Una camarera: “¡Dios mío, qué diamantes!”.
Mae West: “Te aseguro, querida, que Dios no ha tenido nada que ver con ellos…”.
Este diálogo, extraído de la película “Noche tras noche” (1932), fue como una chispa que encendió la llama de una revolución en la América de las décadas puritanas, desde los años 20 hasta los 40.
Estos dos períodos de tiempo, en suelo estadounidense, estuvieron caracterizados por la sombra de la Gran Depresión de 1929 y la curiosa imposición conocida como Ley Seca, que, lejos de eliminar el consumo de alcohol, fomentó el contrabando y las guerras entre mafias. En un contexto donde la moralidad estaba en juego y las restricciones apretaban, el ingenio y el doble sentido eran como un oasis de alivio.
La censura, implementada por pequeños personajes como William Hays, un político republicano y presidente de los productores de cine, agregó un nivel adicional de limitaciones. El código que estableció prohibía la presentación de películas que involucraran “vulgaridad, alcohol, religión, blasfemias, decisiones personales sobre la sexualidad, vestimenta inapropiada, desnudez, bailes provocativos y decorados escandalosos”. Incluso las historias aparentemente inocentes, como la de Blancanieves y los siete enanitos, la primera gran producción de Walt Disney, eran examinadas con lupa y susceptibles de sospechas.
Sin embargo, Hays, conocido como “el verdugo del celuloide”, encontró un contrincante formidable en una joven nacida en Bushwick, Brooklyn, el 17 de agosto de 1893, quien respondía al nombre de Mary Jane West. Su padre, John Patrick, un irlandés de sangre caliente, tenía un historial variopinto que abarcaba desde el boxeo hasta el cuidado de caballos, además de ser dueño de una agencia de detectives privados. Su madre, Tillie Delker, modelo, lucía con gracia los últimos corsés de la moda.
Lo bueno, en frasco chico
La distribución de atributos por parte de la Madre Naturaleza no fue equitativa en el caso de Mae West. El “Jane” rápidamente desvanecido de su nombre. Pero su estatura apenas superaba el metro y medio. No obstante, esta aparente limitación física quedaba eclipsada por sus “curvas muy marcadas y sinuosas que ella exhibía en poses lánguidas y provocativas”, según un crítico que evaluó su debut cinematográfico en “Noche tras noche” (1932), bajo el sello de Paramount.
Desafiando el estereotipo de la “rubia tonta norteamericana”, Mae West no solo creció quince centímetros al usar sus tacones de plataforma, sino que también se atrevió a platinarse el cabello y a acentuar sus curvas con prendas diseñadas para matar. Su talento no se quedaba atrás, ya que era actriz, cantante, comediante, guionista de sus propias películas y autora teatral.
Sin embargo, la descripción oficial palidece ante la versión más encantadora y desenfadada. Era conocida como “la mujer más malhablada de la industria”. Una mezcla de grosería, osadía, irreverencia y seducción que la transformaban en una figura despreciable y atractiva a partes iguales.
La historia de Mae West no comenzó de manera tímida. Desde los 7 años, ya pisaba escenarios amateurs, cosechando premios destinados a jóvenes talentos. A los 14, bajo el nombre de La Petite Daffy, se sumergió en el papel de una joven vampira. Pero fue en 1927, a los 34 años, cuando su carrera sufrió un giro radical. Fue arrestada y condenada a diez días de prisión por lo que el juez consideró “corromper a la juventud” con su obra teatral “Sex: la vida de una prostituta”, una producción que ella misma escribió, produjo, dirigió y protagonizó.
Ante la opción de cambiar la cárcel por una multa, West eligió las rejas, aprovechando la situación como un golpe publicitario maestro. Llegó a la puerta de la prisión en una limusina repleta de rosas rojas, aclamada por la prensa. Una vez dentro, desafió el régimen carcelario al reemplazar la tosca vestimenta de las prisioneras por delicados pantys de seda
Su liberación, dos días antes de lo esperado, bajo el pretexto de “buen comportamiento”, quedó registrado en su expediente. Además, de manera sorprendente, logró obtener una suma considerable de dinero de aquella época, cerca de mil dólares, a cambio de una entrevista exclusiva, una cifra que sin duda se equiparaba a una fortuna en ese entonces.
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West contra la censura
En este punto surge una pregunta legítima: ¿cómo logró eludir la censura? A lo largo de su carrera, en la que participó en doce películas desde 1932 hasta 1978 (siendo la última a la edad de 85 años), y en cada escenario que pisó, Mae West siempre llevó la provocación un paso más allá, desafiando los límites de la astucia, el sexismo y la insinuación. Incluso se aventuró a explorar el lenguaje vulgar que el público capturaba con una lealtad asombrosa.
Su respuesta a este dilema es reveladora: “La censura siempre es una tontería. Deliberadamente, incluía en mis guiones frases explícitas, sabiendo que serían recortadas, y de esta manera distraía a los censores, permitiéndome deslizar otras frases igualmente audaces o incluso más provocadoras, pero camufladas en medio de la trama...”. Esta ingeniosa estratagema le otorgó un control sorprendente sobre cómo sortear las restricciones impuestas y dejar su sello irreverente en cada actuación.
Aplicando esta táctica, que implementó en su ópera prima “Noche tras noche” en 1932, logró salvar a Paramount de la inminente bancarrota. En un lapso de tan solo tres meses, esta película generó una recaudación que superó los dos millones de dólares, una hazaña financiera impresionante.
La película contó con la participación estelar de George Raft, una figura icónica con vínculos con la mafia en La Habana. Sin embargo, Mae West logró persuadir a los responsables para que le permitieran reescribir los diálogos, eclipsando todo lo que la rodeaba.
La reacción de Raft fue inequívoca: “¡Nos robó todas las escenas! ¡Absolutamente todo, excepto las cámaras!” protestó, reconociendo la maestría con la que West se adueñó de la pantalla y se convirtió en el centro de atención de la audiencia.
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Frases antológicas
Así como sus diálogos eran sorprendentes y humorísticos, también lo eran sus frases icónicas. Por ejemplo, en otro film pronunció: “¿Qué es ese bulto en tu pantalón? ¿Una pistola automática… o la alegría de verme?” Fue el preludio de muchas otras que definieron su fama y la hicieron rivalizar incluso con Groucho Marx.
Algunas de estas frases memorables son:
- “Creo en la censura. Hice una fortuna gracias a ella.”
- “¿Usted cuánto mide? Dos metros y dieciocho centímetros. Olvidemos los dos metros y concentrémonos en los dieciocho centímetros…”
- “Las chicas buenas van al cielo. Las malas van a cualquier parte.”
- “-¿Quién es ese tipo? -Un principiante, Cary Grant. Va a trabajar en Madame Butterfly. -Me da igual que haga de Madame Butterfly o de Blancanieves. Si sabe hablar, lo quiero en mi película.”
- “Cuando soy buena, soy muy buena. Pero cuando soy mala… soy mejor.”
- “No dejes a un hombre dudando demasiado tiempo: puede encontrar la respuesta en otra parte.”
- “Las curvas de una mujer son más poderosas que la espada de un hombre.”
- “Cuanto más torcidas van las mujeres… más rectos van los hombres hacia ellos.”
- “No te cases con un hombre para reeducarlo: para eso están los reformatorios.”
- “El sexo con amor es lo mejor de la vida. Pero sin amor tampoco está mal…”
Sin embargo, Mae West no se contentó con actuar en la gran pantalla. Hubo numerosos roles que le fueron propuestos y que declinó, demostrando su selección cuidadosa y su audacia al elegir sus papeles. Billy Wilder le ofreció interpretar a Norma Desmond (Gloria Swanson) en “Hollywood Boulevard”, pero ella rechazó la oferta con determinación, argumentando: “Un personaje decadente y fracasado no encaja conmigo”.
Además, se negó a compartir escenario con figuras legendarias como Marlon Brando y Elvis Presley, y rechazó la oferta del reconocido cineasta Federico Fellini para protagonizar “Julieta de los espíritus” y “Satiricón”.
No solo influyó en la industria cinematográfica, sino que también dejó su huella en la música al imponer la participación de Duke Ellington y su orquesta en su película “Belle of the Nineties” en 1934, desafiando las objeciones raciales que predominaban en la época. Para 1935, su estatus era imponente: se había convertido en la mujer mejor remunerada de los Estados Unidos.
Incluso el mundo del arte sucumbió ante su magnetismo. Salvador Dalí la inmortalizó en el famoso cuadro “Retrato de Mae West”, que no solo es una obra de arte, sino también una representación surrealista de un apartamento, actualmente recreado en el Teatro-Museo Dalí en Figueras. Su influencia incluso se extendió a la música, siendo inmortalizada en la icónica portada del álbum “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” (1967) de The Beatles.
Vida privada
En lo personal, Mae West vivió una vida en constante movimiento en términos de relaciones sentimentales. Aunque varias parejas formaron parte de su vida, solo contrajo matrimonio una vez, y lo hizo antes de cumplir los 18 años, con el actor de vodevil Frank Szatkus, conocido artísticamente como Frank Wallace. Sin embargo, esta unión duró solo unos pocos meses y no tuvo descendencia.
Sorprendentemente, en su vida privada, Mae West se alejaba de la imagen provocativa que proyectaba en escena. A diferencia de la mayoría de las celebridades de su tiempo, no bebía alcohol ni fumaba, raramente se dejaba ver en fiestas y, al mudarse a Hollywood, trajo consigo a su padre y hermanos menores, Mildred y John, asegurándoles trabajos y casas confortables. Esta acción solidaria choca con el estereotipo de la mujer fatal que cultivó en el escenario. Su madre, su gran mentora, falleció en 1930, dejando un vacío en su vida.
Mae West continuó trabajando en su arte casi hasta el final de sus días, a pesar de que su memoria y audición comenzaron a flaquear, y el fulgor de aquella personalidad audaz y escandalosa se desvaneció. Finalmente, un accidente cerebrovascular la fulminó el 22 de noviembre de 1980, a la edad de 87 años.
Hoy, descansa en el corazón de Brooklyn, el lugar donde sus primeros destellos escénicos surgieron, rodeada por las luces que aún no habían adoptado su característico tono platino. Y aunque su vida terminó, su legado sigue vivo y vibrante. En 1949, después de uno de sus deslumbrantes espectáculos, el influyente diario The New York Times la proclamó “una institución estadounidense”, un emblema cultural que se debía ver al menos una vez en la vida, al igual que Chinatown o la tumba del presidente Grant. Y es cierto: dejó una marca imborrable en la historia. Fue una figura irrepetible, cuyo legado trasciende generaciones.
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