Cuando se trata de asesinos en serie, los perfiladores criminales tienen una teoría que la realidad ha confirmado una y otra vez: más allá de las singularidades de cada uno, casi todos ellos, salvo raras excepciones, se “especializa” en algún tipo de víctima.
John Wayne Gacy, “el payaso asesino”, elegía adolescentes; la mexicana Juana Barraza se dedicaba a mujeres mayores, lo que le valió el apodo de “la mataviejitas”; Robert Hansen, “el carnicero panadero”, secuestraba trabajadoras sexuales, las llevaba al medio de un bosque donde las liberaba para “cazarlas” como si fueran animales; Jeffrey Dahmer, “el caníbal de Milwaukee”, ponía la mira en los jóvenes gay; Peter Sutclife, “el sepulturero que escuchaba a dios”, mataba exclusivamente a mujeres; Dean Arnold Corll, “Candyman”, secuestraba y asesinaba a niños a los que engañaba con golosinas.
Son apenas unos pocos nombres dentro de una lista que podría incluir decenas de casos sin agotarse.
El brasileño Pedro Rodrigues Filho, “Pedrinho matador”, con 71 asesinatos comprobados y más de cien confesados, no es una excepción, pero sí un caso casi único en ese sentido: se dedicaba a matar criminales, o a quienes consideraba que lo eran, y por eso la mayor parte de sus ataques los cometió en la cárcel donde purgaba sus condenas por los asesinatos que había perpetrado en la calle.
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Decía que mataba por “placer y venganza”, y si eso lo hizo conocido, alcanzó una fama mucho mayor cuando al salir en libertad se convirtió en uno de los youtuber más populares en Brasil, con más de 184 mil seguidores.
Era a lo que se dedicaba cuando lo cosieron a balazos frente a la casa de su hermana en Ponte Grande, en los suburbios de San Pablo.
Golpeado antes de nacer
Pedro Rodrigues Filho había nacido el 17 de junio de 1954, en Santa Rita de Sapucaí, Minas Gerais, y no le tocó llegar al mundo en una familia feliz. Lo pudo comprobar incluso antes de nacer, cuando su padre le pegó una patada en el vientre a su madre, lo que derivó en que naciera con una lesión en el cráneo que, según algunos especialistas, lo marcó para toda la vida.
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La teoría – que no todos los que lo examinaron comparten – sostiene que la lesión causada por el golpe afectó a las áreas cerebrales asociadas con la empatía y la reacción a los estímulos externos. Eso, sumado a la violencia constante que soportó durante su infancia por parte de su padre creó las condiciones para que se convirtiera en un asesino serial.
Cierto o no, Pedro empezó a matar apenas salió de la niñez. Tenía 14 años cuando su padre, que trabajaba como vigilante en una escuela estatal, fue despedido después de que lo acusaran falsamente de robar raciones de los desayunos escolares que proveía el gobierno del municipio.
Aunque Pedrinho odiaba a su padre, el despido lo afectó porque significaba menos ingresos para su familia, que ya tenía dificultades para comer. Eso era totalmente entendible, pero la reacción que tuvo, no.
Robó una escopeta que su abuelo guardaba en un armario, la ocultó bajo sus ropas y se apostó cerca de la puerta de la alcaldía. Allí esperó a que saliera el vicealcalde – cuyo crimen había sido firmar el despido de su padre – y le disparó.
Tuvo suerte y pudo escapar, pero en lugar de correr a esconderse se dirigió a la casa del empleado que había acusado a su padre y se lo cargó con otros dos disparos de escopeta. Entonces sí huyó.
Escalada criminal
No se fue muy lejos, porque San Pablo es una megalópolis donde capturar a un criminal es casi tan difícil como encontrar una aguja en un pajar. Eligió para esconderse el barrio Mogi das Cruzes, en las afueras de la ciudad, donde se tomó el crimen como un trabajo.
Para las muertes siguió la misma línea, sus víctimas eran personas a las que consideraba criminales o culpables de algo – como el vicealcalde y el acusador falso -, principalmente narcos de la zona, a los que también les robaba las drogas para venderlas por cuenta propia.
Además de matar con frialdad extrema, empezó a mostrar cierta habilidad para los negocios. A los 16 años se puso en pareja con la viuda de una de sus víctimas y se apropió de su negocio de venta de drogas. Para acrecentarlo, no tuvo reparos en matar a cualquiera que quisiera hacerle competencia.
Con el negocio consolidado, abandonó a la mujer para irse a vivir con una – mucho más joven – de la que se había enamorado. Se llamaba María Aparecida Olimpia y Pedrinho no imaginó que, al mostrarse abiertamente con ella, la transformaba en un blanco para sus rivales en el negocio.
Cuando la mató un narcotraficante enemigo, María Aparecida estaba embarazada. Pedrinho encontró su cuerpo cuando volvió a la casa que compartían. La habían torturado y mutilado antes de matarla.
Tuvo paciencia para tomarse revancha. Esperó una fiesta de la familia del asesino – el casamiento de una hermana – e irrumpió con cuatro amigos a los balazos en el salón. Asesinaron al culpable y a otras seis personas, y dejaron heridas de bala a otras dieciséis.
Unos días después, sumó un muerto más a la lista: el novio de una de sus primas. El muchacho tuvo la mala idea de abandonarla cuando la chica le anunció que estaba embarazada y Pedrinho se cobró la afrenta con cinco balas en su cuerpo.
Para entonces, Pedrinho no había cumplido todavía los 18 años, pero sus víctimas ya se contaban por decenas. Era el asesino en serie más temido de San Pablo y lo apodaban “matador”.
El padre, a cuchillo en la cárcel
Aunque por razones de seguridad el asesino serial tenía pocos encuentros con su familia, no dejaba de preocuparse por ella, sobre todo por su madre, a la que adoraba y consideraba víctima de los maltratos de su padre.
Lo que Pedrinho no imaginó fue que el padre la mataría y de la peor manera: primero la acuchilló hasta que dejó de respirar y después la descuartizó con un machete. Con el cadáver de la víctima en medio de un charco de sangre esperó la llegada de la policía. Ni siquiera intentó escapar.
Si la especialidad de Pedrinho era matar criminales, después del asesinato de su madre para él no había peor criminal que su propio padre. Su corazón reclamaba venganza y los muros de la cárcel donde tenían encerrado al hombre no iban a ser un obstáculo para que la consumara.
Las cárceles de Brasil en la década de los 70 eran verdaderas ciudades donde el hacinamiento de los presos competía con la falta de control. De modo que un criminal buscado pudiese visitar a otro que estaba encerrado distaba mucho de ser una misión imposible.
Usando contactos, Pedrinho logró que le permitieran entrar para ver a su padre. Apenas estuvo frente a él, sacó un cuchillo de entre sus ropas y lo acuchilló 22 veces, hasta matarlo. Y no solo eso: antes de que nadie reaccionara, le abrió el pecho, le sacó el corazón y le pegó un mordisco.
La venganza resultó exitosa, pero le costó cara, porque no pudo salir como había entrado y lo detuvieron.
Eso le quitó la libertad, pero no la posibilidad de seguir matando.
Raid detrás de las rejas
Pedro Rodrigues Filho fue detenido por el asesinato de su padre el 24 de mayo de 1973 y ese mismo día dispusieron su traslado desde esa cárcel a otra, para protegerlo de la venganza de otros presos, amigos de la víctima.
Lo encerraron en la parte de atrás de un camión de traslado, junto con otros dos presos, un ladrón y un violador. Cuando el vehículo llegó a destino y los guardiacárceles abrieron la puerta encontraron al violador muerto. “Pedrinho matador” lo había estrangulado durante el viaje ante la mirada aterrorizada del otro preso.
Fue apenas el principio. Entre 1973 y 2003, asesinó a 46 reclusos más, durante los recreos en el patio o en las celdas donde convivían hacinados con él. Allí no tenía problemas en elegir a sus víctimas, porque todos eran criminales, aunque a la hora de buscar sus blancos prefería a los violadores y a los asesinos.
Se transformó en el preso más odiado – y a la vez temido – de las prisiones por las que pasó. En una ocasión, casi se transforma en víctima, cuando un grupo de reos lo emboscó para matarlo y así dormir más tranquilos, sin temor a que Pedrinho los matara a ellos.
El ataque fue desastroso: Rodrigues no solo escapó, sino que en la escaramuza dejó muertos a tres de sus atacantes e hirió a los otros dos.
Para 2003, pese a todas esas muertes, estaba en condiciones de ser liberado, porque la ley brasileña pone como treinta años el máximo de encierro, cualquiera sea la condena. Sin embargo, como tenía otros procesos en curso, demoró cuatro años más en salir.
Finalmente fue liberado el 24 de abril de 2007, pero volvieron a encerrarlo el 15 de septiembre de 2011, al terminar el juicio por los asesinatos cometidos en prisión. La condena fue de 128 años y más tarde aumentó a 400.
De asesino a youtuber
Parecía que moriría entre rejas, pero no fue así. Un nuevo recurso legal le permitió salir en libertad en 2018.
Quizás porque supo que no toleraría volver a la cárcel, Pedrinho matador dejó de matar, o por lo menos no se le adjudicaron nuevos crímenes.
El consejo de un amigo pudo haber sido decisivo para su cambio de comportamiento. Le propuso que abriera un canal de youtube donde, utilizando su experiencia como asesino en serie, analizara los crímenes más resonantes del país. También contaba pormenorizadamente sus propios asesinatos y aconsejaba a los jóvenes para que no se convirtieran en criminales.
La idea fue un éxito, en pocos meses el canal llegó a tener casi doscientos mil suscriptores y lo convirtió en un personaje mediático a quien los periodistas especializados en policiales entrevistaban para pedirle opinión sobre los casos.
La vida de Pedro Rodrigues Filho parecía reencauzada de manera definitiva, pero el asesino en serie retirado no contaba con los enemigos que había dejado a lo largo de su extenso recorrido criminal.
El domingo 5 de marzo de este año, a las 10 de la mañana, salió de la casa de su hermana en Mogi das Cruzes, en los suburbios paulistas, sin notar que lo esperaban dos hombres encapuchados en un auto.
Seis balazos a quemarropa acabaron con la vida del mayor asesino en serie de la historia de Brasil. Tenía 68 años, había pasado 42 en la cárcel y cargaba con más de cien muertos sobre sus espaldas.
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