaba “debidamente adiestrado para una conducción de seguridad y menos aun para maniobras complejas a gran velocidad”. Y brindó un detallado informe sobre el Mercedes en el que se mató Diana de Gales. “El coche en que viajaba era un Mercedes S 280 de 1994, uno de los más seguros de su época, ya que, a partir de 1991, cada nuevo modelo S era pionero en la incorporación de sistemas de seguridad. Iba a introducir innovaciones como los airbags laterales para las plazas delanteras, el sistema de ayuda a la frenada de emergencia o el control de estabilidad ESP. Desgraciadamente, estos tres dispositivos no estaban incluidos en el modelo en el que se mató la Princesa de Gales, ya que se incorporaron a partir de 1995″.
Y agregó: “En cualquier caso, el Mercedes S 280 era, en aquel tiempo, uno de los vehículos más seguros, por no decir el más seguro, de aquella época. En las fotos posteriores al accidente, el auto aparece completamente deshecho, pero lo cierto es que aguantó un tremendo impacto contra el pilar de hormigón. El mal estado que vemos de la zona del habitáculo se debe, en parte, a los trabajos de los bomberos y los servicios de emergencia para ‘recortar’ el techo y otras partes de la carrocería para sacar a los ocupantes. Las puertas están casi enteras, lo que demuestra que el habitáculo soportó bastante bien el impacto. La prueba es que el ocupante del asiento del acompañante sobrevivió”.
Tras el accidente que lo hizo famoso de un modo póstumo y negativo, se estableció que Paul tenía cuentas bancarias por 152.400 francos (aproximadamente 152.000 euros) y que llevaba 1.900 francos (290 euros) encima al morir. La primera cifra alimentó teorías, más mediáticas que judiciales, de que era informante de la DGSE francesa, del M16 e incluso del Mossad, servicio de inteligencia israelí. Se llegó a evaluar, incluso, la posibilidad de que les hubiera vendido información a los paparazzi. Las investigaciones, la realidad y el paso del tiempo desbarataron esas hipótesis y otras. Henri Paul, en definitiva, fue el responsable involuntario de las muertes de Ladi Di, de Dodi Al-Fayed y de la propia.
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