Era lo contrario de una “next door girl”, la personificación rubia y superficial de la mala de la película, una contracara perfecta y odiosa de las heroínas de las comedias para adolescentes de los años 80. Su sello de origen fue la sensualidad picaresca con la que desbordaba las cajas de los viejos VHS, lista para enamorar galanes nerd como Patrick Dempsey o Andrew McCarthy y convertirse en la peor pesadilla de las chicas buenas de la clase.
Si la Andie Walsh de Molly Ringwald en Pretty in Pink (1986) fue la nueva Cenicienta de su época, la Deborah Anne Fimple de Kelly Preston en Admiradora Secreta (1985), donde encarnaba al inalcanzable objeto de deseo del mejor amigo de la protagonista, quedó en el imaginario social como la evolución de la hermanastra malvada: ya no era fea, sino hermosa –y siempre más hegemónica que la actriz principal–, y ya no era tan tonta como manipuladora.
En cuanto irrumpió en la industria, recién llegada de Australia, donde había sido descubierta a los 16 por un fotógrafo de Moda, los papeles se sucedieron hasta que fue encasillada en forma definitiva: de Mischief (1985) a SpaceCamp (1986), pasando por Gemelos (1988), su nombre integraba el reparto obligado de los grandes éxitos de los videoclubes.
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Había nacido en Honolulu, Hawaii, el 13 de octubre de 1962, como Kelly Kamalelehua –que en la lengua de la Polinesia significa “jardín de flores”– Smith. Pero, signada desde temprano por las tragedias, su apellido cambiaría pronto: su padre murió ahogado cuando ella tenía tres años y su madre volvió a casarse con Peter Palzis, un empleado de recursos humanos que adoptó a Kelly y le dio su apellido. La familia se había trasladado a Adelaida cuando la joven dio los primeros pasos en su carrera como Kelly Palzis.
Tenía 23 años cuando se casó con el actor Kevin Gage y la relación no duró mucho. Lo había conocido en el rodaje de SpaceCamp y la ceremonia fue en Hawaii a los pocos meses. Pero el actor había sido recortado en la edición de la película y también iba a serlo de la vida de Kelly, que lo dejó en 1987 por el todavía ignoto George Clooney. No tardó en mudarse a su casa, donde convivieron cerca de un año con Max, el chancho mini que le regaló el galán de Ocean’s Eleven y que cuando se separaron se quedó con él. Ella ya estaba enamorada de Charlie Sheen, con quien también convivió y llegó a comprometerse en 1990.
La relación terminó en medio de un escándalo cuando, en enero de 1990, los diarios publicaron que Sheen le había disparado accidentalmente en un brazo a su prometida. Preston no presentó cargos, pero canceló la boda al poco tiempo. Con el paso de los años, él incluiría la historia en una rutina de comedia: “Estoy haciéndome café una mañana y de pronto escucho un tiro. Yo pensé: ‘Bueno, finalmente lo hizo y ahora me van a culpar a mí’. Y corro a ver qué había pasado y me la encuentro desnuda en la escalera, sosteniéndose la muñeca y cubierta de sangre, una escena bastante caliente”. Pero, pese a eso, Kelly siempre fue piadosa con el enfant terrible de Hollywood. Sobre todo después de su caída en desgracia, veinte años más tarde, cuando no dudo en afirmar: “Charlie es una gran persona y en esa época no consumía ni siquiera alcohol. Él no fue quien apretó el gatillo”.
Lo cierto es que para entonces ya se había cruzado con John Travolta en el rodaje de Los Expertos (1989), una comedia que cumplió las expectativas de taquilla pero fue un desastre de crítica. Pasaría a la historia por otro motivo: fue el comienzo de uno de los matrimonios más emblemáticos y duraderos de la industria. Tenían en común más que sus carreras: ambos ya se habían unido al culto de la Cienciología; ella, por medio del coach actoral Milton Katselas, en 1985; él una década antes, en 1975, de la mano de la actriz Joan Prather, que lo vio triste en el set de La lluvia del diablo –la película con la que debutó– y le contó lo bien que le había hecho acercarse a la doctrina de Ron Hubbard.
Para cuando se conocieron, la Cienciología ya había sido un sostén para Travolta en su peor momento, mientras filmaba Fiebre de sábado por la noche y veía morir a su otro gran amor, Diana Hyland. La actriz que había hecho de su madre en El chico de la burbuja de plástico (1976) le llevaba 18 años y tenía 41.
Con Kelly, Travolta recuperó la sonrisa y también una carrera que parecía en franco declive. Se casaron en el Hotel Crillon de París el 5 de septiembre de 1991 bajo el rito de la Cienciología, por lo que tuvieron que repetir la unión una semana más tarde en las playas de Florida. Ella había tenido que divorciarse antes de Gage, pero eso fue apenas un trámite: “Simplemente era la persona equivocada”, confiaría ella años después en una nota con el presentador Andy Cohen. Entrevistada entonces por Entertainment Tonight, Preston dijo que estaba dispuesta a pasar la siguiente década “descalza y teniendo hijos”.
Su intención era real. Ya estaba embarazada de dos meses cuando se casaron y se dedicó a prepararse para la maternidad mediante el consejo permanente de los cienciólogos. Jett nació el 13 de abril de 1992 en Los Angeles. Después se sabría que desde muy chico fue diagnosticado con autismo y con la enfermedad de Kawasaki, que lo exponía a frecuentes convulsiones. Todo eso trascendió en la Navidad de 2009, cuando Jett murió a los 16 años durante unas vacaciones familiares en Bahamas. La policía dijo que el chico se había golpeado la cabeza fatalmente en la bañera tras sufrir un ataque. Entonces los Travolta tuvieron que sumar al dolor de perder a su primogénito el de enfrentar la extorsión de las autoridades sanitarias, que les pidieron millones a cambio de preservar su intimidad y no hacer públicos los detalles de la muerte de su hijo.
Siempre dijeron que, si salieron adelante, fue gracias al apoyo constante de la Cienciología, que les puso un equipo de apoyo 24x7 en su villa de Ocala, en Florida. Otra cosa los ayudó a enfocarse en la vida: Benjamin nació el 23 de noviembre de 2010, un año y medio después de la tragedia de su hermano. Los Travolta ya tenían a Ella Blue, nacida en abril de 2000, y ahora la familia recuperaba la felicidad gracias a su “pequeño milagro”.
Preston tenía 48 y hubo dudas sobre si era la madre biológica, pero ellos mismos contaron que habían intentado varios tratamientos para volver a ser padres durante años y que mientras Travolta sostenía la mano de su mujer en la sala de partos, la desaparecida Kristie Alley –íntima amiga de la familia y pareja del actor en la saga de Mira quién habla (1989, 1990, 1993)– acompañó a Ella Blue afuera.
Siempre se dijo que Travolta dudaba sobre seguir en la Cienciología; su mujer, en cambio, fue una devota fiel hasta sus últimos días. Por eso aún hay versiones que sostienen que no se trató el cáncer de mama por el que terminó muriendo el 12 de julio de 2020. Para ese culto, las enfermedades son sólo psicosomáticas y se resuelven con sesiones de auditoría donde los devotos se confiesan ante un detector de mentiras, no con sesiones de quimioterapia ni de rayos.
La actriz de Jerry MaGuire (1996), que había alcanzado en 2015 el máximo nivel de evolución en el culto (Operador Thetán 8), habría accedido a los cuidados de la medicina tradicional demasiado tarde y son muchos los que aseguran que Travolta rompió con la Iglesia de Hubbard por ese motivo.
Hay una clave en el mensaje con el que anunció que la madre de sus hijos había muerto: “Con gran pesar les informo de que mi preciosa mujer Kelly ha perdido su lucha de dos años frente al cáncer de mama. Luchó con coraje y el amor y apoyo de muchos. Mi familia y yo siempre estaremos agradecidos con sus médicos y enfermeras en el MD Anderson Cancer Center, todos los centros médicos que han ayudado, así como con sus muchos amigos y seres queridos que han estado a su lado”. La omisión de cualquier mención explícita a su iglesia fue para muchos la confirmación de su alejamiento.
Apenas unos meses antes de morir con sólo 57 años, Kelly y Travolta habían celebrado 28 años de matrimonio. Era septiembre y ella le escribió una carta abierta en su cuenta de Instagram: “A mi adorado Johnny, el hombre más maravilloso que conozco. Me diste esperanzas cuando creí que estaba todo perdido, me amaste con paciencia e incondicionalmente… Me hiciste reír más fuerte de lo que se haya reído nadie… Compartimos los más hermosos altos y bajos. Sos el padre de los sueños y hacés que la vida sea divertida. Te confío mi amor porque sé que con vos, no importa lo que pase, siempre voy a estar a salvo. Te amo para siempre y completamente. Feliz aniversario”. Al leerla ahora no quedan dudas, era su carta de despedida.
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