Debía ser una fiesta. Un acontecimiento colorido que pondría a Cleveland, la segunda ciudad en importancia del estado de Ohio, en las noticias del mundo. Y, no era menor, que inscribiría su nombre en las páginas del Libro Guinness de los Récords. Soltarían al aire, para que subieran hasta perderse en el cielo, 2,2 millones de globos de colores inflados con helio. Así, lograrían batir el récord que hasta ese momento ostentaba Anaheim, con 1 millón de globos lanzados para celebrar los 30 años de la inauguración de Disneyland California. La ocurrencia fue de los ejecutivos de una organización benéfica llamada United Way, que aún existe bajo el nombre de United Way of Greater Cleveland, dedicada a la filantropía y a movilizar y capacitar a los residentes de esa ciudad para romper el ciclo de la pobreza. Y llamaron al evento, pomposamente, Balloonfest ‘86.
Por lo general, el Libro Guinness de los Récords es un compendio de logros bizarros. Hoy, cuando cualquier ridiculez que hombres y mujeres llevan a cabo puede viralizarse a través de Tik Tok o Youtube, quizás la idea de plasmar en un anuario “proezas” como la paella más grande del mundo, romper sandías con la cabeza, las uñas más largas (cuya poseedora ¡se las acaba de romper en un accidente de autos!) o el beso más prolongado (recientemente desactivado por la organización de récords), puede parecer obsoleta. Pero así era en 1986, cuando la ciudad de Cleveland se dispuso a ganar esa dudosa medalla. Y los globos son toda una categoría: existen desde la escultura de un dinosaurio hecha con más globos, o la frase más larga escrita con ellos, entre otros.
Para no errar el tiro, contrataron a un hombre con experiencia llamado Treb Heining, conocido como “El Rey del Confetti”, dueño de Balloonart by Treb, ubicada en Los Ángeles. Además de organizar lluvias de papel y globos para varios Super Bowl, fue el encargado del cotillón del bicentenario de la presidencia de George Washington, el de la Constitución de los Estados Unidos, convenciones políticas y los Juegos Olímpicos de 1984 en Los Ángeles. Para esta ocasión, Heining llamó a otro experto, Tom Holowach, dedicado a la logística de eventos especiales desde 1978. La primera vez que habían trabajado juntos fue para las ceremonias de Apertura y Clausura de Los Ángeles ‘84. En esa ocasión, diseñaron anillos olímpicos hechos de cientos de globos, que luego formaban la palabra “Bienvenidos” y eran soltados por porristas. La última colaboración entre ambos fue para el récord en Disney que ahora querían arrebatar a nombre de Cleveland. Esa vez pergeñaron la manera de inflar un millón de globos, meterlos en bolsas con mil en cada una y soltarlos de forma organizada. Cleveland, como vemos, no improvisó. Llamó a los mejores en su rubro. Pero todo puede fallar. Y falló.
Holowach fue designado como Director del Proyecto. Comenzó a trabajar en él seis meses antes del lanzamiento. Y el último mes se mudó a la ciudad. Todo parecía salir según lo planeado. Diseñó una estructura de tres pisos que, para no ser arrastrada por los globos, pesaba 20 toneladas y ocupaba un perímetro de 76 metros por 46 dentro de las cuatro hectáreas de la plaza Public Square, epicentro de las celebraciones de Cleveland desde 1796. Para evitar que los globos escaparan, colocaron una red de una sola pieza fabricada por la misma empresa que construía las redes de carga del transbordador espacial. Fue Holowach quien decidió, para preservar la seguridad del evento, que en lugar de 2,2 millones de globos soltarían solo 1,5 millones. De todas maneras, el récord estaría asegurado.
Cleveland no suele disfrutar de grandes triunfos deportivos. Los Indians, el emblema de su béisbol, obtuvieron solo dos Series Mundiales, la última en 1948. Los Cavaliers, su equipo en la NBA, recién obtuvo su primer título en la temporada 2015-2016, con LeBron James como estandarte. Además, tenía fama de ser una de las ciudades con más contaminación: en 14 ocasiones, el río Cuyahoga se había prendido fuego (literalmente) al quemar los desechos industriales que les arrojaban las industrias ribereñas. Pero era 1986, y había que hacer algo grandioso para motivar a la ciudad. Y a sus jóvenes. La idea de United Way era integrarlos en la celebración como voluntarios. No solo para este evento, sino también para el futuro. Les dieron globos fabricados especialmente por la famosa fábrica Willard para vender a un dólar cada dos y recaudar fondos. Los chicos, en su mayoría de escuelas secundarias, recaudaron 220 mil dólares, que no alcanzaron para cubrir el costo de la ceremonia, calculado en medio millón de esa moneda.
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El 27 de septiembre de 1986, en los alrededores de la Plaza Pública no cabía un alma. Para recordar la última vez que se había reunido tanta gente habría que retroceder cuatro décadas, cuando se homenajeó a los soldados que regresaban del frente en la Segunda Guerra Mundial. La noche anterior al lanzamiento, se desató sobre Cleveland una furiosa tormenta. Una lluvia copiosa y vientos de hasta 80 kilómetros por hora presagiaban que al día siguiente, sábado, las cosas se podían complicar para la suelta de globos. Catorce eventos deportivos fueron suspendidos por el temporal. Pero para bien del espectáculo de United Way, y para mal de sus consecuencias, no duró demasiado. Solo se perdieron algunos globos. El sábado, el clima estaba un poco mejor, aunque el cielo permanecía nublado. En la madrugada, y dentro de la estructura, los 2.500 voluntarios comenzaron a inflar los globos. Sentados en sillas plegables, cada uno tenía un inflador atado con cierres que estaban conectados a unos tubos que salían de un semirremolque lleno de helio. Para amenizar la tediosa tarea, instalaron parlantes de donde salía música y les daban comida.
Una hora antes del evento, comenzó a llover nuevamente. La alerta meteorológica se había cumplido, y un fuerte viento movía la red con fuerza. Contra el sentido común, a nadie se le ocurrió detener la suelta de globos. Y si alguien quiso parar todo y dejarlo para otro día, no lo escucharon. Más bien, la gente de United Way apuró el plan para ganarle a la tormenta. A las 13.50 horas se dio la señal: como fieras saliendo de una jaula, casi 1,5 millones de globos se elevaron desde la plaza y cubrieron al Terminal Tower, un rascacielos de 53 pisos y 235 metros de altura ubicado junto a Public Square.
El espectáculo, a pesar del clima, era fantástico. Los niños abrían los ojos, incrédulos y felices. Los mayores volvían a ser niños y miraban extasiados. Los primeros minutos transcurrieron según lo planeado. Las fotografías tomadas ese día son una maravilla. Ahora Cleveland estamparía su nombre en el Libro Guinness de los Récords. Era un orgullo para la ciudad. Cumpliría su propósito de convertirse en un lugar “cool”. Hoy, el evento es algo que todos sus habitantes querrían olvidar. O mejor: desearían que a nadie se le hubiera ocurrido semejante insensatez.
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El cielo encapotado, las nubes bajas, la lluvia y el viento no ayudaron a cumplir el objetivo de que los globos se perdieran en el cielo más allá de la vista. Más bien, como lo indica la Ley de Gravedad, subieron… y bajaron. El temporal los arrastró hacia el norte, y la lluvia los llevó hacia el lago Erie. El problema sobrevino cuando los globos cayeron, aún inflados, sobre la ciudad y sus alrededores. Primero se produjo un caos de tránsito, con choques múltiples en la Shoreway, la autopista costera, donde debido a los globos o a la distracción de los conductores, diez automóviles colisionaron. El aeropuerto Burke Lakefront también se vio afectado y tuvo que cerrar debido a la presencia de globos en la pista. Los globos llegaron hasta el Parque Rondeau, en Ontario, Canadá. Luego hubo algunos episodios aislados hasta a 60 kilómetros del lugar de lanzamiento, como la caída de globos en la granja de Louise Nowalkowski, cuyo preciado caballo árabe se asustó y sufrió heridas irreparables al golpear la cerca. La mujer demandó a United Way por 100 mil dólares y llegó a un acuerdo extrajudicial. Todas estas noticias, que comenzaron a llegar a lo largo de las horas, hicieron que los funcionarios de United Way se llevaran las manos a la cabeza.
Pero nada se asemejó a la tragedia ocurrida en el Lago Erie. La noche anterior a la suelta de globos, a las siete de la tarde, una hora y media antes del temporal, dos hombres salieron a pescar en bote. Eran los amigos Bernard Sulzer, de 39 años; y Raymond Broderick, de 40. Planeaban regresar a medianoche, pero no lo hicieron. En la mañana del sábado, sus familiares denunciaron la desaparición. Los guardacostas salieron al rescate. Poco antes de la suelta de globos hallaron la embarcación cerca de una escollera, con el equipo de pesca a bordo. Solo faltaban el motor y el tanque de gasolina. Cerca de ella flotaban dos chalecos salvavidas y un par de zapatillas. La presunción era que habían intentado nadar hasta la escollera.
La búsqueda continuó con helicópteros y lanchas costeras, pero entonces empezó otra vez la tormenta, y del cielo comenzaron a llover los globos. Como dijo uno de los oficiales que encabezó el rastreo, sobre el agua les era imposible distinguir si lo que veían eran globos o cabezas. El 29 de agosto se suspendió la búsqueda. El cadáver de Broderick fue localizado una semana después, cerca del puerto de Edgewater. Al de Sulzer lo hallaron el 12 de octubre en el mismo lugar. La esposa de Broderick también demandó a United Way por 3.200.000 dólares. Al igual que Nowalkowski, llegó a un acuerdo extrajudicial.
Después de todo, los 1,4 millones de globos lograron el récord buscado. A lo Pirro, el objetivo de Cleveland se cumplió. Pero nadie festejó. Y además, duró poco: dos años después, la categoría de suelta de globos fue eliminada piadosamente por el Libro Guinness de los Récords.
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