Todas las mañanas Cheryl Pierson dejaba su casa en Long Island con cierto alivio. Salía rumbo a la preparatoria de Long Island, en uno de los suburbios del estado de Nueva York cercanos a Manhattan. Frente a su casillero siempre la esperaba su novio Robert Cuccio, el capitán del equipo de básquet del colegio. Abría su locker y adentro había una foto de la joven vestida de animadora prendida al brazo de su pareja. Los chicos y chicas pasaban por el pasillo y los miraban para ver que hacían.
Cheryl y Robert se sentían observados y les gustaba. Eran la pareja más popular de la escuela de Long Island. Sin embargo, la chica escondía detrás de esa máscara los horrores que vivía en su casa a diario.
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Abusos sexuales desde la infancia
Desde sus 11 años, Cheryl sufría abusos sexuales por parte de su papá, James Pierson. La chica siempre recordará la primera vez que sufrió el ataque de ese hombre que odiaba. James conducía su auto. Llevaba a su hija a visitar a su madre que agonizaba en el hospital.
El hombre llevaba una mano en el volante y otra sobre las piernas de su hija. Muchos años después, cuando pudo hablar del tema, Cheryl recordó que su papá la obligaba a acostarse con él en la cama. Le decía “vos sos mi novia” mientras la abusaba. De esa forma, llegaba a violarla hasta dos veces por día.
La vida de la chica dentro de la casa de Long Island era un infierno que incluía, además de abuso sexual, violencia física. Por eso cada vez que cerraba esa puerta para ir al colegio Cheryl se sentía aliviada.
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Cuando James sentía que Cheryl estaba por denunciarlo la golpeaba sin piedad, casi nunca en la cara para evitar marcas visibles. Otras veces, la hacía presenciar cómo torturaba a su perra Cocoa. Una tarde, el hombre pateó al animal con mucha fuerza y la hizo rebotar contra la pared del patio de la casa.
“Cocoa lloraba mucho y me hizo sentir tan triste que quería morir”, dijo Cheryl tiempo después. Otra vez, James le dio una piña en la cara a su hija cuando descubrió que la chica le había enviado una tarjeta de San Valentín a un compañero del colegio. Cheryl a menudo llegaba a la escuela llena de moretones. Nadie le hacía ningún comentario, ni la ayudaba.
Cheryl, a merced del monstruo
Tras varios años enferma, la mamá de Cheryl murió en 1985. La mujer estuvo varios años postrada en la cama de su casa o del hospital. No podía hacer nada por su hija. Tras la ausencia de la mujer, James atacó con más frecuencia a su hija. El monstruo ya no tenía ningún condicionamiento, ni reparo. Al mismo tiempo, la chica abusada empezaba a pensar en cómo terminar con el calvario que sufría a diario.
La adolescente se sentaba junto a Sean Pica en las clases. Charlaban bastante y se pasaban la tarea que alguno de ellos no llegaba a completar. Una mañana, comentaron un crimen de la ciudad de Los Angeles. Se sospechaba que había actuado un sicario. Entonces, a la chica se le ocurrió una buena solución para terminar con su sufrimiento. Quizás medio en broma o medio en serio, le propuso a su amigo que se convierta en asesino a sueldo.
Todo se había precipitado porque su papá había amenazado con comenzar a violar a su hermana de 8 años.
Unos días antes de la charla sobre los sicarios y empezar a planear el crimen de su papá, Cheryl volvió una tarde del colegio y encontró a James y a la nena tirados sobre la alfombra del living. La chica le clavó la mirada a su padre y en ese momento ya sabía lo que tenía que hacer. “Sólo estamos jugando con muñecos”, le dijo su papá con una media sonrisa en la boca.
Entonces, Cheryl le ofreció dinero a su compañero de banco Sean para que se convierta en sicario y asesinara a su papá. La propuesta iba en serio y hasta le mostró los billetes que había recolectado con su novio Robert.
Habló de su plan con su novio Robert y juntaron mil dólares para pagarle al chico que haría el trabajo.
El crimen del sicario improvisado
La tarde del 5 de febrero de 1986, Sean se escondió detrás de un árbol fuera de la casa de Pierson, armado con un rifle calibre 22. Nunca antes había manejado un arma, pero los relatos de abusos de su amiga y los mil dólares que iba a recibir lo hicieron tomar coraje.
Consiguió el arma y practicó un par de veces en el bosque de las afueras de Long Island. Luego, se vistió como pensó que lo haría un sicario profesional. Se calzó una remera negra lisa y unos jeans chupines. Se puso un gorrito de Los Yankees, el equipode béisbol del Bronx, el mismo que usaba para ir a ver los partidos de básquet del colegio.
Cuando James salió por la puerta para ir a trabajar como electricista, Sean lo dejó pasar y luego lo mató por la espalda de tres tiros. Se sorprendió con la facilidad con la que había terminado con una vida humana. Enseguida, recordó los relatos de su amiga Cheryl y corrió antes de que llegue la policía. Entró a su casa, escondió el arma abajo de la cama y se tiró a leer una historieta. Pasaba las páginas, pero no lograba concenctarse. “Por suerte, no miré a los ojos al papá de Cheryl”, pensó mientras empezaba a sentir el olor de la cena preparada por su mamá en la cocina.
No pasaría mucho tiempo hasta que los rumores circularan por su escuela secundaria. Varios alumnos habían escuchado a Cheryl, Sean y Robert hablar sobre asesinos a sueldo. A la semana siguiente, los tres amigos fueron arrestados por la policía de California.
Tanto Cheryl como Sean se declararon culpables de homicidio involuntario. Cuando salieron a la luz los espeluznantes detalles del abuso sexual de su padre, numerosos testigos admitieron que no habían actuado ante las señales que daba la chica. Cheryl había ido al colegio muchas veces con un ojo morado y moretones en los brazos. La comunidad educativa de Long Island miraba para otro lado.
El incesto como un “asesinato del alma”
El juez argumentó que la vida de Cheryl no estaba amenazada, a lo que su terapeuta, que declaró en el juicio, lo rechazó y se refirió al incesto como “el asesinato del alma. Los sentimientos literalmente mueren por dentro, y lo que te queda es un cascarón”.
Aunque el juez encontró a Cheryl víctima de incesto “frecuente y repetido” a manos de su padre, la condenó a seis meses de cárcel.
Al salir de prisión, la esperaba su novio Robert en la puerta del enorme edificio de piedra rodeado de rejas que terminaban en varias vueltas de alambre de púa.
Un par de meses después de quedar en libertad, Cheryl y Robert se casaron en la Iglesia Católica Romana St. Louis de Montfort en Long Island. A la ceremonia asistió la hermana de la chica y los amigos del colegio. Tres años más tarde, Cheryl dio a luz a su primera hija, Samantha y luego a Casey. Todo indicaba que la chica había olvidado el horror a la que la había sometido su papá. Sólo le quedaba marcas del pasado en algunos momentos en que se quedaba sola. Podía recordar el horror. Aún así rápidamente lo olvidaba y valoraba la familia que había construido junto a Robert.
El aprendiz de sicario no la pasó tan bien. Sean fue liberado el 13 de diciembre de 2002, después de cumplir 16 años por su participación en el asesinato. Durante el tiempo que estuvo encarcelado, Sean se unió a un programa de educación en prisión llamado Hudson Link que le dio la oportunidad de obtener una licenciatura.
Sean terminó la secundaria en prisión y ayudó a otros reclusos a aprender a leer y escribir. Después de su liberación, Sean regresó a la cárcel para dirigir su programa universitario y se convirtió en el director ejecutivo del plan.
En 2016, Cheryl y Robert escribieron un libro que detalla su pasado traumático titulado: “Incesto, asesinato y un milagro”. De esa manera, la chica ya adulta intentó exponer todo su pasado. De alguna manera buscaba sanar su alma.
Unos 30 años después de la muerte de su padre, Cheryl ya no se llama Pierson de apellido. Eligió usar Cuccio, el apellido de Robert, el amor de la escuela secundaria que la sigue acompañando. “No me di cuenta en ese momento que el asesinato era tan definitivo”, dijo la mujer en una entrevista con CBS en la que presentó su libro. “Solo quería que el problema se detuviera y desapareciera”, aclaró.
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