Un golpe sin plan y un secuestrador encantador: a 50 años del robo que dio origen al Síndrome de Estocolmo

Un ladrón quiso robar un banco en la capital de Suecia. Muy rápido la policía rodeó el edificio y él tomó rehenes. Sus exigencias y la convocatoria del mayor delincuente sueco, Clark Olaffson. Como su ingreso cambió todo. La relación con los rehenes. La vida durante los seis días que duró el episodio

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Hace 50 años comenzaba el
Hace 50 años comenzaba el robo a un banco en el centro de la capital sueca. El incidente duró seis días durante los cuales los delincuentes mantuvieron bajo su poder a cuatro rehenes. De este robo surgió El Síndrome de Estocolmo

“Señores, la fiesta recién está empezando”. Lo dijo en inglés porque traducido al sueco no sonaba igual; y, también, porque así había escuchado la frase en una película norteamericana y desde ese día estaba esperando la ocasión ideal para repetirla.

Jan Olsson dominaba la escena. Los cajeros y los clientes del banco estaban tirados en el suelo, boca abajo y aterrados. Él estaba exultante.

Lo que todavía no sabía era cuánto se iba a complicar, que nada saldría según lo planeado, que estaría varios días encerrado en ese banco que iba a tener que pedir ayuda, que ese delincuente que haría traer de una cárcel sueca le quitaría lo único que iba a poder sacar de ese gran robo: la fama.

Aunque su nombre, Jan Olsson, se perdió en el tiempo, se confundió con el de otros cientos de delincuentes, el robo que encabezó hace ya cincuenta años, dio origen a una expresión que se metió de lleno en el inconsciente colectivo y que suele utilizarse para decenas de situaciones, muy en especial en estos tiempos de posiciones políticas tan radicalizadas y maniqueas: el Síndrome de Estocolmo.

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Existen robos de bancos famosos por el ingenio con el que fueron concebidos; otros, por el monto del botín; algunos, por la manera espectacular (o dramática) en que se resolvieron. Este no se destacó en demasía en ninguno de estos aspectos. No hubo gran escape ni fabuloso botín, ni siquiera una compleja planificación.

Este debe su fama a su largo duración, a los seis días que se extendió y a cómo se desarrollaron las relaciones entre los captores y los rehenes mientras el edificio era rodeado por centenares de miembros de las fuerzas de seguridad sueca.

Empieza el robo al banco sueco

Transcurría la mañana del 23 de agosto de 1973; hasta ese momento era un día tranquilo en Estocolmo. En la esquina de Norrmalmstorg, la plaza más transitada de la ciudad, se encuentra un antiguo y sólido edificio en el que funciona un banco, el Kreditbanken. Allí, las actividades son las de siempre: algunas decenas de clientes, varios cajeros, empleados en sus escritorios atendiendo gente o tipeando con algo de pereza sus máquinas de escribir, y un policía de guardia, aburrido, pensando en cualquier cosa.

Esa paz, esa monótona rutina, la quebró un grito. Grave, gutural, atemorizante. Todo se paraliza. Después, el silencio. Otro grito sirve para que todos giren las cabezas hacia el emisor. A partir de ese momento, el centro de la casa bancaria estaba en ese señor que, a esa altura, ya había sacado un arma de entre sus ropas.

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Cuando Jan Olsson supo que había captado la atención de los presentes, hizo que su ametralladora lanzara una ráfaga de disparos contra el techo. Una lluvia de cristales y pedazos del cielorraso cayeron sobre las personas que ni siquiera tuvieron que esperar que se les ordenara que se arrojaran al piso. Decenas de personas tiradas sobre el mármol frío con las manos cubriendo sus cabezas.

El policía de guardia lanzó su arma lejos de su posición para que no quedaran dudas de que se entregaba.

Lo hizo para disuadirlos de la que la cosa venía en serio. Y, otra vez, porque lo había visto en aquella película.

Los cuatro rehenes que permanecieron
Los cuatro rehenes que permanecieron los seis días dentro del banco. Una vez liberados hablaron bien de sus captores

Para no ser identificado, Olsson se había teñido el bigote y las cejas. Del rubio rojizo había pasado al negro azabache. Llevaba unos lentes negros y guantes. Hablaba en inglés, remedando un acento americano, para despistar a los investigadores.

Poco después de esa ráfaga que disparó, uno de los cajeros, mientras se tiraba al piso para protegerse, accionó una alarma silenciosa que dio aviso a la policía. El banco fue rodeado en muy pocos minutos. Un escape parecía imposible.

El robo, más allá del golpe de efecto, parecía fruto de un impulso, de la improvisación más que de un urdido plan. Su único reaseguro parecía estar en el bolso: un par de armas, otro juego de guantes, sogas y algunas herramientas; no mucho más.

En medio de la confusión inicial, y mientras Olsson ordenaba a uno de los empleados del banco que maniatara a tres compañeras, un policía que pasaba por la misma cuadra ingresó al escuchar los disparos. Era el único que estaba de pie a una decena de metros de distancia del ladrón. Su mano derecha pendía en el aire, como amenazando para desenfundar su arma. Olsson le apuntaba al pecho con su ametralladora. El policía se identificó. Olsson le pidió que fuera a buscar a un superior, que deseaba imponer condiciones.

Tensión dentro del banco

El otro fue a cumplir con lo ordenado, pero volvió solo. Dijo que debía rendirse o al menos liberar rehenes. Olsson dejó ir a la mayoría de las personas retenidas. Fueron saliendo en grupos de tres junto con el policía.

Olsson decidió musicalizar el evento. Sacó de su bolsa una radio a transistores, la puso encima de uno de los mostradores, y eligió una emisora que solo pasaba rock.

  Los grupos de
Los grupos de elite rodearon el banco y mantuvieron bajo sus miras a los delincuentes. la tensión fue creciendo. Las instancias se televisaron en directo para toda Suecia

En varias ocasiones las autoridades policiales le recordaron que estaba rodeado, que la aventura había llegado al final. Olsson parecía no escuchar. Cuatro personas quedaron como rehenes: Birgitta Lundblad, Elisabeth Oldgren, Kristin Ehnmark y Sven Safstrom.

Exigió comida y cervezas. La madrugada siguiente, bien temprano, la policía intentó ingresar al banco. Los agentes dispararon medio a ciegas y fueron repelidos por Olsson, que hirió de gravedad a uno de los agentes.

Llega el ladrón más famoso de Suecia

Ante el fracaso y pasadas unas horas, decidieron cambiar la estrategia y escuchar al ladrón y secuestrador. Las exigencias esta vez fueron varias más. Persistía la de comida y bebidas alcohólicas. También solicitaba un auto para fugarse y dinero. Y tenía un pedido más, impostergable: la liberación de Clark Olofsson.

Los negociadores no pensaron que la solicitud fuera en serio. Intentaron hacerlo entrar en razones. Ganaban tiempo mientras pedían en especial por la libertad de algún otro rehén. Cuando se estancaron las negociaciones, a las autoridades se les ocurrió una vía inédita. Le concederían uno de sus deseos. Sacarían a Olofsson de la cárcel y lo llevarían al banco. Pretendían que el ladrón se sintiera seguro y que Olofsson oficiara de mediador y de negociador. En el trayecto del presidio al banco, el detenido recibió decenas de recomendaciones. Él asentía, tranquilizando a las autoridades. Los convenció que él sería el que solucionaría la toma de rehenes.

Debemos detenernos en este punto de la historia para contar quién era Olofsson, alguien al que conocemos mejor desde hace algún tiempo por una serie que produjo Netflix. Un hombre encantador, con un poder de seducción casi único. Por desgracia, sólo lo utilizaba para delinquir y luego (intentar) salir impune. Clark Olofsson es uno de los criminales más peligrosos y reconocidos de la historia de Suecia. Un hampón mediático que vivió toda su vida al margen de la ley pero bajo los focos de la fama. Aunque su momento cumbre de celebridad haya sido este en el que intervino sin proponérselo, sin premeditación. Sin embargo, cuando vio la oportunidad de brillar, de obtener atención no la desaprovechó. A partir de su ingreso al banco todo se complicó. Si las autoridades habían pensado que él podía ser el factor que destrabara la situación, se equivocaron. Nadie parecía entender nada. Mediadores, policías y hasta el Primer Ministro Olof Palme fueron desairados por los rehenes que protegían a este delincuente.

Esos seis días en ese banco y la astucia, el poder de seducción y amabilidad natural de Clark Olofsson hicieron nacer el Síndrome de Estocolmo. Un simple hecho delictivo terminó convertido en un hito del crimen y, al mismo tiempo, de la psicología.

Clark Olofsson en una de
Clark Olofsson en una de sus bodas, varios años antes de caer en prisión. En la actualidad tiene 76 años, el año pasado se hizo una serie sobre su vida ya asegura estar alejado del delito

Con su ingreso, lo que ocurrió no fue lo planeado. La situación empeoró. Ahora dentro del banco tenían a un delincuente más. Olofsson se puso al frente de la situación en pocas horas. Lo que mejoró de inmediato fue el clima dentro del banco y la situación de los rehenes. Apenas ingresó hizo desatar a las tres mujeres y les quitó las mordazas. También encontró a un joven que se había escondido en un sótano y lo llevó con ellos. Se aseguró de que todos comieran bien y que pudieran ir al baño cuando lo necesitaran. Buscaba canciones en la radio y las cantaba con ellos. Dicen que era particularmente buena su versión de Killing Me Softly de Roberta Flack. Todo esto derribó, de entrada, los peores temores de los rehenes. Todos sabían quién era, salía con frecuencia en la TV y en los diarios, tal vez era el delincuente más famoso de toda Escandinavia, temible y con un prontuario espeso. Sin embargo, los rehenes se sintieron confortados con su presencia.

“Me puso bajo su manto protector y me decía ‘no te va a pasar nada’. Es difícil explicar a gente que no ha estado en esa situación cuán significativo fue eso para mí. Sentía que le importaba a alguien”, dijo Kristin Enmark tiempo después. Aclaró que el otro ladrón le provocaba pavor, pero que todo era distinto con Olofsson.

La prensa de Suecia y de gran parte del mundo estaba pendiente de lo que pasaba en esa esquina. Fue el primer evento delictivo transmitido en vivo por la televisión sueca. Por horas no se sabía nada del banco. Solo se veían los cientos de policías que se movían con sigilo y que nunca dejaban de apuntar hacia cada salida del edificio. Esa quietud generaba mayor tensión. Era como las transmisiones de los campeonatos del mundo de ajedrez que causaban furor en esos años. Un atardecer, un grupo de elite hizo un boquete, lanzó gases y entró disparando. Los ladrones los repelieron a los tiros. El evento terminó de poner a los rehenes del lado de sus captores.

La rehén que le cortó al Primer Ministro

El primer ministro sueco Olof Palme intervino. Llamó al banco y pidió hablar con una de las rehenes. Kristin Enmark era una hermosa y decidida joven de 23 años.

La charla con el primer ministro sueco no fue por los carriles imaginados. Sorprendió a todos. Algo de lo que estaba pasando adentro no era entendido por los de afuera.

La policía sueca grabó las conversaciones:

Kristin Enmark: - Denles el auto y dejen que me lleven con ellos. Y terminen con esta situación, Olof.

Olof Palme: - Pero no deben quedar libres. Considere la situación: estaban robando un banco y disparándole a la policía.

K.E.: - No, déjeme decirle, querido, que fue la policía la que disparó primero.

O.P.: - ¿Puede hacer que ese tipo suelte su arma?

K.E.: - Ellos no nos van a hacer nada a nosotros.

O.P.: - ¿Le puede explicar que es una situación desesperada?

K.E: - No, no va a funcionar.

O.P.: - ¿Por qué no? ¿No es un ser humano?

K.E: - Lo que está diciendo es que él no tiene nada que perder. Mire, querido, yo confío en ellos.

Y la joven le cortó el teléfono al primer ministro.

El primer ministro Olof Palme
El primer ministro Olof Palme se involucró en el caso y hasta mantuvo una charla con una rehén. La joven le pidió que liberaran a los dos delincuentes, en la primera manifestación de lo que luego se conoció como Síndrome de Estocolmo

Esa misma tarde, la chica habló también por una radio local. La defensa de sus captores fue encendida. También las críticas hacia el poder político. A los policías les fue peor: les dirigió encendidos insultos.

El desconcierto era absoluto. La madre de Kristin pidió permiso para hablar con su hija por teléfono. Los investigadores, ya desorientados, aceptaron. La madre la retó por haber insultado a los policías a través de una radio con gran audiencia. Le explicó que ellos querían protegerla.

“Mamá era profesora en un colegio y estaba molesta porque todo el mundo me escuchó diciendo malas palabras. Me enfurecí. Yo era una rehén, y ella preocupada por mi vocabulario”, se quejó Kristin.

Los pedidos para que le solicitara a los captores que se entregaran no fueron escuchado. Kristin insistía con que era bien tratada y que los demás, a los que ahora se sumaba su madre, lo único que hacían era poner en riesgo seis vidas. Que era mucho más fácil permitir el escape de los dos delincuentes para salvaguardar todas las vidas.

Nace el Síndrome de Estocolmo

Fueron seis días de tensión y preocupación en el que el poder seductor y de engaño de Olofsson funcionó como un conjuro para los rehenes y descolocó a las autoridades.

Hasta que en la madrugada del sexto día, hubo otro misión de copamiento del banco. Perforaron el techo de la bóveda, donde estaban todos refugiados. Una explosión, varios disparos, granadas de gas lacrimógeno. Nadie resultó herido. Los dos delincuentes fueron apresados y los rehenes, liberados.

Olsson recibió una condena de diez años. La de Olofsson fue más leve. Por considerarlo cómplice solo se le sumaron seis años a los que tenía pendientes por cumplir. Él tenía una buena defensa para esgrimir: estaba tranquilo en su celda cuando lo fueron a buscar y lo metieron sin consultarlo dentro del banco.

El robo quedó en la historia por la reacción de los rehenes. Por la defensa que hicieron de sus captores.

Kristin Enmark explicó hace unos años sus sensaciones. Dijo que mientras le temía a Olsson, nada de eso sucedía con el otro delincuente.

En la actualidad, captor y rehén siguen en contacto. Conversan con frecuencia y establecieron una relación de amistad. En su momento, la defensa encendida de Olofsson por parte de la joven dio lugar a rumores. Kristin salió a desmentir que el ladrón se le hubiera insinuado sexualmente.

“Nunca me hizo ninguna propuesta ni me tocó. Solo se trataba de una cuestión de confianza. En alguien había que confiar. Solo éramos dos personas tranquilizándonos mutuamente”, dijo.

Hay una escena que grafica de manera cruel y algo brutal la situación, el estado de conmoción en que se encontraban los rehenes, el efecto que causaban en ellos el enclaustramiento, el temor y la vida amenazada. Para mostrarle a la policía que si no cumplían con las condiciones solicitadas estaba dispuesto a llegar hasta el final, a Olsson se le ocurrió pegarle un tiro en la pierna a Sven, el joven que habían encontrado en el sótano. Le contó a la víctima lo que pensaba hacer. Quiso tranquilizarlo diciéndole que la bala no iba a tocar ningún hueso y que el daño iba a ser menor, que él sabía cómo hacer eso.

La historia continúa con el relato de Kristin Enmark: “Me tomó 10 años contarle a alguien lo que le dije en ese momento. Le dije: ‘¡Pero Sven, solo es la pierna!’. Me avergüenzo de eso. Trato de ser una buena persona y nunca herir a nadie, pero en esa situación pensé que Sven era un cobarde”.

Después de seis días, la
Después de seis días, la policía sueca logró entrar al banco perforando el techo de la bóveda. No hubo muertos ni heridos. Los dos delincuentes fueron detenidos.

El mismo Sven declaró que sentía gratitud hacia los captores y que debía hacer un esfuerzo para recordar que eran dos delincuentes violentos, que los tenían secuestrados y amenazados, y no dos amigos. Ese sentimiento de que le debían la vida a sus captores se repitió en los cuatro sobrevivientes.

Estas reacciones fueron descriptas por el psiquiatra Nils Bejerot (otros dicen que fue el psiquiatra norteamericano Frank Ochberg) que las bautizó con el nombre de Síndrome de Estocolmo. Lo describió como una reacción afectiva regida por el temor y el trauma.

Los tres elementos principales son: la atracción -y hasta el amor- que se siente por el secuestrador, reciprocidad y desprecio por el mundo exterior. También se debe tener en cuenta que existe una cooperación natural entre las dos partes, si la situación se extiende. Ambos desean salir indemnes. Vivos, sanos y sin tener que pagar con su libertad ni con su integridad física. Desarrollar este tipo de reacción también es una manera que los rehenes tienen de protegerse. Inspirar confianza para no ser lastimados. Tanto es así que algunos negociadores, cuando los secuestros se prolongan, incitan este tipo de relaciones porque reducen de manera notable la violencia.

El Síndrome de Estocolmo se difundió por todo el mundo un año después del robo en la capital sueca cuando Patty Hearst, hija de un magnate norteamericano, se sumó al grupo extremista que la había secuestrado.

Cerremos con Olofsson. Pese a la condena duró poco en la cárcel. Dos años después se fugó una vez más. Paseó por Europa mientras seguía con sus robos. Compró un yate en la Costa Azul. Y antes de que terminaran los setenta pergeñó el mayor atraco a un banco en la historia del país. Lo atraparon recién varios meses después. Al salir de prisión fue a Dinamarca. Sus siguientes detenciones fueron por tráfico de anfetaminas y de drogas. Purgó penas largas. La última en Bélgica.

En las últimas entrevistas que brindó asegura que está retirado del mundo del hampa y del crimen. A los 76 años, sonríe orgulloso cuando le comentan la serie que se hizo basándose en sus memorias y, en especial, cada vez que alguien en cualquier lugar del mundo abusa de la frase “Síndrome de Estocolmo”. Es probable que piensa cómo puede hacer para cobrar, también, derechos por eso.

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