El joven Vladimir Putin llevaba apenas tres meses en la presidencia de Rusia cuando, en agosto de 2000, la marina rusa inició una serie de ejercicios en el Mar de Barents, con gran despliegue de naves y tropas. Las maniobras estaban previstas desde antes de la llegada de Putin al poder, pero el hombre que acababa de reemplazar a Boris Yeltsin las vio como una oportunidad para mostrar el poderío naval ruso en un mundo que seguía reconfigurándose a una década de la caída de Muro de Berlín.
Había que poner en juego lo mejor y el submarino nuclear Kursk-141, bautizado así en honor de la famosa batalla en la que el Ejército Rojo derrotó a la Alemania Nazi durante la II Guerra Mundial, era uno de los primeros símbolos del poderío militar ruso en tiempos postsoviéticos.
Con un largo (eslora) de 154 metros, un calado de 9 metros y 20.000 toneladas de peso, era el orgullo de la flota militar rusa y se lo consideraba “inhundible” por la ingeniería rusa debido a su doble casco y otras características técnicas.
“Se pensaba que era imposible de hundir porque, si incluso era impactado por un torpedo y éste le causaba daño severo, el Kursk podía llegar a la superficie de nuevo”, en palabras del ex capitán Viktor Rozhkov, que conocía la nave a fondo por haber sido comandante del Kursk desde 1991 hasta 1997.
Sin embargo, el 12 de agosto, un día después de iniciadas las maniobras, el submarino inhundible se hundió con 118 tripulantes a bordo, en lo que pasaría a la historia como el primer gran desastre naval del nuevo milenio.
Fue un desastre que pronto se convirtió en escándalo, al conocerse una cadena fallos en la nave y las indecisiones de los altos mandos navales a la hora de rescatar a la tripulación, que agonizó durante horas en una trampa mortal dentro de la cual se iba agotando el oxígeno.
Las anotaciones de algunos de los tripulantes, escritas mientras se les iba escapando la vida y recuperadas un año más tarde, terminaron de dar cuenta de la magnitud de la tragedia.
Dos explosiones y el hundimiento
Los ejercicios navales comenzaron el 11 de agosto de 2000 y entre las maniobras realizadas, el Kursk, al mando del capitán Gennady Lyachin, lanzó varios misiles de salva para demostrar que contaba con la más avanzada tecnología para realizar esos disparos bajo el agua.
Al día siguiente, a las 9 de la mañana, desde el comando naval se dio la orden a Kursk que disparara otros dos torpedos. Sin embargo, el capitán Lyachin no llegó a dar la orden de “fuego”. Más tarde se descubriría que una fuga de peróxido de hidrógeno en un misil defectuoso había causado un incendio en la sala de torpedos, lo que provocó dos explosiones en un lapso de 2 minutos y 15 segundos.
Tal fue su magnitud que fueron registradas por sensores sísmicos de Noruega y los Estados Unidos, que las ubicaron en el Mar de Barents.
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La explosión inicial destruyó la sala de torpedos, que se incendió, dañó la sala de control, incapacitando o matando a la tripulación que se encontraba en ella e hizo que el submarino se empezara a hundir. El fuego de la primera explosión desencadenó a su vez la detonación de entre cinco y siete ojivas de torpedo después de que el submarino tocara fondo.
Esta segunda explosión, de una potencia equivalente entre 2 a 3 toneladas de TNT, destrozó los primeros tres compartimentos y todas las cubiertas, hizo un gran agujero en el casco, destruyó los compartimentos cuatro y cinco, y mató a todos los que aún vivían que estaban adelante del reactor nuclear en el quinto compartimento.
Como un gran animal abatido, el K-141 Kursk, el submarino “inhundible”, quedó inmóvil sobre el lecho del mar, a unos cien metros de profundidad.
Un cúmulo de fallas y dudas
Por razones que nunca se explicaron de manera oficial, la marina rusa no suspendió los ejercicios y demoró más de seis horas en iniciar la búsqueda. La boya de emergencia, que debió haber aparecido en la superficie del mar, falló. Después se comprobó que estaba inutilizada. La habían desactivado el verano anterior, por temor a que un despliegue automático de la boya revelara la ubicación del Kursk mientras espiaba a la Sexta Flota americana desplegada en el Adriático, cerca de Kosovo.
Durante cuatro días, la marina rusa utilizó dispositivos sumergibles para intentar acoplarlos a la escotilla de emergencia sin éxito, con procedimientos que luego serían criticados por lentos e ineficientes.
Desde el principio, el gobierno manipuló la información e incluso hizo públicos comunicados en los que informaba que había establecido contacto radial con la nave y que la operación de rescate estaba en marcha, y rechazó ayuda de gobiernos extranjeros.
Al quinto día, el presidente Vladímir Putin autorizó a la marina que aceptara ofertas de asistencia británica y noruega. Recién siete días después del hundimiento, los buzos noruegos abrieron finalmente la escotilla en el noveno compartimento del submarino, esperando localizar supervivientes, pero lo encontraron inundado.
Fue entonces que el gobierno ruso comunicó oficialmente que no había supervivientes, que toda la tripulación había muerto al hundirse el submarino, por lo que hubiera sido imposible rescatar a alguien con vida.
Sin embargo, no era así.
Cartas durante la agonía
“13.15. Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas, está muy oscuro para escribir, pero lo intentaré con el tacto”, decía la primera nota, escrita con letra azul sobre una hoja de papel rayado.
Esta y otra nota escrita horas más tarde fueron encontradas en un bolsillo del uniforme del teniente Dmitri Kolésnikov estaban fechadas el 12 de agosto de 2000, fueron encontradas el 8 de octubre de 2001, más de un año después del hundimiento del submarino, cuando finalmente los restos del Kursk fueron recuperados del fondo del mar y llevados en una barcaza hasta la base naval de Murmansk.
Las anotaciones del teniente Kolésnikov, cuando fueron encontradas, desmintieron de manera concluyente todas las declaraciones oficiales: cuando el K-141 Kursk tocó el fonde del Mar de Barents, había todavía por lo menos 23 tripulantes vivos, que siguieron respirando mientras les duró el oxígeno, un lapso que se calcula entre seis y 48 horas.
Además de las dos notas, en el bolsillo del uniforme del oficial también se encontró un tercer apunte que reveló que incluso había tenido tiempo de hacer un registro de sobrevivientes. “Aquí está la lista de personal de las otras secciones, que ahora están en el noveno (compartimento) y tratarán de salir. Saludos a todos, no hay necesidad de desesperarse”, decía.
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Reconocimiento parcial y tardío
La versión oficial se vino abajo cuando finalmente los restos del Kursk – mejor dicho, buena parte de ellos – fueron recuperados el 8 de octubre de 2001 y se encontraron las notas guardadas en el bolsillo del uniforme del teniente Kolésnikov.
No fue la marina rusa la encargada del rescate, sino dos empresas privadas, las compañías holandesas Smit International y Mammoet, que contaban con la tecnología necesaria para hacerlo. Quizás por esta contingencia es que los papeles del teniente salieron a la luz.
Junto con los restos del submarino “inhundible” se recuperaron 115 cadáveres.
Más de dos años después del hundimiento, el gobierno ruso completó una investigación secreta del desastre. Abarcaba 133 volúmenes, pero sólo se conoció un resumen de cuatro páginas que fue publicado en el periódico oficial Rossíiskaya Gazeta.
En el informe se enumeran como causas del hundimiento la “pasmosa falta de disciplina, el equipamiento obsoleto y mal mantenido” y la “negligencia, incompetencia y mala gestión”.
“Saludos a todos”
Una investigación posterior presentó la hipótesis que los marineros habrían intentado buscar oxígeno con una maniobra que produjo otro incendio y causó la muerte de algunos de los que estaban en el noveno compartimento. Y que además consumió el oxígeno restante, lo que terminó sofocando a los otros sobrevivientes.
Nadie pudo salir de la nave sumergida. Todos murieron allí, pero no todos instantáneamente, como indicó la primera versión oficial, sino que muchos vivieron una agonía de horas o, tal vez, de días.
“Al gobierno ruso se le criticó mucho su reacción para intentar rescatar a los marinos y las autoridades señalaban, casi como una forma de defensa, que no había sobrevivientes”, explica Mark Kramer, profesor del Centro de Estudios Rusos y de Eurasia de la Universidad de Harvard. “Además – agrega – mostró lo mal preparados que estaban la marina y el gobierno ruso para afrontar una situación como la del hundimiento de un submarino nuclear”.
“Cuando se supo que había habido sobrevivientes, no solo quedó en evidencia que la Marina rusa había mentido, sino que tampoco habían hecho lo suficiente para rescatarlos vivos”, explica el profesor Kramer en su investigación sobre el hundimiento del Kursk.
Tal vez algo así presentía el teniente Dmitri Kolésnikov cuando escribió su última nota: “Parece que no hay posibilidades, 10-20%. Esperemos que al menos alguien lea esto. Saludos a todos, no hay necesidad de desesperarse”, decía.
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