“Sé agua: No te establezcas en una forma, adáptala y construye la tuya propia, y déjala crecer, sé como el agua. Vacía tu mente, sé amorfo, moldeable, como el agua. Si pones agua en una taza se convierte en la taza. Si pones agua en una botella se convierte en la botella. Si la pones en una tetera se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede chocar. Sé agua, amigo mío”, así expresaba Bruce Lee su filosofía de vida. Fue, sin dudas, uno de los íconos de ese mundo donde se combinan el cine y las artes marciales. Y uno de los posters más colgados en las paredes de los adolescentes: Lee, en una pose de kung fu, el cuerpo trabado y transpirado, la mirada serena y concentrada. Sin embargo, detrás del brillo de su éxito, también había sombras que, con el tiempo, han sido desenterradas y reveladas.
A pesar de que pasaron 50 años de su trágica muerte, la leyenda de Lee no descansa. Hace poco, salieron a la luz unas cartas escritas por él poco antes del 20 de julio de 1973, cuando su cuerpo fue hallado en el departamento de una de sus amantes en Hong Kong. Allí se revelaba su lucha con las adicciones, un enemigo peor que cualquier karateca oriental. Fue la confirmación que consumía drogas en exceso.
La estrella mantenía un intercambio epistolar con Robert Baker, un actor que se convirtió en su dealer. Las cartas mostraban cómo Lee le pedía cocaína, LSD y marihuana en cantidades exorbitantes. Al principio se referían a las drogas con nombres en clave. El tiempo y la impunidad de no ser descubiertos los hizo perder la discreción.
Bruce Lee fue, sin dudas, una figura influyente en la cultura popular. Hijo del cantante de ópera cantonesa Lee Hoi Chuen y Grace Ho, nació el 27 de noviembre de 1940 en San Francisco cuando su padre hacía una gira por los Estados Unidos, pero creció en Hong Kong, donde se mudó a los cuatro meses de edad y comenzó su meteórica carrera en el cine. A la edad de tres meses, hizo su debut en la pantalla grande en la película “Golden Gate Girl” (1941), dirigida por su padre.
También desde muy pequeño se inició en la práctica de las artes marciales, practicando el Tai Chi. Y luego, bajo las órdenes del maestro Yip Man, se adentró en el estilo Wing Chun. Su infancia y juventud en Hong Kong estuvieron marcadas por una dedicación total por esa práctica deportiva.
En la década del 50, Lee se comenzó a destacar en el cine de Hong Kong, con una serie de películas de bajo presupuesto. Sin embargo, sus papeles eran románticos, y aunque conoció una módica fama en la región, el boom de sus películas se dio una década después, cuando su carrera giró hacia el género de acción y artes marciales.
En Hong Kong, Bruce solía meterse en problemas por pelear, debido a que solía dejar maltrechos a sus oponentes y era denunciado a menudo. Para evitar que terminara en la cárcel, su padre lo envió de regreso a los Estados Unidos. Tenía 18 años y apenas cien dólares en el bolsillo. Pero en norteamerica lo esperaban sus hermanos mayores Peter y Agnes. Durante el viaje, en el barco, ganó dinero como profesor de cha-cha-cha. Arribado a los Estados Unidos, estudió filosofía en la Universidad del Estado de Washington. Fue entonces cuando abrió su primera escuela de artes marciales, “Jun Fan Gung-Fu Institute”, en la ciudad de Seattle. Jun Fan era, precisamente, su nombre chino. Allí desarrolló un estilo propio, que reunía su filosofía de vida con sus técnicas marciales, que llamó Jeet Kune Do. La escuela rápidamente ganó popularidad, y Bruce Lee comenzó a enseñar sus técnicas de combate, basadas en la filosofía de “no acción” del taoísmo.
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En la universidad se enamoró de una alumna de sus clases de artes marciales, Linda Lee Caldwell. Se casaron el 17 de agosto de 1964 y tuvieron dos hijos: el malogrado Brandon Lee, que siguió los pasos de su padre hasta en su trágica muerte, y Shannon.
A pesar de su éxito en el mundo de las artes marciales, Bruce Lee necesitaba expresar otras facetas de su talento. Ligó su pensamiento filosófico con su pasión por la poesía y la escritura. Sus poemas, llenos de contemplación y melancolía, revelan una mente profunda y sensible que buscaba una conexión con el mundo.
El año 1966 marcó un hito en su carrera de Bruce Lee. Ese año fue descubierto por el productor William Dozier -el mismo de Batman- quien lo eligió para interpretar a Kato en la serie de televisión “El Avispón Verde”. El personaje de Kato, un experto en artes marciales y fiel compañero del superhéroe enmascarado, se convirtió en un éxito, eclipsando al protagonista principal que componía Van Williams. Los problemas internos no tardaron en aparecer, y la serie duró solo una temporada.
La experiencia en la televisión estadounidense lo llevó a probar suerte en el cine de Hollywood. Comenzó con pequeños papeles en películas que no estaban relacionadas con las artes marciales. Era volver a empezar como en sus inicios en la pantalla grande de Hong Kong, pero no se desanimó.
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Al mudarse a Los Ángeles, consiguió enseñarle kung fu a figuras de la talla de James Coburn y Steve McQueen. En el intercambio de ideas, aprendió de McQueen cómo había que moverse dentro del ambiente artístico. Y algo más, según su biógrafo Matthew Polly: comenzó a tener una corte de groupies. Es que su fama como amante fue a la par de la suya como atleta y actor. Linda soportó muchas infidelidades, pero quizás ninguna como con la actriz Sharon Farrell, su compañera de elenco en Marlowe (de 1969), que tenía una aventura con el mismo McQueen y lo dejó por él. También fue elogiosa en el terreno sexual: “Tenía un cuerpo tan hermoso. Esos abdominales, sus músculos estaban tan definidos, era como si estuvieran cincelados. Bruce fue el amante más increíble con el que he estado. Estaba bien informado sobre el cuerpo de una mujer”.
El momento en que su carrera se catapultó fue cuando comenzó a trabajar con la productora china Golden Harvest, con quienes tuvo su primer protagónico en “Karate a muerte en Bangkok”, dirigida por Lo Wei en 1971. El film, además de ser un éxito mundial, tuvo una particularidad. Bruce Lee tenía movimientos tan rápidos, que los habituales 24 fotogramas por segundo que se usan en el cine no los podían captar. Entonces, tuvieron que volver a rodar sus escenas, pero a razón de 32 fotogramas por segundo.
Ese mismo año, un tropiezo. Lee quiso replicar su éxito con una serie de su creación llamada “The Warrior” (“El Guerrero”). Se trataba de un experto en artes marciales que es enviado al lejano oeste. Cometió un error: en una entrevista para “El show de Pierre Berton” habló largo y tendido sobre su proyecto. Jamás lo concretó, y por una simple razón: en 1972 tuvo que ver como David Carradine protagonizaba “Kung Fu” con una historia bastante similar a la suya, la del monje shaolín que viaja al Lejano Oeste en busca de su hermano.
A pesar del traspié, Bruce Lee continuó con una prometedora carrera cinematográfica. En 1972, su segunda colaboración con Golden Harvest, “Furia oriental”, también de Lo Wei, se convirtió en otro éxito de taquilla. Pero a él no le alcanzaba. Luego de dirigir, producir y protagonizar “El furor del Dragón”, donde tiene una épica lucha con Chuck Norris, le llegó el turno de su mayor suceso: “Operación Dragón”, de 1973, dirigida por Roberto Clouse.
Sin embargo, Bruce Lee jamás pudo ver su obra cumbre terminada: murió seis días antes de su estreno, el 20 de julio de 1973, en Hong Kong. Tenía sólo 32 años. Según la autopsia, la causa de su muerte fue un edema cerebral causado por su hipersensibilidad al meprobamato, un componente de un análgesico para el dolor de cabeza llamado Equagesic. Esas molestas jaquecas se debían a una inflamación cerebral, un exceso de líquido que presionaba ese órgano dentro del cráneo. En ese momento estaba en el departamento de una de sus amantes, la actriz Betty Ting Pei. Ella fue quien, se supone, le dio el medicamento. Luego de ingerir la pastilla, alrededor de las dos de la tarde, Bruce se acostó a dormir. A las nueve de la noche, Ting Pei lo fue a despertar. Pero el actor ya había entrado en un coma profundo. Lo llevaron a un hospital, pero era demasiado tarde.
Sin embargo, su biógrafo Polly deslizó otra teoría: dijo que murió por un golpe de calor debido a las altas temperaturas que registraba Hong Kong. La razón habría sido que al actor no le gustaba transpirar tanto en sus películas y que se operó las glándulas sudoríparas. Polly Dice su biógrafo que ya había pasado por ese trance mientras daban los últimos toques a Operación Dragón: “El 10 de mayo de 1973 ingresó a un pequeño cuarto de doblaje en uno de los días más calurosos del mes y apagaron el aire acondicionado para no dañar el audio. Él inmediatamente empezó a marearse. A pesar de que salió de la sala, cayó al piso desplomado. Se levantó y cuando volvió a ingresar al cuarto caluroso cayó nuevamente y empezó a convulsionar violentamente. Lo llevaron al hospital y los doctores sospecharon que tenía inflamación en el cerebro…”.
La noticia de la muerte de Bruce Lee conmocionó al mundo entero. No fue olvidado. Y hay una buena razón: murió joven y bello, y eso, se sabe, es sinónimo de eternidad en la cultura popular.
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