Pasaron 47 años de los hechos, y la trama detrás de la caída y la muerte de Mario Roberto Santucho, el líder del PRT-ERP, el 19 de julio de 1976 en un departamento del cuarto piso de un edificio de Villa Martelli sigue siendo un enigma, un punto oscuro envuelto por una serie de hipótesis que no alcanzan a descifrarlo y que, según se las mire, aparecen como complementarias o contradictorias.
Para la dictadura que se había instalado en la Argentina el 24 de marzo de 1976, Mario Roberto Santucho no sólo era un hombre sino un símbolo. Era el nombre que encarnaba el Ejército Revolucionario del Pueblo, una de las dos organizaciones guerrilleras de mayor desarrollo en el país.
El ERP había seguido actuando militarmente luego de la recuperación de la democracia, en 1973, exclusivamente contra las Fuerzas Armadas, pero para diciembre de 1975 ya había sido militarmente derrotado, luego del fracasado intento de copamiento del Batallón 601 de Monte Chingolo.
Sin embargo, la existencia de Santucho, su liderazgo, no sólo era el motor más fuerte para la supervivencia del golpeado PRT-ERP sino una espada simbólica que cuestionaba la fortaleza de la dictadura.
Las muchas reconstrucciones que se han hecho de lo ocurrido la tarde del lunes 19 de julio de 1976 en el departamento de Villa Martelli tienen pequeñas discrepancias, pero coinciden en lo fundamental: que el grupo atacante estaba integrado por cuatro hombres, que Mario Roberto Santucho murió en el tiroteo, que a Benito Urteaga lo sacaron del edificio moribundo o ya muerto, y que se llevaron ilesos a Ana María Lanzillotto, a Liliana Delfino y un niño de dos años.
Lo que 42 años después sigue siendo un enigma sin resolver es cómo el grupo dirigido por el capitán de Inteligencia Juan Carlos Leonetti -el hombre al que el Ejército le había dado la misión de “cazar” a Santucho- llegó hasta allí esa tarde.
Disparos y muerte
Una posible reconstrucción de la escena, que será vertiginosa, es ésta: a la una y media de la tarde del lunes 19 de julio de 1976 alguien llama a la puerta del departamento “B” del cuarto piso del edificio de Venezuela 3149, en Villa Martelli.
Una mujer entreabre la puerta y ve cómo una bota se mete para evitar que vuelva a cerrarla, un instante antes de que un fuerte empujón desde afuera la abra del todo y empiece el infierno.
En el departamento hay dos hombres, dos mujeres -una de ellas embarazada de seis meses- y un niño de dos años; los que irrumpen son cuatro hombres con armas largas y cortas. Hay fuego de uno y otro lado, mientras una de las mujeres se arroja al piso y protege al niño con su cuerpo.
El tiroteo es breve, aunque pueda parecer interminable. Pasan segundos, quizás poco más de un minuto, hasta que se apaga.
Quedan tres hombres tendidos: uno es el capitán Juan Carlos Leonetti, jefe de los atacantes, muerto de un balazo; otro es Benito Urteaga, segundo en la estructura del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y capitán del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que -en esta escena congelada- quizás todavía agonice; el tercero es Mario Roberto Santucho, el hombre más buscado por la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla.
Después de los tiros, se escuchan gritos y golpes. Los tres atacantes que siguen vivos -cuyas identidades el Ejército nunca revelará- reducen a las dos mujeres. Son Liliana Delfino, la mujer de Santucho, y Ana María Lanzillotto, que está embarazada y es la pareja de otro integrante del Buró Político del PRT, Domingo Menna, que ha sido capturado pocas horas antes en la calle cuando se dirigía a una cita.
Hoy siguen desaparecidas y lo único que se sabe de ellas es que se las vio en el Centro Clandestino de Detención que el Ejército tenía en Campo de Mayo. El niño es José Urteaga, hijo de Benito y Nélida Augier.
24 horas antes
Arnold Kremer -conocido en el PRT como Luis Mattini- asegura que 24 horas antes nada permitía sospechar que el departamento “B” del cuarto piso del edificio de Venezuela 3149, en Villa Martelli, estuviera bajo vigilancia y, mucho menos que corriera el riesgo de ser blanco de un grupo de tareas.
El domingo 18 de julio, Mario Roberto Santucho y otros dirigentes del PRT-ERP jugaron al fútbol en un potrero pegado al edificio, muy cerca de la Avenida General Paz. Estaban Santucho, Urteaga, Menna y Mattini en lo que prácticamente era una despedida.
El martes 20, con pasaporte falso, el máximo líder de la guerrilla marxista leninista, saldría de Ezeiza con una larga combinación de vuelos que tendría como destino final La Habana. Pero el lunes, antes de partir, tenía una una reunión importante con el líder de Montoneros, Mario Firmenich, para tratar de concretar la idea de una organización conjunta del ERP, Montoneros y las Brigadas Rojas de la Organización Comunista Poder Obrero, para unir fuerzas en la resistencia a la dictadura. Por sugerencia de Firmenich, se llamaría Organización para la Liberación de Argentina (OLA).
“Al día siguiente de la reunión de constitución de la OLA, Santucho saldría para La Habana. Ya le habían hecho algunos retoques para enmascarar su rostro, enrulado un tanto el pelo y con algún matizador que suavizaba su tono renegrido. En Cuba establecería un plan de actividades que abarcaba todo el globo terrestre, principalmente estrechando vínculos con el campo socialista y el tercer mundo. La misión fundamental era conseguir entrenamiento a nivel de oficiales para un centenar de cuadros del PRT-ERP”, recordaría Mattini muchos años después.
En su memoria de aquel día no hubo ninguna señal de alarma. En sus palabras: “Ese domingo transcurría entre reunión formal del buró político y charlas informales entre amigos. Una picada, algunos brindis, recomendaciones y más recomendaciones de Roby”.
También recuerda que había pocas armas en el lugar: “En la casa no había guardia y no más armas que una pistola Browning de alza y mira especial, que los cubanos le habían regalado a Roby, las Browning comunes, que utilizábamos cada uno para autodefensa, y un pesado Magnum, orgullo del Gringo Mena, que manejaba a dos manos”, contó.
El lunes Santucho no salió de la casa como estaba previsto porque la reunión con Firmenich abortó. Enrique Gelhter, secretario de Santucho, fue a la cita previa con el delegado de los Montoneros y no apareció nadie. Eso tampoco alarmó: en los tiempos que corrían, esas cosas solían suceder.
Quien sí salió del departamento de Villa Martelli fue Domingo Menna. Tenía que cubrir algunas citas y retirar un nebulizador de una farmacia.
Esa era la situación a la una y media de la tarde, cuando llegó el grupo de tareas del Ejército. Eran solo cuatro militares, muy pocos si se tiene en cuenta que en el departamento estaba el hombre considerado como el enemigo número uno de la dictadura. ¿Por qué eran tan pocos y cómo llegaron al lugar?
Tiempo atrás, el autor de esta nota y su colega Eduardo Anguita conversaron largamente con Mario Antonio Santucho, el hijo menor del líder del PRT-ERP, que cuando ocurrieron los hechos de Villa Martelli tenía menos de un año. Ese día no estaba en la casa, porque en febrero de ese año había salido de la Argentina junto a otros miembros de la extensa familia Santucho y estaba por entonces en Cuba.
En esa charla, Mario Antonio Santucho, hoy sociólogo y director de la revista Crisis, les contó a los cronistas el resultado al que había llegado en la investigación que realizó sobre la muerte de su padre y de su madre, Liliana Delfino.
“Hay tres hipótesis sobre lo que pasó aquel 19 de julio”, les dijo.
La teoría del infiltrado
Una de las primeras hipótesis que se manejó en el nivel más alto del PRT suponía la existencia de un infiltrado en la conducción.
“La primera es que el departamento haya sido ‘cantado’ (entregado) por algún miembro de la dirección partidaria. Esa es la idea de la traición y es indemostrable”, explicó en esa oportunidad.
Para desestimar esa posibilidad, cuenta que quienes quedaron al frente del PRT -con Luis Mattini como secretario general, tras las muertes de Santucho y Urteaga y la captura de Menna- decidieron frenar la investigación interna porque se hacía crecer la desconfianza entre los propios compañeros de su padre.
La investigación a la que alude Mario Santucho estuvo a cargo de uno de los mejores cuadros de contrainteligencia del PRT, Nélida “Pola” Augier, que estaba convencida de que el partido había sido infiltrado en el máximo nivel y así se lo hizo saber a Mattini.
Pola interrogó a una serie de dirigentes del partido y fue descartándolos uno por uno hasta que en su lista quedó un solo nombre, el de Julio Oropel, “El Negro”, miembro del Comité Ejecutivo de la organización.
Oropel había trabajado como obrero en la Fiat y había sido detenido con su pareja y compañera de militancia en Córdoba en 1974. Pese a que se lo tenía identificado como un alto dirigente del PRT, en 1975 se le dio la opción de irse del país, mientras que su mujer -una militante de menor nivel que él- quedó encarcelada. “El Negro” volvió al país de manera clandestina y, pese que nunca habían quedado claras las razones por las cuales lo habían liberado, recibió mayores responsabilidades dentro del partido.
En su libro Los Jardines del Cielo, Augier cuenta cómo la dirección del PRT le ordenó dejar la investigación: “El sospechoso, señalado por la contrainteligencia como posible delator del Comandante (Santucho), reunió a miembros de la dirección y los convenció de que era mejor dejar de lado las investigaciones que podrían involucrar a cualquiera. Sobraban argumentos para sostener esto: las circunstancias por las que atravesaba la organización; el aparato no estaba integrado por profesionales formados en técnicas de inteligencia y contrainteligencia, sólo militantes de confianza y la responsable de la investigación vivía una etapa que podía dificultar su objetividad. Paula (nota del cronista: así se nombra a sí misma Augier en el libro) se entrevistó con el nuevo secretario general (Mattini) y éste le indicó que debían suspender la investigación. Según él, el partido no estaba en condiciones. Nunca esperó que Mattini entendiera la esencia de su trabajo, especialmente porque nunca supo, salvo de segunda o tercera mano, lo que ellos hacían”, escribió.
Información desde Montoneros
El posible sustento de la hipótesis que señala a una filtración de información desde Montoneros sobre el paradero de Santucho radica en el encuentro programado para ese 19 de julio con Mario Firmenich para conformar la OLA.
“La segunda hipótesis que se barajó en aquel momento es que Montoneros hubiera dado información que permitiera llegar hasta ese departamento. También es una posibilidad remota. La relación entre las dos organizaciones era muy buena”, explicó Mario Antonio Santucho durante la conversación con los cronistas.
El encargado de hacer el enlace por el lado de Montoneros era un asistente del número dos de la organización peronista, Roberto Perdía. Este hombre fue secuestrado dos semanas antes del 19 de julio.
A lo largo de los años, Perdía se contradijo cuando se le preguntaba sobre este hecho; en 1992, entrevistado por María Seoane para su libro biográfico de Santucho Todo o nada, dijo no haberse enterado del secuestro, pero en 2013 aseguró que “trataron de dar aviso del secuestro por canales indirectos pero que no llegaron a destino”.
El encargado de hacer el enlace por el PRT era Enrique Gertel, y la sospecha es que a través de la cita con Montoneros los servicios de Inteligencia hubieran podido acceder a la cúpula del PRT. En ese sentido, aunque Santucho tenía una confianza plena en Gertel, no era imposible que lo hubieran seguido a partir de la cita a la que nadie concurrió.
Santucho hijo descartó esa posibilidad porque carecía de lógica y es cronológicamente imposible. Gertel fue capturado el mismo 19 de julio en la localidad de Santos Lugares, en el Gran Buenos Aires. Una investigación posterior, encarada por Diana Cruces, compañera de Gertel, pudo determinar que su secuestro ocurrió a las tres de la tarde, es decir, dos horas después de la irrupción de Leonetti en el departamento donde estaba Mario Roberto Santucho.
La boleta del nebulizador
La tercera hipótesis es, a criterio de Mario Antonio Santucho, la más convincente: Domingo Menna –tercero en la conducción del PRT- había alquilado un nebulizador en una farmacia. La boleta de ese nebulizador estaba en el bolsillo de Menna. Todo indica que los militares, tras capturar a Menna en la calle la mañana del 19 de julio, fueron a la farmacia para averiguar la dirección que había dejado para el alquiler del aparato: Venezuela 3149.
¿Cómo lo capturaron a Menna?, le preguntaron los cronistas a Santucho hijo. “Mi tío Julio Santucho recibió una carta de puño y letra de Eduardo Merbilháa, miembro del buró político del PRT, donde están los indicios ciertos de que a Menna lo entregó un ex militante del PRT, capturado por el Ejército un tiempo antes y que negoció entregarlo a cambio de que no mataran a su mujer y sus hijos”, respondió.
Merbilháa llegó ese lunes 19 de julio a media tarde al edificio donde estaban los máximos dirigentes del PRT. Había ido con Alicia, su compañera, en un auto que dejaron sobre la calle Venezuela. Allí se detuvo a conversar con el grupo de muchachos con quienes el día anterior habían compartido un partido de fútbol.
Alicia, en cambio, fue al interior del edificio. Una vecina le dijo: “¿Se enteró de los ruidos de disparos en el cuarto piso?”. En simultáneo, los muchachos ponían sobre aviso a Merbilháa. La pareja volvió raudamente al vehículo en el que habían llegado y no encontraron los típicos retenes de contención que se montaban en los alrededores de un allanamiento. Especialmente si tenía como propósito capturar a Santucho y la máxima dirigencia del PRT-ERP.
Merbilháa envió esa carta en octubre de 1976, apenas unos pocos días antes de que un grupo operativo diera con él y lo capturara. Desde entonces está desaparecido.
“La carta está en mi poder y brinda detalles que permiten reconstruir lo que, a mí criterio, es la principal hipótesis”, dejo Santucho hijo a los cronistas.
El militante que habría entregado a Menna a cambio de salvar la vida de su familia era un médico que formaba parte de un desprendimiento de esa organización ocurrida a principios de 1973. Nunca se supo su identidad.
¿Cómo llegó Leonetti?
Uno de los centros de operaciones y de Inteligencia contra el PRT-ERP estaba en la Guarnición de Campo de Mayo del Ejército. Allí, el teniente coronel Pascual Guerrieri estaba a cargo del llamado Batallón 601, el órgano de inteligencia que logró la detención de Menna.
Lo que resulta extraño es que al obtener en la farmacia los datos de la casa de Villa Martelli el capitán Leonetti no haya informado a sus superiores y decidido actuar por su cuenta y riesgo. Quizás haya querido quedarse con el mérito de la captura o tal vez no sabía que podría encontrar allí al líder del PRT-ERP.
“De estos y otros datos, se deduce que Leonetti y su gente, al obtener la dirección de Menna en la farmacia, en lugar de concurrir a Campo de Mayo para darle la información a Pascual Guerrieri, decidieron actuar por su cuenta. De allí que no hubiera refuerzos en la zona y, sobre todo, que no esperaran encontrar a Santucho allí dentro”, explicó el hijo de Santucho en la charla con los cronistas.
Silencio de tumba
A 47 años de la irrupción del grupo de tareas del Ejército en el departamento “B” del cuarto piso de Venezuela 3149, nadie ha informado a sus familiares donde están los restos de Mario Roberto Santucho, Benito Urteaga, Alba Lanzillotto de Menna y Liliana Delfino. José Urteaga fue entregado a sus familiares. El hijo de Alba Lanzillotto y Domingo Menna, nacido en Campo de Mayo, es el nieto recuperado 121. Vivió 40 años sin conocer su verdadera identidad.
“El pacto de silencio sigue siendo tan hermético que aún no sabemos cómo llegaron los militares al lugar, tampoco dónde están los cuerpos. Y los únicos que pueden aclarar qué pasó ese día son quienes participaron del operativo, directa o indirectamente. Quizás incluso haya papeles escondidos que sirvan para reconstruir lo sucedido. Es increíble que después de tanto tiempo sigan sin poder decir la verdad”, fue la última reflexión de Mario Santucho en la entrevista.
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