“Me sorprende que el juez no sugiriese que fuera lapidado en una plaza pública. Explicame quién más ha recibido una sentencia como esa. Quiero decir, los asesinos en serie reciben cadena perpetua, pero eso es virtualmente lo que él dictó para mí”, se quejó Bernard “Bernie” Madoff en la primera entrevista que dio, por teléfono desde su celda en la cárcel de Butner, Carolina del Norte, después de ser condenado a 150 años de cárcel.
Era la tarde del 29 de junio de 2009 y, pocas horas antes, el juez Denny Chin había dictado su sentencia y aclarado, por si hacía falta, que su decisión de no imponerle a Madoff una pena menor – como pedían sus abogados - se debió a que no quería que se pensara que había tenido clemencia con él: “Francamente, no es ese el mensaje que quería enviar”, dijo.
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Las estafas de Bernie
Y agregó, como uno de los agravantes, que no estafó solamente a gente rica o clientes institucionales, sino a personas de clase media, gente mayor o jubilados”.
El magistrado había encontrado a Madoff, otrora presidente de Nasdaq – la bolsa más importante de Nueva York y una de las más grandes del planeta – y financista admirado hasta sus más de cuarenta años de carrera se derrumbaron en un instante, culpable de once delitos de blanqueo de dinero, perjurio y robo.
En realidad, lo había juzgado por ser el ideólogo y ejecutor de la mayor estafa de la historia, que provocó un agujero de casi 65.000 millones de dólares en 4.800 cuentas que afectaban a 27.300 clientes de 122 países.
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En el tribunal, Madoff reconoció haber engañado con un esquema simple a una cadena de víctimas que traspasaba las fronteras de los Estados Unidos. Entre ellas había desde grandes empresas y millonarios con ansias de multiplicar fácil su dinero hasta pequeños inversores y jubilados que perdieron los ahorros de toda su vida cuando se los confiaron para tener una renta.
Al decir que el juez lo había tratado como a un asesino en serie, Madoff omitía que, aunque sin usar sus propias manos para matar, en realidad lo era, por su responsabilidad en las muertes de una decena de esos clientes, que se suicidaron al ver que los ahorros de toda la vida se habían esfumado.
Denunciado por sus hijos
Tres meses y medio antes de escuchar la sentencia, se había declarado culpable para tratar de que su confesión le permitiera obtener una condena más benigna, pero la estrategia resultó fallida.
La mañana del 12 de marzo, en una declaración de 75 minutos, tuvo que repetir once veces la palabra “culpable”, cada vez que le leyeron los cargos: cuatro de fraude, tres de lavado de dinero, uno de falso testimonio, otro por perjurio, otro por presentar documentación falsa ante la Securities and Exchange Commission y otro de robo de planes de pensiones.
“Me avergüenzo y lo siento profundamente. No puedo expresar adecuadamente cómo lamento lo que he hecho. Sabía lo que estaba haciendo. He dejado un legado de vergüenza a mi familia y a mis nietos. Ellos no sabían nada hasta que se los confesé. Es algo con lo que cargaré el resto de mi vida. Y lo siento”, dijo frente al tribunal, en un susurro tan bajo que el juez Denny Chin tuvo que pedirle que hablara más fuerte.
Ese día, parecía atribulado. Lo habían denunciado sus propios hijos en diciembre del año anterior, cuando les confesó sus estafas en una cena familiar, aunque la caída de su imperio ya era para entonces la crónica de una muerte anunciada.
Madoff, de 71 años, había sabido jugar como el mejor con la ambición desmedida de los demás, pero su propia ambición fue también la perdición de su familia.
Pronto no le quedaría nada de la fortuna que había acumulado durante casi medio siglo de maniobras financieras ilegales con las que había estafado a sus ambiciosos inversores por alrededor de 65.000 millones de dólares y que, en su esplendor, le permitieron amasar una fortuna personal de 823 millones en propiedades inmobiliarias, autos de lujo, un yate y obras de arte.
También perdería a su mujer y a sus dos hijos.
El toro y la fortuna
El animal preferido de Madoff era el toro, una figura que en el mundo de las finanzas es el símbolo del optimismo, de la confianza, de las expectativas de que las inversiones rendirán buenos frutos. Por extensión, un toro es aquel capaz de hacerlas realidad.
Madoff se veía así y estaba obsesionado por esa figura. “Bull” se llamaba su yate de 18 metros de eslora, y sus residencias en Estados Unidos y en Francia acumulaban obras de arte que reproducían al animal, antiguas y modernas.
Tenía una residencia en Manhattan: un ático dúplex de más de 370 metros cuadrados con amplias habitaciones, cuatro chimeneas, escaleras de mármol para unir los dos pisos y una terraza que desde la que tenía una vista de 360 grados.
Si se tiene en cuenta que el metro cuadrado en Manhattan cotiza unos 18.000 dólares, la cuenta da 7.400.000 dólares. Allí Bernie y su mujer Ruth pasaban buena parte del año, pero cuando querían algo de sol y mar se trasladaban a su residencia de Palm Beach, una casa de 600 metros cuadrados, situada en un inmenso terreno arbolado, con una entrada con suelo de terracota, habitaciones luminosas, siete baños completos, terraza cubierta, cocina de chef, un muelle privado de 25 metros y, claro, pileta de natación y acceso directo a la playa.
“Una de sus características clave es la amplia sala de estar con techos curvos de madera clara y enormes ventanas de doble altura con vistas al océano. Tiene un ambiente amplio y luminoso en cada habitación, en parte gracias a las grandes ventanas que permiten la entrada de mucha luz natural. El estilo elegante y centrado se ve mejor a través de los tonos neutros en cada habitación y los suntuosos elementos de textura que hacen que esta casa junto a la playa sea tan cálida y soñadora”, la describió la revista Forbes.
Su valor de mercado no es ningún secreto: el año pasado fue vendida por 22.500.000 dólares. El estafador la había comprado en 1980 por solo 250.000.
Una tasación muy superior a la de la humilde residencia que tenía en Cap d´Antibes, en el sur de Francia, donde pasaba por lo menos un par de meses todos los años, valuada en apenas un millón de dólares.
Frente a ella tenía siempre amarrado el yate “Bull”, que se vendió en 7 millones, es decir, siete veces más caro que la residencia francesa.
Durante el proceso judicial que se le siguió a Madoff en 2009, sus abogados presentaron un dossier que detallaba sus propiedades y otros bienes con el fin de lograr que se le otorgara la libertad bajo fianza mientras durara el juicio.
Allí, además de las tres residencias, constaban joyas por valor de 2,6 millones de dólares, un piano Steinway de 39.000 dólares y 65.000 dólares en platería solo en su departamento de Nueva York.
El esquema Ponzi
Madoff comenzó su carrera financiera a los 22 años con 5.000 dólares ganados como guardavidas durante las vacaciones de verano. Con eso, y algo de ayuda de su suegro, el padre de Ruth, su novia de la adolescencia, en 1960 creó su primera compañía, Bernard L Madoff Investment Securities.
Desde el comienzo, la firma de Madoff ofreció lo que buscan la mayoría de los inversores: bajo riesgo y altos rendimientos, algo “demasiado bueno para ser verdad”. Los inversores, sin embargo, no tuvieron en cuenta que ninguna otra empresa de inversión podía igualar —o acercarse— a los rendimientos que ofrecía el joven agente de bolsa.
En general, las inversiones funcionan de acuerdo con una escala: los rendimientos más altos generan un riesgo mayor. Sin embargo, tanto en años positivos como negativos, las inversiones realizadas por la empresa de Madoff siempre devolvieron a sus clientes entre un 12% y un 13%, una tasa alta y siempre constante.
La estrategia financiera de Madoff fue algo más que un esquema piramidal, más conocido como Esquema Ponzi por Charles Ponzi, que fue el creador del primer plan de este tipo en la década de 1920 mediante la venta de inversiones que generaban beneficios, pero, en realidad, se pagaban con los fondos aportados por nuevos inversores.
En el caso de una firma de inversión, por ejemplo, la parte “propia” de un balance incluye las inversiones que realiza la empresa y el efectivo que tiene disponible. Los depósitos de los clientes son la parte “debe” del balance. En una empresa no fraudulenta, las inversiones propias crecerían y el “valor” aumentaría.
Pero en el Esquema Ponzi, el efectivo y las inversiones no crecen a la velocidad que se requiere para poder pagar los beneficios prometidos a los clientes. Para continuar, debe atraer nuevos depósitos de clientes para apuntalar “artificialmente” la sección de inversiones del balance general.
En realidad, la sección “haber” del balance general está bajando y, por lo tanto, el valor también está bajando. El resultado es una necesidad constante de efectivo, lo que presiona a la empresa para atraer inversiones cada vez mayores a un ritmo cada vez más rápido para pagar a los inversores que buscan reembolsos.
En otras palabras, el dinero aportado por los inversores no se invierte en nada y los beneficios se pagan con el aporte de nuevos inversores. Como muchos no retiran las “ganancias” que les corresponden, el esquema funciona. Sólo se viene abajo si muchos de los inversores quieren retirar el dinero a la vez.
A Ponzi lo descubrieron en apenas un año. En cambio, Madoff pudo mantener a flote esta maniobra – que incluso superó investigaciones de Nasdaq, frenadas por el propio “Bernie” – durante más de cuarenta, hasta que la recesión económica de 2008 generó una corrida de inversores y no tuvo los fondos para pagarles: los pedidos de “retiros” sumaron 7.000 millones de dólares, pero Madoff solo tenía 300 millones para responder.
Bicicleteó como pudo el asunto durante casi seis meses hasta que, en diciembre de 2008, en la cena navideña, les confesó a su mujer y sus dos hijos, cómo había perpetrado la mayor estafa de la historia de Wall Street.
Intento de suicidio
Madoff reveló sus maniobras a su familia cuando ya todo se venía abajo. Su intención, en sus propias palabras, era salvarlos del desastre y que no quedaran implicados con él.
Mark y Andrew, que llevaban años trabajando junto a su padre, no lo perdonaron y lo denunciaron al día siguiente. Ruth lo defendió y eso hizo que sus hijos también cortaran el vínculo con ella.
La familia se quebró, mientras que Madoff debía responder a los requerimientos judiciales y Ruth no podía siquiera salir a la calle sin que la asediaran ahorristas enojados o periodistas pidiéndolo una declaración.
“Decidí que no me iba a divorciar, que iba a permanecer casada. ¿Me dolió la traición? Terriblemente. Pero lo aguanté. No puedo explicar tampoco por qué hice eso y lamento no haber hablado del tema”, contó años después en una entrevista con Vanity Fair.
Pero la presión judicial y mediática, más el rechazo de Andrew y Mark llegó a aplastarlos. La nochebuena de 2008, Ruth y Bernard decidieron suicidarse juntos en su piso neoyorquino, donde cumplían la prisión preventiva domiciliaria con tobilleras electrónicas.
“No sé de quién fue la idea, pero los dos estábamos muy tristes por todo lo que había sucedido. Odio el correo, las llamadas telefónicas, los abogados. Creo que también influyó tener ese dispositivo en el tobillo. Me refiero a que fue horrible y que pensé ‘no puedo, no puedo soportar esto, no sé cómo voy a superar esto, ni siquiera sé si quiero intentarlo’. Entonces decidimos hacerlo. Los dos estábamos de acuerdo. No recuerdo demasiado lo que hablamos. Calculamos cuántas pastillas tomar y creo que ambos nos sentimos aliviados de dejar este lugar. Todo lo que puedo decir es que fue muy, muy impulsivo y que me alegré de despertarme por la mañana”, le contaría años después Ruth a Vanity Fair.
Después de eso, Bernie Madoff llegó a la conclusión de que debía confesar y salvar a su familia, sino de la deshonra, por lo menos de la cárcel.
Así, su mujer y sus hijos quedaron en libertad. Sin embargo, ya estaban condenados.
El suicidio de Mark
El 11 de diciembre de 2010, el abogado de Mark y Andrew Madoff dio a conocer un comunicado de pocas palabras: “Mark Madoff se ha suicidado hoy. Fue una víctima inocente de los monstruosos crímenes de su padre que ha sucumbido tras dos años de falsas acusaciones”.
Casado y con tres hijos, desde que se destapó el escándalo – y pese a haber sido declarado inocente por la justicia – Mark vivía prácticamente como un paria. Sus amigos y el círculo social donde se había movido le dieron la espalda, nadie quería darle trabajo y hasta se avergonzaba cuando salía a la calle.
A principios de diciembre convenció a su esposa, Stephanie, de que llevara a sus dos hijas mayores a Disneylandia para que pudieran relajarse y salir de la presión continua que la familia vivía en Nueva York. Se quedó con Nick, su hijo de dos años. Ya había elaborado un plan.
El 11 de diciembre Mark se sentó frente a su computadora y envió dos correos electrónicos. En el primero de ellos le anunció a su abogado que se suicidaría y le indicó que hiciera las diligencias necesarias después de su muerte. El segundo correo fue para Stephanie: le dijo que la amaba a ella y a sus hijos pero que ya no toleraba más. Y lo más importante: que dejaría abierta la puerta del piso y que enviara a alguien a recoger a Nick, que estaba durmiendo en su habitación.
Cuando terminó de enviar los mensajes, se ahorcó con la correa del perro.
Aunque el juez autorizó a Bernard para que pudiera asistir al velorio de su hijo, Stephanie le hizo saber que no quería que se presentara, porque no lo dejaría entrar.
“Si lo tuviera frente a mí, le escupiría la cara”, dijo.
Andrew y Ruth
El suicidio de Mark tuvo consecuencias para toda la familia. Ruth, que todavía seguía apoyando a Bernard e incluso lo visitaba en la cárcel, decidió cortar toda relación con él y pidió el divorcio. Dejó el piso donde el matrimonio había vivido décadas y criado a sus hijos y se mudó a vivir primero con una hermana y más tarde con su otro hijo, Andrew, para estar cerca de sus nietos.
La muerte de su hermano mayor fue devastadora para Andrew, que estaba por entonces bajo tratamiento por un cáncer que se mantenía bastante controlado. Su estado de salud se agravó sin remedio.
Aun así, tuvo fuerzas para escribir un libro, “Verdad y consecuencias”. En su presentación dijo que no había manera de justificar el daño que causó su padre a tanta gente y que en lo personal no podía perdonarlo.
“No sospeché nada. Me crié viendo cómo la gente lo trataba como una leyenda. Todos lo veían como un inversor con un talento espectacular, nunca se me ocurrió que era un farsante”, dijo también en una entrevista con la cadena NBC.
También contó que leía las cartas que su padre le mandaba desde la cárcel, pero que no encontraba en ellas “sinceridad ni remordimientos”.
Después de eso, Andrew volvió a encerrarse en sí mismo. Solo dio una entrevista más, en 2013 a la revista “People”.
“Sigo sin perdonarlo. Ya está muerto para mí”, lapidó.
Andrew murió a consecuencia de un linfoma en 2014. Bernie tampoco pudo asistir a su entierro.
Bernard Madoff murió de muerte natural en la cárcel el 14 de abril de 2021, a los 82 años.
Ruth Madoff vive hoy en Old Greenwich, a unos 60 kilómetros de Nueva York, en una casa por la cual paga 2.900 dólares mensuales. No pasa estrecheces: la justicia la autorizó a conservar dos millones y medios de la fortuna familiar, amasada con las estafas de su ex esposo.
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