Tenía 22 años. Nacida en San Francisco el 23 de julio de 1973, se había graduado en Psicología en la Universidad de Lewis & Clarks de Portland con buenas calificaciones y quería comenzar una carrera en Relaciones Públicas, cuando un amigo de su familia consiguió que se postulara como pasante de la jefatura de Gabinete de la Casa Blanca, en 1995.
Ambiciosa, inteligente y decidida, Monica Lewinsky había crecido rodeada de comodidades: su padre, Bernard Lewinsky, uno de los oncólogos más prestigiosos en cáncer de mama, tenía un centro de radioterapia en West Hills, Los Ángeles; su madre, Marcia Key Vilensky, era una escritora que hacía las compras en Rodeo Drive y manejaba un Mercedes. Hasta el divorcio de sus padres, en 1988, había vivido junto a ellos y su hermano Michael en una mansión colonial de Beverly Hills valuada en más de un millón y medio de dólares, y fue a la secundaria del código de la serie adolescente emblema de los chicos ricos de los noventa: 90210. No la pasó bien entonces, había engordado mucho y luchaba para ser aceptada entre sus pares. Terminó yendo a un campamento de verano para adelgazar y cambiándose de colegio.
En el verano del 95, festejó su cumpleaños en Washington. Se había mudado con su madre al lujoso complejo Watergate, famoso por el escándalo de espionaje que obligó a renunciar a Richard Nixon. Estaba feliz con su pasantía en la Casa Blanca; sus compañeros dirían después a la prensa que era atenta y trabajadora, aunque tal vez estaba “demasiado interesada en conocer al presidente” Bill Clinton. Para fines de ese año, fue trasladada a un puesto pago en la oficina de Asuntos Legislativos de la Presidencia.
Fue también por entonces cuando le contó a sus amigos de la universidad que había comenzado una relación con un misterioso funcionario de alto rango al que llamaba en clave “Mr Creepy” (algo asó como el “señor Desagradable”) porque sólo quería tener sexo oral. Para abril de 1996, alguien juzgó que se había acercado demasiado al presidente, y fue transferida a la oficina de Asuntos Públicos del Pentágono. Ahí fue donde le confió a su compañera Linda Tripp que su Mr Creepy no era otro que Clinton, con quien llevaba meses de relación secreta.
Te puede interesar: De Watergate a Monica Lewinsky: el historial de los escándalos presidenciales en Estados Unidos
Le contó entonces lo que más tarde se vería obligada a ratificar ante un tribunal: el 14 de noviembre de 1995, en medio de una fiesta sorpresa para un miembro del staff, Lewinsky notó que se le veía la bombacha y también que el presidente lo había advertido. Minutos más tarde se acercó al Salón Oval y su jefe le sonrió y la hizo pasar. Lo siguiente fue un beso apasionado y una relación que se extendería por dieciocho meses con encuentros semanales y furtivos.
Tripp tuvo un rol clave en el escándalo que se destapó en 1998: había comenzado a registrar sus conversaciones telefónicas con Lewinsky –sin su autorización– un año antes y fue ella quien entregó al fiscal independiente Kenneth Starr veinte horas de grabaciones secretas, en las que la joven ventilaba los pormenores de sus encuentros sexuales con Clinton cuando era becaria en la Casa Blanca.
El 16 de enero del 98, el FBI emboscó a Lewinsky cuando iba a encontrarse para almorzar con Tripp en el Pentagon City Mall y la sometió a un interrogatorio de doce horas en una suite del contiguo Hotel Ritz-Carlton. Con esa escena comienza Impeachment (2021), la tercera temporada de American Crime Story, la antología creada por Ryan Murphy de la que la ex becaria fue productora. “Ese fue el día más terrorífico de mi vida, que compite con el peor día de mi vida, cuando se presentó el informe Starr”, dijo en la première de la serie, dos años atrás.
Y es que aquel fue el inicio de su calvario. Lewinsky había presentado una declaración jurada en el caso de Paula Jones –la empleada de la gobernación de Arkansas que acusó a Clinton de acoso sexual en 1994– negando cualquier contacto físico con el entonces presidente e incluso había tratado de convencer a Tripp de mentir por ella en esa causa. Estaba tan enamorada de ese hombre como podía estarlo cualquier chica de su edad frente al mandatario más poderoso del mundo, y todavía estaba dispuesta a encubrirlo. No pudo hacer lo mismo frente a la evidencia de la traición de su compañera.
Hacía años que Starr estaba detrás de las inversiones inmobiliarias de Bill y Hillary Clinton en la Whitewater Development Corporation durante sus años en Arkansas y amplió la investigación para incluir la acusación de Jones. Cuando Tripp le dio las grabaciones de Lewinsky –a la que había aconsejado guardar los regalos del presidente y el famoso vestido azul manchado con su semen–, el fiscal cantó bingo.
El 17 de enero del 98, un día después de la emboscada a Lewinsky, Clinton negó bajo juramento haber tenido una “relación sexual” con ella. Dijo incluso que nunca habían estado a solas. Siete meses más tarde tuvo que enfrentar al gran jurado en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos durante el proceso en que estuvo al borde de ser destituido por perjurio. El 17 de agosto de ese año el entonces presidente admitió finalmente haber tenido “relaciones físicas impropias” con su pasante y terminó siendo absuelto en febrero del año siguiente tras el pago de una multa de US$90 mil por su falso testimonio.
Te puede interesar: Murió la mujer que puso en jaque a Bill Clinton durante su escándalo sexual con Monica Lewinsky
Pero la vida de Lewinsky ya había cambiado para siempre. Mientras se filtraban los detalles de una historia con el presidente que hoy la tendría como víctima, tuvo que encerrarse en su casa para evitar el hostigamiento mediático. Sólo la era post #MeToo forzó a presentadores de late shows como David Letterman y Jay Leno a disculparse con ella por el tono de los chistes con los que la atacaron durante años.
Su apariencia y sus habilidades sexuales fueron una broma cruel y recurrente. “Monica Lewinsky ha recuperado todo el peso que perdió el año pasado –decía por ejemplo Leno en una de las 450 alusiones a ella que hizo en su programa desde que se desató el escándalo–. Creo que esa es la historia de la portada de Newsweek. De hecho, dijo a los reporteros que incluso se planteó la posibilidad de que le cerraran la mandíbula con alambre, pero luego, nah…: ¡no quería renunciar a su vida sexual!”.
Lewinsky llegó a pensar en matarse, según le diría luego a Barbara Walters en una entrevista por la que cobró un millón de dólares: “Lloraba como una histérica y luego me apagaba. En esos períodos, recuerdo mirar por la ventana pensando que la única forma de arreglar eso era saltando”. También se llevó unos US$500 mil por la biografía autorizada que escribió Andrew Morton, el biógrafo de Lady Di, y otro tanto por la línea de carteras con su nombre y su participación en una serie de comerciales de productos para adelgazar.
Por un tiempo intentó vivir de su fama: se mudó a Manhattan y comenzó a ser invitada con frecuencia a los shows de televisión, e incluso condujo un reality. Pero el estigma de su affaire con Clinton seguía persiguiéndola, y entendió, como le dijo en un aeropuerto a alguien a quien se negó a firmarle un autógrafo que era “conocida por algo por lo que no es tan bueno ser conocido”. Desde entonces bajó el perfil y se abocó a reconstruirse: “Quería un trabajo, quería un marido, quería hijos. Quería ser tratada normalmente”, le explicaría luego a The New York Times. Nunca lo logró del todo.
Para alejarse de todo, cruzó el océano y se inscribió en el Máster en Psicología de la London School of Economics. Se graduó en 2006 y durante casi una década se corrió totalmente del ojo público. Hasta que, en 2014, reapareció con una conmovedora columna autorreferencial para Vanity Fair, a la que tituló: “Vergüenza y supervivencia”. En el texto decía que su relación con el ex presidente había sido consentida aunque ahora comprendía que él se había aprovechado de ella, en un claro caso de abuso de poder. Y que lamentaba profundamente lo ocurrido, pero necesitaba apropiarse de su narrativa y darle un sentido.
Es lo que hizo a partir de ese momento, erigiéndose como la “paciente cero” de la violencia digital. “Quiero ayudar a otras víctimas del juego de la vergüenza a sobrevivir”, repite en cada entrevista, en sus charlas motivacionales y como embajadora de la asociación antibullying Bystander Revolution. La serie Impeachment fue su gran revancha, la manera de hacer llegar al mundo su versión de lo ocurrido después de años de rechazar en silencio todo tipo de ofertas para lucrar con su drama. Eso fue lo que le dijo Murphy para convencerla: “Es horrible lo que te hicieron, nadie más que vos debería contar tu historia”.
A los 50 años, Monica Lewinsky pasó más de la mitad de su vida atada a un escándalo del que nunca debió ser eje: “Fuimos las mujeres las puestas bajo la lupa, y fuimos reducidas a los intereses políticos y económicos de otros”, dice sobre el proceso contra Clinton y su imparable y salvaje repercusión mediática. Instalada en Sacramento, California, y al frente de su propia productora –Alt Ending productions, desde donde busca mostrar perspectivas históricamente soslayadas–, todavía espera poder llevar una vida normal.
Seguir leyendo: