Fue uno de los héroes del cine de acción de los setenta. El que protagonizó las películas más violentas de la década más violenta. Muchos de las estrellas que lo sucedieron tomaron su impronta: la falta de gestos, las emociones restringidas, las muertes por doquier. Debió trabajar desde muy chico, fue un héroe de guerra derribando varios aviones enemigos y después de una infancia y una juventud durísimas decidió dedicarse a la actuación. Parecía que estaba condenado al rol de partenaire, a ser un sólido actor secundario hasta que su suerte cambió en Europa. El llamado de Alain Delon y después Érase una vez en el Oeste lo consagraron en el Viejo Continente. El triunfo en Estados Unidos llegó un par de años después y duró buena parte de los setenta. El éxito le llegó tardío, casi de manera inesperada, cuando ya había abandonado la idea. El Vengador Anónimo se convirtió en un modelo a seguir por el cine de esos años, y él y su fama hicieron escuela. Su imagen de hombre duro, hosco, de trato difícil la trasladó de la pantalla a su relación con el periodismo.
El más duro entre los duros de Hollywood
Charles Dennis Buchinsky nació en 1921 en una zona muy pobre de Pennsylvania. Sus padres eran de origen lituano. No tuvo infancia. Fue el décimo primero de quince hermanos. No todas las noches podían comer. El padre, minero, murió muy joven. Charles comenzó a trabajar en la mina a los 11 años; hacía dos que fumaba. Esa labor ni siquiera le aseguraba un plato caliente de comida a él o sus hermanas menores: la paga era muy baja y el maltrato constante. No tenía demasiadas posibilidades: o se quebraba y se abandonaba al hambre y la miseria, o se endurecía. Él y todos sus hermanos varones estaban rapados a cero y las mujeres de la familia llevaban el pelo bien corto: era la única manera que tenían de evitar los piojos. Como pudo siguió estudiando aunque eso significara que alguna vez haya tenido que ir al colegio con un vestido de una de sus hermanas mayores: era la única prenda disponible en la casa en condiciones de ser usada, sin agujeros ni manchas imposibles de sacar. No le importaban las posibles burlas; se había puesto un objetivo y lo iba a cumplir. Fue el primer miembro de su familia que logró terminar el colegio.
Después se alistó para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Ni siquiera la vida en la mina, aunque muy áspera y difícil, lo había preparado para el campo de batalla, atroz e inhumano. Pero de nuevo, aguantó. Fue artillero en una veintena de batallas aéreas en el Pacífico. Derribó varios aviones japoneses. Tras el fin de la Segunda Guerra fue condecorado con el Corazón Púrpura por su actuación en combate.
Después de la Guerra, al volver al continente, quiso estudiar actuación. Mientras tanto trabajó de lo que pudo. En una verdulería, limpió restaurantes, pintó casas. Logró convencer a una troupe de teatro de que le permitieran pintar sus escenografías y telones. Lo integraron a la gira para montar el show en cada pueblo y ciudad a la que arribaban. Consiguió también que lo dejaran hacer pequeños papeles. Ese fue su debut autoral.
El primer papel en cine lo obtuvo gracias a una habilidad por lo general menospreciada: fue el único de los que se presentó al casting que podía eructar a demanda y eso era ideal para el papel de soldado recio y sin demasiada educación que debía interpretar en You’re In The Navy Now.
El apellido artístico se lo cambió el senador Joe McCarthy. Ante la persecución a los actores y demás miembros de Hollywood con simpatías comunistas, el representante le explicó a Charles que no parecía demasiado conveniente utilizar un apellido originario de Europa Oriental. No les importó que ya hubiera actuado en varias películas con su verdadero nombre. Charles aceptó. Ahora le quedaba el trabajo de encontrar un buen apellido. Esa misma tarde mientras un jovencísimo Steve McQueen (otro duro), lo llevaba en auto, al cruzar una avenida clavó los frenos y le señaló el cartel que identificaba la calle: “¡Bronson!”, gritó Steve McQueen, “Eso es: un nombre perfecto: Charles Bronson”. A partir de ese momento forjó una nueva identidad aunque el camino al éxito seguía siendo escarpado, pedregoso, repleto de obstáculos que parecía que él nunca podría sortear.
Durante la década del cincuenta obtuvo varios papeles menores en películas y series de televisión. Hasta llegó a encabezar un programa. En la década siguiente participó en películas que fueron un suceso de público y de crítica. Los Siete Magníficos (esa adaptación en clave western de Los Siete Samurais, de Kurosawa), El Gran Escape y Doce del Patíbulo fueron las más destacadas.
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En 1968 llegó el despegue. Aunque en Estados Unidos tardarían un buen tiempo en reconocerlo. Alain Delon, un antiguo fan suyo, cautivado por esa cara marmórea, por la mirada recia, por esa actuación minimalista, de gestos breves, lo convocó para que coprotagonizara Adiós al Amigo junto a él. La película fue un éxito colosal en Francia y en Europa. Al poco tiempo el que lo convocó fue Sergio Leone. El director italiano, años antes, había querido que fuera su actor principal en Un Puñado de Dólares pero Bronson lo rechazó y el papel fue para Clint Eastwood. Esta vez aceptó y participó de un clásico: Érase una vez en el Oeste.
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En pocos años encadenó varios éxitos en Italia y Francia. Pero también varios en Estados Unidos. Siempre eran películas de temática violenta, con mucha acción. Westerns, thrillers y policiales.
A partir de 1972 realizó una serie de proyectos con el director Michael Winner. Películas directas, fuertes, sin mayor ambición que impactar al espectador. Chato´s Land, The Mechanic y The Stone´s Killer fueron grandes sucesos. Charles Bronson se había convertido en uno de los actores más taquilleros del mundo. Y eso, naturalmente, tenía el correlato en su cachet. El que a los 10 años trabajaba en una mina por un dólar a la semana, ahora ganaba 1 millón de dólares por película. En un caso absolutamente inusual, adquirió el status de súper estrella después de los cincuenta años, cuando nadie, ni los productores, ni el público, ni los especialistas, ni él mismo, lo esperaban.
Y todavía faltaba lo mejor, o al menos la que más repercusión tuvo. En 1974 se estrenó El Vengador Anónimo (Death Wish) que significó su consagración definitiva con el público.
Cuando el director Michael Winner decidió hacer El Vengador Anónimo (Death Wish) buscó para el protagónico un nombre conocido, alguien que pudiera dar una imagen de paz y tranquilidad para que el impacto de su transformación en ese hombre lleno de odio y fiereza fuera más impactante. La primera propuesta se la realizó a Henry Fonda. La leyenda de Hollywood ni siquiera escuchó la oferta económica. Le dijo que el guión y la historia eran repulsivos, que no contaran con él. El siguiente candidato fue Charles Bronson que respondió de inmediato: “Me gustaría mucho hacerlo”. Winner le preguntó: “¿La película?”.
— No, me refería a matar delincuentes. Me encantaría- respondió el actor.
La historia que narra es conocida. A un arquitecto gris y sereno, unos delincuentes le matan a la esposa y violan a su hija; él se convierte en vigilante y mata a todo delincuente con el que se cruza. Es una orgía de sangre, algo sádica, una consagración de la venganza. Las críticas fueron demoledoras; condenaban el mensaje de justicia por mano propia, del ojo por ojo. Al público no le importó y llevó a la película a lo más alto de la taquilla.
En pantalla, Bronson encarnó un arquetipo: el hombre viril, rocoso, hierático, propenso a los monosílabos y a la cara sin gestos. Si el Clint Eastwood de los Spaghetti Westerns era El Hombre Sin Hombre, Charles Bronson era el hombre sin gestos ni atributos (excepto su facilidad innata para matar todo lo que se le pusiera adelante). Su legado se perpetuó en esos héroes de acción híper violentos que no se inmutan, los killers, resistentes y con cara de póker, que encarnaron, entre otros, Bruce Willis y Jason Statham (quien no casualmente hizo en 2011 la remake de The Mechanic, éxito de Bronson de 1971).
Convertido en una súper estrella global, Bronson seguía siendo maltratado y menospreciado por los críticos. A él parecía no importarle demasiado: “No me importa nada su opinión. No hago películas para los críticos: ellos son los únicos que no pagan entrada para ingresar al cine”.
Con el tiempo, en especial en el momento de mayor éxito, le molestó el encasillamiento y durante una breve temporada buscó papeles más exigentes que le permitieran mostrar su ductilidad, y proyectos con una ambición artística mayor. Así realizó, a mediados de los setenta, algunas películas muy valiosas en las que su actuación fue notable: Hard Times, la ópera prima de Walter Hill y un western paródico llamado From Noon Till Three.
En algún momento, Ingmar Bergman expresó deseos de contar con él para alguna de sus películas. Bronson no aceptó el convite: “Esas películas son muy lentas y aburridas. No son para mí”, dijo. Lo que sí quiso fue encarnar a Superman pero ni Richard Donner ni los productores creyeron que el hombre de acero debía usar bigotes ni que su antecedente fuera asesinar gente en el subte.
Después el público fue dejando de encontrar tan atractiva su propuesta. Las películas (y sus actuaciones) se parecían demasiado entre sí. Fue consumo de programas dobles y de cines continuados. Con el surgimiento del VHS su filmografía volvió a circular con fuerza. Eran los ochenta y los héroes de acción triunfaban. Y Charles Bronson había sido el precursor de Rambo, del Predator de Schwarzenegger y varias más.
Hizo cuatro secuelas de El Vengador Anónimo. Con coherencia cada una fue peor que la anterior. Las últimas son una catedral de la desidia y lo absurdo. Como si la apuesta hubiera sido multiplicar en cada una exponencialmente la violencia y el ridículo. En Bronson lo que se ve ya no es esa economía de gestos que lo caracterizó, la actuación minimalista, sino quietud, cansancio, algo de negligencia, un hastío monumental como si apurara el final de cada escena para cobrar antes el cheque por los honorarios.
Bronson alimentó su fama de hombre duro; muy rápidamente se dio cuenta de que rendía en la taquilla. En las entrevistas contaba que había sido arrestado varias veces por lesiones, resistencia a la autoridad y algunos delitos más; también afirmaba que su hobby era el lanzamiento de cuchillos. Algunos periodistas intentaron corroborar esos dichos pero les resultó imposible: su prontuario estaba en blanco, no tenía antecedentes policiales. Lo único que descubrieron fue que su tiempo libre lo dedicaba a la pintura y que era muchísimo más amable y educado de lo que dejaba entrever en sus encuentros con la prensa. Les demostró que era mejor actor de lo que los críticos pensaban.
Se casó tres veces. La primera con Harriett Tendler, una aspirante a actriz, igual que él. Ella tenía 18 años, él 26. Tuvieron dos hijos. En 1962, mientras filmaba El Gran Escape conoció en el set a la actriz Jill Ireland. Ella era la esposa de uno de sus compañeros de elenco: David MacCallum. El flechazo parece haber sido instantáneo. La sutileza y los buenos modales nunca fueron el fuerte de Bronson: después de hacer una escena juntos, se acercó a MacCallum y apuntándolo con un dedo sobre su pecho, le dijo, le informó, que él le iba a sacar la esposa, que él se iba a casar con Jill Ireland. Cumplió. Estuvieron casados durante 18 años, hasta la muerte por cáncer de pulmón de Jill. Tuvieron tres hijos. Bronson se casó por tercera vez en 1998 con Kim Weeks, una actriz sin demasiado éxito. Estuvieron juntos hasta la muerte del actor.
Su último papel protagónico en cine fue la quinta película de El Vengador Anónimo, un producto imposible de mirar, al que sólo se lo puede imaginar como de consumo irónico. A él ya mucho no le importaba.
Murió el 30 de agosto de 2003, hace veinte años, a causa de una neumonía; desde hacía varias temporadas no se presentaba ante el público a causa del Alzheimer.
Charles Bronson fue un ícono del cine de acción. Todos los que vieron sus películas van a recordar el bigote oscuro, los ojos encendidos, la parada recia y la ausencia de gestos ante cada nueva víctima que producían sus personajes.
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