La primera batalla la ganó el criminal. La perdió el héroe, junto a su vida. En cambio la de la posteridad, la ganó el héroe. Es suya la gloria y su nombre cifra el de escuelas, museos, instituciones que hablan de la paz y de la educación; su figura, la de Jean Moulin, se reproduce en cuadros y monumentos en toda Francia y es la figura de un tipo común, un vecino cualquiera expuesto a un desafío tremendo al que respondió con heroísmo y decisión.
Del otro, del criminal, casi no han quedado rastros. De vez en vez alguna vieja foto lo muestra orgulloso con su uniforme de oficial de las SS de Adolf Hitler o, ya viejo y vencido pero siempre protegido por los poderes de turno, oculto bajo una falsa identidad en Bolivia, descubierto, juzgado y condenado por sus crímenes. Klaus Barbie era todavía más despreciable que un criminal: era un torturador.
En su guerra personal con Moulin, lo venció: lo torturó en persona, durante días y a lo largo de horas y horas cada día, como si lacerar el cuerpo de Moulin hubiese sido un rutinario trabajo de oficina. Barbie mutiló a Moulin, desbarató cada hueso de su cuerpo y destruyó la piel que los cubría para enviarlo después a Alemania, con un resto de vida, como un patético trofeo de su guerra personal y para que en la capital del agonizante Tercer Reich intentaran lograr lo que Barbie no había podido: que Moulin, líder de la resistencia francesa contra los nazis, hablara.
Moulin murió en el tren que lo llevaba a Berlín el 8 de julio de 1943, hace ya ochenta años, sin dar un solo nombre, un solo dato, una fecha, un indicio que pudiera guiar a sus captores a desbaratar la resistencia. Él mismo, que había sido traicionado, entregado a los nazis, no traicionó a nadie. Siempre que se habla de Moulin, se menciona a su asesino. Y siempre ocurre que la bestialidad de Barbie es más perturbadora que el tranquilo heroísmo de Moulin. Alguna vez hay que empezar al revés.
El héroe nació en Beziers, una ciudad del sur de Francia con más de dos mil años de historia, el 20 de junio de 1899. Era el hijo de un profesor de historia y geografía que era también consejero general socialista. El ambiente político rodeó la infancia de Moulin, marcó parte de su vocación, signada también por una especie de don especial para el dibujo. Y para el humor. Era un chico travieso y divertido y fue un adulto gracioso, irónico y de cierto lúcido escepticismo.
En 1917 quiso estudiar derecho en la facultad de Montpellier, pero se alistó en el ejército para combatir en los estertores de la Primera Guerra Mundial. La paz llegó antes, no llegó a combatir y fue carpintero y telefonista durante el desarme, hasta que egresó del ejército en 1919. Estaba decidido a volcarse a la política en Montpellier, había entrado a la masonería por indicación de su padre, y se graduó en derecho en 1921, cuando ya era jefe adjunto de gabinete de la prefectura local, tenía veintidós años, y vicepresidente de la Unión General de Estudiantes de Montpellier y miembro de las Juventudes laicas y Republicanas. Al año siguiente, Moulin fue jefe de gabinete del prefecto de Saboya, un cargo en el que destacaba por su juventud.
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Durante casi una década, entre 1925 y 1934, se casó, en 1926 con Marguerite Cerruti de la que se divorció dos años después, y fue subprefecto y prefecto de diferentes territorios de Francia: la importancia territorial de una “prefectura” viene de los tiempos del emperador Dioclesiano, que dividió su imperio en cuatro prefecturas, cada una dividida en diócesis. Al mismo tiempo que forjaba su carrera política en el socialismo francés, Moulin publicaba sus dibujos y caricaturas humorísticos en la revista La Rire – La risa, con el seudónimo de Romanin.
Cuando estalla la Guerra Civil Española, en 1936, Moulin, que es jefe de Gabinete en el Ministerio del Aire del Frente Popular, ayuda al bando republicano con el envío de aviones y pilotos. Al año siguiente es el prefecto más joven de Francia en Aveyron y en Charente, dos territorios del sur y el suroeste francés.
En cambio, Klaus Barbie fue un criminal. Nunca dejó de serlo. Sirvió a distintas banderas, en diferentes territorios, a diversos jefes que se desplegaron en un abanico que incluyó a Adolf Eichmann en los tiempos de auge del nazismo, hasta el dictador boliviano René Barrientos, cuando su carrera criminal ya declinaba y la justicia le mordía los talones.
Nació en 1913, cuando Moulin tenía catorce años, y ni bien terminó el bachillerato, en 1934 y en Tréveris, entró en las Juventudes Hitlerianas, donde fue ayudante del jefe local del partido nazi. Luego se fue voluntario seis meses a un campamento del Servicio Laboral del Reich, el Reichsarbeitsdienst (RAD) en Schleswig-Holstein, de donde regresó totalmente imbuido por la ideología del Tercer Reich.
En 1935, cuando Moulin era un joven prefecto socialista en el sur de Francia, Barbie se alistó en las SS, número272284, y empezó a trabajar en la Dirección general del Servicio de Seguridad Sicherheitsdienst (SD) a partir del 29 de septiembre de 1935, así como en la Gestapo de Berlín.
El 1 de mayo de 1937 se afilió al Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), con el número de carné 4.583.085, fue ascendido el 20 de abril de 1940 a Untersturmführer (subteniente). En 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, Barbie fue destinado a la Sección IVB4, que bajo el ojo vigilante de Eichmann se ocupaba de la deportación de los judíos europeos, luego enviado a Ámsterdam, y más tarde, en mayo de 1942, a Lyon, Francia. Allí se ganó el apodo de “El Carnicero de Lyon” como jefe de la Gestapo local, que tenía como misión especial, desarticular a la resistencia francesa.
Fue acusado de numerosos crímenes, incluyendo la captura de cuarenta y cuatro niños judíos escondidos en la villa de Izieu. Solamente en Francia se atribuyen a su actividad o a la de sus subordinados el envío a campos de concentración de 7.500 personas, 4.432 asesinatos y el arresto y tortura de 14.311 combatientes de la Resistencia.
Para cuando Barbie llegó a Lyon, Moulin ya era el jefe de la resistencia francesa. La invasión nazi a Francia, la ocupación de París, había abierto una herida que aun hoy no cerró del todo. Bajo la excusa de “salvar a Francia”, Francia había sido entregada a los alemanes. Un gobierno títere con sede en Vichy, presidido por Pierre Laval y con el visto bueno de una gloria de la Primera Guerra, el mariscal Philippe Pétain, mantenía un humillante status de nación “soberana” y dominada.
Desde Londres, el general Charles De Gaulle encabezaba la resistencia: se había proclamado cabeza de la “Francia Libre” y trabajaba en colaboración con el primer ministro Winston Churchill, cuando el carácter explosivo de ambos, en especial el del exigente De Gaulle, no mandaba al diablo aquella colaboración mutua.
Moulin había sido expulsado del gobierno de Vichy; en septiembre de 1941 se había jugado la vida bajo un nombre falso, Joseph Jean Mercier, para viajar a Londres, vía Portugal y España, y entrevistarse con De Gaulle. Moulin le entregó a De Gaulle un informe sobre el estado de la resistencia en su zona y le pidió dinero y armas para llevar adelante la lucha contra los nazis. De Gaulle le encargó entonces que unificara los diferentes grupos de resistencia y ordenara sus servicios de propaganda, información, sabotaje y entrenamiento, para construir finalmente un ejército de fuerzas francesas, secreto, bajo sus órdenes. Moulin volvió a Francia de forma original: el 1 de enero de 1942 se arrojó en paracaídas desde un avión británico de la RAF (Royal Air Force) sobre los Alpes de Saboya y volvió a Vichy con un nombre de guerra: “Rex”. Luego adoptó también otro: “Max”
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En febrero de 1943 volvió a Londres para reencontrarse con De Gaulle, que lo condecoró con la Cruz de la Liberación. Moulin regresó a Francia el 21 de marzo para formar un cuerpo de leyenda, el Consejo Nacional de la Resistencia (CNR) de vital importancia desde entonces y protagonista de la liberación de Francia, en especial de la París ocupada, en la que se luchó calle por calle.
Moulin todavía era un desconocido para Barbie, que intentaba desarticular la ya poderosa fuerza de la Francia Libre. En junio de ese año, la Gestapo arrestó a René Hardy, un alto miembro de la resistencia a quien torturó de manera salvaje: lo liberó el 21 de junio, en vísperas de una reunión clave de los jefes del movimiento en los suburbios de Lyon a la que acudió Hardy. O bien la Gestapo le seguía los pasos, o, bajo tortura, Hardy delató la reunión. El hecho es que la plana mayor de la resistencia de la zona cayó en manos alemanas, incluido Moulin.
Barbie ya era “el carnicero de Lyon” porque se encargaba en persona de mancillar a sus víctimas. Se calcula que en manos de los nazis y de Barbie, murieron más de cuatro mil cuatrocientos prisioneros durante los escasos años de reinado de la Gestapo y las SS en la zona. El centro de torturas nazi estaba en el Hotel Terminus, que era también el cuartel general alemán. Según el historiador español Jesús Hernández, sus salas de tortura contaban con bañeras, mesas con correas, hornos de gas, aparatos para provocar descargas eléctricas, pinzas dentadas, perros adiestrados para morder a los prisioneros, palos, látigos y mangueras para la bestial “tortura del agua”. Heinrich Himmler, el jefe de las SS y mano derecha de Hitler, había felicitado a Barbie por su “talento particular para descubrir pistas y trabajar en materia de represión criminal”. Eso era elogiar el terror con eufemismos.
Fue Klaus Barbie quien se encargó en persona de torturar a Moulin para que contara cuanto sabía, y lo sabía todo porque era el jefe de la resistencia. Estableció para eso una rutina diaria de varias horas de tortura personal que se prolongó durante veintiún días. En ese lapso, dentro de lo que es posible describir sin herir la sensibilidad de quien lee, a Moulin le arrancaron las uñas de las manos y de los pies con finas espátulas metálicas al rojo vivo; sus dedos fueron colocados en los vanos de las puertas que eran cerradas sobre ellos una y otra vez hasta que quebraron sus nudillos; le ajustaron las esposas hasta que el metal penetró en la piel y quebró los huesos de sus muñecas. Otros indecibles tormentos también le fueron aplicados luego de que Barbie dejaba la tortura para retornar a su rutina de jefe de la Gestapo en Lyon.
Moulin cayó en coma en el día 22. Su cara estaba irreconocible cuando Barbie ordenó que fuese colocado en una oficina y mostrado a los miembros de la resistencia para que supieran qué era lo que les esperaba. La última vez que alguien vio a Moulin, con apenas un hálito de vida, tenía la cabeza hinchada y deformada, envuelta en vendajes.
Barbie metió entonces aquel despojo humano ensangrentado en un tren rumbo a Berlín, vía París, más como un trofeo de guerra que para que en el corazón del Reich siguieran con los improbables interrogatorios. Pero Moulin murió en ese tren del espanto, a la altura de la ciudad de Metz y sin decir una palabra a los nazis, el 8 de julio de 1943.
Otro de los crímenes de guerra de Barbie fue la deportación de un grupo de chicos judíos que vivían en un hogar de Izieu, en el sur de Francia. Los había rescatado el matrimonio de Sabine y Miron Zlatin y los habían ocultado en una granja vecina al valle del Ródano. Eran cuarenta y cuatro muchachos de entre cuatro y diecisiete años: todos tenían documentación que los acreditaba como refugiados.
El 6 de abril de 1944 Barbie y sus hombres irrumpieron en la granja, capturaron a los chicos y a siete de sus cuidadores adultos y los transfirieron de inmediato, antes de que las autoridades locales se enteraran, al campo de tránsito de Drancy, bajo dominio nazi. Miron Zlatin y los dos jovencitos mayores fueron enviados a Tallinn la capital de Estonia, y asesinados a balazos al llegar. El resto de los chicos fue enviado a Auschwitz y matados de inmediato en las cámaras de gas.
Al final de la guerra, Barbie fue juzgado en ausencia por esos crímenes y condenado a la horca. Pero Barbie ya no estaba en ninguna parte. Astuto y previsor, había huido de Lyon en agosto de 1944, un mes antes de que los aliados liberaran la ciudad. Llegó a Alemania y se unió a la lucha contra el Ejército Rojo hasta que terminó la guerra. En 1946, Su nombre figuraba ya en la lista de criminales de guerra buscados por la Comisión de Delitos de Guerra de las Naciones Unidas y por el registro Central de Criminales de Guerra y Sospechosos para la Seguridad (CROWCASS).
Pero Barbie vivía bajo nombre falso en Marburg, Alemania y trabajaba con un grupo nazi empeñado en formar un nuevo gobierno. Era el viejo anhelo de los herederos de Hitler. Eichmann lo expresaría en Buenos Aires en los años 50: la idea era culpar de los grandes males del nazismo a Hitler y sus secuaces, a quienes acusaban de locos y fanáticos, y restaurar el poder del nacionalsocialismo destinado a salvar a Alemania.
En1947 un oficial del Cuerpo de Contrainteligencia del ejército americano, lo ubicó e identificó. Pero en vez de detenerlo, lo reclutó como informante. Ese fue el salvoconducto de Barbie y la razón que facilitó su huida y su ocultamiento. Entre 1947 y 1951, Barbie pasó a los americanos toda la información que tenía sobre la inteligencia francesa y sobre las actividades soviéticas de espionaje en la zona de Alemania ocupada por Estados Unidos.
Cuando los franceses quisieron juzgarlo y pidieron su extradición, todo el mundo sabía ya que Barbie vivía libre en la zona estadounidense de Alemania bajo nombre falso. El gobierno de Francia no cejó en sus intentos de conseguir que le entregaran a Barbie, pero el CIC no quiso entregarlo porque a esas alturas, el ex jefe nazi conocía lo suficiente sobre las actividades de la contrainteligencia americana que temía, con razón, que Barbie pasara esa información a los franceses para aliviar su segura condena en los tribunales.
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En 1951, el CIC ayudó a Barbie a huir de Europa y a dirigirse a América del Sur, que era en ese entonces una tierra de promisión para los criminales nazis. Cambió su nombre por el de Klaus Altmann y se procuró una nueva vida. Usó para su huida la famosa “ratline”, la ruta de las ratas que tan bien describe Philippe Sands en su libro “Ruta de escape”: nueva identidad cedida en Italia con el apoyo de la Iglesia católica, pasaporte de la Cruz Roja que garantizaba la “limpieza” de su portador y embarque en Génova hacia la Argentina. Había sido la ruta de Eichmann en 1950 y fue la de Barbie en 1951.
Luego viajó a Bolivia, desde donde tejió su tela de araña para asegurarse anonimato y protección. En los mismos días en los que el gobierno francés lo juzgaba en ausencia y lo condenaba a la horca, Barbie se instaló en La Paz, cautivado luego de ver un desfile de la Falange Socialista Boliviana que marchaba por las calles, recordó, con “sus uniformes fascistas”. Barbie hizo entonces lo que mejor sabía: traficó armas, se unió al ambiente político boliviano, siempre volátil, acercó su experiencia militar a grupos policiales y paramilitares, consiguió la ciudadanía boliviana bajo su falso nombre y hasta un pasaporte diplomático que le permitió viajar a Europa y a Estados Unidos sin correr riesgos. No es difícil presumir que para esos logros, contó con una ayuda poderosa, además de la enorme buena voluntad de los gobiernos de Bolivia.
En enero de 1972 un equipo de TF1, la televisión francesa, liderado por Ladislas de Hoyos, logró entrevistar a Barbie, bajo la piel de Altmann, en La Paz. Fue una entrevista filmada supervisada, condicionada y vigilada por el ministerio del Interior boliviano. El periodista sólo podía hablar en español y hacer preguntas autorizadas con antelación. En un momento de la entrevista, de Hoyos se saltó las prohibiciones, habló a Barbie en alemán y le mostró una foto de Jean Moulin.
Barbie tomó la foto en sus manos y juró no conocer al hombre a quien le había arrancado las uñas con hierros al rojo; es más, dijo que no sabía quién era Moulin. De Hoyos aceptó la excusa, tomó la foto de manos de Barbie y la guardó en su saco: en ella iban las huellas digitales del criminal nazi.
En 1973 Barbie fue descubierto en una cárcel boliviana, donde esperaba una improbable extradición, por el periodista argentino Alfredo Serra que elaboró un sensacional reportaje donde le hizo confesar, o admitir, sus crímenes, y en el que Barbie dijo también que en 1966 había viajado a Francia bajo falsa identidad, para dejar unas flores en la tumba de Moulin. “¿Por arrepentimiento o por sarcasmo?”, quiso saber Serra. “Porque fue mi mejor enemigo”, respondió Barbie. Un elogio de esa boca no es más que otro insulto.
Barbie también le dijo a Serra había viajado al continente en el buque “Corrientes”, de la empresa de Alberto Dodero, ligado por entonces al presidente Juan Perón. Barbie recordaba haber vivido unos diez días en Buenos Aires en el Hotel Dorá de la calle Maipú y que había cenado varias veces en un restaurante húngaro frente al hotel.
Moulin ya no tenía la tumba en la que su asesino había depositado flores, o había dicho que había depositado flores en ella, en Pere-Lachaise. En diciembre de 1964 los restos del héroe francés reposaban en una cripta del Pantheon, el sitio de descanso eterno de los grandes hombres y mujeres de Francia.
Barbie había hecho una extraordinaria carrera en Bolivia, había formado y entrenado a grupos paramilitares, escuadrones de la muerte, sostenedores de las sucesivas dictaduras de ese país y era señalado como miembro activo de los grupos que participaron de la “Masacre de San Juan”, en 1967, desatada por el ejército en los centros mineros de Catavi y Siglo XX. Presidía también una empresa, Compañía Transmarítima Boliviana, que era una tapadera del tráfico de armas al servicio de la dictadura del general René Barrientos, que había dado a Barbie cobijo y protección.
En 1982, la llegada al poder en Bolivia de un gobierno democrático de centro izquierda, encabezado por Hernán Siles Zuazo, zanjó con Francia la deuda Barbie. El 25 de enero de 1983 el criminal de guerra nazi fue arrestado por estafa y deportado de inmediato a Francia. Lo enjuiciaron en Lyon, en 1987. Pese a que había sido condenado a muerte en 1952 y en 1954 por la justicia francesa, sus crímenes de guerra habían prescripto a los veinte años de cometidos. Fue juzgado entonces por las numerosas deportaciones de judíos franceses a los campos de la muerte del nazismo, crímenes de lesa humanidad e imprescriptibles.
En especial, lo acusaron por aquella deportación de los cuarenta y cuatro chicos escondidos en una granja. Le adjudicaron también el envío a los campos de otras ochenta personas, todas asociadas a la Unión General de Israelíes de Francia en Lyon y lo acusaron de ser el artífice del llamado “último tren”, en el que fueron enviadas a la muerte cerca de seiscientas personas, pocos días antes de la entrada de las tropas aliadas a la ciudad y de la propia huida de Barbie de la Francia a punto de ser liberada.
La muerte de un ser humano no debería ser nunca motivo de inspiración alguna. Sin embargo, sería una variante del disimulo no admitir que el mundo funciona un poco mejor cuando alguna gente lo abandona para siempre. Klaus Barbie murió de cáncer en su celda francesa el 25 de septiembre de 1991. Jamás se arrepintió de sus crímenes y siempre se declaró un nazi convencido y fiel. Tenía 75 años.
Moulin, su silencioso heroísmo, su patriotismo obstinado obligó a Francia toda a revisar parte de su pasado terrible: el de la resistencia y la colaboración con los nazis. Y también cómo el país que había contribuido a liberar a Francia de las huestes de Hitler, había contratado y protegido a uno de sus criminales para adscribirlo a su agencia de inteligencia en formación. En los años iniciales de la Guerra Fría. La muerte de Moulin en 1943 sacudía las conciencias francesas de los años 60 hasta hoy, así como Moulin muerto revelaba el carácter del nazismo y la personalidad del miserable que le había quitado la vida.
Todo quedó reflejado en un discurso impresionante, dicho ante sus cenizas, la mañana en que sus restos fueron depositados en el Pantheon de Paris. Fue su viejo amigo De Gaulle, presidente entonces de Francia, quien dispuso ese traslado, el 19 de diciembre de 1964, como parte de las celebraciones por los veinte años de la liberación de París.
La ceremonia tuvo el carácter que De Gaulle quiso imprimirle: la de homenaje a un héroe de guerra a quien no solo había conocido, sino que, además, había nombrado primer presidente del Consejo Nacional de la Resistencia. De todo se encargó el entonces ministro de cultura de Francia, André Malraux, el hombre que había escrito “La condición humana”, una extraordinaria novela que calzaba casi a la perfección en el homenaje a Moulin.
En aquella fría y nublada mañana, con las cenizas de Moulin envueltas en la bandera de Francia ante las que De Gaulle rindió honores militares, Malraux dio un discurso que él mismo había escrito, con una voz transida y una entonación dramática. Dijo Malraux:
“(…) Entra aquí, Jean Moulin, con tu terrible cortejo. Con los que como tú murieron en las mazmorras sin haber hablado e incluso, quizás aún más atroz, habiendo hablado. Con todos los desaparecidos y rapados en los campos de concentración. Con el último cuerpo tembloroso de las terribles filas de Noche y Niebla finalmente derribado a culatazos. Con las ocho mil francesas que no volvieron de los presidios. Con la última mujer muerta en Ravensbrück por haber dado asilo a uno de los nuestros. Entra, con el pueblo nacido de la sombra y desaparecido con ella, nuestros hermanos en la Orden de la Noche. (…) Escucha hoy, juventud de Francia, lo que fue para nosotros el Cántico de la Desdicha. Es la marcha fúnebre de las cenizas que entran aquí ahora. Junto a las de Carnot con los soldados del año II, con las de Víctor Hugo con Los Miserables, con las de Jaurès veladas por la Justicia: que descansen con su largo cortejo de sombras desfiguradas. Que hoy, juventud, puedas pensar en este hombre como si hubieras acercado tus manos a su pobre cara deformada del último día, a sus labios que no hablaron, pues ese día ésa era la cara de Francia”.
La voz de Malraux, como el espíritu de Moulin, todavía sacude conciencias.
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