Truman Capote, cuyo verdadero nombre era Truman Streckfus Persons, alcanzó la cima de la alta sociedad norteamericana que incluía a millonarios, políticos, intelectuales y actores y actrices emblemáticos de su tiempo gracias a su novela A sangre fría.
Hijo de Lillie Mae Faulk, quien lo tuvo a los 17 años, y un padre que abandonó el hogar antes de que él naciera, el escritor tuvo una infancia complicada. “Mi madre no era mala conmigo, simplemente tenía otros intereses”, reveló Truman cuando era un escritor consagrado. Lillie era una dama sureña que, al igual que Amanda Winfield, la exasperante y conmovedora madre de El zoo de cristal, la eterna obra teatral de Tennessee Williams, intentaba escapar de la trampa de su pueblo y el recuerdo de tiempos mejores. A diferencia de Amanda, quien terminó en un modesto departamento en una callecita de Saint Louis, Lilly logró su objetivo gracias a Arch Persons, un vendedor feo pero con cierto encanto. Su matrimonio duró apenas cuatro años y engendraron a Truman, etapa que empujó aún más a Lilly hacia el alcoholismo. Además de vaciar botellas, coleccionaba amantes (“Mi padre llegó a contar veintinueve”, recordaría el escritor en una entrevista) y dejó una marca indeleble en la infancia de Truman: “Mi madre me encerraba durante horas y salía de juerga. Desde entonces no soporto los cuartos pequeños y cerrados, asfixiantes y con olor a muerte”.
La muerte lo acechó dos veces. Una vez por una apendicitis aguda, con un cirujano ausente y una operación realizada por un veterinario, especialista en caballos, dejándole una brutal cicatriz. La otra vez fue por una borrachera inaugural con el perfume Evening in Paris, predilecto de Lilly y odiado por Truman “porque se mezclaba con el aliento a alcohol de mi madre, fanática consumidora del cóctel Old Fashioned. Una tarde, como venganza, me tomé todo el frasco…”.
Lilly, madre de Truman Capote, continuó su huida y se mudó a Nueva York con su hijo. Allí conoció a Joseph García Capote, un cubano protagonista de negocios tan audaces como frágiles, de quien Truman tomó su apellido. Se casó con él, adoptó el nombre de Nina Capote y vivió unos años de lujo, disfrutando de cruceros, bailes y copas. Sin embargo, en 1953, cuando Joseph fue encarcelado por desfalco, Lilly se suicidó.
Durante ese loco periplo, Truman fue una víctima. Mientras la pareja se divertía, él quedaba encerrado en cuartos de hotel, llorando. Esa cruel etapa le inspiró reflexiones amargas años después. “Siempre he pensado que soy un vagabundo en este planeta, un turista en el Sahara, que se acerca en la oscuridad a tiendas y fogatas del desierto alrededor de las cuales acechan peligrosos nativos atentos a los ladridos de sus perros. Me parece que he pasado mucho tiempo domesticando o eludiendo a nativos y perros, y el contenido de este libro casi lo prueba. Como reza el proverbio árabe, los perros ladran, pero la caravana continúa”.
Con un coeficiente intelectual superior al promedio, Truman dejó el prestigioso colegio Trinity para convertirse en el aprendiz de reportero más joven del New Yorker.
Truman Capote irrumpió en la redacción de la célebre y refinada revista intelectual con su aspecto aniñado, su evidente e indisimulable homosexualidad y un cierto aire inquietante de perversión. Ya había decidido “ser escritor, ser rico y ser famoso”, aunque su primer trabajo no auguraba tal éxito: consiguió un modesto empleo como cadete, cuya tarea no iba más allá de seleccionar los chistes de cada edición. Sin embargo, vestía traje, chaleco y los mismos y muy caros zapatos para que todos supieran lo que les esperaba cuando sus cuentos cortos comenzaran a publicarse. “¿O creían que yo era realmente el cadete y no un genio?”, se preguntaba. A pesar de su atuendo y sus aires de grandeza, el poeta Robert Frost, una de las estrellas de la revista y Gran Dama del periodismo Made in Manhattan, lo hizo echar dos años después por celos. Sin embargo, no sabían con quién se enfrentaban…
Era 1940. Correría mucha agua bajo los puentes del río Hudson antes de la gloria y los millones. Pero la simiente floreció…
-Tengo que irme corriendo. Pero me ha gustado mucho volver a verlo, señor Dewey.
-Yo me he alegrado también, Sue. ¡Que tengas suerte! –le gritó mientras ella desaparecía sendero abajo, una graciosa jovencita llena de prisa, con el pelo suelto flotando, brillante.
Nancy hubiera podido ser una jovencita igual. Se fue hacia los árboles de vuelta a casa dejando tras de sí el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo encorvado.
Así concluye A sangre fría, la novela de Truman Capote. Publicada por Random House New York en 1965, no solo agotó dos millones de ejemplares en menos de un mes y aumentó la cuenta bancaria del escritor en más de dos millones de dólares, sino que también creó un género periodístico-literario: la no ficción. Además, instaló a su autor en una doble cima, con una fama arrolladora y un departamento de cinco ambientes en el piso 22 del edificio United Nations Plaza, reservado para millonarios, y lo convirtió en el niño mimado de la alta sociedad neoyorquina: primero su Paraíso, luego su Infierno.
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Truman Capote luchó contra el alcoholismo y las drogas, y se definió a sí mismo con fiereza como “un alcohólico, un drogadicto, un homosexual y un genio”.
Buscó una madurez que nunca llegó, anclada por los sentimientos ambiguos hacia su madre, también alcohólica, que se suicidó con barbitúricos a los 49 años.
En 1948, a la edad de 23 años, publicó su primera novela Otras voces, otros ámbitos, en la que plasmó parte de sus tormentosas vivencias de niño con una fórmula literaria que ya esbozaba la mezcla de realidad y ficción.
Alcanzó la fama rápidamente y fue recibido con los brazos abiertos por la élite social neoyorquina. Se codeó con Marilyn Monroe y Marlon Brando, siguió los pasos de Montgomery Clift, habló de igual a igual con Tennessee Williams y sorprendió al mundo con sus declaraciones provocativas y sus argumentos audaces: “Tengo la altura de una escopeta y soy igual de ruidoso”, expresó.
Todo esto lo hizo junto al actor Jack Dunphy, quien fue su pareja desde 1948, en medio de una multitud de amantes de todo tipo y color, entre los que no faltaron actores jóvenes y técnicos en reparación de aire acondicionado.
En 1958, Truman Capote, junto a su pareja Jack Dunphy, vivió en Taormina, Sicilia, Roma y París. Fue en la capital francesa donde comenzó a escribir un nuevo retrato de la alta sociedad neoyorquina. De esta manera surgió Desayuno en Tiffany’s, una obra que retrataba la vida y aventuras de una especie de “call girl”. La historia fue llevada al cine por Blake Edwards, con Audrey Hepburn en el papel principal.
Después de A sangre fría, Truman Capote se embarcó en un nuevo retrato de la clase social que lo había acogido en su mundo exclusivo.
Para su siguiente obra, eligió una frase de Santa Teresa de Jesús, quien sostenía que siempre se derraman más lágrimas sobre las plegarias que Dios atiende que por las que deja, en apariencia, olvidadas de Su misericordia. La obra titulada Plegarias atendidas resultó ser un retrato social despiadado e insoportable para la sociedad que lo había acogido y le había confiado sus secretos.
Una de las mujeres retratadas en la novela, cuya identidad era fácilmente reconocible a pesar de tener un nombre supuesto, se suicidó tras la publicación de esas páginas que también eran un retrato de la infancia y juventud de Capote: ingenioso, provocador, seductor, bisexual y amoral. La sociedad no se lo perdonó y Capote cayó en desgracia.
Truman Capote, después de Música para camaleones en 1980, no volvió a escribir. Fue un asiduo visitante de Studio 54, la discoteca de moda en los años 70, pero muchas de sus conferencias en universidades prestigiosas fueron suspendidas debido a su evidente ebriedad o incoherencias. Capote, un alcohólico incontrolable y ferviente adicto a las drogas, recibió el año 1983 en el hospital de Southampton, en su amada Nueva York que lo había condenado. Durante varios meses, estuvo internado periódicamente en Nueva York, Suiza y Miami, sin encontrar a alguien que pudiera hacerse cargo de su condición de paciente imposible de controlar. Su médico, Bertram Newmann, le dio un consejo al estilo Capote, con una franqueza brutal: “Si se endereza, tiene muchos años por delante. Pero si sigue por ese camino, es mejor que se pegue un tiro en la boca”.
Truman Capote decidió seguir su camino con determinación. El 25 de agosto de 1984 despertó en la mansión de Joanna Carson en Los Ángeles, ex esposa del presentador Johnny Carson. Se sentía mal, estaba pálido y agotado. Joanna pensó que un buen desayuno le devolvería las fuerzas, pero Truman no la dejó alejarse de su lado, ni siquiera para ir a la cocina. Habló mucho durante tres o cuatro horas, especialmente sobre su madre. No había bebido alcohol y la autopsia confirmó que no había rastros de alcohol en su sangre. Sin embargo, había tomado un cóctel de drogas que incluía Valium, Dilantin, Codeína y Tylenol, además de otras drogas opiáceas no identificadas. Joanna quiso llamar a una ambulancia, pero Truman se lo impidió: “No quiero volver a pasar por todo eso. Si te importo, no hagas nada. Déjame ir”. Después, su voz se convirtió en un susurro. Dijo “mamá… mamá” y “siento frío”. Falleció a las doce y veintiuno del mediodía.
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