El joven sociópata que asesinó a sus padres y le disparó a sus hermanos mientras dormían: “No tengo una razón de por qué lo hice”

Ashton Sachs fue condenado a cuatro cadenas perpetuas consecutivas más un adicional de 105 años, sin posibilidad de libertad condicional. Los detectives coincidieron que el móvil había sido el resentimiento. ¿Qué llevó a este joven de 19 años a descargar 24 balazos en cuatro miembros de su familia? Una historia de resentimiento

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Ashton Sachs, en el juicio en su contra, no quiso utilizar su derecho a hablar: no pidió perdón a sus familiares y se mantuvo en un sombrío silencio
Ashton Sachs, en el juicio en su contra, no quiso utilizar su derecho a hablar: no pidió perdón a sus familiares y se mantuvo en un sombrío silencio

Es la una y media de la madrugada del domingo 9 de febrero de 2014 cuando una figura oscura y delgada se desliza por la puerta sin llave del garaje de la mansión que se erige sobre una loma frente al Océano Pacífico, en San Juan Capistrano, California. El rugido del mar se escucha a la distancia en medio de la paz de la noche. La silueta lleva un gorro negro, guantes y, entre las manos, un rifle Ruger semiautomático calibre 22 capaz de expulsar rondas de dieciocho balas. Sigilosa, la sombra sube las escaleras con total seguridad y entra a la suite principal de los dueños de casa. Allí descarga unos doce balazos en la cara y el cuerpo del hombre dormido, Bradford Sachs (57). Luego, con rapidez y sin dudar, sigue con la mujer que está a su lado, Andra Sachs (54). Provoca unos diez orificios en su rostro y torso. No se demora: recarga y sigue su camino hacia la otra habitación del mismo piso. Del caño negro del arma salen dos balas para Landon, el hijo menor de la pareja (8). Uno de los plomos le atraviesa la médula espinal.

El sujeto se mueve con agilidad y vuelve hacia las escaleras. Va hacia la planta de abajo. Patea la puerta del dormitorio de Alexis de 17 años. Aprieta el gatillo mientras apunta al bulto sobre la cama. Es tanto el desparramo de balas que no se da cuenta de que, esta última vez, no ha dado en el blanco.

El intruso escapa.

Lana, de 15 años, ha sido la única que no ha recibido ni una sola descarga. Está durmiendo en otro piso con dos de los tres perros de la familia.

Un asesino demasiado conocido

A las 2:30 de la madrugada la adolescente Alexis Sachs llamó al 911 para denunciar que hubo un tiroteo en su casa. La policía llegó minutos después y encontró, en la cama de la habitación principal, los cuerpos de la pareja cosidos a tiros. Landon estaba malherido en el piso de su cuarto. Alexis aseguró no haber escuchado nada de la balacera previa a que el sujeto entrara a su cuarto violentamente. Relató que le disparó y luego salió corriendo. Aterrada, pero ilesa, se escondió como pudo en su habitación y esperó. Aguantó hasta que escuchó a su hermano menor caer al piso y llorar. Entonces juntó coraje y fue hasta su dormitorio donde lo encontró gimiendo. Landon le dijo que no sentía sus piernas y que por eso se había caído al levantarse.

Fue ahí que ella llamó a la policía.

Lana y Alexis, las dos adolescentes, estaban en shock, pero sanas y salvas.

Los peritos que llegaron al lugar contaron unos 24 balazos. Había sido una agresión salvaje, pero curiosamente en la casa no faltaba nada. Tampoco estaba forzada la puerta de entradas.

En las semanas que siguieron al ataque todos se preguntaron lo mismo: quién podría querer matar a los Sachs y por qué.

Ashton junto a sus padres Andra y Bradford. Los mató cuando tenía 19 años y, aunque él reconoció que no hay una sola razón, se presume que se sentía abandonado por ellos
Ashton junto a sus padres Andra y Bradford. Los mató cuando tenía 19 años y, aunque él reconoció que no hay una sola razón, se presume que se sentía abandonado por ellos

Los dos hijos mayores de la pareja estaban viviendo a dos mil kilómetros de distancia de allí. Myles (21) y Ashton (19) residían en el estado de Washington. El más chico acababa de comenzar a estudiar en el North Seattle College de la ciudad de Seattle. Ambos viajaron inmediatamente. Ashton se instaló en el hospital, al lado de la cama de su hermano menor. Estaba sumamente preocupado porque tuviera todo lo que necesitaba. Los médicos les anunciaron que Landon no podría volver a caminar jamás.

En el funeral estuvieron los medios, los familiares y los amigos. Fue conmocionante. El más devastado de la familia parecía ser Ashton, quien repetía que no podía creer que alguien hubiera querido asesinar a sus padres. Para despedir a Brad y Andra, él habló en la ceremonia haciendo llorar al resto con sus palabras. De su madre dijo que era su “heroína”. “Realmente creo que la energía de ambos está viva y que ellos continuarán guiando mi camino por la vida. Cuando era chico siempre pensaba que tenía unos padres asombrosos. No sé cómo explicarles lo perfectos que eran ellos como padres. Todo lo que hacían era por y para sus hijos”.

La policía estaba desorientada. ¿Qué había ocurrido? ¿Era una venganza perpetrada por un asesino a sueldo? ¿Había sido un robo a una familia adinerada que había salido muy mal? ¿Podría haber un amante despechado? ¿O sería consecuencia de un problema con algún colega o socio en sus negocios millonarios? No tenían idea. Enseguida supieron que Andra era muy agresiva negociando. Eso podría ser un motivo. Investigaron a amigos, conocidos, proveedores, clientes, contratistas, asociados e inquilinos de la pareja. Había muchas posibilidades e hipótesis, pero ninguna pista concreta. Recolectaron todas las cámaras de vigilancia de la zona y las revisaron.

Fue en esta instancia donde vieron a un Toyota Prius blanco circulando por las calles de la zona en la madrugada de los homicidios. Casualmente, uno de los hijos de la pareja, tenía ese mismo modelo de auto y en el mismo color: Ashton Sachs. Pero no parecía posible que fuera él porque estaba viviendo a miles de kilómetros de distancia.

La investigación siguió su cauce discretamente hasta que el 6 de marzo ocurrió una sorpresa. Ashton Sachs, quien nunca había tenido nunca problemas con la ley ni actitudes agresivas para con nadie, fue detenido por la policía. Era el único sospechoso. Los detectives habían encontrado su Toyota Prius y, adentro, un rifle Ruger semiautomático. Los peritos certificaron que las balas halladas en la escena y en los cuerpos, habían salido de ese rifle. Había más: los registros telefónicos lo ubicaban en el área al momento de los hechos y habían descubierto un pasaje de avión a su nombre y más videos de él bajando de un taxi en el aeropuerto de la zona. Supusieron rápidamente que Ashton había manejado, sin detenerse durante 18 horas, desde donde estudiaba para cometer el crimen y, luego, volver por aire. Era algo bien planeado, pero no tenían un móvil. ¿Habría pensado, ingenuamente, que podía quedarse con el dinero de sus padres? No sabían.

El más sorprendido de todos fue el detective Mike Thompson, quien había sido el encargado de comunicarle al joven por teléfono que habían hallado asesinados a sus padres. Ashton se había mostrado tan histérico que Thompson temió que pudiera intentar lastimarse a sí mismo.

El Toyota Prius que Ashton Sachs manejó durante 18 horas para llegar de madrugada a la casa familiar. Prefirió volver a Seattle, donde vivía y estudiaba, en avión
El Toyota Prius que Ashton Sachs manejó durante 18 horas para llegar de madrugada a la casa familiar. Prefirió volver a Seattle, donde vivía y estudiaba, en avión

Crecer sin techo

Andra era de una de los cinco hijos de una familia sin demasiados recursos y tenía grandes ambiciones. Para concretarlas estaba dispuesta a progresar con exigencia y esfuerzo. Pisaba fuerte y era dueña de una mente brillante. En los años 80, luego de graduarse en negocios en la Universidad Estatal de California Long Beach, comenzó a trabajar para una compañía que hacía circuitos integrados para computadoras. En una convención de tecnología, en 1990, conoció al tranquilo y sonriente Bradford Sachs. Era un joven y exitoso empresario en el área de energía y computadoras. También era un apasionado por los tambores, la música, el golf y, por sobre todo, el surf. Fue un flechazo. Se pusieron de novios y se casaron un año después, luego de que él se convirtiera al judaísmo. También se asociaron y unieron sus pasiones por las aventuras empresariales con muy buen rédito. Telemarketing, un wine bar en la playa y un nuevo negocio para la conversión de autos híbridos en totalmente eléctricos… Se animaban a todo. En 1994, Andra se sintió lo suficientemente fuerte como para lanzarse sola y fundó su propia empresa de semiconductores. Enseguida consiguió contratos con el gobierno y despegó. No solo eso: incursionó con buen tino en el mercado inmobiliario.

En seis años tuvieron cuatro hijos: Myles en 1993, Ashton en 1994, Alexis en 1997 y Sabrina en 1998.

El año en que nació la menor compraron Flashcom, una prometedora empresa de internet. Para entonces ya tenían un capital millonario. Se mudaron a una casa más grande y cómoda en Huntington Beach, al sur de la ciudad de Los Ángeles.

Brad y Andra ascendían sin techo a la vista. Eran el auténtico sueño americano.

La primera muerte devastadora

Fue allí, en esa maravillosa casa con piscina y spa, que el 28 de abril de 1999 ocurrió la primera tragedia de los Sachs. Ese día miércoles arrancó como cualquier otro para la ya millonaria familia. Brad estaba fuera de la ciudad por trabajo y Andra se había ido a la oficina. Los dos chicos mayores estaban en el colegio; las dos menores habían quedado al cuidado de Lorena, la niñera hispana de 28 años.

A las 10 de la mañana Lorena se encontraba cocinando cuando vio por la ventana que la pequeña Alexis de 2 años había salido y estaba sentada en el deck exterior, al borde de la pileta. Reaccionó con rapidez. Sacó de la silla de comer a la pequeña Sabrina, de 16 meses, y la alzó. Con ella a upa salió a buscar a Alexis. Pero ella se negaba a obedecer. No quería entrar. Hizo una rabieta fatal y revoleó patadas. Lorena bajó a Sabrina y la apoyó en el suelo para poder controlar a Alexis que se retorcía y gritaba. Fue un segundo de distracción y, de pronto, Lorena escuchó el ruido de algo cayendo al agua. Se dio vuelta y observó que Sabrina se hundía en la pileta. La sacó lo más rápido que pudo, pero la bebé no parecía estar respirando. Desesperada, llamó a los gritos a su marido quien estaba trabajando en el piso de arriba de la casa. Él bajó corriendo las escaleras y comenzó a realizar RCP a la pequeña mientras Lorena llamaba a Andra. Andra no entendió bien lo que estaba pasando, pero le gritó histérica que llamara al 911. A la operadora del 911 también le costó entender lo que Lorena decía en español, la joven hablaba poco inglés. Eso demoró unos minutos el socorro vital que Sabrina necesitaba. Cuando los paramédicos llegaron solo pudieron constatar que Sabrina no presentaba signos vitales. Se había ahogado.

La policía consideró el caso un accidente terrible. La familia quedó devastada. El mundo soñado que habían construido se había desmoronado esa mañana en pocos segundos.

Andra, desestabilizada psicológicamente, no encontraba la manera de seguir adelante. Las peleas no demoraron en llegar como un tornado para arrasar con la pareja. Fueron tremendas y permanentes. La depresión acechaba. Bradford la acusaba de ser irracional; Andra, de ser un padre negligente e irresponsable más interesado en el golf y en surfear que en los que les pasaba. Bradford se hartó y, a los seis meses de la muerte de su hija, pidió el divorcio. Andra dijo en un escrito: “Hasta hoy no hemos tenido como familia ninguna terapia y nunca pudimos lidiar con el efecto irreparable que ha tenido en nuestras vidas la terrible tragedia de la muerte de Sabrina”.

Bradford echó a Andra de su puesto en la empresa Flashcom porque, según dijo, ella tenía una “furia destructiva”. Ella lo acusó de traicionarla.

No era otra cosa que el drama corroyendo las entrañas de dos padres que habían perdido a un hijo. Pero no sería ese su único drama.

Bradford y Andra tuvieron cuatro hijos biológicos. Luego de que muriera la menor, Sabrina, a los 16 meses de vida, decidieron adoptar a dos niños rusos: Lana de ocho años y Landon, de dos
Bradford y Andra tuvieron cuatro hijos biológicos. Luego de que muriera la menor, Sabrina, a los 16 meses de vida, decidieron adoptar a dos niños rusos: Lana de ocho años y Landon, de dos

Nueva casa, ¿nueva vida?

Bradford y Andra comenzaron un juicio de divorcio lleno de rencores y regado de frases filosas. Pero después de sobrellevar momentos emocionalmente turbulentos donde hubo hasta altercados físicos, las aguas se apaciguaron y decidieron dar marcha atrás. En febrero del año 2000 llegaron a un acuerdo económico y terminaron reconciliándose. Querían mantener a su familia junta, no dividir su patrimonio y, además, seguían sintiéndose almas gemelas. En 2007 apostaron por agrandar la familia y decidieron adoptar. Eligieron a dos hermanitos abandonados en un orfanato en Rusia: Lana de ocho años (nacida el 18 de diciembre de 1998) y Landon de dos. Viajaron a buscarlos con Myles, el hijo mayor. Constituía un nuevo desafío familiar.

Nueve años después de aquel día en que la fatalidad les robó la felicidad, celebraron la adquisición de su nueva casa de estilo neomodernista, en San Juan Capistrano a pocos metros del mar. Estrenaban hogar y una nueva vida con sus cinco hijos. Era marzo de 2008.

La mansión que compraron por dos millones y medio de dólares tenía tres pisos y había sido construida en 1982. Constaba de 855 metros cuadrados cubiertos sobre un terreno de 4100, ubicado en un alto punto estratégico desde donde se tenía una vista panorámica del Océano Pacífico y de las colinas de los alrededores. El paisaje era impresionante. El edificio contaba con seis habitaciones, ocho baños, escritorio, sauna, área de relax, sala de cine, escritorio, gimnasio, bodega y varias cúpulas de vidrio por donde ver el cielo estrellado. También tenía una pileta pintada de negro con cascada, spa y un bar húmedo. Todo un lujo.

El fiscal Mike Murray le advirtió al juez que “el acusado es un sociópata que no tiene remordimientos ni expresa empatía. Todo lo que le preocupa es él mismo. Es un manipulador"
El fiscal Mike Murray le advirtió al juez que “el acusado es un sociópata que no tiene remordimientos ni expresa empatía. Todo lo que le preocupa es él mismo. Es un manipulador"

Malcriado hasta morir

Luego experimentaron unos años de calma. En 2012 Andra le escribió un mail a su hermana contándole que su segundo hijo, Ashton, estaba por graduarse del secundario de Dana Hills. Le reveló que se sentía muy orgullosa porque él había demostrado ser un alumno diez, que le gustaban mucho las computadoras y que iba a estudiar algo relacionado con ello. Tipeó en el teclado: “Está floreciendo y convirtiéndose en un joven hombre maravilloso”.

Quince meses después todo cambió. Primero a Brad le diagnosticaron un Parkinson agresivo. Y, en medio de esa conmoción, la percepción que tenía Andra sobre su hijo cambió radicalmente. Empezó a estar muy preocupada por el tiempo que Ashton pasaba en la computadora jugando los videojuegos League of Legends y World of Warcraft y fumando marihuana. Además, el adolescente había roto con su novia y estaba con el ánimo por el piso. Al punto que un día se tomó dos docenas de pastillas. La sobredosis terminó con él internado en un hospital psiquiátrico durante 72 horas de donde lo dieron de alta sin ningún tratamiento extra. El intento de suicidio fue, de alguna manera minimizado por todos, y atribuido al desencanto amoroso. Maldito 2012, pensaba Antra quien deseaba que el sinfín de pesadillas pasara rápido.

Comenzó 2013. Myles ya hacía un tiempo que no estaba viviendo con ellos porque estudiaba en el estado de Washington. Andra, ahogada por los problemas, decidió que tenía que hacer algo para estimular a Ashton a que modificara sus conductas y madurara. Pensó que lo mejor sería que, como su hermano mayor, cambiara de escenario y se mudara a Seattle para empezar a estudiar lo que fuera, Leyes o Ingeniería informática. Para entusiasmarlo le compró un departamento en un condominio por 233.000 dólares y un auto Toyota Prius blanco. Había armado una nueva vida para que su querido hijo creciera y encarrilara su vida.

Sus planes no funcionaron en absoluto y las discusiones escalaron a la distancia. Ashton, de alguna manera, se sentía expulsado de su mundo de confort y de su familia. Demandaba más y más.

En agosto de 2013 Andra le mandó a su hijo un mensaje donde le recriminaba: “Sos muy desagradecido con tu maravillosa madre. Realmente no estoy en deuda con vos. Necesitás crecer”. El 6 de octubre, en otro mensaje de texto, le pidió a Ashton: “Te depositamos plata en tu cuenta bancaria, por favor, gastala despacio”. El 28 de noviembre volvió a escribirle, esta vez fue para rogarle que no se pasara el día entero con los videojuegos, que hiciera algo útil y que estudiara. Pero hacía tiempo que él ya había abandonado cualquier libro de estudios.

Los Sachs tenían ya para esta época de sus vidas un patrimonio abultado. El negocio inmobiliario, junto con las otras empresas, representaban un imperio de unos 80 millones de dólares. Pero entre la enfermedad de su marido que progresaba con rapidez y la quiebra de una de las compañías, más la exigencia del estado para que pagaran impuestos por 700 mil dólares por la venta de unas acciones, Andra sentía que no podía más. Llevar todo adelante, en soledad, no era lo mismo. Pensó que era el momento perfecto para empezar a simplificar sus vidas. Ya eran menos en casa y podían mudarse a un lugar más chico en San Diego, ciudad donde ella había vivido de adolescente. Tendrían una agenda menos exigente y una vida más tranquila. Lo necesitaban. Con eso en la cabeza puso a la venta la mansión donde vivían e hizo una oferta de dos millones de dólares por una casa de 200 metros cuadrados cubiertos, frente al mar, en Coronado, San Diego. La propiedad estaba construida en un solo piso, era ideal para la nueva vida de Brad con sus limitaciones de movimiento. Esos metros serían muchísimo más fáciles de manejar para ella y más económico de mantener.

El 3 enero de 2014 Ashton cayó inesperadamente de visita por un par de días a la casona familiar que estaba en venta. Caminaron con su madre por la playa, charlaron, almorzaron juntos y estuvieron con amigos de la familia. Se lo veía bien y Andra disfrutó de su compañía. Luego él volvió a Seattle y Andra se dedicó a terminar el papeleo de la nueva vivienda que había comprado y dónde se mudarían en poco tiempo.

En este punto a Andra le quedaban solamente 14 días de vida.

Ashton Sachs terminó siendo detenido un mes después de su hazaña mortal en la nueva casa familiar de Coronado, en San Diego, la que su madre había comprado para tener una vida más sencilla y apacible
Ashton Sachs terminó siendo detenido un mes después de su hazaña mortal en la nueva casa familiar de Coronado, en San Diego, la que su madre había comprado para tener una vida más sencilla y apacible

La visita “sorpresa”

El 7 de febrero, dos días antes de los homicidios, Ashton y su madre discutieron fuerte. Andra le reprochó que se había olvidado del cumpleaños 57 de su padre enfermo. La respuesta de él fue desagradable: “Me olvidé tanto de su cumpleaños como él se olvidó de que tiene un hijo”. Andra, muy sorprendida por sus palabras, contestó: “Wow, no él no lo hizo. Te quiere mucho”.

Al día siguiente Ashton se subió al auto que le había regalado su madre y manejó dieciocho horas sin parar desde Seattle hasta la mansión de sus padres. En el baúl llevaba el rifle que había comprado en Seattle. Era ya de noche cuando llegó a San Juan Capistrano. Condujo hacia la calle Perfecto y estacionó en el parking, frente al edificio comercial que pertenecía a su madre. Estuvo ahí durante dos horas. Luego de la medianoche encendió el motor y enfiló hacia su casa a donde llegó alrededor de la 1:30 del domingo 9 de febrero. Bajó, entró y anduvo deambulando dentro unos veinte minutos. Estaba pensando qué hacer y cómo llevarlo a cabo. Finalmente se decidió. Arrancó por el cuarto de sus padres. Nadie entiende por qué los disparos no despertaron a sus hermanos o a los perros. Quizá haya sido la rapidez con la que ejecutó todo. Luego de la rabieta de balas salió de la casa, se subió a su coche que estaba en el frente de la casa y volvió al estacionamiento de la calle Perfecto desde donde llamó a un taxi. Se hizo llevar al aeropuerto. Compró un pasaje en American Airlines para volar a Seattle a las 10 de la mañana. Una vez en la ciudad llamó a una compañía de automóviles para encargarles que recogieran su auto y se lo enviaran.

Fue apenas aterrizó que recibió el llamado de la policía con la terrible noticia.

Luego, con la investigación en marcha, los investigadores localizaron su vehículo y apareció el arma homicida. El mismo Ashton reconoció a quienes lo interrogaron apenas arrestado que no había un motivo para los homicidios: “No tengo una razón de por qué lo hice. Solo un montón de problemas”.

Sin embargo, con el paso de los meses, se fue desenredando la madeja psicológica de Ashton y se descubrió que estaba profundamente celoso de sus hermanos. Creía que sus padres preferían al resto antes que a él. Ashton, quien había comenzado a escaparle a los estudios y a fumar marihuana todos los días, sentía que era considerado por ellos “una basura”. Al principio, relató, había pensado matarlos y luego suicidarse. Pero no pudo explicar por qué cambió de idea y, en cambio, terminó disparando a sus hermanos. Además, si hubiera sido así como él decía, ¿por qué había usado guantes para no dejar huellas? Sonaba a un cuento con tinte exculpatorio.

Para la gente que lo conoció, Ashton no daba con el retrato clásico de un joven perturbado y conflictivo. No veía documentales sangrientos y nunca había hablado mal de su familia. Una amiga de Andra, Ruth Briscoe, se preguntó angustiada: “¿Qué fue lo que disparó eso en él?”. Sin respuesta.

Sin embargo, uno de los caseros de los Sachs, el señor Burghardt, le relató a 48 horas, que Ashton era el único de los hijos de sus patrones que lo ponía nervioso. Hacía bromas pesadas, no tenía límites y no toleraba la palabra “no”. Como anécdota contó que una tarde, mientras él estaba trabajando en la pileta, sintió que algo lo golpeaba fuerte. Era un potente chorro de agua. Miró para arriba y descubrió a Ashton apuntándolo con una manguera, como si fuese un rifle, desde la parte superior de la cascada de la piscina. Una travesura que Burghard siempre había recordado como un evento inquietante sobre todo por la mirada desafiante de Ashton. Ni qué decir a la luz de los sucesos. Pero lo cierto es que esa sola escena no podría haber vaticinado jamás nada de lo que ocurrió después.

El joven de 19 años mató a sus padres y le disparó a dos de sus hermanos el 9 de febrero de 2014.

La mansión donde no habitó la felicidad

¿Qué fue de la bellísima mansión de los crímenes ubicada en el 32271 de Peppertree Bend?

Siguió en venta después del tiroteo mortal, pero la ley del estado de California es muy exigente: las inmobiliarias deben revelar a los posibles compradores lo que ocurrió en la propiedad. Y sangre y cadáveres pueden dificultar la venta.

Recién pudo venderse en noviembre de 2015 y por una cifra menor de la pedida inicialmente: tres millones de dólares. Siete meses después salió de otra vez a la venta. Los nuevos dueños pedían el doble: seis millones de dólares. Debieron bajar el precio varias veces hasta que, en 2017, fue vendida por casi cuatro millones.

Ashton terminó siendo detenido un mes después de su hazaña mortal en la nueva casa familiar de Coronado, en San Diego. Esa que su madre había comprado para tener una vida más sencilla y apacible. Ahí convivían los hermanos apañados por Myles que se había puesto la familia al hombro.

Ese 6 de marzo, cuando los dos detectives llegaron de improviso para llevarse a Ashton a la comisaría, los hermanos entraron otra vez en shock.

El interrogatorio comenzó con Ashton repitiendo su coartada. Pero esta vez los detectives tenían muchas pruebas recolectadas para confrontarlo. Las imágenes del auto, las de él bajando del taxi en el aeropuerto, los registros telefónicos y el arma hallada en su baúl. Después de un rato, se sintió acorralado. En voz muy baja, comenzó su confesión. Reconoció los hechos y dijo que sus padres no lo querían; que había creído que su madre era la única en quien podía confiar, pero que había descubierto que él no le importaba; que su padre “no me amaba, nunca fuimos cercanos, era malo conmigo y trataba de excluirme”.

El matrimonio Sachs siempre había dicho que pagarían todos los estudios de sus hijos y los ayudarían a establecerse, pero que no querían dejarle toda su fortuna. Pensaban en legar parte de ella a instituciones de caridad porque creían que sus hijos debían ser autosuficientes y trabajadores para construir sus propios negocios.

Ashton Sachs fue acusado por los dos asesinatos y por los dos intentos de homicidio de sus hermanos. El joven aceptó un acuerdo para declararse culpable. El fiscal Mike Murray le advirtió al juez que “el acusado es un sociópata que no tiene remordimientos ni expresa empatía. Todo lo que le preocupa es él mismo. Es un manipulador”. El 14 de octubre de 2016, cuando ya había cumplido los 22 años, fue declarado culpable y condenado por el juez Gregg Prickett quien le impuso una pena de cuatro cadenas perpetuas consecutivas más un adicional de 105 años, sin posibilidad de libertad condicional. Los detectives coincidieron en pensar que el móvil había sido el resentimiento. Estaba convencido de que sus padres no lo querían como al resto y que el que manejaría sus negocios sería Myles, el mayor.

Ninguno de los hermanos Sachs asistió al juicio de Ashton. Solo estuvo allí la hermana de su padre, Lisa McGowan, quien le dijo a sus sobrino: “Cada vez que escucho a Elton John, pienso en Brad cuando me enseñaba guitarra. Cuando escucho a Billy Idol, lo recuerdo bailando en su casamiento (...) Familiares y amigos me dicen que te perdone. Acá está mi elección: nunca podré perdonarte”.

Ashton no quiso utilizar su derecho a hablar. No pidió perdón a sus familiares y se mantuvo en un sombrío silencio.

Se supo por dos tías maternas que sí lo visitan en la cárcel, que el acusado se había mostrado fascinado con el antiguo caso de los hermanos Menéndez, quienes asesinaron a sus millonarios padres a balazos en 1989, en Beverly Hills. Ashton había hecho un ensayo escolar sobre este crimen al que sus profesores calificaron con la nota más alta. Orgulloso se los había mostrado a sus padres.

No podremos saber nunca si ellos tuvieron alguna premonición al leer ese texto de su hijo. Es probable que, si sintieron algo, ni siquiera lo hayan conversado entre ellos. Pero es inútil devanarse los sesos: ninguna intuición habría alcanzado para desviar la dirección de esas balas que ya estaban cargadas en la cabeza de Ashton Sachs.

Post scriptum:

Myles se hizo cargo de sus hermanos desde la muerte de sus padres hasta el día de hoy y vivieron todos juntos en la casa que Andra había pensado para su retiro. Lamentablemente, en septiembre de 2022, Myles tuvo un episodio donde se sintió “como en un túnel negro y no podía estar parado y me desorienté. Nunca me había sentido así jamás”. Los médicos que lo estudiaron le dieron una pésima noticia: le estaban fallando ambos riñones. La diálisis era una opción, pero los especialistas consideraron mejor, debido a su edad, ir directo a un trasplante. Con 29 años espera ese momento y el órgano compatible. Él preferiría que no fueran sus hermanos los donantes, ya tuvieron demasiado.

Landon, por su parte, está terminando el secundario y se ha convertido en un gran tenista: está en el puesto 17 en el ránking de tenis sobre silla de ruedas y gracias a eso consiguió una beca por su nivel deportivo para la Universidad de Arizona. Landon aseguró: “Quiero jugar en el U.S. Open y, por qué no, en Wimbledon”. Lana con 24 años y Alexis -a quien le dicen Lexi- con 26 ya terminaron la facultad. Los cuatro son muy unidos y coinciden en algo: ese día 9 de febrero de 2014 no solo murieron sus padres. Cuando se enteraron de la verdad, se dieron cuenta de que también había muerto uno de ellos, Ashton Sachs. Ya no serían nunca más cinco hermanos sino cuatro mosqueteros batallando por retomar sus vidas.

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