Algunos ya se deben estar vistiendo. Hoy a la noche, dentro de unas pocas horas, se celebrará una gran fiesta en el sur de Londres. Un cumpleaños de 80. Uno podría imaginar que la mayoría de los invitados serán ancianos, compañeros de vida del homenajeado, viejitos encorvados y nostálgicos, algunos familiares y no mucho más. Pero no: esta será una fiesta diferente. 300 invitados. Algo muy exclusivo y elegante. Rockeros, actrices, celebridades varias, miembros de la nobleza, políticos, empresarios, varias chicas jóvenes. Todos vestidos de gala, con prendas de los mejores diseñadores, adornados con joyas de valores obscenos. La seguridad se deberá esforzar para evitar intrusos, para tener a raya a los paparazzis, para alejar a los curiosos. El lugar será un gran jardín botánico, el Chelsea Physic Garden.
Esta noche, acaso esta semana, no habrá en todo Londres un evento más importante: Mick Jagger cumple (y celebra) 80 años.
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El hombre de la longevidad prodigiosa, el amante voraz, el rockero ambicioso, el de las historias mitológicas de drogas y sexo, el showman carimástico, el de los pasos sensuales y enérgicos, el que entrena sin parar, el caballero de la Reina, el compositor de hits invencibles, el que tiene una relación amor-odio con Keith Richards, la mitad de los Glimmer Twins. Mick Jagger ha sido y es todo eso.
El bisabuelo del rock
La vigencia y plenitud de Jagger no se alimentan sólo de pasado glorioso y de leyenda. Tampoco de que posea un aspecto y una energía (casi) imposible para su edad. En él conviven las contradicciones. Rocker furioso y bisabuelo; rebelde y sagaz empresario; convicto y caballero británico; exitoso líder de la banda de rock más grande de todos los tiempos y solista sin demasiada fortuna; rey de los excesos y talibán de la vida sana y el entrenamiento.
Pero, lo central, es su lugar como parte vital de los Rolling Stones y su manera de reconfigurar un rol: el cantante de rock. Después de Jagger nada fue igual.
Su gran aporte (más allá de la imagen rebelde y salvaje que los Stones cristalizaron como el ideal del rock) fue delinear al frontman prototípico de una banda de rock. La sensualidad, la furia, el despliegue atlético, la actitud desafiante, los pasos propios, la presencia hipnótica, la entrega total. No hay cantante contemporáneo o líder de una banda que no esté influido, de manera consciente o inconsciente, por el estilo Jagger. Cada uno de los que vino después es su sucesor, todos le deben algo. Aun los que a simple vista no se parecen en nada; es posible que hayan forjado esa quietud, desarrollado ese minimalismo impasible, en oposición a la exuberancia de Mick.
Es, sin dudas, uno de los más grandes performers de la historia del espectáculo.
Tiene clara conciencia de que es una estrella. Esa convicción lo acompañó desde antes de la consagración. Una actitud frente a la vida.
No siempre se dice algo que de tan evidente queda oculto: Mick es un cantante extraordinario. Puede ser salvaje como en Gimme Shelter o Simpathy for The Devil, hacer algo que nunca había hecho con una ternura (y desamparo) desconocida en Angie, pasar al falsetto en Emotional Rescue o Fool To Cry, desafiante como en Satisfaction y sensual/sexual siempre. Las influencias están claras desde el principio: el blues, el soul y hasta el country. Pero esas influencias pasadas por su experiencia y su energía se transforman en algo bien diferente, en algo absolutamente personal y único. En una voz propia que miles intentaron copiar y apropiarse, aunque no pudieron. Parece sencillo ser como Jagger, es muy caricaturizable su estilo y sus tics, pero imposible lograr su estilo, su impronta.
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Un profesional del rock
A pesar de que su nombre es sinónimo del cantante de rock tiene una vocación por la perfección y por estar siempre a la altura que no suele asociarse con el rock, en el que la rebeldía, la vida salvaje y lo contracultural parecieran autorizar a presentaciones desganadas, sin voz, demoras de horas en el comienzo de shows o a presentarse en un estado deplorable en el escenario. A Jagger eso no le sucede Su devoción al trabajo, a estar siempre en condiciones (físicas, vocales, anímicas y hasta de producción) habla de un profesionalismo evidente pero que muchos prefieren no ver porque, hipotéticamente, no condice con la leyenda salvaje stone.
El año pasado los Rolling Stones hicieron varias fechas en grandes estadios. Nadie se sorprendió con el despliegue físico y la intensidad de Mick Jagger. Lo de siempre: cantó, corrió por el escenario con sus sprints característicos, bailó sin parar. Sin importar que estuviera por cumplir 80, ni la cirugía coronaria de unos años atrás en la que le reemplazaron la válvula aórtica. Ni siquiera que el Covid lo haya obligado a recluirse y hasta lo obligó a postergar algunos shows (algo que no hizo siquiera cuando murió su padre). Mick se sigue moviendo como Jagger.
La vestimenta fue la habitual. Pantalones achupinados, remera negra, la chaqueta colorida con vivos rojos. Alguien que no supiera de quién estamos hablando, podría imaginarse un cuadro patético: un anciano disfrazado como un joven. Pero no. Con Jagger no sucede eso. Sólo provoca fascinación y devoción.
Para explicar este estado físico sobrenatural se recuerda su entrenamiento exhaustivo que incluye gimnasia, varios kilómetros de running, yoga, pilates, entrenamiento vocal y largas sesiones de baile con una frecuencia de cinco o seis días por semana. A eso se le debe agregar una alimentación sana, balanceada que no se permite desvíos. Tampoco se puede desdeñar el factor genético: el padre de Mick fue gimnasta, profesor de educación física, que practicó deportes hasta pasados los ochenta años y que murió a los 93. Alguna vez, Lenny Kravitz contó que vacacionaron juntos y que todos los días a media tarde, Jagger dejaba la playa, los tragos, las chicas y se dirigía a un amplio salón vacío sólo con espejos en las paredes y un imponente equipo de música. Ponía play y comenzaba el entrenamiento. Aparecían las pistas de los Stones en vivo pero sin su voz. Mick cantaba, bailaba y corría como si estuviera ante una multitud. Lo hacía cada tarde, para mantener la voz y el cuerpo en forma sin importar que eso es lo que viene haciendo desde hace más de sesenta años.
Las profecías no cumplidas
En 1969 un periodista le preguntó a un MIck Jagger pletórico, de apenas 25 años, cómo veía su futuro. Mick, muy seguro de su respuesta, dijo: “Me voy a retirar cuando cumpla 33. Es el momento adecuado para que un hombre se dedique a otras cosas. No quiero ser una estrella de rock toda mi vida”.
En 1975, en una línea similar, cuando Satisfaction cumplió una década, Mick Jagger, que por entonces tenía 31 años, declaró: “Prefería estar muerto antes que seguir cantando Satisfaction cuando tenga 45″.
Dos de las profecías más erradas de la historia de la música.
Es cierto que seis años después de la aparición de su primer álbum, la banda parecía desmoronarse. Brian Jones, el que durante los primeros tiempos había sido el líder, había muerto, se debatían entre romances tormentosos y cruzados, las drogas parecían dominarlos, los escándalos se acumulaban, las relaciones entre ellos se deterioraban, la justicia los perseguía, el mundo de la música cambiaba. Sin embargo, ellos, con Mick, a la cabeza siguen estando allí.
Ellos eran el peligro y como tal, como representantes del lado salvaje, se suponía que su paso sería fugaz o, al menos, breve. Tom Wolfe escribió: “Mientras los Beatles quieren tomar su mano, los Stones quieren quemar tu ciudad”.
Hubiera sido imposible imaginar que los Rolling Stones seguirían convocando multitudes en cualquier lugar del mundo ya entrada la segunda década del nuevo milenio. Imposible suponer, en medio de su furioso éxito inicial, tamaña longevidad.
El verdadero dúo dinámico
Mick y Keith Richards conforman una de las grandes duplas del rock & roll. Un binomio creativo que se mantiene vivo desde hace casi sesenta años. Pocos lograron componer juntos tantos clásicos como ellos. Y casi nadie ha logrado atravesar tantas vidas adolescentes. Al principio compañeros fugaces en el primario, se reencontraron años después en una estación y ya no se separaron.
Las diferencias entre Mick y Keith son notables. Han tenido peleas épicas y se han distanciado por largos años. Pero la sociedad sobrevive. Jagger es el responsable de haber acercado las grandes marcas, del costado empresarial de la banda. Lejos de ser una crítica, habla de una capacidad para mirar el estado de situación, para entender los cambios de época y conseguir que los Rolling Stones se mantengan vigentes.
Mick sostuvo al grupo, lo empujó en los años en que Keith estaba perdido en la heroína y la cocaína. Como gesto de gratitud, Keith compuso Beast of Burden, en la que Mick es el animal de carga que soporta el peso de la banda en sus ausencias. Las peleas, por todos los temas posibles, fueron constantes en las últimas décadas. Algunas furibundas, otras más leves; la mayoría privadas, unas pocas se hicieron públicas, generalmente por alguna infidencia más simpática que rencorosa, de Keith. Con sabiduría supieron alejarse, poner a la banda en el freezer varios años, abandonar los tours y los estudios. Aguantaron ambos la tentación de anunciar la separación y esperaron a que llegaron tiempos más mansos.
Juntos comandaron el grupo todo este tiempo. Es cierto que hace ya muchos años, décadas para ser precisos, que no producen un gran álbum. Se convirtieron en una banda de estadios con discos (muy) irregulares con algún gran tema. Sin embargo no hay demasiados creadores que puedan ostentar una tetralogía como la que pergeñaron entre 1968 y 1972. La seguidilla Beggars banquet, Let it bleed, Sticky fingers y Exile on Main St. es admirable y es casi insuperable. Esa es la cima de su arte aunque después todavía hayan sido capaces de grabar Some girls o Tatoo you.
Hace unos meses, se supo que están grabando un nuevo álbum, el primero con temas nuevos en más de 15 años. Contarán con el regreso para algunas canciones de Bill Wyman (ya pasaron 30 años de su partida: a esta altura estuvo el mismo tiempo dentro de la banda que fuera de ella), y entre muchísimos invitados ilustres, dos muy especiales: Paul McCartney y Ringo Starr.
Richards se quedó con el lado salvaje. Al menos, para la leyenda. Es el rebelde eterno, el que se esnifó las cenizas del padre, el soporte musical, la Norma Iso 9000 de rock sobre el escenario. Vida, su libro de memorias, es muy divertido y es un extraordinario ajuste de cuentas con su compañero de toda la vida. Habla de sus enfrentamientos, de sus diferencias de visión y se entretiene contando algunas maldades sobre Mick. Alguna de ellas sobre su dotación viril: “Marianne (Faithfull) no tenía cómo divertirse con su pequeño amiguito. Sé que tiene unas bolas enormes pero no puede llenar el vacío entre ellas”. Esas dos líneas provocaron el mayor sofocón en la historia de la banda, nunca los Stones estuvieron tan cerca de disolverse después de que a Mick le leyeran ese fragmento. Exigió disculpas públicas.
Otra diferencia con Richards es su postura frente a la realeza. Ser Mick Jagger incluye, entre otras muchas cosas, ser Caballero de la Corona Británica. Sir Mick Jagger. El yerno que nadie deseaba (“¿Dejaría usted que su hija se casara con un Rolling Stone?”, el slogan atemorizante y genial creada por Andrew Loog Oldham, el manager de ese entonces de la banda), la figura satanizada por los medios, el roquero peligroso y rebelde se convirtió en un hombre honrado por la realeza y homenajeado por la Reina.
El castillo de Jagger
En su época de excesos, a principios de los setenta Jagger en medio de un viaje lisérgico compró una mansión enorme y de dos siglos de antigüedad en la campiña inglesa. Unos días después no recordaba haber adquirido la propiedad de Stargroves. Unos meses después, la banda decidió grabar allí. Para ello construyeron un estudio móvil que terminó convirtiéndose en una parte importante del rock: allí registraron parte de Sticky Fingers y de Exile in The Main Street; también lo utilizó Led Zeppelin para varios de sus discos.
Las novias y conquistas de Jagger fueron variadas, ininterrumpidas y, la mayoría de las veces, simultáneas. Actrices, cantantes, modelos, bailarinas, groupies. Chrissie Shrimpton, Marianne Faithfull, Marsha Hunt, Bianca Jagger, Jerry Hall, la brasileña Luciana Morad, L’Wren Scott (que se suicidaría mientras estaba de novia con él), Melania Harwick, Carla Bruni, Carly Simon, la Princesa Margarita, Margaret Trudeau (en ese entonces esposa del primer ministro canadiense), Angelina Jolie, Uma Thurman. Etc, un largo etcétera.
Sin olvidar algunas novias de sus compañeros de banda como Anita Pallenberg o alguna de Brian Jones a mediados de los sesenta. La lista nunca puede ser taxativa, sólo ejemplificativa, una enumeración trunca. Las notas periodísticas que hablan de récords sexuales echan mano a dudosas estadísticas y ponen la cifra -incomprobable- en cuatro mil mujeres. El número es incierto pero a nadie le pueden quedar dudas que sus conquistas amorosas son más que las de cualquier mortal imaginó para sí mismo. La gran mayoría de las mujeres que compartieron su vida han declarado que fueron menospreciadas por él, abandonadas en los momentos críticos, que en la mayoría de las oportunidades hizo gala de un olímpico machismo. Parejas que sucumbieron pro su desinterés, por su trato despectivo, por la búsqueda de Mick de la siguiente conquista, por su dificultad para contactar.
Los amores de Mick
Su catálogo de conquistas es probable que incluya, también, varios hombres. Tal vez la historia más famosa al respecto sea la que lo tiene como coprotagonista a David Bowie. Angela Bowie, luego de su divorcio (y en especial después de que se haya vencido el plazo de confidencialidad a la que la obligaba el convenio firmado en la división de bienes) contó que un día encontró a su ex marido con Jagger en la cama. Con los años, Angela Bowie brindó diferentes versiones del episodio -que negaron con gracia los dos intérpretes- e intentó a su modo (uno bastante peculiar) de morigerar la versión. Por ejemplo en una entrevista televisiva dijo: “No encontré a nadie teniendo relaciones sexuales. Entré a la habitación y había dos personas durmiendo en mi cama. Sólo que estaban desnudos, y resultó que eran Mick Jagger y David Bowie. Tampoco es para tanto. Eso no significa que hubieran tenido una aventura”. Ya que estamos es una buena ocasión para desmentir que Angela Bowie haya sido quien inspiró Angie, el célebre tema de los Stones. Rod Stewart cuenta en sus memorias que a principios de la década del setenta, Mick que estaba en pareja con Bianca, le propuso al escocés (de novio en ese entonces con la modelo Dee Harrington) un intercambio de parejas. Rod declinó, al menos en esa oportunidad, de la experiencia swinger.
Su pareja más importante y con más influencia sobre él fue Jerry Hall. Convivieron durante 23 años. Tuvieron cuatro hijos. Fueron una de las parejas más hot y que más atención generó durante los años setenta y los ochenta, los que conmovían la pista de Studio 54 en su época de máximo esplendor (también lo hacía y con mayor vocación al escándalo y al impacto, su pareja –oficial- inmediatamente anterior: Bianca). Se separaron en 1991 cuando se conoció que Mick estaba esperando un hijo junto a Luciana Giménez, una joven modelo brasileña.
Jerry Hall, además de ser despampanante y de que un halo de sofisticado misterio la recubriera, fue la que consiguió que Jagger abandonara la heroína. Jerry, cuando conoció a Mick, salía con otro cantante, el líder de Roxy Music, el glamoroso Bryan Ferry. En ese primer encuentro, Jagger deslumbrado por la belleza y la actitud de Jerry le confesó que hacía un año que consumía heroína diariamente. Ella dejó de hablarle en ese momento. Lo último que le dijo antes de dejarlo solo fue que no iba a volver a dirigirle la palabra ni a salir con él hasta que no estuviera limpio.
Mick tuvo ocho hijos con cinco mujeres diferentes. Varios de estos hijos los debió reconocer luego de procesos judiciales por paternidad. Su último hijo, nacido hace 7 años, es dos años y medio menor que su primera bisnieta. Jagger se convirtió así en el primer (y quizá único) bisabuelo del rock. Hoy sus bisnietos ya son tres.
En los años ochenta a Mick se lo notó algo perdido. La relación fría con sus compañeros de los Stones, el pop conquistando el mundo, dos discos solitas consecutivos como parte de la búsqueda de un nuevo camino (o intento de independizarse si la empresa funcionaba), un video con Bowie haciendo un cover de Motown, alguna colaboración con Tina Turner. Esa desorientación de Jagger en los años en que el pop arrasaba no es motivo suficiente para ensañarse con él. Ni fue lo más grave que sucedió en esos años: nunca se debe olvidar que Bob Dylan usó hombreras.
A pesar de su enorme atracción, de su fama y del carisma, cada intento solista -desde los flojos discos iniciales hasta el muy bueno Wandering Spirit-, o la creación de Superheavy, un súper grupo con el ex Eurythmics Dave Stewart, Joss Stone y un hijo de Marley, tuvieron un aire a fracaso. Lo mismo sucedió con sus intentos en el cine como actor: ni Performance ni Ned Kelly rompieron la taquilla. Ninguno de sus proyectos por fuera de los Stones logró generar un gran interés. El público ama a Mick al frente de su banda.
La perdurabilidad de su carrera, los largos años en la cúspide, hacen ver todo con otro prisma. Sin embargo, la longevidad y el magnífico estado físico no deben hacer olvidar todo lo creado y construido antes, durante seis décadas.
Su fortuna está calculada en varios cientos de millones de dólares. Sin embargo, no se detiene. Su carrera ya no avanza, quizá no tenga donde ir más allá. Pero mientras tengas fuerzas, sabemos, que Jagger, el octogenario bisabuelo, seguirá batallando, seguirá estando al frente, desparramando, ya no juventud, pero sí una vitalidad prodigiosa.
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