Once hombres desarrapados, todavía con rastros de las torturas y los maltratos, esperaban en fila. Los otros, los que vestían uniformes impecables y a los que se veía bien alimentados, empuñaban armas y no los miraban a los ojos. Un patíbulo improvisado en un patio posterior de una prisión de Ámsterdam. Alguien dio una orden con voz imperiosa y metálica, y los condenados se pararon dándole la espalda al paredón desvencijado. Uno de ellos, delgado pero erguido, fue separado del resto. Entonces fueron diez los que se pararon frente al pelotón de fusilamiento. Otra orden, esta vez en tres pasos, y los soldados bien trazados dispararon contra los condenados que cayeron entre gemidos. Los disparos siguieron durante unos segundos. Los cuerpos rebotaban ya sin vida contra el piso: nadie quería correr el riesgo de que alguno sobreviviera. El que había sido separado era Willem Arondeus, un pintor holandés de 48 años. No había recibido una gracia de último momento que había salvado su vida. Al contrario, el comandante nazi quiso que sufriera un poco más, que viera caer a sus compañeros antes de que fuera fusilado, quería que todos sus soldados le dispararan, que fuera el blanco exclusivo. Willem se paró frente al pelotón de fusilamiento entre los cuerpos quietos y desparramados y los charcos de sangre oscura y espesa.
No aceptó que le vendaran los ojos. Sacó pecho, como invitando a que no fallaran, como mostrando que el miedo había quedado muy atrás, que ya no se acordaba cómo era sentirlo. Miró al comandante a los ojos y con voz fuerte y clara, como autorizándolo a terminar la matanza, dijo sus últimas palabras: “Esto es para que sepan que los homosexuales no somos cobardes”.
El 1 de julio de 1943, ochenta años atrás, el pintor y escritor Willem Arondeus, integrante de la resistencia holandesa fue fusilado por los ocupantes nazis. Había sido encontrado culpable de haber volado el registro civil de Ámsterdam. Lo había con un único fin: destruir los documentos de los ciudadanos holandeses de origen judío para que los nazis no pudieran identificarlos y así evitar que fueron enviados a los campos de concentración.
En Holanda, la homosexualidad había dejado de ser un delito a fines del Siglo XIX. De todas maneras se la seguía criminalizando. Los legisladores modificaron la ley. El consentimiento para las relaciones heterosexuales se fijó en los 16, pero para los homosexuales en 21. Además bajo la ley de indecencia pública se los siguió persiguiendo y deteniendo arbitrariamente.
En el ámbito privado, en el seno de las familias, el rechazo seguía siendo furibundo. Eso le pasó a Willem. Al ser el menor de seis hermanos recibió atención y cariño desde su nacimiento. Sus padres fomentaron sus inquietudes artísticas pero cuando en la adolescencia se reveló como homosexual, sufrió el rechazo de toda su familia. Dejó su casa a los 17 años y rompió lazos con sus padres. Estaba dispuesto a vivir su vida sin ocultarse pese a que ello significara no tener más relación con sus padres y sufrir privaciones y dificultades varias.
Se dedicó a la pintura y también escribió biografías sobre artistas holandeses. En el medio se puso en pareja con Jan Tijssen, colega suyo, con el convivió durante casi una década. En esos años muchas veces le costó encontrar vivienda porque nadie le quería alquilar a una pareja gay.
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En 1940, ante la ocupación nazi, Willem, con 45 años, decidió no someterse al invasor. Peleó como lo había hecho toda su vida. Convocó a amigos suyos y a otros artistas a hacerlo. En la Resistencia, por primera vez en su vida, se sintió parte, no fue un outsider.
Los nazis al llegar a los Países Bajos, entre otras normas que regían en Alemania pusieron en práctica la Ley 175 que establecía la prohibición de toda práctica y relación homosexual. La pena para el delito era de prisión efectiva. Se calcula que en la Alemania de Hitler fueron encarcelados más de 50.000 gays y que alrededor de 15.000 fueron enviados a campos de concentración en los que eran identificados con triángulos de color rosa en su uniforme. Eran abusados y golpeados de manera sistemática. Algunos fueron conejillos de indias para experimentos que pretendían curar sus inclinaciones y devolverles la heterosexualidad natural, según Mengele y sus secuaces.
La primera acción de Arondeus y sus compañeros fue la elaboración de panfletos de denuncia que distribuían clandestinamente. Luego Willen aprovechó su capacidad como artista y se convirtió en un especialista en falsificar documentación para evitar que judíos holandeses fueron identificados y deportados a campos de concentración. Pero eso duró sólo un tiempo. Porque los oficiales nazis comenzaron a sospechar y yo no daban por buena ninguna documentación. Las identificaciones de cada ciudadano que les parecía judío la chequeaban con los originales que se encontraban en el registro civil de Ámsterdam.
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Durante varios días, los ganó la desolación. Debían pergeñar un nuevo plan. Willem tuvo una idea que a muchos les pareció descabellada pero él les aseguró que podía ser llevada a delante. Y para mostrárselo, él se pondría al frente de la operación.
Para que ya no pudieran corroborar la autenticidad de los documentos, les quedaba un solo camino: destruir el registro civil. Willem Arondeus se encargaría de poner una bomba que haría volar por el aire el edificio y que haría desaparecer para siempre los registros: ya no sabrían quién era judío y quién no y eso les complicaría sus planes de deportación a los campos.
Uno de los integrantes de su equipo de ataque era la cellista Frieda Belinfante. Frieda también conocía el rechazo familiar y social por su elección sexual, era lesbiana. Los dos, el pintor y la cellista, armaron un equipo de asalto, que mediante el ardid de disfrazarse como policías holandeses, controlarían a los guardias del registro civil y pondrían la bomba que demolería la dependencia.
Fueron varios los que rechazaron formar parte. Les pareció que el plan era demasiado arriesgado y que tenía pocas posibilidades de éxito. Además, no querían ponerse en manos, bajo el mando, de dos artistas homosexuales, un gay y una lesbiana.
El 27 de marzo de 1943 Willem encabezó el ataque al registro civil. El plan salió bastante bien. Aunque no lograron derrumbar el edificio, provocaron grandes daños. Casi un millón de fichas quedaron incineradas. Además pudieron hacerse con 50.000 documentos en blanco para fraguar identidades y con varios miles de chelines en efectivo que fueron destinados a compra de pertrechos para la Resistencia.
El ataque provocó gran conmoción en los comandantes nazis que buscaron inmediata venganza. Unos pocos días después, alguien traicionó a Willem Arondeus. Lo delataron. Los soldados alemanes irrumpieron en su pequeño departamento y lo detuvieron. Lo golpearon y torturaron para que diera el nombre de los otros integrantes de su unidad, de sus cómplices. El pintor no habló; repetía que había actuado solo. Pero en el momento en que fue apresado, también fueron decomisadas sus libretas de apuntes. De allí sacaron el nombre de varios de sus compañeros. Los rastrearon por todo Ámsterdam. Unos pocos lograron escapar, entre ellos Frieda. Frieda se disfrazó de varón y durante tres meses se escudó en su nueva identidad, Hans Kroon, hasta que consiguió salir de Holanda para refugiarse primero en Bruselas y luego en Suiza. Pocos días antes de la fuga definitiva, se cruzó a su madre por la calle. El disfraz era tan bueno, tan verosímil, que la mujer no reconoció a su propia hija.
Willem Arondeus fue juzgado junto a trece de sus compañeros. En unas pocas de horas, los catorce fueron condenados a muerte. Willem se adjudicó toda la responsabilidad y pidió clemencia para el resto. El comandante nazi perdonó a dos del grupo, dos médicos que debieron cumplir con unos años de reclusión. El resto debía ir al pelotón de fusilamiento.
Muchos años después Frieda, una concertista y directora de orquesta de renombre, la única sobreviviente del grupo, recordó sus charlas con Willem: “Una tarde él me preguntó si creía que íbamos a sobrevivir a la guerra. Antes de que yo pudiera responderle, me dijo que creía que no. Pero que no importaba. Que valía la pena hacer lo que estábamos haciendo”.
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