Jean Tatlock, la amante de Oppenheimer: ambigüedad sexual, depresión y un suicidio que dejó dudas

A los 29 años, la médica y psiquiatra fue hallada ahogada en la bañera de su departamento. Seis años antes se había enamorado del físico que creó la bomba atómica. Su pertenencia al Partido Comunista. El espionaje de la CIA sobre la pareja. La decisión de terminar la relación y los encuentros furtivos. Y la reacción del científico cuando se enteró de su muerte

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Jean Tatlock, la amante de
Jean Tatlock, la amante de Oppenheimer

Fue su padre, con quien había mantenido diferencias políticas y hasta de estilos de vida, quien alarmado porque su hija no contestaba el teléfono se llegó hasta la casa del 1405 de Montgomery Street, San Francisco, para encontrar que nadie le abría la puerta. Era el frío atardecer del 4 de enero de 1944. El hombre escaló una ventana para entrar y entonces sí encontró a su hija, muerta, con la cabeza sumergida en una bañera a medio llenar. En apariencia, era un suicidio. A su lado, había una nota. Decía: “Estoy disgustada con todo. A quienes me amaron y me ayudaron, todo el amor y el coraje. Quería vivir y dar, y de una forma u otra me quedé paralizada. Intenté entender, pero no pude… Habría sido una responsabilidad toda mi vida, al menos puedo librar de la carga de un alma paralizada a un mundo en conflicto”.

La vida de Jean Tatlock había llegado a su fin. Tenía veintinueve años, era una médica y psiquiatra brillante; era también un enigma, bello como son los enigmas; dejaba atrás una vida que no había podido comprender y una historia de amor devastadora con el físico más extraordinario de su época, Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica que, mientras Jean hundía su cabeza en el agua en el baño de su casa, estaba a punto de probar con éxito en el complejo militar e industrial de Los Álamos, instalado en el desierto de Nuevo México, el arma que iba a cambiar el curso de la guerra y, para siempre, al mundo entero.

Peer De Silva, un oficial de la CIA, encargado de la seguridad en el secretísimo mundo de Los Álamos, le dio la noticia a Oppenheimer. No era casual: la CIA había vigilado a Tatlock porque era miembro del Partido Comunista. Había vigilado a Oppenheimer por su amor tumultuoso y apasionado con la muchacha. Y había vigilado a la pareja siempre que estuvieron juntos para tratar de enderezar sin éxito el rumbo siempre fatal de sus amores contrariados.

Contó luego De Silva que Oppenheimer quedó devastado por la noticia y se marchó a dar un largo paseo en solitario por un sitio en el que se podía hacer de todo, menos pasear. Dijo De Silva: “Oppenheimer dijo que ya no tenía a nadie más con quien hablar”. En vez de hablar, el extraordinario físico hizo otra cosa: bautizó al inminente primer test de la bomba atómica, programado para el 16 de julio de 1945, con el nombre “Trinity”, en homenaje a un poema de John Donne, el más relevante poeta metafísico inglés de la época isabelina. Se lo había descubierto Jean Tatlock.

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Robert Oppenheimer, creador de la
Robert Oppenheimer, creador de la bomba atómica, en su estudio en el Instituto de Estudios Avanzados, en Princeton, Nueva Jersey, el 15 de diciembre de 1957 (Foto AP/John Rooney, archivo)

Ahora, le película “Oppenheimer”, dirigida por Christopher Nolan, con Cilian Murphy como Oppenheimer y Florence Pugh como Jean Tatlock, rescata aquel amor apasionado y estremecido, inconcluso y trágico y, en parte, rescata desde el pasado la casi indescifrable figura de una muchacha que no se dio tiempo para entender el mundo.

Jean Tatlock había nacido el 21 de febrero de 1914 en Ann Arbor, Michigan; era el segundo hijo de John Strong Perry Tatlock y de Marjorie Fenton. John Tatlock era un destacado profesor de inglés y de literatura medieval de la Universidad de Michigan, un experto en las obras de teatro y poemas de la época isabelina, en especial de las escritas por Geoffrey Chaucer, que vivió entre 1343 y 1400. También era conocido por sus posiciones de derecha. Su hija, como si se tratara de cumplir las instrucciones de un manual, optaría desde muy joven por posiciones de izquierda y se afiliaría incluso al Partido Comunista estadounidense. Jean Tatlock estudió en el Cambridge Rindge and Latin School en Cambridge, Massachusetts, y en el Williams College en Berkeley.

Conoció a Oppenheimer en la primavera boreal de 1936, a sus veintitrés años, graduada ya de la Escuela de Medicina de Stanford y mientras era reportera y escritora del “Western Worker”, el órgano del Partido Comunista de Estado Unidos en la Costa Oeste. Él tenía treinta y dos. Era profesor de física en Berkeley y los presentó la casera de Jean, Mary Ellen Washburn, que también era miembro del PC, en los días en los que Washburn tenía a su cargo una recaudación de fondos para ayudar a los republicanos españoles, envueltos en la Guerra Civil contra los falangistas.

Si bien no abundan los detalles de la relación entre ambos, parece que fue un amor instantáneo y apasionado. Sus amigos describieron a Jean como “una hermosa muchacha, una persona encantadora”. Era alta, esbelta, con ojos verdes: una belleza de pelo oscuro e inteligencia superior, que a Oppenheimer le pareció una combinación irresistible. Jean Tatlock arrastraba dos cargas que le pesaban: una tendencia frecuente a la depresión y una lucha contra su propia sexualidad. En una carta a uno de sus amigos, escribió: “(…) Hubo un período en el que pensé que era homosexual. Todavía estoy, en cierto modo, obligado a creerlo, pero en realidad, lógicamente, estoy seguro de que no puedo serlo debido a mi falta de masculinidad”.

Una vista aérea después de
Una vista aérea después de la primera explosión atómica en el sitio de prueba Trinity, en Nuevo México, el 16 de julio de 1945 (Foto AP, archivo)

Oppenheimer sabía nada de política. Vivía para la física, encerrado en un departamento en el que no había radio, ni teléfono; él mismo no leía ni diarios, ni revistas. Ernest Lawrence, amigo y colaborador de Oppenheimer, reveló que el físico no se enteró sino seis meses más tarde del crack económico de Wall Street, que en octubre de 1929 puso patas para arriba la economía de Estados Unidos y la del mundo. Lawrence lo sabía de buena fuente: él mismo se lo había dicho a Oppenheimer, que había admitido: “Yo estaba interesado en el hombre y su experiencia, pero no comprendía las relaciones del hombre con su sociedad. Empecé a sentir la necesidad de participar más plenamente en la vida de la comunidad”. Otro hecho lo empujó hacia el interés político: desde Alemania llegaban las primeras noticias sobre la persecución nazi a los judíos, y él era hijo de un importador textil y una artista, judíos, que habían emigrado de Alemania en 1888: “Pero yo no tenía ninguna convicción política o experiencia que me proporcionara alguna perspectiva sobre todo aquello”. Oppenheier tenía que aprenderlo todo. Y allí estaba Jean Tatlock, para enseñarle.

Su novia, ambos desbordados por la pasión, le presentó a algunas de las personalidades más importantes de la izquierda americana de la Costa Oeste, como Thomas Addis, Rudy Lambert y Kenneth May, todas del Partido Comunista. Addis, un médico de Stanford, investigador de las enfermedades renales, le reveló el complejo panorama de la Guerra Civil Española. Oppenheimer llegó a donar unos mil dólares anuales, de los años 30, a varios fondos de ayuda asociados todos con el PC de Estados Unidos.

Jean Tatlock fue mucho más que la mentora política de Oppenheimer. Robert Serber, físico nuclear, amigo y confidente de Robert describió una vez: “Jean fue el amor más verdadero de Robert. La amó más que a nadie. Estaba entregado a ella”. Y el propio Oppenheimer admitiría años más tarde, frente a quienes lo acusaron de comunista en los años del macartismo: “Al menos dos veces estuvimos lo suficientemente cerca del matrimonio como para considerarnos comprometidos”. Pero cada vez que el matrimonio era inminente, Jean decía que no. Gran parte del drama residía en sus graves ataques de depresión. Según quienes la conocieron, la muchacha tornaba de vez en vez a la inestabilidad emocional y debía someterse a un tratamiento médico y psicoanalítico.

Había algo más. Jackie Oppenheimer, casada con Frank, hermano de Robert, que conocía muy bien a Tatlock, recordó que, para espanto de la paciente, el análisis reveló tendencias lesbianas latentes que, al parecer, no llegaron nunca a concretarse. Sin embargo, la escritora Edith Arnstein Jenkins recordó con los años una conversación con un buen amigo de Jean, Mason Roberts, que le reveló que Jean le había dicho que era lesbiana. Sus más cercanos amigos consideraban posible que hubiera tenido una relación con Mary Ellen Washburn, la casera que le había presentado a Oppenheimer.

J. Robert Oppenheimer
J. Robert Oppenheimer

La simpatía de Tatlock por el comunismo y el papel decisivo de Oppenheimer en la elaboración de la bomba atómica en Los Álamos, hicieron que el FBI dirigido por J. Edgar Hoover pusiera a la muchacha bajo vigilancia: la inteligencia estadounidense no sólo temía que Tatlock convirtiera a Oppenheimer al comunismo, sino que fuese ella misma una espía soviética: los teléfonos de Jean en su departamento de Montgomery Street fueron intervenidos y todos sus movimientos seguidos paso a paso.

En 1939, Oppenheimer y Tatlock rompieron su relación. Al menos en lo formal. Ella lo convenció, o intentó convencerlo, de que era mejor la distancia, pero que jamás dejaría de amarlo. Eso no era una ruptura: era una desazón. Desde su separación, Oppenheimer pasó por muy breves relaciones amorosas hasta que en agosto de 1939, mientras daba sus clases en el Instituto Tecnológico de California, conoció a Kathryn “Kitty” Puening, una bióloga alemana casada tres veces, divorciada dos y en proceso de su tercer divorcio: “Me enamoré de Robert aquel mismo día, pero confié en poder ocultarlo”. El secreto no duró mucho. Kitty Puening se divorció de su marido número tres y se casó con Oppenheimer el mismo día, el 1 de noviembre de 1940. Fue la madre de sus dos hijos.

Pero Robert y Jean Tatlock nunca se dejaron. En los años 50, frente al comité que lo acusaba de simpatías con el comunismo y como probable entregador a la URSS de secretos atómicos, Oppenheimer, desganado, harto de la mediocridad, resumió así la relación que había tallado su vida emocional y afectiva: “En la primavera de 1936, unos amigos me presentaron a Jean Tatlock, la hija de un destacado profesor de inglés en la universidad; y en el otoño, comencé a cortejarla, y nos acercamos el uno al otro. Estuvimos al menos dos veces lo suficientemente cerca del matrimonio como para considerarnos comprometidos. Entre 1939 y su muerte en 1944 la vi muy raramente. Ella me habló de su actividad en el Partido Comunista; eran aventuras intermitentes y nunca parecían proporcionarle lo que buscaba. No creo que sus intereses fueran realmente políticos. Ella amaba este país y su gente y su vida. Resultó que era amiga de muchos compañeros de viaje y comunistas, con algunos de los cuales conocí más tarde. No debo dar la impresión de que fue exclusivamente gracias a Jean Tatlock que hice amigos de izquierda, o sentí simpatía por causas que hasta ahora me hubieran parecido tan lejanas, como la causa republicana en España y la organización de los trabajadores migratorios. He mencionado algunas de las otras causas contribuyentes. Me gustó el nuevo sentido de compañerismo, y en ese momento sentí que estaba llegando a ser parte de la vida de mi tiempo y país.”

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El hongo de Trinity, la
El hongo de Trinity, la primera bomba atómica que probó Oppenheimer en Nuevo Alamo. El nombre fue extraido de un poema que le había enseñado Jean Tatlock y la bautizó así luego de enterarse de su muerte (photograph on display in the Bradbury Science museum, photo copied by Joe Raedle)

El alegato, que contiene algunas dosis de atómica ironía y que no lo favoreció en nada, contiene al menos una mentirita: “Entre 1939 y su muerte en 1944 la vi muy raramente”. No tan raramente. Oppenheimer siguió viéndose con Tatlock, que ya sufría de episodios depresivos más agudos, agravados por la falta de contacto con el que también era el amor de su vida: pasaron juntos el Año Nuevo en diciembre de 1941 y, al menos una vez, se encontraron en el Hotel Mark Hopkins de San Francisco.

El 14 de junio de 1943, ya con el Proyecto Manhattan en sus espaldas estrechas y con la bomba atómica a punto de ser creada, Oppenheimer y Jean Tatlock se vieron por última vez. Fue donde siempre, en el 1405 de Montgomery Street, San Francisco. A él lo siguieron dos oficiales del Ejército. El informe, que debe haber sabido más de lo que reveló, afirma que la pareja se encontró en el andén de la estación de tren y que se besaron. Luego, pasaron juntos el resto del día y que apagaron las luces del departamento de Jean a las once y media de la noche. Al día siguiente, desayunaron juntos y Tatlock llevó a Oppenheimer al aeropuerto para que regresara a Los Álamos.

Seis meses y medio después, Jean escribió una nota, tapó la bañera de su casa, donde tantas veces había vivido su romance desastrado con Robert Oppenheimer, abrió las canillas y se metió dentro. Con el cadáver de su de su hija todavía en el cuarto de baño, John Tatlock se encargó de quemar todas las cartas de Jean y todas las imágenes que pudo hallar, antes de llamar a la policía y a la funeraria. Intentó borrarla de la historia para alejarla de cualquier sospecha de enlace con el comunismo.

La autopsia dijo que la causa de la muerte había sido asfixia por ahogamiento: también determinó que no había en el cuerpo de Jean restos de alcohol en sangre, y que ninguno de los barbitúricos que había tomado había alcanzado órganos vitales en el momento de su muerte. Un médico con acceso al informe de la autopsia dijo a Kai Bird y a Martin Sherwin, autores de “Prometeo americano”, el libro en el que se basa la película “Oppenheimer”: “Si eres inteligente y quieres matar a alguien, esta es la forma correcta de hacerlo”. El hermano de Jean, Hugh Tatlock, también médico, siempre apoyó la hipótesis del asesinato.

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