Sacco y Vanzetti, los anarquistas ejecutados en la silla eléctrica por un crimen que no cometieron

Los dos habían emigrado de Italia a los Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial, en un mundo convulsionado por la revolución bolchevique. Enrolados en el movimiento anarquista, los acusaron de dos muertes. Les tocó un juez que actuó con más odio que ciencia y no tuvo en cuenta la presunción de inocencia. El respaldo mundial que nadie oyó. Y la tardía reivindicación

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Los anarquistas italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, sentenciados a muerte por un crimen que no cometieron
Los anarquistas italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, sentenciados a muerte por un crimen que no cometieron

Eran anarquistas. Pero no eran criminales. Y los ejecutaron como a criminales por ser anarquistas. Y porque eran extranjeros, porque eran inmigrantes, porque eran italianos. Y porque en los años en los que se desarrolló el drama, entre 1919 y 1927, ni bien terminada la Primera Guerra Mundial y con la revolución bolchevique triunfante en la vieja Rusia, en Estados Unidos el anarquismo era igualado con el bolchevismo y todo constituía una amenaza gravísima al capitalismo floreciente de ese país que había entregado miles de vidas jóvenes en Europa para restaurar un orden amenazado.

La enorme injusticia cometida contra Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, los convirtió en mártires de un movimiento que los hizo bandera; sus condenas a muerte y sus ejecuciones en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927, hace noventa y seis años, hicieron un símbolo de lucha de los dos anarquistas, uno zapatero, el otro vendedor de pescado; desataron un movimiento mundial, y vano, de protesta y desnudaron un sistema judicial corrupto, prejuicioso, xenófobo y racista que conmovió los cimientos de uno de los pilares democráticos americanos: el de un poder judicial independiente y el de un juicio justo para cualquier acusado de un delito.

Sacco y Vanzetti se convirtieron desde entonces en una única persona, como los mostraron las fotos policiales, hermanados por el acero de las esposas; así fue hasta que muchos años después de sus ejecuciones, a inicios de los años 70, volvió a reabrirse el debate sobre sus muertes injustas, dictadas incluso antes de ser enjuiciados: ambos fueron rehabilitados en 1977. ¿Quiénes eran esos humildes obreros anarquistas convertidos en bandera?

Nicola Sacco era zapatero; Bartolomeo Vanzetti vendía pescado. Ambos se habían conocido en un grupo anarquista
Nicola Sacco era zapatero; Bartolomeo Vanzetti vendía pescado. Ambos se habían conocido en un grupo anarquista

Sacco era un zapatero que había nacido en 1891 en Torremaggiore, Foggia, en la región de Apulia del sureste italiano. Había llegado a Estados Unidos a los diecisiete años y se había vinculado enseguida con el anarquismo que impulsaba la “violencia revolucionaria”, los atentados con explosivos y los asesinatos. Vanzetti había nacido en 1888 en Villafaleto, en el norte piamontés de Italia, en una familia humildísima. A los trece años trabajaba como pastelero y luego de la muerte de su madre, en 1908 y con veinte años, emigró a Estados Unidos y se instaló en Plymouth, Massachusetts. En 1913 se había convertido en un miembro activo del grupo de otro italiano anarquista, Luigi Galleani, que abogaba por la violencia revolucionaria a través de las páginas de un periódico, “Cronaca Sovversiva (Crónica Subversiva)”, y de un manual explícito (“La salute é in voi!” La salud está en vos)- que enseñaba a sus lectores a fabricar explosivos caseros y que se distribuía con generosidad entre sus seguidores. Los anarquistas italianos eran entonces los enemigos públicos número uno del gobierno estadounidense y de las autoridades de Massachusetts, que habían identificado a Galleani y a sus fieles como sospechosos de varias explosiones e intentos de asesinato de rompehuelgas contratados por las empresas afectadas por las medidas de fuerza del anarquismo.

Fue en el grupo de Galleani que se conocieron Sacco y Vanzetti, que en 1917 se había convertido en ciudadano norteamericano y en vendedor ambulante de pescados. Cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, en 1917, un grupo de “galleanistas” escapó a México para evitar ser reclutados, entre ellos Sacco y Vanzetti; esa huida sería usada como agravante en los juicios que les siguieron a ambos. Los estudios académicos sobre el anarquismo en Estados Unidos sugirieron mucho después, incluso dieron por demostrado, que aquel viaje anarquista a México no fue cifrado sólo por el deseo de escapar del reclutamiento y un posterior envío al frente de guerra europeo, sino que formó parte de un plan de formación y adiestramiento para un inminente estallido político que, pensaba el “galleanismo”, se daría en Italia como eco vigoroso de la Revolución Rusa. Cuando esas ilusiones se frustraron con rapidez, el grupo regresó a Estados Unidos y elaboró varios atentados dinamiteros contra figuras del gobierno local.

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Sacco y Vanzetti fueron acusados por los crímenes de Frederick Parmenter, que transportaba el dinero pagar los sueldos de los obreros de una fábrica de zapatos, y el custodio Alessandro Berardelli
Sacco y Vanzetti fueron acusados por los crímenes de Frederick Parmenter, que transportaba el dinero pagar los sueldos de los obreros de una fábrica de zapatos, y el custodio Alessandro Berardelli

Lo que el anarquismo había sembrado era lo que los estadounidenses definían como “El Terror Rojo”. Y 1919 fue un año clave en buena parte del mundo: fue el año de la Conferencia de Versalles, que puso fin a la guerra y e impuso duras condiciones a los vencidos; fue el año de la reunión en Moscú de la Tercera Internacional Comunista y el año en el que Benito Mussolini fundó el fascismo en Italia. Fue también el año en el que se extendieron las luchas sociales, el escozor político y los atentados anarquistas. En abril, docenas de bombas fueron enviadas por correo a jueces, figuras del gabinete y funcionarios de Massachusetts. En junio, Galleani y ocho de sus principales seguidores fueron deportados y enviados a Italia, pero el resto de los militantes de su grupo enarboló la lucha de clases como premisa y continuaron con sus ataques explosivos. Uno de ellos, una bomba que estuvo a punto de ser colocada en la casa de Mitchell Palmer, fiscal general del Estado, estalló en las manos del terrorista Carlo Valdinoci y lo mató en el acto.

El 24 de diciembre de 1919 en Bridgewater, Massachusetts, se produjo un fallido intento de robo a los pagadores de una fábrica de zapatos local: nada trascendente, no hubo heridos, ni disparos, ni los ladrones llegaron a robar dinero alguno. Pero fue la piedra angular en el caso Sacco y Vanzetti. Cuatro meses después, el 15 de abril de 1920 y en South Braintree, un municipio del condado bostoniano de Norfolk, fueron asaltados y asesinados Frederick Parmenter, que transportaba el dinero para la paga de sueldos de los obreros de una fábrica de zapatos, y el custodio Alessandro Berardelli. El botín fue de 15.776,51 dólares. Del robo habían participado cinco personas que habían usado dos autos y que, según las autoridades, habían planificado el asalto con precisión.

Sacco y Vanzetti: el juez Webster Thayer era un enemigo acérrimo de los italianos y de los anarquistas. No tuvieron un juicio justo
Sacco y Vanzetti: el juez Webster Thayer era un enemigo acérrimo de los italianos y de los anarquistas. No tuvieron un juicio justo

El jefe de la policía local, Michael Stewart, el fiscal Frederick Katzmann y un grupo de detectives privados de la famosa agencia Pinkerton, dieron con los autos de los sospechosos; uno de ellos era Mario Boda, conocido como “Mike Buda”. El 5 de mayo de 1920 la policía armó una redada para detenerlo, cuando estaba acompañado por otros tres hombres: por un tal Ricardo Orciani y por Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Boda y Orciani escaparon en una moto; Sacco y Vanzetti lo hicieron a pie. A pie lo siguió la policía, para detenerlos bordo de un tranvía: ambos estaban armados. Sacco llevaba una Colt automática calibre treinta y dos; Vanzetti un revólver calibre treinta y ocho. Dijeron que esas armas eran para protegerse.

Vanzetti fue acusado por el robo en Bridgewater de diciembre del año anterior; Sacco también, pero tenía una coartada: pudo demostrar con su tarjeta de entrada y salida, que había estado todo aquel día previo a la Navidad en la fábrica de zapatos. Vanzetti presentó el testimonio de dieciséis testigos, todos italianos de Plymouth, que juraron haberle comprado anguilas aquella tarde del robo. James Vahey, su abogado y famoso jurista de Boston, aconsejó a Vanzetti que no declarara por temor a que su militancia anarquista condicionara al jurado. Fue un error. La falta del testimonio de Vanzetti hizo que el jurado sospechara y lo declarara culpable. Vanzetti entendió que aquel yerro, si lo había sido, había obrado como una trampa. Gritó en referencia a su abogado: “¡Me vendió por treinta monedas, como Judas a Jesucristo!”

Bartolomeo Vanzetti y Nicola Sacco (junto a su esposa Rosina) durante el juicio (Getty Images)
Bartolomeo Vanzetti y Nicola Sacco (junto a su esposa Rosina) durante el juicio (Getty Images)

Desde el estrado presidía la audiencia el juez Webster Thayer. Era un jurista graduado en la Universidad de Dartmount que había sido nombrado juez de la Corte Suprema de Massachusetts en 1917. Era también un buen abogado, pero un enemigo acérrimo de los italianos y de los anarquistas. A los primeros los llamaba “bachicha” y los consideraba enemigos de los Estados Unidos; a los segundos los despreciaba porque creía que eran un peligro para el sistema democrático. Llegó a criticar con acritud a los miembros de un jurado que, dos meses antes del juicio a Sacco y Vanzetti, había declarado inocente al anarquista Sergei Zabraff.

Durante el juicio Thayer también despreció al abogado de la defensa, el californiano Fred Moore, a quien le negó varias mociones, muchos pedidos de pruebas y de peritajes, y a quien descalificó frente a la prensa: “¡Ningún anarquista de pelo largo de California va a llevar por delante a esta Corte!” Llegó a intentar explicarle a Moore “cómo se aplica la ley en Massachusetts”, porque el juez pensaba que la mima ley se aplicaba diferente en California. En privado, Thayer dijo que Sacco y Vanzetti eran “¡Bolsheviki!” y que él se encargaría de “castigarlos bien y de forma adecuada”.

El Gardner Auditorium durante el proceso que se le siguió a Sacco y Vanzetti (Getty Images)
El Gardner Auditorium durante el proceso que se le siguió a Sacco y Vanzetti (Getty Images)

Después del juicio a Sacco y a Vanzetti, el “Boston Globe” afirmó en uno de sus editoriales que Thayer “se manejó de forma indigna y de una manera que no se ha visto en treinta y seis años”. Otro periodista del “Boston Globe”, Frank Sibley, que cubrió el juicio, escribió una protesta formal al fiscal general de Massachusetts en la que condenaba el favoritismo de Thayer. Tres años después de que un jurado hallara culpables a los dos italianos y antes de que fuesen condenados a muerte, Thayer denegó cinco pedidos para que se celebrara un nuevo juicio, ante las irregularidades detectadas en el primero. Dijo entonces a un abogado local: “¿Vio lo que hice con esos bastardos anarquistas el otro día? ¡Creo que eso los detendrá un poco! ¡Que vayan a la Corte Suprema ahora y que vean que es lo que pueden sacar allí!” Estos dichos de Thayer se conocieron recién en 1927, luego de la ejecución de Sacco y Vanzetti. Una leyenda asegura que Thayer dijo al jurado que declaró culpable a Vanzetti por el robo de diciembre de 1919: “Este hombre, aunque no haya en realidad cometido ninguno de los crímenes que se le atribuyen, es sin duda culpable, porque es un enemigo de nuestras instituciones” Pero no hay registro de tal testimonio en la transcripción completa del juicio, aunque aumenta la figura del juez como parcial e inicua.

Con Vanzetti condenado por Thayer a diez años de prisión por el robo de 1919, y ahora detenido en 1921 junto a Sacco por el robo y asesinato en South Braintree, un nuevo juicio se abrió contra los dos anarquistas italianos, era el segundo para Vanzetti, que el juez Thayer pidió que le fuese asignado. Y lo asignaron al juicio. El primer juicio contra Vanzetti había sido casi una farsa, con la fiscalía y Thayer interesados en juzgar la ideología de Vanzetti antes que su eventual participación en el intento de robo en Bridgewater. Ahora, en el segundo juicio que empezó el 31 de mayo de 1921, Thayer y el fiscal Katzmann actuaron igual: intentaron demostrar las conexiones anarquistas de Sacco y de Vanzetti, en lugar de demostrar su participación en el asesinato del pagador Parmenter y del custodio Berardelli.

Las protestas contra la parcialidad del juicio y la sentencia a muerte de Sacco y Vanzetti se hicieron sentir en todo el mundo. Aquí, en Londres  (Getty Images)
Las protestas contra la parcialidad del juicio y la sentencia a muerte de Sacco y Vanzetti se hicieron sentir en todo el mundo. Aquí, en Londres (Getty Images)

Pero los acusados tenían ahora un nuevo abogado, el californiano Moore, que modificó la estrategia de defensa. Si la acusación quería politizar el juicio, la defensa haría lo mismo. Moore hizo que Sacco y Vanzetti admitieran que eran anarquistas, alegó que esa parecía ser la cuestión de fondo para el tribunal y no el esclarecimiento de un robo seguido de asesinato; señaló las arbitrariedades del tribunal al que acusó de pretender dar un escarmiento al movimiento anarquista italiano; pidió peritajes independientes porque desconfiaba, acaso con razón, de los policiales, repartió panfletos, convocó a marchas y puso en antecedentes del caso a organizaciones sindicales de Estados Unidos y del mundo.

Fue un escándalo. Además de a los acusados, se puso en juicio la pureza del sistema legal estadounidense, la calidad del orden público, los verdaderos alcances de la justicia y de las garantías constitucionales, el significado del patriotismo y el racismo y la xenofobia latentes en la corte. El juicio duró seis semanas, hasta el 14 de julio. Ese día, el jurado declaró culpables a Sacco y a Vanzetti. En el medio, pasó de todo.

Bartolomeo Vanzetti y Nicola Sacco dejan la prisión de Dedham, en Massachussets, rumbo a los Tribunales para oir la sentencia del juez Webster Thayer, que los condenó a morir en la silla eléctrica (Getty Images)
Bartolomeo Vanzetti y Nicola Sacco dejan la prisión de Dedham, en Massachussets, rumbo a los Tribunales para oir la sentencia del juez Webster Thayer, que los condenó a morir en la silla eléctrica (Getty Images)

Buena parte del juicio se basó en las pruebas materiales, en especial en las balas, en las armas y en una gorra hallada en la escena del crimen. Los testigos de la fiscalía dijeron que la bala de calibre treinta y dos que había matado a Berardelli era de una marca tan obsoleta que sólo pudo ser equiparada con las balas que llevaba Sacco en sus bolsillos cuando fue detenido. Pero la prueba balística presentada por Katzmann era débil. El fiscal había prometido que no intentaría relacionar ninguna de las balas fatales con el arma de Sacco. Pero cambió de idea cuando la defensa sí pidió probar el arma del acusado. Sacco, que juró no tener nada que ocultar, permitió que durante la segunda semana del juicio su arma se probara ante peritos de la fiscalía y la defensa. Dos expertos de la fiscalía juraron que una de las balas fatales, que fue llamada “Bala III”, coincidía con la de la prueba, la bala de la pistola de Sacco. Pero dos expertos de la defensa dijeron que no. Años después, los abogados defensores sugirieron que aquella bala fatal había sido sustituida por la fiscalía.

Había otro hueco a llenar. Los testigos del asesinato del pagador Parmenter y del custodio Berardelli, juraron que el asesino había vaciado su revolver en el cuerpo del pagador. ¿Cómo era entonces que sólo una bala coincidía con el arma de Sacco? Más dudas albergaba la pistola que decían era de Vanzetti: todas las balas secuestradas en la escena del crimen eran calibre treinta y dos, mientras que la pistola del anarquista era calibre treinta y ocho. La pieza final de la prueba material era la gorra que, decía la fiscalía, era de Sacco que aceptó probársela en la Corte y ante todo el mundo: era demasiado chica. Y así lo atestiguaron los dibujos de los artistas destacados en la Corte, donde no estaba permitido tomar fotografías. Pero Katzmann insistió en que la gorra le quedaba bien y durante el resto del juicio habló de ella como si hubiese pertenecido a Sacco.

Una multitudinaria protesta contra la sentencia de muerte de Sacco y Vanzetti
Una multitudinaria protesta contra la sentencia de muerte de Sacco y Vanzetti

Las dudas alcanzaron a los testigos de la fiscalía. Mary Splaine, una bibliotecaria que había identificado a Sacco como el autor de los disparos desde un auto en marcha, admitió durante las preguntas de la defensa que se había negado a identificar al italiano en los interrogatorios previos, y también reveló que había visto el auto desde media calle de distancia. Varios testigos de la fiscalía identificaron a Sacco o a Vanzetti como los hombres autores del robo y del asesinato; pero muchos más testigos, de la propia fiscalía y de la defensa, se negaron a hacerlo. El 14 de julio de 1921, después de deliberar tres horas, incluida una pausa para cenar, el jurado volvió a la sala de audiencias con el veredicto de culpables. A ambos les cabía la condena a muerte en la silla eléctrica.

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Empezó entonces una batalla legal que duraría seis años y que tendría repercusión en todo el mundo. Si la fiscalía defendía el veredicto del jurado, la defensa de Moore expresaba sus dudas: tres testigos clave de la fiscalía admitieron haber sido coaccionados para identificar a Sacco en la escena del crimen. Pero cambiaron el testimonio cuando fueron enfrentados al fiscal Katzmann. En 1923 la defensa interpuso un acta en la que afirmaba que el presidente del jurado había dicho antes del juicio: “¡Malditos sean, deberían ahorcarlos de cualquier manera!” Ese mismo año, el capitán de policía William Proctor se retractó de su testimonio en el juicio, que relacionaba a Sacco con el arma homicida. Dijo que le había dicho al fiscal Katzmann que no existía tal conexión entre arma y acusado, pero que la fiscalía había dirigido sus preguntas de manera tal que él no pudo expresar su opinión. En 1924 la polémica se hizo mayor cuando se descubrió que el tambor del arma de Sacco había sido cambiado antes del procedimiento de comparación balística.

La portada del Boston Globe con la noticia de la ejecución de Sacco y Vanzetti
La portada del Boston Globe con la noticia de la ejecución de Sacco y Vanzetti

Lo que pedían para Sacco y Vanzetti era un nuevo juicio. El juez Thayer denegó todas las demandas. Mientras la batalla legal crecía, el movimiento mundial de simpatía hacia Sacco y Vanzetti también crecía. A él se unieron muchos intelectuales socialistas como Dorothy Parker, Edna St. Vincent, Bertrand Russell, John Dos Pasos, Upton Sinclair, George Bernard Shaw y H.G. Wells entre otros muchos. Un prestigioso jurista y futuro juez de la Corte Suprema, Félix Frankfurter también pidió un nuevo juicio para los anarquistas italianos y redactó una dura crítica contra el juez Thayer, publicada en el “Atlantic Monthly” en 1927. En la prisión de Dedham, Sacco conoció a un portugués, Celestino Medeiros, que en 1925 dijo haber cometido el crimen por el que Sacco era acusado. Era una confesión que contenía incoherencias y generaba dudas, pero que llevó a los abogados defensores a buscar nuevas pruebas; así llegaron hasta una banda que bien pudo cometer los asesinatos de Parmenter y de Berardelli: la lideraba un tal Joe Morelli, de asombroso parecido físico con Sacco. Morelli negó todo pero seis años después, ya ejecutados Sacco y Vanzetti, confesó el delito a un abogado de New York. En 1973, las memorias de un gángster ubicaban al hermano de Joe Morelli en el escenario de los asesinatos. De cualquier modo, la apelación a un nuevo juicio fue negada por el juez Thayer, y Medeiros fue ejecutado la misma noche en la que lo fueron Sacco y Vanzetti.

A pesar de las protestas, de los movimientos solidarios y de las huelgas desatadas en todo el mundo Sacco y Vanzetti fueron ejecutados en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927. Los siguió el portugués Medeiros que se llevó su testimonio a la tumba. Sacco, de treinta y seis años y Vanzetti, de cuarenta y uno, rechazaron recibir a un sacerdote y marcharon serenos y orgullosos a la muerte. Sacco murió después de decir “¡Viva la anarquía!” Vanzetti estrechó la mano de sus guardias, les agradeció el trato, leyó una breve declaración: “Deseo perdonar a algunas personas por lo que me están haciendo ahora” y luego dijo “Addío mía madre”.

La tapa del New York Daily News anunciado que Sacco y Vanzetti habían sido ejecutados (Getty Images)
La tapa del New York Daily News anunciado que Sacco y Vanzetti habían sido ejecutados (Getty Images)

La ejecución desató una ola de protestas en todo el mundo, desde un ataque a la embajada de Estados Unidos en París, hasta una pedrea contra el Moulin Rouge de la capital francesa. En días siguientes una bomba fue enviada por correo el embajador norteamericano en Francia, el explosivo hirió a su valet, y varios artefactos explosivos, fueron dirigidos a las embajadas de Estados Unidos en el mundo, fueron interceptados y desactivados. Otra bomba dirigida al domicilio del gobernador de Massachusetts, Alvan Fuller, fue descubierta y desarmada en la oficina postal de Boston. Tres meses más tarde estallaron bombas en el metro de New York, en una iglesia de Filadelfia y en la casa del alcalde de Baltimore. Uno de los jurados del juicio perdió también la suya, derrumbada por una bomba y otra echó abajo la del ejecutor de la condena, Robert Elliott. El juez Thayer también fue víctima de un intento de asesinato por un explosivo que demolió su casa e hirió a su mujer y a su ama de llaves. Vivió con custodia policial permanente, protegido durante las veinticuatro horas, hasta muerte, el 18 de abril de 1933, por una embolia cerebral. Tenía setenta y cinco años.

El sistema judicial estadounidense jamás pudo quitarse de encima la mancha que el juicio y la condena a muerte de Sacco y Vanzetti dejaron sobre él, luego que Thayer y la fiscalía abandonaran uno de los principios básicos del derecho: la presunción de inocencia.

Sacco y Vanzetti legaron su testamento político en las cartas que escribieron en prisión a los trabajadores del mundo, entre ellos a los argentinos, y al movimiento anarquista. Las que dejaron a sus familiares, en especial la carta de Sacco a su hijo Dante, son de un hondo humanismo. Fueron velados durante tres días, a ataúd abierto, en la Longone Funeral Home del barrio italiano de Boston. Una multitud calculada en doscientas mil personas los acompañó, todos custodiados por la policía montada, hasta el Forest Hill Cemetery, el único que contaba con crematorio porque ambos pidieron ser cremados. Muchos de los manifestantes que los acompañaron en aquel viaje último, llevaban en el brazo derecho un brazalete en el que se leía: “Justice Crucified – Justicia Crucificada”. Las autoridades de Boston habían bloqueado con barricadas de arena y guardias armados cualquier ruta que pudiera conducir al cortejo hacia el edificio de la gobernación de Massachusetts.

Here´s to you, la melodía de la película Sacco y Vanzetti que compuso Ennio Morricone y cantó Joan Baez

A inicios de los agitados años 70, el cine rescató la historia de Sacco y Vanzetti. Fue gracias a una película dirigida por Giuliano Montaldo que contó con tres o cuatro aportes descollantes: Gian María Volonté como Vanzetti, Ricardo Cucciola como Sacco, Rossana Fratello como la mujer de Sacco, una música extraordinaria compuesta por el gran Ennio Morricone, en especial una balada, “That’s to you, Niccola and Bart – Esto es para ustedes Nicola y Bart” que Joan Baez pidió cantar para el film y la convirtió en un himno de la época. Aquel cine es hoy casi olvido, pero entonces dio espacio a un movimiento de reivindicación de aquellos dos hombres que fueron injustamente matados en nombre de la justicia

En 1977, el gobernador de Massachusetts. Michael Dukakis ordenó una investigación que estableció por fin que Sacco y Vanzetti habían sido injustamente procesados, que no habían recibido un juicio justo y que “cualquier deshonor debería ser para siempre borrado de sus nombres”. Dukakis estableció el 23 de agosto como el Día en Memoria de Sacco y Vanzetti, “con el propósito de remover todo estigma de sus nombres”.

Sacco y Vanzetti no fueron perdonados. Perdonarlos hubiese significado admitir que habían sido culpables de algo. Y no lo eran.

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