Empezó como una venganza, como un acto de despecho. Y terminó convertido en una jornada histórica con cortes de luz, mucho calor, las paredes chorreando humedad, Los Beatles cantando a capella un tema que recién aparecería 4 años después, John de mal humor y con la ropa rota y un montón de gente feliz.
Nadie sabía que esa sería la última vez. Aunque, cualquiera que estuviera atento, podría haberlo adivinado. O al menos haber supuesto que pasaría mucho tiempo hasta que volvieran, hasta que se invirtiera la curva indefectiblemente ascendente de su carrera.
Los Beatles comenzaban a escalar. Ya había salido Please, Please Me y en Inglaterra se habían convertido en la nueva sensación. Su sede, el lugar en el que tocaban siempre, les había quedado chico. The Cavern no tenía las condiciones para alojar a un grupo conocido, de éxito.
El 3 de agosto de 1963, sesenta años atrás, Los Beatles tocaron por última vez en The Cavern, el sitio de Liverpool en el que se foguearon y en el que se forjaron como los Fab 4.
Please, Please Me se vendía muy bien y sonaba en las radios. En sus últimos shows, las chicas ya gritaban sobre los temas. Brian Epstein, el manager, veía el crecimiento exponencial y lo manejaba con cautela. Sabía que las posibilidades que se abrían eran enormes pero que no debían apresurarse. Al fin de cuentas, a principios de los sesenta, eran muchos los que lograban filtrar un hit y después se desvanecían sin gloria.
El 2 de agosto los Beatles tocaron en otro pequeño local de Liverpool, el Grafton Rooms. Era la cuarta vez que lo hacían. El contrato había sido firmado en enero de 1963. Las circunstancias habían cambiado demasiado. Los Beatles habían cumplido con las tres presentaciones anteriores. Epstein intentó suspender la cuarta, la de inicios de agosto. Habló de seguridad, de que el lugar se vería rebalsado, de pensar juntos una manera de compensar. Los responsables del club nocturno no quisieron saber nada. Preferían asumir los riesgos y asegurarse una excelente recaudación y de paso promocionar el lugar. Y le recordaron a Epstein otra cláusula del vínculo. En los días previos, la banda no podía actuar en Liverpool.
Epstein habló con los Beatles y juntos decidieron cumplir con la actuación pero para disminuir la expectativa y hasta para perjudicar a los de Grafton Rooms que no entendían el nuevo panorama, anunciaron para el 3 de agosto, el día siguiente de ese show, otro en su lugar de siempre, The Cavern. Con eso lograrían que los más fanáticos esperaran al sábado para verlos, en un lugar más hospitalario y familiar para ellos. Y de paso devolver al golpe a los empresarios que los obligaron a presentarse.
Los Beatles tocaron por primera vez en The Cavern el 9 de febrero de 1961, al mediodía, en lo que se llamaba The Lunch Sessions (Las Sesiones del Almuerzo).
Paul, John, George y Pete Best. En la batería todavía no estaba Ringo, faltaba bastante para eso. Tampoco usaban esos trajes entallados con los que se hicieron famosos, ni el moptop como peinado.
Camperas de cuero y pantalones negros o jeans. El pelo un poco más largo que lo habitual y despeinado pero nada que pudiera interpretarse como un look urdido. La paga era escasa: 5 libras esterlinas por función. Pero a ellos no les importaba. Querían tocar, darse a conocer en su ciudad y aceptaban cada presentación que les ofrecían. Venían de tocar en Hamburgo y de incorporar centenares de horas de escenario.
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A partir de ese momento, Los Beatles volvieron a tocar en The Cavern y ya se instalaron allí. Por 2 años y medio se convirtió en una especie de sede de su música y de la música joven británica. Ese escenario pequeño fue el laboratorio en el que se forjó la banda que cambiaría la música (y hasta la cultura) moderna.
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The Cavern abrió a principios de 1957 como un club de jazz. En agosto de ese año, entre otros grupos, se presentaron los Quarrymen, unos adolescentes de la ciudad. En el grupo estaba John Lennon y unas semanas después se incorporaría Paul McCartney. El dueño del lugar, Alan Sytner, al principio, se engañó a sí mismo, sosteniendo que el skiffle, el estilo de los Quarrymen era un derivado del jazz, por lo que no estaba traicionando su idea inicial. En 1959 Sytner vendió el lugar.
El nuevo propietario amplió el espectro. Reconoció la realidad y aceptó a los grupos que hacían otro tipo de música. Esa política de apertura fue la que consiguió que, con los años, The Cavern fuera clave para la escena beat inglesa.
No se conoce el número exacto de veces que los Beatles tocaron en The Cavern. Pero fueron alrededor de 300 (algunos aseguran que fueron 292 shows). Más de la mitad en funciones diurnas, al mediodía, y las restantes, las del año final, por la noche.
Lo que sí se sabe con absoluta certeza cuándo fueron la primera y la última presentación.
Nadie de los que estuvo en ese sótano destartalado y húmedo en esas ocasiones tenía manera de saber que estaba presenciando (casi protagonizando) un momento histórico. Unos oficinistas que escuchaban bandas jóvenes mientras almorzaban o adolescentes que perseguían al grupo que había pegado el último hit. Sobre los espectadores del día del debut pesó otra sospecha: ¿quién iba a creer que el que afirmaba haber estado en The Cavern ese mediodía frío de febrero de 1961 de verdad estuvo? Si apenas eran unas decenas. Si todos los que con el correr de los años juraron haber presenciado ese show de verdad lo hubieran hecho, The Cavern tendría que haber tenido la capacidad del estadio de Wembley.
El día del debut de la banda, George Harrison fue detenido en la puerta. El portero no quería dejarlo pasar. Llevaba jeans y la política de admisión de la casa era muy estricta en esa cuestión. Nadie podía pasar sin respetar las normas de etiqueta del sitio. Harrison ingresó cuando lograron convencer al empleado de que de otra manera no iban a poder tocar. La gimnasia escénica que habían adquirido en Alemania servía para que Los Beatles sonaran con contundencia; no eran unos improvisados, el entendimiento entre ellos era evidente y habían desarrollado un sonido propio.
El lugar era angosto. Sobre el final, bajo el techo abovedado, casi como encajado contra la pared de ladrillos, estaba el escenario breve en el que los cuatro se amontonaban. En el medio Paul. La primera línea la completaban John y George. Y bastante más atrás, casi como si se apoyaran contra la pared, Pete y su batería. La gente estaba cerca del escenario. Podían hablar con los músicos. El humo de los cigarrillos subía y se amuchaba contra el techo formando nubes que parecían sólidas. El olor era una rara mezcla de transpiración, humedad, desinfectante y las frutas podridas del mercado de la calle de enfrente.
En The Cavern, a fines de 1961, Epstein conoció a Los Beatles. Allí, también, se presentaron por primera vez con Ringo de baterista en lugar de Pete Best y debieron soportar el enojo de los fans (y George, al intentar calmar a alguno, recibió un cabezazo que le dejó un ojo en compota).
La serie de casi 300 presentaciones se detuvo el 3 de agosto de 1963.
The Cavern tenía un contrato vigente con Los Beatles del que todavía se adeudaban 6 shows más. Cuando los obligaron a presentarse en el Grafton Rooms, Epstein urdió la venganza. Habló con Bob Wooler, el propietario de The Cavern, y le pidió la fecha del 3 de agosto. El hombre le dijo la verdad: el cartel de esa velada ya estaba completa. Pero Epstein no tuvo que insistir. El propietario sabía que ese sería un sábado glorioso para él; Los Beatles llenarían el lugar y además tenían una relación de afecto y gratitud mutua. Se adelantó una hora la apertura del lugar y Los Beatles quedaron como (inevitable) número central. Arreglaron un cachet de 300 libras.
El programa empezaba a las 6.30 pm y terminaba a medianoche. Antes del número principal tocaban otros grupos: The Escorts, The Merseybeats, The Road Runners, Johnny Ringo and the Colts, and Faron’s Flamingos.
Las entradas salieron a la venta el 21 de julio. De inmediato se formó una larga fila. Menos de una hora después se habían agotado.
Brian Epstein había puesto una condición: que se vendieran nada más que 500 entradas. Esa cantidad de espectadores ya significaba una gran cifra para The Cavern. Epstein tenía miedo que hubiera incidentes, que algo le pasara a sus músicos. El otro temor era que se produjera algún escándalo por el hacinamiento y salieron en los diarios: quería evitar la mala prensa a toda costa.
Algunos de los que estuvieron presentes esa noche recuerdan haber estado apretujados, al borde de la asfixia por lo que se sospecha que los propietarios vendieron más entradas de lo convenido con el manager de la banda. El calor, la humedad, la muchedumbre y la excitación del ambiente provocaron varios colapsos: más de una decena de personas debió ser sacada en andas del lugar.
Paddy Delaney, el portero de The Cavern, contó, tiempo después, que esa fue una de las noches más frenéticas de trabajo: “Afuera había una multitud que estaba enloquecida. Cuando John Lennon pasó entre las chicas, le arrancaron un pedazo a su campera”.
En el libro The Cavern escrito por Spencer Leigh, que cuenta la historia del club, Tony Crane de los Merseybeats, la banda que tocó antes de Los Beatles, dice que John Lennon estaba de mal humor. Le dijo a sus tres compañeros que no debían haber vuelto a tocar allí. A pesar de que siempre había visto a John de buen humor y haciendo bromas sobre cualquier situación, esa noche, dice Leigh, se lo veía irascible e incómodo.
También recuerda con alegría el show de los Merseybeats, con orgullo de haber participado de algún modo en una noche histórica; dijo fue un gran concierto con la sala repleta y la gente alegre y ansiosa por escuchar a Los Beatles.
A esa altura de la noche el calor era insoportable. Las paredes chorreaban agua y del escenario parecía brotar un pequeño lago: los músicos debían tener cuidado de no resbalarse y caer.
Apenas aparecieron Los Beatles en escena, el público estalló. Hubo aplausos, gritos y aullidos excitados que no se silenciaron hasta el final del set.
En medio del set se cortó la luz. El calor condensó y el agua provocó un cortocircuito. Paul y John dieron un paso al frente del estrecho escenario y con sus guitarras acústicas estrenaron una canción: When I’m Sixty Four, una versión primigenia de la canción que recién grabarían en Sgt Pepper.
Nadie sabía en ese momento que ese sería el show final de los Beatles en The Cavern, pero en todos convivía la sensación de que ese sitio ya les quedaba muy chico. Faltaban apenas seis meses para que viajaran a Estados Unidos y explotara la Beatlemanía.
La historia estaba por cambiar.
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