Cuando el 2 de agosto de 1934, tras la muerte del presidente Paul von Hindenburg, Adolf Hitler se convirtió en el Führer alemán al unificar en su persona las funciones del muerto con las suya de canciller del Reich, su hermana Paula estaba en su departamento de Viena y se enteró por las noticias en la radio.
Más de una década después, interrogada por los aliados luego de la derrota nazi, confesaría que no se alegró y dio sus razones.
“Debo confesar honestamente que hubiera preferido que él siguiera su ambición original y se convirtiera en arquitecto”, le dijo a su interrogador.
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Contó que entre 1929 y 1941 lo vio apenas una vez al año y que después no volvió a reunirse con él. Además, aseguró, la ascendente carrera de su hermano mayor hacia el poder le había traído más problemas que beneficios.
Por ejemplo, explicó, en 1930 la habían echado de su trabajo como secretaria en una compañía de seguros vienesa por el solo hecho de ser pariente del líder del Partido Nacionalsocialista. Aclaró, eso sí, que desde entonces y hasta su muerte, Adolf la había ayudado con una mensualidad que primero fue de 250 y después de 500 marcos.
Según algunas fuentes, la única hermana que le quedaba a Hitler desconocía los crímenes de su hermano, mientras otras aseguran que era imposible que no estuviera al tanto del exterminio de judíos y disidentes.
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También se discute cuál fue su patrimonio y cómo lo obtuvo durante el nazismo. Paula aseguró siempre que vivió en forma austera, pero hay investigaciones que le adjudican por lo menos dos propiedades, una de ellas de valor inalcanzable para una persona común y corriente.
A 89 años del día en que Adolf Hitler logró acumular la suma del poder en Alemania, la verdadera historia de su hermana Paula -que más tarde pasó a llamarse Paula Wolf por sugerencia del líder nazi- es todavía un enigma no resuelto.
La hermanita menor
Paula Hitler nació el 21 de enero de 1896 en la pequeña comunidad agrícola de Hafeld, Austria. Fue la última de los seis hijos de Alois Hitler y su tercera esposa, Klara. Además, Paula y Adolf fueron los únicos de estos seis hermanos que alcanzaron la mayoría de edad.
Era siete años menor que Adolf y cuando nació su madre tenía 36 años y su padre más de 60. “Mis padres eran muy felices pese a tener caracteres muy distintos. Ella era muy cariñosa, mi padre más rudo, especialmente con Adolf. No se llevaban nada bien. Mi padre hasta le pegaba”, relató Paula en la única entrevista que concedió a lo largo de su vida.
Cuando Paula tenía 6 años, Alois murió, el 3 de enero de 1903, y su madre se hizo cargo de la familia, que se mudó a un modesto apartamento en Linz, Austria. Durante varios años, sobrevivieron gracias a la pensión de Alois.
Klara decidió no trabajar para dedicar su vida a sus hijos, pero cinco años después de la muerte de su esposo, le descubrieron un cáncer de mama incurable y murió a los 47 años. Paula tenía 11 años y Adolf estaba por cumplir 18.
El hermano mayor se asfixiaba en Linz y tenía aspiraciones artísticas que allí no podía concretar, de modo que mientras Paula quedaba al cuidado de unos familiares, él se mudó a Viena.
Pasarían 13 años sin verse, apenas intercambiando cartas. “Cuando escribía era para recomendarme libros. Una vez me envió El Quijote porque pensaba que me divertiría mucho”, contó en esa entrevista.
La relación entre ellos empeoró en 1908, cuando Paula le escribió una carta pidiéndole que no se enrolara en el Ejército. Como toda respuesta, Adolf cortó el diálogo, para retomarla recién cuando su hermana ya era una mujer de 25 años.
“Dejó de escribirme y sólo le volví a ver, 13 años después en Viena, adonde me trasladé. Me contó que se había ido a vivir a Múnich, persiguiendo el sueño de convertirse en pintor, me habló de sus experiencias durante la guerra, de sus camaradas, de sus heridas y me hacía regalos, lo que para mí, que vivía muy modestamente, era un lujo. Él ya era líder del Partido Nacionalsocialista. Me alegré de que le fuera bien. Luego volvió a Múnich y yo me quedé en Viena ganándome la vida como secretaria en una oficina insignificante”, relató.
Trabajó como ama de llaves, en la limpieza de un hospital militar, en un alojamiento judío y finalmente consiguió empleo en una compañía de seguros.
“Frau Wolf”
Según Paula, la carrera política de Adolf no demoró en perjudicarla. Por ser la hermana del líder nacionalsocialista en ascenso, la echaron del trabajo. Se defendió diciendo que a ella la política interesaba y que, aunque era hermana de Hitler, no estaba afiliada al partido nazi. La despidieron igual.
Entonces le pidió ayuda a Adolf. “Ante las dificultades por las que estaba pasando fui a Múnich a hablar con mi hermano. Me prometió que se ocuparía de mí y, hasta su muerte, recibí 500 marcos mensuales y 3.000 por Navidad”, dijo en la entrevista.
Tal vez debido a una verdadera preocupación por Paula o, quizás, para no dejar un flanco débil a sus enemigos políticos, en 1936, cuando ya estaba en la cima del poder Hitler, le propuso que cambiara su nombre, que él mismo se ocuparía de conseguirle los documentos.
Le sugirió que adoptara el apellido “Wolf” (Lobo) y no fue una elección caprichosa. El líder nazi creía en el poder del hombre para transformarse en lobo y su preferencia por esa palabra se vería claramente durante la guerra: su primer cuartel en el frente oriental se llamó Wolfsschaze (guarida del lobo), en Bélgica utilizó el nombre en clave Wolfsschlucht (barranco del lobo) y en Ucrania Werwolf (hombre lobo).
Paula aceptó, pero con la condición de conservar su nombre de pila y presentarse como Frau Wolf, como si fuera su apellido de casada, para no llamar la atención con el cambio entre sus conocidos.
Pronto recibió un pasaporte fue expedido a nombre de “Paula Wolf”, pero con una fecha errónea de nacimiento, ya que figuraba como nacida el 12 de noviembre de 1896 cuando en realidad había nacido en enero de ese año.
¿Sabía o no sabía?
Cuando recibió su nuevo nombre, Paula llevaba dos años en pareja, pero no con un señor de apellido Wolf sino con el psiquiatra y neurólogo vienés Erwin Jekellius.
Fue esa relación la que, después de la guerra, hizo sospechar que Paula Hitler – alias Paula Wolf – no era tan inocente como aseguraba y que estaba al tanto de los crímenes del Holocausto.
La hermana de Hitler dijo hasta su muerte que conoció a Erwin Jekellius gracias a relaciones sociales que estaban totalmente al margen del ámbito en que se movían los nazis, pero lo cierto es que, a partir de su noviazgo con Paula, la carrera del psiquiatra se disparó.
Con el inicio de la guerra se enroló en la Wehrmatch, el ejército alemán, y en 1940 fue nombrado director de una unidad que se ocupaba –al estilo nazi– de niños con discapacidades mentales, desde donde se encargó de provocar la muerte a más de 4.000 discapacitados.
Un informe soviético redactado al final de las Segunda Guerra Mundial reproduce una carta supuestamente escrita por Jekellius a sus superiores: “1941, empezamos en nuestra clínica (en Viena) con el exterminio de los niños (...) mi ayudante, el Dr. Gross, había completado un curso práctico sobre matar niños. Cada mes matábamos entre 6 y 10 niños (...) el Dr. Gross trabajaba bajo mi dirección. Matamos a los niños según su experiencia e instrucciones. Después de la introducción de Luminal, a través del ano, en el organismo del niño, el niño se dormía inmediatamente y quedaba en este estado durante 20-24 horas. Después, inevitablemente se producía la muerte (...). En algunos casos, la dosis era insuficiente, entonces el Dr. Gross, siempre después de consultármelo, inyectaba un cóctel mortal a base de morfina para conseguir el objetivo final”, decía.
Por alguna razón, el médico perdió la confianza de Hitler, que poco después lo envió al Frente Oriental, donde fue capturado por los soviéticos.
Otro hecho que despertó sospechas sobre Paula fue su patrimonio. Al final de la guerra era dueña de una villa en Weitten, Wachau, restaurada a todo lujo y de un departamento en Viena. Tras la caída de Alemania, las dos propiedades fueron confiscadas –una por los soviéticos y otra por los norteamericanos– y nunca le fueron devueltas.
Interrogada por los aliados
La documentación que la identificaba como Paula Wolf no le sirvió a la hermana de Hitler para escapar de los Aliados. Mientras estuvo detenida, fue sometida a dos interrogatorios por oficiales de inteligencia norteamericanos, el 15 de julio de 1945 y el 5 de junio del año siguiente.
En uno de ellos, no solo dijo que no sabía nada del Holocausto, sino que no creía que su hermano lo hubiera ordenado.
“No creo que mi hermano ordenara el crimen cometido a innumerables seres humanos en los campos de concentración o que incluso supiera de estos crímenes. Sin embargo, es posible que que en los duros años de su juventud le hayan provocado una actitud antijudía. Pasaba hambre Viena y creía que su fracaso en la pintura se debía al hecho de que el comercio de obras de arte estaba en manos judías”, dijo.
También lamentó la muerte de Adolf: “El destino personal de mi hermano me afectó mucho. Él seguía siendo mi hermano, sin importar lo que pasara. Su fin me produjo un dolor indescriptible”, declaró y, según un apunte del oficial que la interrogaba, debió interrumpir la entrevista porque estalló en un llanto imposible de detener.
Pese a las sospechas, Paula fue finalmente liberada y volvió a Viena, donde sobrevivió con la ayuda de algunos amigos hasta que consiguió trabajo en una galería de arte.
En diciembre de 1952 se mudó a Berchtesgaden, donde vivió en un pequeño departamento de dos habitaciones, y luego se mudó a Hamburgo, donde falleció el 1 de junio de 1960.
Paula Hitler –alias Paula Wolf– fue enterrada en el Cementerio de Bergfriedhof, pero su tumba ya no existe. Sus restos fueron levantados en 2005 y se desconoce su destino.
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