Hace apenas unas semanas, JLo contó que fue Ben Affleck, su marido hace poco más de un año, quien organizó la reunión sorpresa por sus 54 en la nueva casa que compraron por US$61 millones en Beverly Hills. “¡Todos los niños estaban allí, fue un día precioso lleno de sol y perfecto para una fiesta en la piscina!”, escribió en su newsletter la Diva del Bronx, que además de con sus amigos más cercanos celebró con los cuatro hijos que suma la familia ensamblada –Violet (17), Seraphina (14) y Samuel (11), del matrimonio de él con la actriz Jennifer Garner, y los mellizos Emme y Max (15), que tuvo ella con Marc Anthony–, que según los reportes de la prensa, se llevan genial.
Como siempre, hubo memes riéndose de la cara de apatía que tiene él en las fotos con la artista, pero a esta altura están acostumbrados: son parte de la ola de sexismo y racismo que la pareja despierta desde su primer noviazgo, en 2002, cuando tenían 30 años, y que ahora aseguran que esa latina fogosa le chupa la energía al pobre galán blanquito. Ben está en un gran momento: en buena relación con su ex con la que incluso se encontró en Italia antes de seguir viaje con los chicos hacia sus vacaciones en Turquía y Dubai, donde se lo vio en los últimos días y hasta posó sonriente con los fanáticos en un shopping.
Parece haber superado el mal humor por el acoso de la prensa que padecieron en su luna de miel europea, tras el casamiento relámpago en Las Vegas. Affleck tiene fama de iracundo y no es en vano. Durante años tuvo estallidos más o menos públicos –uno de los más recordados fue cuando acusó en vivo al conductor Bill Maher de racista e islamófobo mientras promocionaba Gone Girl (2014)– y llegó a admitir sus problemas para controlar esos arranques de furia.
Cuando presentó al Batman de la saga de la Liga de la Justicia (a la que volverá en diciembre con Acquaman 2), dijo sentirse identificado con el personaje: “Para mí la ira está enterrada tan profundamente y tan contenida, que cuando sale son estallidos mucho más fuertes –le dijo al Sunday Times–. Tiendo a ser respetuoso, amable, a llevarme bien, a tolerar, tolerar, tolerar… y después, cuando finalmente emerge, no es algo que pueda controlar. No es que me voy a convertir en un Wolverine guerrero y furioso, pero tengo esa personalidad, la misma falla de carácter”.
Es una falla profunda que lo marcó desde la infancia. Nacido como Benjamin Géza Affleck-Boldt el 15 de agosto de 1972 en Berkeley, California, es hijo de una maestra de primaria formada en Harvard y un aspirante a guionista que “pasaba la mayor parte del tiempo desempleado y borracho”, como él mismo le contó a The Hollywood Reporter hace un par de años. “Tomaba todo el día, todos los días” y fue un alivio para él y su hermano menor, Casey, cuando se separó de la madre.
El padre pasó dos años viviendo en las calles de Cambridge, en las afueras de Boston, la pequeña ciudad en la que la familia se había establecido un tiempo antes y que Ben iba a retratar más tarde junto a su mejor amigo, Matt Damon, en En busca del destino (1997), la película con la que ambos actores se consagraron definitivamente a los 25 años. Se habían conocido cuando el actor de Jason Bourne tenía 8 y Affleck 10. Eran vecinos y se podían ver desde las ventanas de sus cuartos, la madre de Damon era profesora de Desarrollo Infantil y se hizo muy amiga de la de Affleck: “Casi nos forzaron a pasar tiempo juntos”, contaron en 1997 a Interview Magazine.
“Éramos el guerrero y el payaso”, recordó en esa nota Affleck. El guerrero era él, claro. Y todavía lo sigue siendo, igual que sigue junto a Damon cada vez que lo necesita, y viceversa. Ahora que está establecido de un modo en que no lo estaba hacía tiempo, fue quien intervino junto a JLo para salvar la pareja de su amigo con Luciana Barroso, luego de que trascendiera que estaban al borde de la separación. De acuerdo con The Mirror, Affleck les recomendó hacer terapia como “la única cosa que mantiene a flote” su relación con Jennifer.
Los dos tuvieron claro muy pronto que querían ser actores. Para cuando entraron en la secundaria, Ben ya había trabajado en comerciales y en films independientes y pasaban horas en “reuniones de negocios” para planear su desembarco en Hollywood. Una especie de rebelión en un pueblo universitario; las madres, horrorizadas, les insistían a coro: “¿Por qué no quieren ser médicos?”. Era su propia búsqueda del destino.
El resto es historia más o menos conocida: Matt fue a Harvard y escribió la base del guión de la película que les cambiaría la vida para una clase de dramaturgia. Ben cambió de universidades y se instaló unos meses en Nueva York para buscar trabajo como actor. Había decidido que era mejor gastarse la plata de la cuota “en alcohol y mujeres”, herencia de familia. Aunque, al decir de Damon, fue un autodidacta: “Una de las personas más cultas que conozco”. El papel que terminó interpretando él en la película dirigida por Gus Van Sant tenía en realidad mucho de Affleck.
Cuando Damon se mudó con él a Los Ángeles como habían soñado desde chicos, se dedicaron a trabajar sin descanso en el guión por el que ganarían un Oscar y un Golden Globe. Lo escribían en sesiones de improvisación eternas, y lograron que fuera revisado por Rob Reiner y William Goldman. En 1994, cuando Affleck tenía 22 años, se lo vendieron a Castle Rock. Pero después de discutir sobre probables directores, convencieron a Miramax de que comprara los derechos.
Es un capítulo de su vida que se volvió oscuro después del #MeToo: los jóvenes prodigio se convirtieron en protegidos del predador sexual Harvey Weinstein. Muchos años más tarde serían acusados de complicidad por Rose McGowan. “Debe ser tan agotador hacer de superhéroe en vez de serlo”, tuiteó sobre Affleck en 2020 la actriz con la que había compartido cartel en Phantoms (1998). Según denunciaba, en ese rodaje le contó su colega lo que pasaba y él respondió: “Puta madre, le dije que la terminara”. McGowan le exigía que dijera la verdad y a la vez lo señalaba como uno de los responsables de que Harvey hubiese seguido acosando mujeres mientras la industria miraba para otro lado: “Fue criado de la teta de esa intersección tóxica”.
También en 1998, mientras le llovían las ofertas para actuar en las mayores superproducciones del momento, conoció a Gwyneth Paltrow en una comida de Miramax. Después actuarían juntos en Shakespeare Apasionado. Era su primera relación importante después de salir siete años con la directora de cortos Cheyenne Rothman, a la que había conocido en el colegio, y también su debut ante el asedio de los paparazzi. Aunque se separaron a principios de 1999, Paltrow lo convenció de que trabajara con ella en Bounce (2000) y volvieron a estar de novios por unos meses. Al final se separaron como buenos amigos, y dicen que lo siguen siendo.
En 2001 se encontró con JLo en el set de Gigli y la atracción fue inmediata. Ya se habían visto en algunas fiestas de la industria, pero ahora iba en serio. Anunciaron la relación en julio de 2002, cuando ella le pidió el divorcio a su entonces marido, Cris Judd. Desde el principio fueron el blanco perfecto de los tabloides, que no tardaron en bautizar a la power couple como Bennifer, en una moda que se impuso con ellos: el branding de parejas como Brangelina y Tomkat. Él le escribía cartas de amor y ella le dedicaba canciones y discos –aparecieron juntos en los clips Jenny from de Block y Jersey Girl y ella le escribió un tema que no deja lugar a dudas, Dear Ben–.
El hablaba español y traía todo el bagaje del chico intelectual y comprometido políticamente (siempre fue liberal y demócrata). Ella sentía que era su cable a tierra y lo acompañaba a los partidos de los Boston Red Soxs pese a que había crecido con un padre fanático de los Mets. Era amor verdadero. Hasta que ya no lo fue. Se habían comprometido en noviembre de 2002, pero pospusieron el casamiento planeado para septiembre de 2003 por la “excesiva atención de los medios”. Terminaron por cancelarlo en enero de 2004.
Jennifer, con el corazón roto, se deshizo el anillo de diamantes rosados de US$1,2, aunque en 2011 le cantó en One Love que se lo había quedado. “Era amor genuino, fue la primera vez que sufrí de verdad por amor”, repetía. Los dos estaban convencidos de que el acoso permanente de la prensa había tenido que ver en su ruptura. El dijo en una entrevista con la Rolling Stone en 2012, tras dirigir Argo –por la que ganó otro Oscar–, que también hubo una cuota de racismo, clasismo y sexismo: “Pensaban en nosotros como personas de dos mundos distintos”. Y que ninguno de los dos había anticipado la persecusión mediática: “Estábamos enamorados, excitados y quizá demasiado accesibles”.
Ya estaba casado con Jennifer Garner, de quien se hizo íntimo mientras filmaban juntos Pearl Harbor (2001) y Daredevil (2003), y confirmaron el romance siete meses después de la separación de JLo. Se casaron en junio de 2005 en una ceremonia íntima en una isla privada en Turcos y Caicos. Los dos se embarcaron en una cruzada legal para proteger de la prensa la intimidad de sus hijos. También en la histórica batalla de Ben contra el alcohol, que llegó a alejarlo de los sets.
La historia de adicciones de su familia, que también afecta a su hermano Casey, fue desde muy temprano un fantasma en su vida: entró por primera vez a rehabilitación a los 15 años. Estaba recuperado cuando se hizo famoso a mediados de los 90, pero cayó en la tentación de volver a tomar una copa con las comidas o en las fiestas y, eventualmente, perdió el control otra vez.
Affleck volvió a rehabilitación en 2017, tras su separación. Ese año se bajó de varios proyectos, incluida la película The Batman, que finalmente protagonizó Robert Pattison, pero no fue suficiente. Tuvo que volver a rehabilitación al año siguiente y fue registrado por el sitio de chimentos del espectáculo TMZ mientras tambaleaba por las calles de Los Angeles tras una fiesta de Halloween. Era 2019 y se suponía que llevaba un año sobrio. “Me gustaría que no hubiera pasado y que mis hijos no lo hubieran visto”, dijo a The New York Times en febrero de 2020. Lo estaba intentando otra vez, con la ayuda de un coach y la intervención de Garner –de quien ya se había divorciado–, y quería ser honesto.
En esa entrevista también dijo que “lo que se hereda es demasiado potente y muchas veces es difícil sacárselo de encima”. Y se reconoció públicamente como un alcohólico: “Me tomó demasiado tiempo hacerlo y entender que la próxima copa no va a ser distinta”. Además reconoció que luchaba contra la depresión y la ansiedad desde que era muy joven y había tomado antidepresivos desde los 26.
Limpio y después de veinte años –”de paciencia”, como diría ella–, volvió a acercarse a Jennifer Lopez en abril de 2021. Era la misma intensidad de los comienzos, y también el mismo asedio de los medios. Siempre habían seguido siendo amigos y se habían recordado con amor el uno al otro en cada nota. El había salido un tiempo con la cubano-española Ana de Armas, ella venía de su divorcio de Marc Anthony y la ruptura con Alex Rodríguez. Al año anunciaron su compromiso.
En julio pasado, ella confirmó en su newsletter que finalmente se habían casado tras un vuelo relámpago a la capital de las bodas. Habían viajado con sus hijos y habían hecho fila a la medianoche para conseguir su turno en la mítica Little White Wedding Chapel. “Quédense cerca el tiempo suficiente y tal vez encuentren el mejor momento de sus vidas en un viaje en auto por Las Vegas a las doce y media de la noche, con tus hijos y la persona con la que querés estar para siempre. El amor es algo enorme, tal vez la mejor de todas las cosas. Y resulta que es paciente y vale la pena esperar por él”, decía, y firmaba como Mrs. Jennifer Lynn Affleck.
Un año después y pese a los paparazzi que todavía los persiguen por el mundo a sol y a sombra, este es el segundo cumpleaños del actor y director que pasarán en familia. A los 51, Affleck parece haber encontrado finalmente su destino.
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