Esa sería su gran noche. Nada lo impediría. Ni los cuerpos de sus padres todavía tibios y pegajosos por la sangre que manó de sus heridas. Envolvió sus cabezas con toallas y los arrastró hasta ponerlos, uno al lado del otro, en la suite principal. Luego del esfuerzo, cerró el cuarto con llave.
A las 20.15 de ese sábado 16 de julio de 2011 posteó en Facebook una reconfirmación de la invitación a su gran fiesta en la casa familiar. La dirección era: 371 Northeast Grandeur Avenue, St Lucie, Florida, Estados Unidos.
Te puede interesar: 7 maneras para asesinar: escribió una novela macabra cuando su esposa desapareció y una mudanza develó el espanto
La familia Hadley y el hijo problemático
Blake Hadley y su mujer Mary Jo se mudaron de Fort Lauderdale a St Lucie, dentro del estado de Florida, 24 años antes de ser asesinados. El motivo fue vivir cerca de los padres de Blake quienes ya eran mayores y los necesitaban cada vez más.
Al momento de morir, Blake tenía 54 años y era ingeniero en la planta nuclear de St Lucie donde había trabajado durante treinta años. Mary Jo era más joven: tenía 47 y se desempeñaba como maestra de un colegio primario donde era muy querida por sus alumnos.
En esos años en St Lucie la pareja tuvo dos hijos: Ryan y Tyler. Habían logrado construir una vida cómoda en una gran casa de madera blanca con tejas grises, rodeada por mucha vegetación. Tenían palmeras, arándanos, numerosos pinos y una pileta cubierta que unía visualmente la casa con el parque. La naturaleza los rodeaba. Era un sitio ideal para quienes buscaban vivir con tranquilidad. Pero lo cierto es que los adolescentes del lugar no disfrutaban de la quietud y la calma. Sentían que en St Lucie no había mucho para hacer. Los vecinos creyeron que ese era uno de los motivos del aumento del consumo de drogas y del vandalismo. El aburrimiento podía resultar fatal para algunos jóvenes.
Te puede interesar: El calvario de la chica que fue engañada por sus amigas y quemada viva al ritmo de una canción de música disco
Los primeros problemas con Tyler comenzaron cuando tenía 10 años. Su conducta empeoró durante el secundario. El menor de los Hadley se rateaba del colegio, no hacía sus tareas, tomaba alcohol y se drogaba. No demoró mucho en empezar a comprar y vender drogas de todo tipo. De la mano de esto, llegaron los primeros robos. Tyler iba escalando en sus hazañas delictivas. Terminó siendo arrestado por actos de vandalismo en propiedades ajenas y por hurtos.
Los Hadley no daban más con este hijo menor tan conflictivo.
Intentando rescatar a Tyler de esa situación concurrieron a especialistas y a clínicas de rehabilitación y de salud mental. Por consejo de los profesionales pusieron normas cada vez más estrictas, pero Tyler no colaboró.
En unas de las últimas vacaciones con ellos empezó a decir que él era mitad hombre y mitad mujer. Un tiempo después, afirmó que una mujer negra hablaba dentro de su cabeza sin parar. También tenía problemas con la comida: un día Ryan lo observó comer una pizza entera en pocos minutos. Luego lo vio meterse en el baño para, supuestamente, tomar una ducha, pero Ryan lo escuchó vomitar desde afuera.
Tyler se había convertido en un manual completo de desafíos para su familia.
En enero de 2011 Ryan, con 23 años, partió a estudiar al estado de Carolina del Norte. El matrimonio quedó solo con su hijo menor.
El 10 de abril de 2011, en la casa de un amigo, Tyler participó de una pelea que dejó heridos y terminó siendo arrestado. Pasó una semana en la cárcel.
Sus padres estaban preocupados. Sabían que en poco tiempo Tyler cumpliría 18 años y ellos perderían la poca autoridad que tenían sobre él. Por ello, en junio, invocaron la ley llamada Baker Act por la cual un padre, en el estado de Florida, puede internar por la fuerza a su hijo si hay riesgo para su salud o la del resto. Lo tenían decidido y se lo comunicaron. Pero ese programa pensado para rescatar a Tyler de las garras de las adicciones sería el principal disparador de sus asesinatos. Sin saber hasta dónde crecía la violencia interior de Tyler, los Hadley habían firmado su sentencia de muerte con el anuncio de una posible internación.
Las cosas se precipitaron luego de que una noche su hijo volviera totalmente borracho. Decidieron no esperar más y lo llevaron a una consulta con un psiquiatra a la clínica New Horizons, un establecimiento dedicado a problemas mentales. Al psiquiatra que los atendió le dijeron que temían que Tyler se hiciera daño a sí mismo.
En los quince días posteriores a esa entrevista, el matrimonio vio mejorar a su hijo. Parecía haber reaccionado bien. Estaban contentos. Mary Jo habló con una compañera de trabajo quien le preguntó si no tenía miedo de que su hijo drogado pudiera hacerle algo. Mary Jo respondió categórica: de ninguna manera. Nada era lo que parecía. Lo tenía calmado a Tyler era su propio plan para deshacerse de sus padres. Estaba pensando de qué manera podía asesinarlos.
El 2 de julio Tyler habló con una amiga por Facebook y le contó que su madre le había confiscado el celular y que deseaba matarla. A uno de sus más cercanos amigos le contó su plan e incluso le habló del festejo que haría luego de los crímenes.
Todos pensaban que eran tonterías de un chico aburrido.
Adiós mamá, adiós papá
El día definitivo en la vida de la familia Hadley, el 16 de julio de 2011, comenzó con mucha actividad.
A las 11.25 de la mañana Tyler habló con su amigo Antonio Ramírez por mensaje de texto.
Antonio: qué hacés esta noche?
Tyler:... tratando de tener una fiesta en mi cuna
Antonio: tus padres no están en tu casa?
Tyler: nop
Tyler: se están yendo pronto
A las 13.15, en su Facebook, posteó una invitación para su fiesta de esa noche. Escribió textual: “Fiesta en mi cuna esta noche… puede ser”.
Muchos pensaron que eso no podía ser cierto, los padres de Tyler no aprobarían ese tipo de celebración.
El plan final siguió marchando en la mente del adolescente. Fue alrededor de las 17 horas que Tyler procedió a hacer lo que tenía programado.
Primero, escondió los teléfonos celulares de sus padres. Luego, encerró en un armario bajo llave a su perra Sophie, una labradora negra, y al viejo beagle sordo y casi ciego. Temía que las mascotas pudieran entrometerse para defender a sus dueños. Tomó tres pastillas de éxtasis porque sabía que sobrio le costaría demasiado hacer lo que tenía que concretar. Sintonizó a todo volumen la canción Feel Lucky (Sentite afortunado) del rapero Lil Boosie. Eso evitaría que algún vecino pudiera escuchar los gritos si es que los había. La música le dio ánimo. Fue al garaje y tomó un enorme martillo de carpintero. Subió con el arma en su mano y se dirigió al escritorio familiar. Su madre estaba de espaldas, en la computadora. Se quedó observando cómo trabajaba durante varios minutos. Se preguntaba si convendría que ella fuera la primera víctima o si debía ser su padre. Pasados unos cinco minutos se decidió. Se acercó silenciosamente por detrás y descargó con toda su fuerza la herramienta contra el cráneo de Mary Jo. Ella llegó a darse vuelta y gritar “¿Por qué? ¿Por qué?”.
Su hijo no le prestó atención. Estaba muy concentrado en asesinarla con cada golpe. Blake, quien había escuchado los alaridos de su mujer, entró corriendo. Era un hombre grandote y pesado que medía casi 2 metros. Miró horrorizado a su hijo directo a los ojos y aulló: “¿¡Por qué hiciste esto?!!”.
Tyler le respondió sin empatía y con rabia: “¿¿Y por qué mierda no??”. Sin dudar un segundo se abalanzó sobre su padre que justo salió corriendo hacia su dormitorio. Lo alcanzó y comenzó a asestarle mazazos con el mismo martillo del que chorreaba la sangre de su madre. Se trenzaron, pero los impactos en cabeza, manos, pies y estómago lograron reducir a Blake. Le quebraron varios huesos y lo dejaron sin aire.
A pesar de la diferencia de tamaños, Tyler medía 1,82 y pesaba 73 kilos, logró matarlo.
Cuando el silencio ocupó la habitación el adolescente se dio cuenta de que lo había logrado. Disfrutó del espectáculo de su hazaña por unos minutos y, luego, fue a buscar un par de toallas que utilizó para envolver las cabezas para poder arrastrarlos sin enchastrar todo. Colocó sus cadáveres en la master suite. Los puso uno al lado del otro, con las caras contra el suelo.
Se pasó las siguientes tres horas limpiando la sangre regada por pisos, paredes y muebles. Usó toallitas con lavandina y café para disimular olores. Cuando terminó, arrojó sobre sus cuerpos de todo: platos rotos, marcos de fotos de la familia sonriendo, sillas, sábanas, almohadas, mantas, libros.
Se metió en el baño, tomó una ducha y al salir se miró en el espejo. Empezó a reírse. Era feliz.
Con las tarjetas de sus padres fue a un cajero de ATM de donde sacó cinco mil dólares. Tenía que comprar bebidas y comida para la fiesta de esa noche. Tyler quedó grabado en las cámaras del cajero automático.
La fiesta inolvidable
A las 20.15 Tyler actualizó su estado y escribió: Fiesta en mi casa, confirmen por mensaje. Así convenció a sus incrédulos compañeros de que la fiesta era un hecho impostergable.
A partir de las 21 comenzaron a llegar los invitados.
Ashley Haze le mandó un mensaje preguntando qué pasaría si sus padres volvían a casa imprevistamente. Tyler respondió sarcástico: “Creeme que no lo harán”.
Les abrió la puerta a sus agasajados vestido enteramente de negro: remera larga, pantalón y zapatillas Nike Air Force. Iba y venía entre la gente. Tenía las pupilas dilatadas y se frotaba las manos nerviosamente. Cuando a las 23.30 llegó Mike Young, uno de los alumnos más populares del colegio, con diez chicos más, Tyler se sintió totalmente feliz. Con Mike presente la fiesta sería un éxito rotundo.
Los invitados invadieron la casa. Se tiraron sobre los sillones y pronto las botellas de cerveza comenzaron a apilarse por los rincones. Los adolescentes, sin reparar en nada, apagaban los cigarrillos sobre la alfombra y contra las paredes de la cocina. Se subían a las mesas ratonas del living para bailar al ritmo de la música. La casa estaba sembrada con papeles y sobras de comida, pero a Tyler solo le preocupaba el ruido. No quería que los vecinos se quejaran y llamaran a la policía.
Curiosos, sus amigos más cercanos, le preguntaron por sus padres. El respondió distintas cosas. A Mark Andrews le dijo que habían viajado al estado de Georgia; a Ryan Stonesifer que se habían ido a Orlando y a Richarse Wouters le espetó directamente: “Ellos no viven más acá, esta es mi casa”.
Mike, el joven popular de la fiesta, hablaba con unas chicas en la entrada cuando uno de los amigos de Tyler le dijo: “Huelo gente muerta”. Mike, intrigado, le preguntó qué quería decir con eso, pero el skater se rió y se fue. Solo era una broma macabra.
Uno de los juegos preferidos de la noche fue el llamado beer pong (intentar embocar pelotas de ping-pong en vasos de cerveza). Al lado de la mesa donde habían armado el desafío, estaba el escritorio de los Hadley donde algunos jóvenes ponían canciones de YouTube en la computadora de Mary Jo. A uno de ellos le llamó la atención que el nuevo teclado blanco estuviera manchado de marrón. Pensó que era gaseosa o cerveza. Otro adolescente, Jose Erazo, después de ganar doce juegos de beer pong escuchó que alguien decía: “Él asesinó a sus padres”. Un buen chiste que todos festejaron con carcajadas.
El cuarto del hermano mayor, Ryan, parecía saqueado. Los invitados habían roto el marco de la cama y las sábanas estaban revueltas en el piso. A la madrugada llegó Stephanie Castaneda y cuando fue al baño encontró al viejo perro beagle escondido en el box de la ducha. Más o menos por esa hora se quedaron sin reservas de cerveza. Tyler le pidió a Mark Andrews y a su novia Ashley que lo llevaran a la estación de servicio Sunoco. Mark ya tenía 21 años y podía comprar alcohol. Tyler le dio un manojo de billetes de 20 dólares para que bajara a pagar mientras él y Ashley esperaban en el auto. En ese rato, Tyler le reveló a Ashley que su padre había muerto. Ella no conocía a los Hadley y pensó que la muerte de la que hablaba el dueño de casa era algo ocurrido en el pasado lejano.
La fiesta continuó con marihuana y más desmanes. Uno de los asistentes arrancó la casilla de correos del vecino y se la colocó en la cabeza como un casco de un disfraz. Tyler se puso histérico. Le dijo a los gritos que eso era un delito y que tenía que ponerla de nuevo en su lugar.
Justin Wright, un invitado que llegó poco antes de las dos de la mañana, vio que el piso de cerámicas blancas de la casa era un asco, que los marcos de fotos se habían caído de las paredes y roto en mil pedazos, que había platos con restos de fideos apilados en la cocina. Asombrado le preguntó a Tyler si en su casa no había reglas que respetar. El joven respondió que no: “Acá, vos hacé lo que quieras”. Cuando Justin se unió al juego del beer pong y se le fue la pelota debajo de la mesa observó que se había manchado con una sustancia marrón y pegajosa. Fue a la cocina, la lavó y volvió a jugar. Se enteraría después de que había lavado la sangre de Mary Jo.
Desesperado por hablar
Antes de que su amigo Mark Andrews se fuera de la fiesta, Tyler le dijo que había hecho algunas cosas que podrían enviarlo a prisión.
Mark: de qué estás hablando?
Tyler: Sé que no me vas a creer, nadie me cree. Yo maté a alguien.
Mark: si mataste a alguien es tu problema, no me digas esas cosas. No quiero saberlo
Tema terminado.
Cuando otro joven llamado Ricardo Acevedo fue a agradecerle la fiesta, Tyler le dijo que quería hacer algo.
Ricardo: qué es lo que vas a hacer?
Tyler: voy a suicidarme
Ricardo: por qué lo harías?
Tyler: por que hice algo realmente malo
Ricardo: qué hiciste? no puede ser para tanto…
Tyler: no te preocupes. Si me agarran iré a la cárcel por mucho tiempo.
Tyler se dirigió después a su cuarto donde encontró a Kimberly Thieben. Le reveló que él desaparecería por 60 años. Ella no le prestó ninguna atención.
Tyler quería confesar su secreto, pero nadie deseaba escuchar. Le pidió entonces a su amigo de la infancia desde los 8 años, Michael Mandell, ir a caminar. Quería contarle algo. Fueron hasta la esquina, justo donde estaba el cartel rojo de “Pare”. Ahí Tyler se dio vuelta y le dijo en la cara:
Tyler: Maté a mis padres.
Michael lo miró incrédulo y en total silencio.
Tyler: Michael estoy diciendo la verdad. No te estoy mintiendo. Si mirás bien vas a ver señales.
Lo llevó al camino de entrada de la casa y le mostró los dos autos de sus padres: la camioneta Toyota Tacoma negra de Black y el Ford Expedition colorado de Mary Jo. Si estaban los autos, ellos no se habían ido a ningún lado. Michael seguía sin poder creerlo. Cuando entró al garaje y encendió la luz vio una pisada con sangre. Se asustó y cerró la puerta. Tyler no consideró que estuviera del todo convencido así que lo llevó a la suite de sus padres. Sacó la llave de su bolsillo y abrió la puerta. Michael ya no tuvo dudas: vio las sillas de comedor apiladas, las toallas ensangrentadas y que, debajo de esa montaña enloquecida, emergía una pierna blanca. Era Blake.
Pese a eso, Michael no se marchó corriendo. La cabeza le iba a mil por hora. Se quedó unos cuarenta y cinco minutos más en la fiesta infernal. Hasta se sacó una selfie con Tyler. A los medios les diría después que había sido la selfie más triste de su vida.
Apenas se fue, a las 4.24 de la mañana, Michael se decidió e hizo una llamada anónima a la línea de Crime Stoppers en Orlando, una organización que trabaja para prevenir crímenes. Les contó lo que había visto y escuchado.
A las 4.40 Tyler volvió a postear en Facebook: “Fiesta en mi casa otra vez…”. Dos minutos después llegó la policía. La propiedad fue cercada con una cinta amarilla y arribaron los peritos forenses.
Tyler fue entrevistado en la comisaría a las 7.57 de la mañana de ese domingo 17 de julio.
A las 10.30 quedó formalmente detenido. Fue imputado por el doble homicidio y llevado al centro juvenil de detenciones de Fort Pierce.
Los cuerpos tenían muchísimos golpes y lastimaduras. Blake tenía sus manos heridas, había intentado defenderse.
El 23 de julio se llevaron a cabo los funerales de Blake y Mary Jo en la iglesia católica del pueblo. Los asistentes estaban en shock.
Un crimen muy anunciado
Tyler había regado de confesiones su círculo íntimo.
Mark Andrews recordó que una vez, cuando Tyler tenía unos 10 años, había llegado a su casa luego de una pelea con su madre y había jurado que mataría a sus padres. Mark le había dicho para calmarlo que todos los padres eran iguales. Terminaron riéndose, pero hoy sabemos que esa idea siguió germinando.
El 2 de julio, dos semanas antes de los homicidios, hablando con Mercedes Marko por Facebook, Tyler se quejó enojado de su madre. Como había sido detenido por vandalismo, ella le había confiscado su celular. En la charla con Mercedes insultó a Mary Jo y aseguró que deseaba matarla. Su amiga le aconsejó no decir semejantes pavadas porque podría terminar preso.
Otra compañera de Tyler, Markey Philips, que se perdió la fiesta porque estaba visitando a sus abuelos en Chicago, había salido con él dos días antes. Dijo que lo había visto bien, pero que de pronto durante la conversación había explotado: “Quiero matar a mis padres y después hacer una gran fiesta (...) Nadie ha hecho eso antes, hacer una fiesta con los cuerpos en la casa”. Creyó que él solo estaba haciendo un chiste siniestro.
La evidencia de lo que se gestaba siguió acumulándose de manera inútil. Nadie tomaba en serio sus amenazas.
El mismo día de los crímenes a las 9.40 Tyler habló con Matthew “Matt” Nobile sobre lo que quería llevar a cabo.
Matt: lo hiciste o lo harás?
Tyler: voy a hacerlo
Matt: apuestas (...) hazlo
Tyler: no te preocupes lo haré Y luego tendré una fiesta
Matt: yeahh tiempo de fiesta!
No lo tomaron en serio hasta que lo hizo.
Mientras esperaba su sentencia, Tyler disfrutó de su volátil y oscura fama. Se la pasó firmando autógrafos entre los convictos. Incluso escribió un texto acerca de su crimen donde estampó estas cuatro palabras: “Es tiempo de martillos”. Ser popular le gustaba.
Si bien Tyler quiso convencer a todos los expertos presentados en su juicio de que escuchaba voces y de que estaba perturbado mentalmente, no lo logró. El juez Robert Makemson sostuvo que los crímenes que cometió fueron horrendos y premeditados y que el acusado incluso había pretendido manipular a los peritos médicos. El enorme martillo con el que mató a sus padres fue exhibido en la sala para el horror de todos. Si bien en Florida existe la pena capital, el hecho de ser menor de edad lo salvó de esa posibilidad.
En 2014 fue sentenciado a dos cadenas perpetuas. El hermano de Blake, Mike Hadley, durante el juicio miró a su sobrino, quien bajó la vista, y relató que Blake y su mujer eran un matrimonio maravilloso y excelentes padres. Señaló con espanto que Tyler había disfrutado de su crimen y que estaba donde debía estar: tras las rejas.
En abril de 2015 la casa de los Hadley fue demolida y la tierra fue donada por el banco Wells Fargo, quienes eran los dueños de la hipoteca, a la ciudad. Entre los restos de madera se encontró una carta de Mary Jo a Blake, escrita en 1984, donde decía que no podía esperar volver a verlo y cuánto lo amaba.
En 2016 Tyler apeló su sentencia y le dieron una oportunidad, pero en diciembre de 2018 fue nuevamente condenado a perpetua con un beneficio: haría las dos sentencias al mismo tiempo. Como la ley prevé que automáticamente la sentencia se revea a los veinticinco años, quizá en doce podría volver a pedir la libertad.
Tyler, quien hoy pisa los 30 años, anunció lo que haría una y otra vez. ¿Cuántas veces tiene alguien que repetir algo para que le crean? Si las alertas se hubiesen disparado, ¿Blake y Mary Jo estarían vivos? Quizá sí, quizá no. Después de todo la convicción de Tyler para liberarse de ellos era demasiada. Y nadie va a parar tras las rejas si no ha hecho todavía lo que ha prometido. Lo más probable es que el matrimonio Hadley nunca haya tenido escrito para ellos un final feliz.
Seguir leyendo: