Cuando Saddam Hussein tomó el poder por asalto en 1979, Irak era una potencia económica y tecnológica en Medio Oriente, ejercía una influencia cultural muy rica en el mundo árabe, el país flotaba en petróleo, que había sido nacionalizado en 1972. Cuando lo ahorcaron por sus crímenes, el 30 de diciembre de 2006, tres años después de su caída en marzo de 2003, el dictador había hundido a su país en la ruina política, social y económica.
En 2006, la economía iraquí se hundía bajo el peso de dos guerras y de las sanciones impuestas por Naciones Unidas a las políticas delirantes que Hussein había instrumentado hasta su caída, el otrora orgulloso Irak estaba invadido desde 2003 por las fuerzas de una coalición, Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia, España y Polonia, que buscaron, sin hallarlas, armas químicas que ponían en peligro al mundo, según enarboló el gobierno americano de George W. Bush después de la voladura de la Torres Gemelas del World Trade Center en septiembre de 2001.
La infancia de Saddam fue traumática. Pero la de sus hijos no, y resultaron peores asesinos que su padre, en especial el mayor, Uday Hussein: él y su hermano Kusay fueron muertos en combate por las fuerzas de coalición el 22 de julio de 2003, seis meses antes de que Saddam cayera prisionero de las mismas fuerzas.
Habían sido traicionados por un colaborador, que informó a los estadounidenses de su escondite en la ciudad de Mosul con la intención de cobrar los más de 15 millones de dólares de recompensa por cada uno de ellos que ofrecía en ese momento Washington.
Cuando las tropas de la Fuerza de Tareas 121, que los estaba buscando activamente, y soldados de la división aerotransportada 101 llegaron a la enorme mansión en la segunda ciudad más grande de Irak, recibieron una lluvia de balas de parte de los hermanos, el hijo de 14 años de Qusay y un guardaespaldas.
Tras seis horas de combate, solo quedaban ruinas y los cuerpos calcinados de los dos hijos más importantes del dictador Saddam Hussein, quien sería capturado cinco meses después en Tikrit.
La leyenda, que nunca se comprobó, afirma que en 1958 Saddam cometió su primer asesinato político: le pegó un tiro en la cabeza a un joven comunista de Tikrit, la ciudad vecina a la aldea de su nacimiento. Ya era un joven de imponente aspecto físico, de naturaleza violenta y que reclamaba acción.
Participó en los años siguientes de las transiciones y los cambios en el partido Baaz, algunos violentos, que oscilaba en abdicar del panarabismo para defender un nacionalismo iraquí, cercano en su momento al Partido Comunista. Saddam tomó parte del intento de asesinar al primer ministro Abdul Kasim, un general que había sido líder del Baas y ahora reprimía a sus antiguos aliados. Huyó a Egipto, donde terminó sus estudios secundarios en la filial egipcia del Baas y se casó en El Cairo, en 1962 con Sajida Talfah, aquella chica hija del tío que lo adoptó cuando su madre no quiso saber nada de él. Con Sajida tuvo cinco hijos, dos varones Uday y Kusay y tres mujeres, Raghad, Rana y Hala.
Lo que hizo Saddam fue girar hacia Occidente. Mejoró las relaciones con Francia, que le facilitó uranio y la infraestructura imprescindible para que Irak desarrollara su propio programa nuclear para fines civiles, aseguró Saddam: mentía. El triunfo en Irán de la revolución islámica del ayatollah Khomeini había puesto en la frontera iraquí a un poderoso enemigo: Saddam invadió Irán porque Khomeini había negado una salida al mar a Irak: detrás de todo estaba el petróleo y su importación. Hussein recibió en esa guerra el apoyo de Estados Unidos, enfrentado al Irán islámico, Francia y Arabia Saudita, que aportó capitales igual que Kuwait. La larga guerra de ocho años dejó a los dos países devastados en lo económico y con cientos de miles de muertos, la mayoría iraníes.
Fue durante los años de esa guerra con Irán que Hussein ordenó, y cumplieron la orden, una serie de matanzas en la región kurda, al norte de Irak. La más conocida se llamó Operación al-Anfel y consistió en la destrucción de cuatro mil quinientas poblaciones y aldea kurdas y el asesinato de al menos ciento ochenta mil personas: una campaña de exterminio, un genocidio, entre 1986 y 1989 que incluyó bombardeos aéreos, destrucción de ciudades, deportaciones, fusilamientos y ataques con armas químicas. La ciudad de Halabja fue bombardeada con gas mostaza y los gases nerviosos sarín, tabun y XV; en sólo una noche murieron cerca de cinco mil personas.
En 1990 Hussein volvió a girar. Un enfrentamiento por el precio del petróleo, y la ambición de Hussein, hizo que Irak en la voz de su canciller, Tarek Aziz, acusara al emirato de Kuwait de “robar el petróleo de Irak” y de plantar pozos en campos iraquíes: amenazó también con “usar la fuerza” si Kuwait no reducía su producción petrolera. La amenaza que encerraba la decisión para Occidente hizo que Estados Unidos ofreciera su apoyo a Kuwait. El 2 de agosto de 1990 Irak invadió y anexó a su territorio al pequeño emirato kuwaití. Hussein asaltó diversas embajadas en Kuwait y tomó como rehenes a todos los extranjeros: los usaría como “escudos humanos” en caso de guerra.
Ni bien iniciado 1991 una coalición internacional liderada por Estados Unidos declaró la guerra a Irak, Hussein la llamó “la madre de todas las batallas”, y obligó a sus tropas a retirarse del emirato. Fue la Operación Tormenta del Desierto. En un intento por superar el aislamiento en el que había quedado y la creciente oposición por parte de los iraquíes, Saddam recurrió a la fe y ordenó que se escribiese un Corán con su sangre, que le sería extraída para usarla como tinta. La payasada no tuvo mayor efecto.
Después de los atentados a las Torres Gemelas, Estados Unidos denunció que Irak tenía un arsenal de armas químicas y estaba dispuesto a usarlas, tal como había hecho años antes contra los kurdos. Hussein se opuso a la investigación profunda de inspectores de la ONU y, de nuevo, una coalición internacional invadió Irak, tomó la capital, Bagdad, y, el 1 de mayo de ese año dio por derrocado a Hussein, que había huido. Vivió como un prófugo hasta diciembre de ese año, cuando fue capturado, tras una delación de un iraquí, en una especie de conejera, un pozo profundo a la sombra de un árbol, no muy lejos de su aldea natal.
Lo juzgaron en 2005 por la matanza de 148 chiíes en Duyail, al norte de Bagdad, en 1982. El 5 de noviembre de 2006 fue condenado a muerte en la horca. Lo ejecutaron el 30 de diciembre.
En las dos décadas de locura, de horror, de asesinatos, los que se conocen, de sembrar el terror en los iraquíes para convertirlo en una forma de hacer política, Hussein no estuvo solo. Lo acompañaron sus dos hijos varones, Uday y Kusay. En especial Uday, el mayor. Había nacido en 1964 se graduó en la Universidad de Bagdad como ingeniero: fue el primero entre setenta y seis estudiantes. Años después, sus profesores admitieron que las notas de Uday eran bastante flojas, que había pasado por el grosor de un pelo varias de las asignaturas, pero le concedieron el honor de ser el mejor alumno porque era el hijo de Saddam. Y el preferido.
Así fue al menos hasta octubre de 1988 cuando, en una fiesta en honor de Suzanne Mubarak, la mujer del presidente egipcio Hosni Mubarak, Uday asesinó al valet personal de Saddam, Kamel Hana Gegeo. Lo asesinó en plena fiesta, delante de todo el mundo y ante el horror de los invitados. Borracho hasta el sinsentido, Uday golpeó a Gegeo y lo apuñaló varias veces con un cuchillo eléctrico. El valet había cometido el pecado de presentarle a Saddam a Samira Shahbandar, una mujer más joven que él, y más joven que su mujer, Sayida. Samira sería luego la segunda esposa de Saddam.
Saddam encarceló a su hijo y lo sentenció a muerte. Pero Uday pasó sólo tres meses en un área exclusiva y privada de la prisión estatal y, por pedido del rey Hussein de Jordania, Saddam envió a Uday a Suiza como asistente del embajador iraquí en ese país. Suiza terminaría por expulsar a Uday en 1990 después de ser arrestado varias veces por peleas callejeras, agresiones y alcoholismo.
Cuando en 1996 sus dos cuñados, casados con dos de las tres hijas de Saddam, huyeron de Irak con rumbo a Jordania ambos con sus familias, fueron Uday y Kusay, los que les garantizaron la vida si regresaban a Irak. Los dos hombres regresaron y fueron asesinados por los hermanos. Para aplacar un poco aquel trueno, Saddam designó a Uday como presidente del Comité Olímpico Iraquí y de la Asociación de Fútbol de Irak. Uday en persona torturaba a los atletas que perdían sus competencias. Si no lo hacía en persona, dejaba instrucciones escritas con la cantidad de golpes que los desdichados debían recibir, en las plantas de los pies para que no quedaran marcas visibles. Luego de la derrota 4-1 ante Japón en los cuartos de final de la Copa Asiática 2000 que se jugó en Líbano, el arquero Hashmin Hassan, el defensor Abduil-Jabar Hashim Hanoon y el volante Qahtan Chathir Drain fueron azotados durante tres días por las fuerzas de seguridad a las órdenes de Uday.
En 1996, un atentado casi mata a Uday, que resultó con heridas gravísimas y con dos balas alojadas cerca de su espina dorsal que resultaban muy riesgosas de quitar. Recibió al menos siete disparos en el cuerpo por parte de atacantes no identificados mientras conducía por Al Mansour, y a raíz de sus heridas quedó impotente.
Pero apenas fue dado de alta protagonizó uno de los hechos más famosos de su locura violenta, como recuerda el periodista Anton Antonowicz, quien lo conoció durante una entrevista a su padre en 1982, en el periódico The Sun.
Uday quería celebrar haber sobrevivido al ataque y asistió al prestigioso club hípico Jadriyah. Allí quedó fascinado por una niña de 14 años, por lo que ordenó a sus guardaespaldas que la raptaran y llevaran a su casa.
La violaron por tres días y luego la dejaron en su casa junto a una bolsa de dinero.
Saddam nombró entonces como su sucesor a su hijo Kusay. Dos años menor que Uday, Kusay era su contracara: la discreción en persona, aunque igual, o peor, de sanguinario. Estaba casado con Sahar Abulrashid y tenía tres hijos, el mayor, Mustafá sería muerto junto a su padre en 2003. Tenía catorce años. A Kusay Hussein le adjudican la responsabilidad de haber aplastado el alzamiento chiíta que siguió a la Guerra del Golfo de 1991. También se le adjudica haber ideado la destrucción de las marismas del sur de Irak, que acabó con la vida silvestre de la zona y con el hogar de miles de chiítas.
Los disidentes iraquíes señalaron a Kusay como responsable del asesinato de centenares de activistas políticos opuestos a su padre, entre ellos el de Khali Mohsen al-Tikriti, un ingeniero militar, porque creía que el profesional quería abandonar Kuma. En 1998, los grupos opositores iraquíes lo acusaron de ordenar la ejecución de miles de presos políticos, solo para… dejar espacio a una nueva camada de perseguidos políticos.
El 22 de julio de 2003, la Task Force 20 del ejército americano, en conjunto con la legendaria 101 Airborne, División Aerotransportada, rodearon, balearon y bombardearon la casa de los hermanos Hussein en la ciudad de Mosul. Uday, era el As de corazones en la baraja de los más buscados por esas tropas, Kusay era el as de Tréboles. Los dos murieron. Las autoridades americanas dieron a conocer las muy duras fotos de los dos hermanos, ambas posteriores a las autopsias.
Saddam y sus hijos estaban escondidos desde la caída de Bagdad en abril de 2003, pero el dato del informante develó que Uday y Qusay, siempre juntos, se habían refugiado en Siria durante la invasión y habían vuelto a Mosul, donde finalmente fueron encontrados.
Cuando la noticia se supo hubo celebraciones en todo Irak, especialmente en las comunidades chiitas y kurdas que habían sufrido lo peor de la represión del régimen sunita de los Hussein, que gobernó desde 1979 a 2003.
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