El cirujano que engañó a todos con sus “innovadores” trasplantes y convenció a su novia periodista de que los casaría el Papa

Paolo Macchiarini le dijo a Benita Alexander que Andrea Bocelli cantaría en la ceremonia y que en la boda estarían invitados Barack Obama, Vladimir Putin y Elton John, entre otras figuras. La farsa empezó a brotar. El casamiento era falso así como su prestigio de cirujano que había revolucionado la medicina con una técnica que producía una crueldad intolerable en los pacientes

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El cirujano italiano Paolo Macchiarini durante una conferencia de prensa en Estocolmo, Suecia, el 21 de junio de 2023. Así terminó, teniendo que dar explicaciones ante periodistas y la Justicia (Magnus Andersson/TT News Agency/via REUTERS)
El cirujano italiano Paolo Macchiarini durante una conferencia de prensa en Estocolmo, Suecia, el 21 de junio de 2023. Así terminó, teniendo que dar explicaciones ante periodistas y la Justicia (Magnus Andersson/TT News Agency/via REUTERS)

Corría el año 2013 cuando la periodista norteamericana, reconocida con dos premios Emmy por sus trabajos, Benita Alexander (47), conoció a su nuevo entrevistado: el encantador cirujano Paolo Macchiarini (56). La NBC, compañía donde trabajaba, le había encargado un documental sobre el médico. Era la nueva estrella mundial de la cirugía por haber realizado los primeros trasplantes de tráquea y por haber desarrollado ese mismo órgano de manera sintética. Había abierto la puerta a los reemplazos de órganos sin precisar donantes. Todo un avance. El documental ya tenía nombre: se llamaría Un voto de confianza. Benita lo contactó y terminaron por poner un punto de encuentro en los Estados Unidos: un restaurante de la coqueta ciudad de Boston.

Benita comenzó su trabajo. El super cirujano era la única persona en el mundo que realizaba esas revolucionarias intervenciones con tráqueas de plástico bañadas con células madre del propio paciente para evitar el rechazo. Se podía suponer que sería serio y aburrido. Fue todo lo contrario: resultó un hombre agradable, educado y empático.

Ese mismo día en que se conocieron Paolo Macchiarini había desplegado su enorme cola de pavo real y había comenzado el cortejo. No le costó demasiado seducir a Benita. Pintón, inteligente, carismático, un hombre que andaba en moto despeinado como un joven de veinte, que dominaba seis idiomas y era aplaudido por el mundo, era claramente irresistible. “Apenas lo vi hubo una chispa… Mi estómago saltó. Había todo tipo de fuegos artificiales!”, reconoció ella.

Benita, en esa época de su vida, era vulnerable. Estaba pasando por un pésimo momento porque su ex marido y padre de su hija estaba muriendo de cáncer. Paolo olfateó la inseguridad y la sorprendió con su calidez. Le aconsejó sobre cómo hablar con su hija de la enfermedad del padre. Le contó a la periodista que él estaba separado sin papeles, que tenía dos hijos y que su vida estaba enteramente dedicada a la investigación y la medicina.

Un mes después de empezar a trabajar en el documental, Benita ya estaba perdidamente enamorada de su entrevistado. Había quedado adherida en esa almibarada red tejida por Paolo.

Benita Alexander era una periodista estadounidense premiada con dos Emmy por sus trabajos y deseaba hacer un documental del cirujano Paolo Macchiarini, famoso por realizar trasplantes de tráquea sin donantes. Se enamoraron
Benita Alexander era una periodista estadounidense premiada con dos Emmy por sus trabajos y deseaba hacer un documental del cirujano Paolo Macchiarini, famoso por realizar trasplantes de tráquea sin donantes. Se enamoraron

Amor y farsa

Fue entonces que las cosas pasaron a otra etapa. Terminaron saliendo. Paolo vivía en Europa, pero a pesar de eso logró convertirse en el novio perfecto. Benita no contó nada en su trabajo, no quería problemas, pero se lo presentó a amigos y a familiares. Ese tipo importante era de los más simpático y amigable. Cocinaba para todos, se reía y era cariñoso con Benita. Sedujo a todos.

Apenas murió su ex, Benita tuvo un problema de salud. Le encontraron un fibroma en el útero y debieron operarla. Se asustó mucho por su hija. Paolo se hizo tiempo en su agenda para acompañarla. Y para distraerla, mientras continuaban grabando el documental, inventó un romántico viaje a Venecia. Hoteles cinco estrellas, champagne y paseos en góndola... Nunca la habían mimado así. “Era una vida desconocida para mí”, admitió Benita.

En Rusia siguieron con las grabaciones y un día Benita sintió un dolor horrible en la zona de su reciente cicatriz. No podía enderezarse. Él le pidió que lo dejara ver la herida. Luego le preguntó si confiaba en él. Ella le dijo que sí. Paolo tomó unas tijeras de viaje y abrió la incisión. Le dolió mucho y vió que salía un líquido espeso y con un olor horrible. La infección drenó, se sintió mejor y apenas volvió a Nueva York fue a ver a su médico. Él le dijo que Paolo la había salvado de la peligrosa infección. Era su salvador.

Benita se pellizcaba. Su trabajo con el documental se había terminado convirtiendo en una historia de amor increíble. Literalmente increíble. Ya veremos.

A los cuatro meses de noviazgo Paolo conoció a la hija de Benita. Fueron a comer a un carísimo restaurante de Nueva York. Paolo la conquistó, ella quedó encantada con el novio de mamá. Mientras la relación progresaba, Paolo siguió operando a pacientes por el mundo. Iba y venía. El documental seguía su curso.

"Iba a ser como la boda del siglo. Invitados y artistas famosos, dignatarios de fama mundial, incluso el Papa. Pero todo fue un cruel #lovecon", contó la periodista en sus redes sociales con el posteo de esta misma imagen
"Iba a ser como la boda del siglo. Invitados y artistas famosos, dignatarios de fama mundial, incluso el Papa. Pero todo fue un cruel #lovecon", contó la periodista en sus redes sociales con el posteo de esta misma imagen

Casados por el Papa y llegada en carroza

Ocho meses después, en el año 2014, la pareja dio un paso más y se comprometió formalmente. Paolo le regaló un anillo valuado en cien mil dólares. Hubo más viajes: Bahamas, México, Grecia. En la isla griega de Santorini la sorprendió reservando la suite para los que iban de luna de miel. La esperó en el cuarto con la luz apagada y un camino de rosas que iba de la puerta hasta la cama. Benita vivía inmersa en un cuento de hadas.

En junio de ese mismo año se emitió el documental que había hecho sobre él. Duraba dos horas. Unos meses después Paolo le pidió casamiento: le dijo que quería casarse en Italia y que él se ocuparía de todos los preparativos porque pretendía sorprenderla. Viajaron para conocer a su madre y visitaron los lugares posibles para el festejo. Lo único que le preocupaba a Benita es que saliera a tiempo el divorcio de Paolo. Una noche, durante una comida en un crucero, él le anunció que ya era libre y podían casarse. Pusieron fecha: el matrimonio se celebraría al año siguiente, el 11 de julio de 2015.

“Él quería una gran boda católica, pero éramos divorciados y yo no era católica”, contó Benita en el documental de Investigation Discovery titulado Perfecto Mentiroso, emitido en 2019. Pero Paolo tenía para todo una solución mágica. Le contó a su novia que tenía un “gran amigo” en el Vaticano: el Papa Francisco, de quién era médico personal. Gracias a eso fue que él consiguió una dispensa papal para que se casaran. Se lo comunicó a Benita y le anunció algo más: Francisco les había ofrecido celebrar el matrimonio en su residencia de verano, el palacio apostólico de Castel Gandolfo. Y le dijo que ellos, los novios, iban a llegar en una carroza con caballos.

Benita era periodista, pero no dudó de lo que le decía su gran amor. El cirujano de renombre podía ser amigo de cualquiera y tener esos privilegios. Todos sabemos que no hay más ciego que el que no quiere ver.

Los planes grandilocuentes no terminaron ahí. Paolo se codeaba con gente de mucho poder. Le dijo a su novia que el tenor Andrea Bocelli había aceptado cantar en la ceremonia. Una maravilla. Por si eso no alcanzara para adornar la historia, en la lista de invitados habría personalidades demasiado importantes. Entre ellos estarían los matrimonios de Obama y Clinton, Vladimir Putin, Nicolas Sarkozy y Elton John. Eso implicaría muchísima seguridad. Benita no objetó nada, solo opinó que Putin era un invitado que podía hacer que Obama o Clinton no asistieran. Luego eligieron las invitaciones y ella las mandó a confeccionar. Eran de cuero y costaron 10 mil dólares. Pagó Benita.

Lo que a la mayoría le hubiera parecido un disparate, a la periodista le pareció la materialización del sueño de Cenicienta.

Benita Alexander vivía envuelta en una red de mentiras. Estaba enamorada y era una periodista consagrada. De a poco fue advirtiendo vacíos en las historias de su novio italiano
Benita Alexander vivía envuelta en una red de mentiras. Estaba enamorada y era una periodista consagrada. De a poco fue advirtiendo vacíos en las historias de su novio italiano

El diablo escondido en los detalles

El farsante consumado ya tenía sobre sus espaldas serias sospechas de algunos profesionales incrédulos sobre los datos que publicaba de sus investigaciones, de sus raros manejos de fondos públicos y algunas certezas de que a los pacientes no les había ido tan bien como él decía. Pero Benita, crédula y enamorada, no sabía nada de estas cosas del mundo médico.

Seis meses antes del casamiento Paolo conoció a los diseñadores del vestido de novia. Eran una pareja gay. Les dijo que necesitaría para ella cuatro atuendos a lo largo de la noche: el traje blanco, uno rojo, uno negro y otro más blanco del que la falda larga se desprendiera para poder bailar. La cuenta de los vestidos se disparó a 30 mil dólares. Paolo les dijo a los diseñadores algo más que los emocionó: el Papa quería dar la comunión a una pareja homosexual como símbolo de apertura de la Iglesia hacia los fieles.

A esta altura algunos amigos ya miraban de reojo todo lo que ocurría y lo que decían que iba a pasar. Era demasiado, pero nadie se animaba a cuestionar el cuento perfecto.

Ya para este entonces, sin que Benita lo supiera, habían muerto seis de los ocho pacientes que Paolo había trasplantado. Dos meses antes de la fecha de casamiento ya estaban todas las invitaciones repartidas y la celebración incluía un show con Elton John.

Fue en medio de estos preparativos que surgieron las primeras acusaciones de cuatro médicos contra Paolo Macchiarini: ellos denunciaban que el cirujano era un farsante. Benita se enteró de esto por una noticia del The New York Times. Se escandalizó y lo encaró. Pero Paolo le dijo que estaba siendo “víctima de una cacería de brujas de colegas celosos”. Benita lo vio preocupado por primera vez. Pero todo siguió adelante porque las cosas se calmaron. Benita superada con todo lo que tenía que hacer, después de 17 años de trabajar en la NBC, renunció a la cadena y sacó a su hija del colegio. Quería mudarse a Barcelona para poder estar cerca de Paolo. Todavía, por sus vidas alocadas, no había podido conocer su casa.

El mismo día que renunció a la NBC un investigador dio a conocer que el cirujano había incurrido en malas conductas médicas. Benita se alarmó, pero tenía turno en un Spa y concurrió. Al salir tenía un mensaje en su celular. Era de una colega bien informada de la NBC. Le paralizó el corazón. Ella le dijo que no podía ser que el papa fuera a celebrar su matrimonio porque el calendario publicado de sus actividades figuraba que el 11 de julio del 2015 el pontífice estaría en Paraguay.

Treinta y nueve días antes del casamiento Benita escribió un correo tristísimo a todos los invitados anunciando la cancelación de la boda. No explicó los motivos y apenas se refirió a las acusaciones que su novio tenía en Suecia
Treinta y nueve días antes del casamiento Benita escribió un correo tristísimo a todos los invitados anunciando la cancelación de la boda. No explicó los motivos y apenas se refirió a las acusaciones que su novio tenía en Suecia

La boda se cancela

Benita sentía una piedra sobre su pecho. No aguantó y enseguida lo encaró. Paolo se mostró tan sorprendido como ella. Hábil con sus palabras le endilgó la culpa a los funcionarios del Vaticano. Ya lo arreglaría, dijo.

Esta vez Benita preguntó más. Estaba ansiosa y ya tenía su traje de novia. Paolo le reveló que, en realidad, la política del Vaticano los había apuñalado por la espalda porque el Papa emérito Benedicto, estaba muy enojado con la idea de que Francisco casara a dos divorciados. Por eso había hecho poner otras obligaciones en el calendario papal.

Lo cierto es que estaban a un paso del altar y Benita empezaba a escuchar las alertas. Todavía no conocía a los hijos de Paolo y eso la tenía molesta. Cada vez que se estaba por concretar un encuentro, aparecía una cirugía de emergencia. Paolo le prometió que arreglaría las cosas con el Papa y que todo seguiría en pie, pero ella le exigió que viajara a Nueva York inmediatamente.

Benita la periodista se había despabilado. Con la ayuda de una íntima amiga, hizo algunas llamadas. Llamó a dónde se haría el festejo. No había nada reservado. Más sirenas de alerta. Paolo llegó y empezaron las discusiones. Benita le contó lo que había descubierto. Paolo fue hábil una vez más: todo era una cuestión de seguridad. Argumentó que era muy peligroso para el Papa y para los invitados de altísimo perfil que todo se supiera y se revelara ante cualquier llamado. Tenía sentido. Pero un rato después rompió el nuevo hechizo hablando de cosas absurdas. Le dijo a Benita que los doctores que lo acusaban eran parte de la CIA (Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos) y que él no solo era médico sino también un francotirador entrenado. Benita pensó que era una broma y se rió, pero Paolo estaba más serio que nunca. Se asustó. Apenas se fue de su casa, ella llamó a un investigador privado. Le pidió que averiguara todo. Fue bastante fácil. El detective descubrió con rapidez que todo lo relativo al casamiento era falso. Puras mentiras de un farsante. Benita quedó apaleada: no había una sola promesa que fuera cierta.

Su mundo de fantasías se había derrumbado y la aplastaba mortalmente.

Treinta y nueve días antes del casamiento Benita escribió un correo tristísimo a todos los invitados anunciando la cancelación de la boda. No explicó los motivos y apenas se refirió a las acusaciones que su novio tenía en Suecia. A Paolo le dijo lo mismo. Se cancelaba el casamiento. Antes de explicar algo más Benita quería obtener más información. Así que comenzó a grabar todas las llamadas de Paolo. Usando sus fuentes periodísticas consiguió hablar con una persona de la Casablanca. Por ella supo que Bill Clinton, de quien Paolo aseguraba ser muy amigo, nunca había oído hablar de Paolo Macchiarini. El portavoz del Papa Francisco, Federico Lombardi, respondió también a sus preguntas: “No existe ningún médico personal del Papa con el apellido Macchiarini”.

Farsante. Mentiroso. Embustero. Charlatán. Hablador. Embaucador. Impostor. A Benita no le alcanzan los adjetivos. Juntó todas las alhajas que Paolo le había regalado y se las llevó a un joyero experto. Los diamantes que su novio le había dicho que eran “únicos”, resultaron falsos. El anillo de compromiso que supuestamente había costado cien mil dólares solo valía mil. Con esa data le pidió a Paolo que por favor le reembolsara los cincuenta mil dólares que había gastado en las invitaciones y los vestidos. La respuesta de él fue que no podía: estaba quebrado porque por la cancelación tan cercana a la fecha de la boda había perdido nada menos que dos millones de dólares. Y ella era quien había cancelado. Encima, era la culpable.

La primera persona que recibió una tráquea sintética con células madres, Andemariam Beyene, llevó a Macchiarini a la portada de The New York Times (AFP)
La primera persona que recibió una tráquea sintética con células madres, Andemariam Beyene, llevó a Macchiarini a la portada de The New York Times (AFP)

De novia a espía

El 11 de julio, el día en que se iba a casar con Paolo, Benita llegó a Italia. Viajó con dos amigas que ya tenían pasajes sacados para la boda. La idea era comprobar las mentiras Paolo. Benita intentó poner un toque de humor y se puso el vestido rojo que habían diseñado a pedido de Paolo y se paró frente a la Iglesia. Las risas se enjuagaban con lágrimas.

Todos se preguntaron: ¿cómo hubiera resuelto Paolo el día del casamiento si Benita no se hubiera enterado de nada? ¿La hubiese dejado plantada en el aeropuerto? ¿La habría dejado vestirse y llegar a una Iglesia vacía? ¿O, simplemente habría desaparecido?

Benita siguió viaje con sus fieles amigas hacia Barcelona. Iban a dónde Paolo había dicho que vivía. Llegaron el 17 de julio de 2015 y alquilaron un auto. Benita se sentó atrás, se puso una peluca rubia y partieron con dirección a lo del médico. Esa misma mañana Paolo le había dicho por teléfono que estaba en Krasnodar, Rusia. El corazón de Benita golpeaba contra las paredes de su esqueleto. Estacionaron el auto en la esquina y las dos amigas bajaron a tocar el timbre. Lo conocían mucho. La sorpresa no demoró. Abrió el mismísimo Paolo que las miró desconcertado: “¿Qué hacen acá?”. Una de ellas sacó el vino que llevaba de regalo y le dijo que sentía mucho que se hubiera cancelado la boda. Paolo les agradeció, pero no las invitó a pasar. Una de ellas vio pasar de refilón a una mujer rubia y observó a dos niños pequeños rondando por ahí. ¿Tenía otra familia? Volvieron al auto mientras Benita veía que él tiraba el vino en un contenedor de basura frente a su casa. Se descompuso de tanto llorar.

En un bar esa tarde decidió escribirle un larguísimo mensaje a su novio. Le puso todo lo que sabía y le preguntó asqueada: “¿Quién diablos sos? Sos un fraude de lo peor, un mentiroso”.

La respuesta de Paolo llegó minutos después a las 17.42. Era brevísima. Él escribió: “WOW”.

El hablador de mentiras había sido sorprendido, había perdido la palabra.

Macchiarini se había convertido en el médico que hacía realidad el sueño de la medicina regenerativa: se abría la puerta a un mundo en el cual los trasplantes se hicieran con órganos sintéticos
Macchiarini se había convertido en el médico que hacía realidad el sueño de la medicina regenerativa: se abría la puerta a un mundo en el cual los trasplantes se hicieran con órganos sintéticos

Vidas paralelas

Benita volvió a los Estados Unidos deshecha. Era una madre soltera que había dejado su trabajo por un amor ficticio, que había invertido 50 mil dólares en una boda que nunca había existido. Estaba muy asustada.

Su investigación continuó y un sabueso italiano le confirmó que Paolo seguía casado desde hacía 30 años con la misma mujer, Emanuela Pecchia, con la que tenía dos hijos. Pero había algo más: Paolo tenía, además de Benita, a otras tres mujeres en su vida.

Benita empezó a preguntarse si sería igual de farsante en su faceta médica. Y empezó a preocuparse por los pacientes de Paolo. Sintió que debía advertirle al Instituto Karolinska, en Suecia, quién era realmente Paolo Macchiarini. Les escribió.

Poco después, comenzó una catarata de información. Salieron a la luz las mentiras en sus estudios médicos y los problemas que tenían sus pacientes que terminaban muriendo. En una entrevista que Benita le otorgó a la revista Vanity Fair le preguntaron cómo podía ser que no hubiera tenido dudas antes. Ella respondió con sinceridad: “Era un famoso y hábil cirujano… Yo lo estaba siguiendo por el mundo para contar su historia en el documental. ¿Cómo podía imaginar que sería capaz de inventarlo todo y poner en peligro su reputación?”.

El detective norteamericano contratado por Benita, Frank Murphy, dijo sobre el cirujano: “Nunca vi en mi larga experiencia un mentiroso de este nivel”. Podríamos agregar que para que el mentiroso exista tiene que haber gente confiada y dispuesta a creerle. Y en la historia de Paolo hubo demasiados que le creyeron. Algunos hasta perdieron sus vidas.

El mundo estaba descubriendo, al mismo tiempo que Benita, que toda la fachada de Paolo era una maqueta.

Fin de la fábula. Principio del escándalo.

Andemariam Beyene tenía 38 años y era oriundo de Eritrea. Fue operado el 9 de junio de 2011. Poco después de la operación, Beyene habló con la BBC y sostuvo: “Estaba muy asustado, muy asustado por la operación. Pero era vivir o morir”
Andemariam Beyene tenía 38 años y era oriundo de Eritrea. Fue operado el 9 de junio de 2011. Poco después de la operación, Beyene habló con la BBC y sostuvo: “Estaba muy asustado, muy asustado por la operación. Pero era vivir o morir”

Ensayos en humanos

Paolo Macchiarini, de nacionalidad suizo-italiana, nació el 22 de agosto de 1958 en Viareggio, en la Toscana, Italia. Estudió medicina en la Universidad de Unipi, Pisa, Italia, donde se recibió en el año 1986. A partir de allí su currícula engordó sin parar: Master en Cirugía en 1991; cursos en investigación en la Universidad de Alabama en Estados Unidos; certificados en trasplante de órganos y tejidos en 1994; doctorado en la Universidad de Franche-Comté, Francia, en 1997. Macchiarini estuvo, además, a cargo del departamento de cirugía torácica y vascular en el Hospital Heidehaus de Hannover, Alemania, entre 1999 y 2004; fue parte del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona, España y director del servicio de cirugía torácica del Hospital Clínic de Barcelona, entre 2006 y 2009. Entre los años 2009 y 2014 trabajó como profesor invitado en la University College London (UCL), un organismo público de gran prestigio en Gran Bretaña y también del reconocido Instituto Karolinska de Estocolmo, en Suecia. Son sus profesores los que deciden cada año quién recibirá el Premio Nobel de Medicina. Allí también fue cirujano part time del hospital universitario. Pero salgamos de su currícula y vayamos a los hechos.

Sus audacias médicas comenzaron exactamente el 12 de junio de 2008 cuando le colocó a Claudia Castillo (de 29 años y madre de dos hijos) una tráquea de donante revestida por sus propias células madre. Claudia padecía una tuberculosis que le habían diagnosticado tardíamente. Como consecuencia tenía serios problemas para respirar. Los médicos le habían aconsejado una operación clásica: la ablación del pulmón izquierdo. Pero Macchiarini propuso algo diferente: intentar con un trasplante de tráquea. Extrajeron siete centímetros de un donante cadavérico y se la injertaron luego de bañarla con células de la paciente. Una vez concretada, Macchiarini anunció al mundo su exitosa intervención: la paciente estaba bien y no necesitaba drogas peligrosas contra el rechazo ya que la tráquea tenía sus propias células.

La reconocida revista británica The Lancet dio a conocer el magnífico avance médico.

En realidad, el cirujano calló todas las complicaciones que fueron surgiendo. Castillo sufrió durante muchísimo tiempo infecciones y un estrechamiento de las vías aéreas que requería que, cada tres o cuatro meses, le colocaran stents biodegradables.

En 2011 lo encontró trabajando en Suecia para el Instituto Karolinska. Macchiarini era atrevido e iba por más: estaba ideando una técnica revolucionaria. Pretendía sustituir las tráqueas de donante cadavérico por otras de plástico común y bañarlas con células madre de los propios pacientes para disminuir las chances de rechazo. La célebre institución, encandilada con sus supuestas habilidades y pensando que se estaba gestando una celebridad científica, le permitió a Macchiarini colocar tres tráqueas plásticas en seres humanos, sin antes haber experimentado en animales y sin tener la aprobación del comité de ética. El argumento fue el uso compasivo de su investigación.

El primer trasplantado fue un hombre de 38 años llamado Andemariam Beyene, oriundo de Eritrea. Tenía cáncer. Fue operado el 9 de junio de 2011 y le colocó una tráquea sintética. Poco después de la operación, Beyene habló con la BBC y sostuvo: “Estaba muy asustado, muy asustado por la operación. Pero era vivir o morir”.

El reconocimiento internacional llegó inmediatamente. Era la primera vez que se ponía en humanos una tráquea artificial. La gran ventaja era que los pacientes no debían esperar a que aparecieran donantes y que, al usar células madre del propio paciente para revestirla, no se precisaban drogas para evitar el rechazo.

Pronto Alexander comprendió que el matrimonio mismo era una mentira: Macchiarini estaba casado desde hacía 30 años con Emanuela Pecchia, con quien tenía una hija y un hijo (AP)
Pronto Alexander comprendió que el matrimonio mismo era una mentira: Macchiarini estaba casado desde hacía 30 años con Emanuela Pecchia, con quien tenía una hija y un hijo (AP)

Esconder los resultados

La hazaña lo llevó a la tapa del The New York Times. Macchiarini parecía haber demostrado que era posible hacer trasplantes con órganos sintéticos y cultivarlos con células. Ese mismo año operó en Suecia, en el hospital Karolinska, a dos pacientes más.

Uno fue el norteamericano Christopher Lyles, diagnosticado con carcinoma quístico adenoide, quien fue intervenido el 17 de noviembre de 2011. Solamente vivió unos meses. La otra fue la ciudadana turca Yesim Cetir, de 20 años, quien sobrevivió seis eternos años. Fue peor que morir. Tuvo que atravesar tres trasplantes de tráqueas (dos sintéticas y una cadavérica) y dolores tremendos. Antes de morir había pasado por 190 cirugías y 36 asfixias casi mortales; le habían tenido que extraer el pulmón derecho y el estómago. Una pesadilla.

En Rusia intervino a cinco pacientes más. Una de ellas fue Yulia Tuulik, de 33 años. La joven rusa, casada y tenía un hijo, había sufrido un accidente de tránsito. Paolo Macchiarini la convenció de que con la operación tendría una mejor calidad de vida. Le arruinó la vida.

Sus innovadores trasplantes daban que hablar y parecían estar haciendo historia. Los reportajes en los medios más importantes del mundo se multiplicaban. Macchiarini, mientras tanto, seguía operando en Italia, Alemania, Suecia, Francia, España, Rusia y Estados Unidos a gente de todas las edades. Pero, en voz baja, muchos profesionales habían empezado a cuestionar lo que hacía.

Treinta meses después de su primera cirugía comenzaron a conocerse los resultados. Beyene, su primer trasplantado con el órgano sintético, murió el 30 de enero de 2014, tras una serie de infecciones y una agonía atroz. Se descubrió que su tráquea sintética se había aflojado, que padecía infecciones crónicas, dolores espantosos y que ese objeto injertado en el medio de su pecho lo terminó por asfixiar.

Era el principio del fin de la farsa.

"Las tráqueas artificiales no eran las maravillas que salvarían vidas, como todo el mundo creía", sintetizó The Guardian tras la publicación de un programa sueco que destapaba las mentiras del cirujano italiano
"Las tráqueas artificiales no eran las maravillas que salvarían vidas, como todo el mundo creía", sintetizó The Guardian tras la publicación de un programa sueco que destapaba las mentiras del cirujano italiano

Informe demoledor

En 2013 el Instituto Karolinska dio por terminada su relación laboral con el cirujano Macchiarini al descubrir que él había falsificado datos en un artículo científico. De todas formas, le permitieron seguir trabajando con ellos como investigador. Eso fue hasta 2016, cuando un programa de la televisión estatal sueca titulado Experimenten, hizo estallar todo por el aire. En ese documental había científicos que denunciaron las aberrantes prácticas del cirujano y que dijeron que sus trasplantes eran crueles ensayos en seres humanos. No había autorizaciones de ningún comité de ética ni se había informado adecuadamente a los pacientes. Macchiarini tampoco había llevado a cabo experimentos previos en animales. Denunciaron que una de sus pacientes, la rusa Yulia Tuulik, había muerto porque su cuerpo rechazó la tráquea de plástico. La joven tosía permanentemente, tenía dolor intenso, escupía tejidos y despedía un olor espantoso. Lo que había hecho con sus pacientes que confiaban en él, decía el programa televisivo, era de una crueldad intolerable. Llegaron a compararlo con el siniestro médico nazi Josef Mengele.

Nadie podía creer que el Instituto Karolinska le hubiera permitido realizar estos trasplantes. El escándalo médico era de tal envergadura que las renuncias de sus directivos no demoraron en producirse: desde el rector hasta el secretario del comité del Nobel de Medicina.

El doctor Pierre Delaere, experto en vías respiratorias y uno de los primeros críticos de Macchiarini, fue lapidario: “Si tuviera la opción de una tráquea artificial o un pelotón de fusilamiento, elegiría el pelotón, porque sería una forma de ejecución menos dolorosa”.

El diario The Guardian escribió: “Las tráqueas artificiales no eran las maravillas que salvarían vidas, como todo el mundo creía (...) Al contrario, parecían hacer más daño que bien”.

No había milagros. Los pacientes sufrían, presentaban horrorosas complicaciones y terminaban muriendo.

En medio del escándalo Macchiarini se mudó a la república rusa de Tartaristán, donde trabajó en la Universidad Federal de Kazán y comenzó a investigar sobre trasplantes de esófago. Nunca daba pasos atrás. La presión de los suecos para que fuera investigado por sus mentiras científicas logró que la Fundación de Ciencia Rusa dejara de financiar sus contratos y sus desvaríos.

Para octubre de 2017 solo uno de sus pacientes con tráquea sintética estaba vivo y pedía que le quitaran ese plástico como fuera. La investigación en Estocolmo por las denuncias que había en su contra terminó siendo cerrada. La fiscal encontró que Paolo había sido negligente, pero no iban a presentar cargos criminales.

La cantidad de operaciones que habría llevado a cabo hasta entonces es imposible de saber con exactitud. Estarían documentados unos veinte trasplantes de los cuales once habrían recibido tráqueas de plástico. Castillo sería la única de sus pacientes que todavía vive gracias a que ella no recibió una tráquea plástica.

Ese mismo año,Paolo dio una entrevista justificando su accionar: decía que los primeros trasplantes de hígado y de otros órganos tampoco habían salido bien al comienzo. Sus críticos señalaron que el problema era que él no había investigado previamente, que había mentido con los datos y que había usado a los pacientes como conejillos de Indias.

Paolo Macchiarini junto a su abogado defensor Bjorn Hurtig y Jens Lindborg. El cirujano italiano fue condenado por un tribunal sueco a dos años y seis meses de prisión (Magnus Andersson/TT News Agency/via REUTERS)
Paolo Macchiarini junto a su abogado defensor Bjorn Hurtig y Jens Lindborg. El cirujano italiano fue condenado por un tribunal sueco a dos años y seis meses de prisión (Magnus Andersson/TT News Agency/via REUTERS)

La farsa va a juicio

Era un charlatán, un estafador con diploma, un mentiroso que usaba a la gente como ratones de laboratorio, pero ¿era un cruel asesino?

En 2022 Paolo Macchiarini fue, finalmente, llevado a juicio por los familiares de los tres pacientes que murieron en Suecia. El profesional acusado negó los cargos y argumentó que los trasplantes tenían como objetivo salvarles la vida. La fiscalía pidió para él cinco años de prisión efectiva, pero el tribunal sueco le impuso una sentencia de dos años en libertad condicional por causar daños corporales con uno de los trasplantes experimentales. En los otros dos casos fue absuelto porque consideraron que el profesional había sido imprudente, pero que no había tenido la intención de causar daño.

El médico Matthias Corbascio pertenece al Instituto Karolinska y, si bien al principio lo apoyó, en 2012, cambió de idea. Luego del fracaso con la paciente turca, empezó a sospechar de Macchiarini y de que sus datos eran fraudulentos. Juntó información y lo denunció en la institución. Todos ignoraron su aviso. Luego del juicio, Corbascio sostuvo que el veredicto le parecía un escándalo: para él no existía ninguna posibilidad de que esas operaciones pudieran haber tenido éxito.

Por pedido de los familiares de las tres víctimas, que consideraban que habían sido homicidios, el caso Macchiarini se reabrió. El 21 de junio de 2023, el Tribunal de Apelaciones de Svea, en Estocolmo, Suecia, resolvió condenarlo a dos años y seis meses de prisión. Esta vez se lo encontró culpable de agresiones graves en sus tres polémicos trasplantes de tráquea realizados en Suecia en el Instituto Karolinska. Consideraron que el cirujano no había actuado en una situación de “necesidad” en los casos de los pacientes Beyene y Lyles. La investigación demostró que podrían haber vivido un tiempo “no insignificante” sin esa operación. En el caso de la joven turca Cetir, consideraron que hubo emergencia, pero la intervención que realizó seguía siendo indefendible. Para sentar precedente anunciaron: “Consideramos que el margen para realizar intervenciones no probadas en personas debe ser muy limitado”.

El Tribunal no cuestionó que él profesional pudiera tener la expectativa de que su método funcionase, pero dijo que actuó sabiendo que esa operación podría causar “daños corporales” y “sufrimiento”.

La historia de Paolo y sus mentiras llamó la atención de Netflix. La empresa ya estaría terminando los ocho capítulos que se verán bajo el nombre El mal cirujano.

Podríamos pensar que Paolo Macchiarini podría haber tenido buenas intenciones con su peligrosa manera de ejercer la medicina. Pero sus mentiras a Benita son más que reveladoras de su personalidad manipuladora y mitómana. No hay manera de que sus embustes hayan sido bienintencionados. ¿Por qué lo serían entonces en la faceta profesional? Paolo Macchiarini, quien está por cumplir 65 años, se creyó dios y resultó un mortal farsante que no dudó en utilizar a sus pacientes para concretar sus delirios de grandeza.

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Hace 71 años, un equipo encabezado por el antropólogo inglés Kenneth Oakley anunció que lo que se creía que era el mayor descubrimiento de la antropología del siglo XX en realidad había sido un fraude creado mediante un fragmento de cráneo humano moderno y una mandíbula de chimpancé
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Cuando la guerra entre Argentina y Chile por el Beagle parecía inevitable: la tormenta marina y el cardenal que salvaron la paz

1978 fue el año en que el país estuvo al borde de iniciar un conflicto bélico con Chile por el trazado de la boca oriental del canal de Beagle, que afectaba la soberanía de tres islas y sus espacios marítimos. El fallo de la Reina Isabel II que liberó las tensiones, las internas dentro de la cúpula militar y el accidente meteorológico que dio tiempo para la intervención puntual del enviado del Vaticano
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“Ya no me queda paciencia”: la huelga de mujeres que paralizó a Nueva York y el intento de boicot con prostitutas infiltradas

Empezó en 1909 y se extendió por once semanas. Las camiseras reclamaban una jornada de menos de 65 horas semanales y un salario que no las discriminara respecto de los varones
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