Elon Musk, el hombre más rico de mundo, cumple años: la pelea infantil con Zuckerberg y su desordenada vida amorosa

A los 52 años, el magnate sudafricano que acumula una fortuna de algo más de 200 mil millones de dólares, está envuelto en una contienda que no es por plata, con su par tecnológico que busca resolverse a los golpes en un ring. La rigurosa educación que le dio su padre con la disciplina del ejército, las noches en que durmió sobre una alfombra con su familia y los problemas que le genera su síndrome de Asperger

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Elon Musk, director ejecutivo de SpaceX y Tesla y propietario de Twitter, en la conferencia Viva Technology dedicada a la innovación y las nuevas empresas en el centro de exposiciones Porte de Versailles en París, Francia, el 16 de junio de 2023. REUTERS/Gonzalo Fuentes TPX
Elon Musk, director ejecutivo de SpaceX y Tesla y propietario de Twitter, en la conferencia Viva Technology dedicada a la innovación y las nuevas empresas en el centro de exposiciones Porte de Versailles en París, Francia, el 16 de junio de 2023. REUTERS/Gonzalo Fuentes TPX

El hombre más rico del mundo cumple 52 años, porque no hay fortuna en el mundo que te libere del paso del tiempo, envuelto en una trifulca tonta de chiquilines de barrio. Gente grande, caramba. Elon Musk, que nació un 29 de junio de 1971 en Pretoria, Sudáfrica, desafió a pelear a Mark Zuckerberg, otro tipo millonario que es cabeza, como él, del mundo tecnológico y hasta científico.

Musk tiene una fortuna calculada en algo más de 200 mil millones de dólares, cifra que al menos cura la gripe de cualquier persona, y Zuckerberg acumula en la billetera unos 102 dos mil millones de dólares, según las revistas especializadas en calcular la fortuna ajena. Hay que tener en cuenta que en esos cálculos siempre hay un par de miles de millones de dólares que se pierden en gastos menores, impuestos, donaciones, fundaciones, lobbismo, proyectos que se van al traste, champán, sopa y esas cosas.

No es por la plata que se pelean; el dinero, ya se sabe, va y viene. Resulta que Musk compró Twitter y Zuckerberg, fundador y presidente de Facebook, desde 2021 Meta Platforms, anunció su intención de competir con la empresa de Musk con otra propia, llamada Project Barcelona. Musk se picó y lanzó por Twitter algunos mensajes caldeados contra Zuckerberg y, en uno de ellos, dijo que estaba “dispuesto a pelearse” con él. Cualquier gente sensata hace de eso un chiste. Pero Zuckerberg le contestó, vía elipsis, con una historia de Instagram que incluía el tuit de Musk y una leyenda: “Send me location”. En buen español, “Decime dónde”. Gente grande, caramba.

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Musk se picó y lanzó por Twitter algunos mensajes caldeados contra Zuckerberg y, en uno de ellos, dijo que estaba “dispuesto a pelearse” con él. Zuckerberg le contestó, “Decime dónde”
Musk se picó y lanzó por Twitter algunos mensajes caldeados contra Zuckerberg y, en uno de ellos, dijo que estaba “dispuesto a pelearse” con él. Zuckerberg le contestó, “Decime dónde”

Y Musk le dijo dónde y cómo. En Las Vegas, en un ring octogonal y bajo las reglas de la MMA, Artes Marciales Mixtas por su sigla en inglés. La lucha MMA consiste en que dos tipos se descosan a trompadas y patadas hasta que uno de los dos quede inútil, tieso o inconsciente: esto último no es imprescindible, pero a veces es necesario. Esas no son formas. Las hay más tradicionales y eficaces: a sable y a primera sangre, o a diez pasos y con pistola. Y el que queda, queda. Seremos muchos menos en el mundo, pero con el honor a salvo.

Musk es un hombrón de metro ochenta, categoría veteranos ya, pero que en su infancia aprendió artes marciales, judo, levantó pesas y se fortaleció para sobrevivir esos años duros. Zuckerberg es un muchacho bien plantado, de 39 años, que también hizo de su cuerpo un santuario en base a crossfit, jiu jitsu, risk sports y otras técnicas y usanzas de nombres extraños que consisten en lo mismo: echar los pulmones en el gimnasio. Que los dos se enfrenten en un ring con las reglas de la MMA lleva de cráneo a dos reflexiones. La primera, casi de orden estético. Ese deporte consagra a la mocedad. En la treintena estás más cerca del partido homenaje que de ser la revelación del año. A los cincuenta y dos, ni hablar. Por otro lado, la vestimenta de los luchadores de MMA, que se supone lucirán Musk y Zuckerberg, consiste únicamente en un ceñidísimo pantaloncito corto, literalmente pegado a la piel, que no deja nada librado a la imaginación y en cambio sí lo pone todo vecino al desborde. En esos casos, como en tantos otros, de lo épico a lo ridículo hay milímetros. Segunda reflexión: si las cabezas pensantes y millonarias de las empresas líderes en comunicación, ciencia y tecnología, andan metidas en estas paparuladas, malos vientos se avecinan.

El provocador ha sido Musk, el hoy cumpleañero que destinará parte de su fortuna a una modesta fiestita. Padece del síndrome de Asperger, un trastorno menos grave del espectro autista, que afecta su capacidad de socializar, de comunicarse, de expresar acaso afectividad, y que deriva en una conducta social cuanto menos inusual, pero que al mismo tiempo impulsa en la persona que lo padece un interés profundo, obsesivo casi, hacia proyectos, pensamientos, caprichos y actividades específicos. Se lo detectaron cuando chico. Una anécdota pinta el drama de infancia de Musk y fue revelada por su padre, Errol Musk, que es otro personajón de esta historia. Dijo Errol que, en su colegio de infancia, Elon hizo un comentario a un chico que había sufrido el suicidio de su padre. El chico reaccionó y empujó a Elon escaleras abajo y lo mandó al hospital. Nada grave, pero quedó maltrecho. “Cuando supe lo que le había dicho -reveló Errol- supe también que había traspasado un límite”.

En esa fragua se forjó Elon y sus dos hermanos, Kimbal y Tosca. El padre, golpeador y bebedor social, ese eufemismo elegante que lo disimula casi todo, dijo una vez a la agencia France Press que había educado a sus hijos varones “como buenos chicos sudafricanos, con el rigor y la disciplina que aprendí en el ejército. Fui un padre estricto. Mi palabra era ley.” Ahí queda eso.

Los padres de Musk eran gente de fortuna, Errol era ingeniero y promotor inmobiliario sudafricano, socio en una mina de esmeraldas de Zambia. Ella, Maye Haldeman, era canadiense, modelo y nutricionista. “Teníamos tanto dinero -dijo Errol ufano- que ni siquiera podíamos cerrar nuestra caja fuerte”, manía que tiene la gente de abrazarse a las cajas fuertes. En 1979, cuando Elon tenía ocho años, Maye huyó del marido maltratador, se divorció y se mudó a Durban. Al año siguiente, Elon empezó a programar en una Commodore Vic-20 (¡Oh, Commodore, la madre de las compus de infancia!) que tenía 8 kb de memoria RAM: no se rían, era un avión. A los doce había diseñado su primer video juego del espacio al que llamó “Blaster”: había que destruir un carguero extraterrestre que transportaba bombas de hidrógeno. Lo vendió por quinientos dólares a la revista sudafricana “PC and Office Technology”. Para entonces, había decidido ir a vivir con su padre a Johannesburgo y con los años se unieron sus dos hermanos. Fue entonces cuando creció hasta el metro ochenta y tomó clases de karate, judo y lucha, tenía dieciséis años, para defenderse del maltrato de sus compañeros, muchos enfurecidos por los juicios sin filtros del adolescente con síndrome de Asperger.

Elon Musk y su amigo de la universidad, Navaid Farooq, en 1990. (90sanxiety/Instagram)
Elon Musk y su amigo de la universidad, Navaid Farooq, en 1990. (90sanxiety/Instagram)

Musk llevaba encima el germen de su vida: fabricar cosas que los demás iban a necesitar; crear proyectos que fueran de interés en un futuro avizorado, pero no aventurado. En eso fue excepcional. Vio siempre con mucha claridad, hacia cuáles puertos iba el buque de una sociedad que cambiaba por horas y despertaba a la ciencia y a la tecnología. Decidió emigrar a Canadá, era hijo de una canadiense, con la idea de ingresar a Estados Unidos. Antes cursó un año en la Universidad de Pretoria, lo que le permitió eludir el servicio militar obligatorio en unos años en los que la lucha de la población negra sudafricana contra el “apartheid” había cobrado fuego y violencia.

Fue a parar a Kingston, Ontario, de nuevo al lado de su madre. Se le unieron Kimbal y Tosca y los cuatro lo pasaron muy mal: en 1989, Maye, la madre, por lo que fuera, tenía sus ahorros bloqueados y deambulaba en dos o tres trabajos temporales que alternaba con su oficio de modelo. Se mudaron a Toronto, a un departamento mínimo sin muebles y casi sin nada. El primer mes, todo el dinero que ganó Maye se fue en un par de sillas y en una alfombra gruesa, para que todos pudieran dormir en el suelo, como hasta entonces, pero algo más mullidos. Y compró algo más también: una computadora para Elon.

En 1992 Musk ganó una beca para estudiar Economía y Física en la Warthon School de la Universidad de Pensilvania, donde se graduó. Uno de sus profesores, director ejecutivo de una empresa del entonces próspero y pujante Silicon Valley, le consiguió un trabajo en Pinnacle Research, que fabricaba ultra condensadores electrolíticos destinados a vehículos eléctricos. Ese trabajo y los autos eléctricos, sembraron una semilla en Elon. Después se matriculó en Stanford, en California, con la idea de hacer un doctorado en Física Aplicada y Ciencia de Materiales: el entusiasmo le duró dos días. Dejó todo para fundar su primera empresa, junto a su hermano Kimbal. Guiado por el mismo espíritu y ejemplo del ingeniero e inventor serbio, naturalizado estadounidense, Nikola Tesla, Musk apuntó sus cañones a las tres áreas que juzgó serían las más importantes, desafiantes y rentables de los años por venir: Internet, la energía renovable y el espacio exterior. No se equivocó.

A partir de su primera empresa, que se llamó Zip2, Musk creó una empresa tras otra y acumuló su gigantesca fortuna. Zip2 gestionaba el desarrollo y mantenimiento de sitios web para empresas y medios de comunicación. Musk tuvo la visión de agregarle a sus servicios uno de mapas e indicaciones de ruta para llegar, puerta a puerta, en un adelanto de lo que sería luego Google Maps, embrión de los GPS. Los ejecutivos de Zip2, Musk, Kimbal y un socio, vivían en una oficina de cuatro metros por nueve, que de día eran las de la empresa, y se alimentaban de comida chatarra, pero que no se diga.

Elon Musk y su madre Maye Musk durante los premios 2011 WSJ Magazine Innovator of the Year Awards en el Museo de Arte Moderno el 27 de octubre de 2011 en la ciudad de Nueva York. (Foto de Fernando León/Getty Images)
Elon Musk y su madre Maye Musk durante los premios 2011 WSJ Magazine Innovator of the Year Awards en el Museo de Arte Moderno el 27 de octubre de 2011 en la ciudad de Nueva York. (Foto de Fernando León/Getty Images)

Fueron cuatro años duros y brillantes en los que atendieron las cuentas del The New York Time,s a través de New York Today, las de la cadena Hearst Corporation Pulitzer Publishing Inc, entre otras, hasta que Zip2 fue comprada, y Musk la vendió, por Compaq Computer, que pagó trescientos siete millones de dólares. Musk recibió veintidós millones: tenía veintiocho años.

Citar las numerosas empresas, casi aventuras, que inició Musk en las últimas dos décadas, es trabajo de antropólogos. Pero entre sus emprendimientos más notables están X.com, una especie de financiera virtual en la que invirtió, en 1999, doce millones de dólares y fue uno de los primeros “bancos” de Internet. Se unió luego a Confinity para formar Pay Pal y se convirtió en la primera empresa que permitió el envío de dinero entre usuarios que, por entonces, manejaban un aparatito revolucionario que pasó rápido al olvido: las Palm Pilot.

En 2002 PayPal empezó a cotizar en bolsa y facturaba doscientos millones de dólares anuales. Entonces la quiso comprar eBay. Por consejo de Musk, PayPal rechazó la oferta de la compradora hasta que eBay ofreció mil quinientos millones de dólares. Entonces sí, Musk aconsejó vender y embolsó ciento ochenta millones.

De ese capital, destinó cien millones a fundar Space Exploration Technologies, SpaceX; otros setenta millones para levantar Tesla Inc., y diez millones para fundar SolarCity. Space X se dedicó a investigar y producir lanzaderas espaciales con la idea de llevar al primer hombre a Marte. En 2008 firmó un contrato con la NASA por mil seiscientos millones de dólares para doce vuelos de un cohete prototipo de Space X, el Falcon 9/Dragon, diseñado para el transporte de personas. Falcon 1 fue el primer vehículo de combustible líquido, financiado y armado por una empresa privada, en poner un satélite en órbita.

Tesla se aventuró con los coches eléctricos con baterías de iones de litio que, años antes, habían sacudido las neuronas de Musk. Eran vehículos carísimos y Musk tenía la idea de fabricarlos para ponerlos al alcance del usuario común. Por poco Tesla no fue a la quiebra, pero en junio de 2012 ya se habían vendido dos mil cien Tesla Roadster en trece países. En 2016 la empresa empezó a desarrollar un hardware y un software “Autopilot”, con la finalidad de instaurar una conducción automática que fuese más segura que la manual: coches eléctricos manejados por nadie, por una computadora, como los aviones, y con “tejados solares” de donde obtener la energía. En 2018, 2019 y 2020 el Tesla fue el modelo eléctrico más vendido en el mundo. El software será mejorado gracias a la inteligencia artificial, ahora en auge.

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El director ejecutivo de Tesla, Elon Musk, se sube a un automóvil Tesla cuando sale de un hotel en Beijing, China, el 31 de mayo de 2023. REUTERS/Tingshu Wang
El director ejecutivo de Tesla, Elon Musk, se sube a un automóvil Tesla cuando sale de un hotel en Beijing, China, el 31 de mayo de 2023. REUTERS/Tingshu Wang

A propósito de conducción automática, el escritor israelí Yuval Harari plantea, o recuerda que se haya planteado, un dilema muy original que da por hecho que un coche con conducción automática tiene que tener en sus instrucciones no chocar, resguardar la vida de los pasajeros. En el caso de que uno de esos autos, al mando de la AI (inteligencia artificial), quede atorado en medio de una vía, taponado por otro vehículo estacionado delante, ¿cómo debería reaccionar el software? ¿Debe chocar, para lo que no está programado, y empujar al auto estacionado? ¿Debe y dejar a los pasajeros a merced del tren que se avecina, para lo que tampoco está programado? No sin humor, Harari plantea que la ciencia busca dotar a la AI de emoción, sentido común y ética. Un desafío para gente marchosa.

Musk montó luego SolarCity, una empresa de productos fotovoltaicos que maneja su primo, Lyndon Rive, y es hoy la mayor empresa proveedora de sistemas de energía solar en Estados Unidos; fundó Halcyon Molecular, que investiga nuevos medicamentos destinados a extender la longevidad y también fundó Neuralink, una empresa de nanobiotecnología que procura integrar el cerebro humano con la inteligencia artificial, y fabricar microscópicos dispositivos capaces de circular por el torrente sanguíneo para detectar, prevenir y acaso curar males específicos. También encaró Open AI, una empresa sin fines de lucro que investiga la inteligencia artificial, dice en sus postulados, en beneficio de la humanidad.

Toda la carrera de Elon Musk estuvo signada por los reconocimientos académicos y científicos, y por los juicios millonarios que hicieron que desfilara varias veces por los estrados americanos. El más famoso, si es que es posible medir eso, fue el que la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC) le inició en 2018 por tuitear, era falso, que había conseguido financiación para una compra privada de Tesla. Llegó a un acuerdo con la SEC, pero no admitió su culpa: renunció así a presidir la compañía por tres años, a pagar él mismo veinte millones de dólares y otros veinte millones a ser pagados por Tesla por el daño causado a los accionistas perjudicados por el falso anuncio.

Musk no es un chico que beba agua bendita de algún manantial santificado y más bien se acerca a la imagen que dio Balzac de los hombres de fortuna de su época: “Detrás de toda gran fortuna, hay un crimen”, dijo Balzac. Y Mario Puzo lo colocó como acápite de su novela “El Padrino”. Balzac escribía muy bien mientras bebía jarras de café; ahora, cuando quería ser antipático, lo lograba. Musk amasó su fortuna enorme en una tierra y en un terreno de feroces competencias, que van mucho más allá del ring octogonal en el que se quiere ver las caras con Zuckerberg.

Elon Musk  y su primera esposa, Justine Wilso
(Foto: Archivo)
Elon Musk y su primera esposa, Justine Wilso (Foto: Archivo)

Su vida personal estuvo marcada por el caos. Tal vez esa sea su condición natural de vida, dado el mal que lo aflige. En 2000 se casó por primera vez con la escritora canadiense Justine Wilson, a la que había conocido cuando ambos eran estudiantes en la Universidad de Queen. En 2000 los golpeó la tragedia: su hijo, Nevada Alexander Musk, murió a las diez semanas de nacer por muerte súbita. Después, la pareja tuvo cinco hijos, gemelos y trillizos. Se separaron el 2008. Ese mismo año Musk conoció a la actriz británica Talulah Riley y se casaron en 2010, se divorciaron en 2012 y se volvieron a casar en 2013 hasta que se separaron de forma legal y afectiva. Musk tuvo un breve romance con la actriz Amber Heard, ex de Johnny Depp, qué ojo esa chica para elegir pareja. La ruptura sobrevino, textual según sus protagonistas, por “conflictos de agendas”. Hay que tener coraje.

El 7 de mayo de 2018, Musk empezó un romance con la cantante canadiense Grimes, Claire Elise Boucher, y en enero de 2020 la pareja anunció que esperaba a su primer hijo: el chico nació el 4 de mayo de 2020 y lo llamaron X AE A-XII Musk, pobrecita su alma. Como todo es explicable aunque no todo tenga explicación, Musk explicó el extraño nombre de su hijo; dijo que la letra X es una referencia a la “variable desconocida”, la incógnita de todo cálculo matemático, físico o científico; la AE, mayúsculas y ligadas, tiene un significado especial en el lenguaje élfico, ese universo ficticio creado por J.R.R: Tolkien, que representa a letra “Ai”, que significa amor y, también hoy, inteligencia artificial por su sigla en inglés, “Artificial Intelligence”; por último A-XII, o A-12 es una referencia al avión favorito de la pareja, muy veloz pero sin armas ni defensas: un avión para la paz. Todo está muy bien y el chico que ya tiene tres años, es precioso. Pero pronto va a tener que explicar a todo el mundo que X AE A-XII es su nombre y qué significa: otro candidato tempranero al judo, la lucha, el karate y las pesas.

Elon Musk sosteniendo en sus brazos a su hijo llamado X AE A-XII Musk
Elon Musk sosteniendo en sus brazos a su hijo llamado X AE A-XII Musk

Musk y Grimes anunciaron su separación en septiembre de 2021. Pero, de acuerdo con el manual Musk de comportamiento social y amoroso, regresaron en diciembre de 2021. En marzo del año pasado revelaron el nacimiento de su segundo hijo, una niña que nació por gestación subrogada y a la que llamaron Exa Dark Siderael. La a y la e de Siderael, ligadas.

Cuatro meses después del nacimiento de Exa, en julio de 2022, Musk anunció el nacimiento de dos nuevos hijos, gemelos, con Shivon Zilis, una experta canadiense en inteligencia artificial y directora ejecutiva de una de las empresas de Musk, Neuralink. Por cierto sondearon la opinión de Musk sobre la paternidad de diez hijos, y el tipo soltó una de esas frases suyas, sin filtro ni red de protección: “Estoy haciendo todo lo posible por ayudar con la crisis de población”. Para entonces, ya había admitido en el legendario y muy visto show televisivo americano “Saturday Night Live” su padecer con el síndrome de Asperger.

En política Musk ha navegado a dos aguas, si hay más navegará a más, entre los dos partidos mayoritarios de Estados Unidos. Se definió, con candor, como “medio demócrata y medio republicano”. Negó ser conservador: “Estoy registrado como votante independiente y soy políticamente moderado”, dijo. Otro día se definió como socialista: “Realmente soy un socialista. No del tipo que cambia los recursos desde lo más productivos a los menos productivos y pretende hacer el bien causando daño. El socialismo verdadero busca el mayor bien para todos”. Antes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, Musk lo juzgó duro: “Creo que no es el tipo adecuado. Parece que su carácter no refleja bien a Estados Unidos”. Pero cuando Trump fue presidente, Musk participó en uno de sus consejos consultivos al que renunció en junio de 2017, cuando Estados Unidos se retiró del acuerdo de París sobre cambio climático.

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Admitió ser un donante importante del Partido Demócrata, pero también reveló que donaba bastante dinero al partido Republicano porque, dijo, las donaciones eran una forma de tener voz para hablar con el gobierno de Estados Unidos. Una investigación de la Sunlight Foundation, que investiga los gastos del gobierno, descubrió que desde 2002 SpaceX, una de las empresas de Musk, había gastado más de cuatro millones de dólares en “grupos de presión” al Congreso de Estados Unidos, y más de ochocientos mil dólares en contribuciones de campaña para demócratas y republicanos.

Elon Musk desarrolló "Space X" una empresa que tiene como objetivo volver a poner el pie del hombre en la Luna y viajar por primera vez a Marte (REUTERS)
Elon Musk desarrolló "Space X" una empresa que tiene como objetivo volver a poner el pie del hombre en la Luna y viajar por primera vez a Marte (REUTERS)

Así fue, y es, la vida del hombre más rico del mundo, consagrado este año por Bloomberg y en crecimiento sostenido por el éxito de su empresa Tesla y el boom de los autos eléctricos. Una vida a la que rozó la tragedia, coronó el éxito económico, hizo encallar y reflotó el amor y sus mudanzas, y discurre por el Asperger y sus vaivenes, tropiezos y reveses. Musk pone mucho de lo suyo, también. Pero el leve mal que lo aqueja lo pone en categoría irremediable. Él mismo lo admitió la noche en que confesó su secreto en “Saturday Night Live”: “Miren, yo sé que a veces digo o posteo cosas extrañas en Internet; pero así es como funciona mi cerebro. A quien se haya sentido ofendido, sólo quiero decirles que reinventé los automóviles eléctricos y estoy enviando gente a Marte en un cohete. ¿Qué pensaban? ¿Qué iba a ser un tipo normal y relajado?

Cuando compró Twitter en cuarenta y cuatro mil millones de dólares, después de amagos y rechazos, puso a la empresa en peligro, echó a gran parte de su cúpula directiva y planteó su adquisición como una cruzada por la libertad de expresión; intentó, o dijo intentar, una regulación del discurso colectivo en la plataforma que evitara que Twitter fuese un refugio para discursos de odio, raciales, conspirativos, antidemocráticos o fóbicos. Eso, que debe haber lastimado a muchas almas sensibles, todavía está por verse. Musk no era propietario de Twitter cuando la empresa decidió cerrar la cuenta del presidente Donald Trump que se negaba a aceptar su derrota electoral en enero de 2021.

Y ahora, el tipo que se tutea con presidentes, que financia grupos de presión al Congreso de su país, que aporta miti-miti a los dos partidos mayoritarios que se alternan, con éxito diverso, en el poder; el tipo que investiga cómo lograr que una partícula mecánica diminuta corra por nuestras venas y detecte el cáncer, las obstrucciones, las células enfermas, los fluidos pachuchos y los cure, los elimine, los trate o al menos pegue un grito de alerta; el tipo que trata de dotar de ética a la inteligencia artificial, desafía a su competidor a pelear poco menos que en calzoncillos en un octágono de MMA en Las Vegas, se supone que ante un público numeroso y televisado a todo el mundo. Algo no anda bien y no es culpa del Asperger.

Porque del otro lado, Zuckerberg que no padece síndrome alguno que se sepa, aceptó el desafío de Musk y ya entrena para el combate. Su programa de llama “Desafío Musk”. Consiste en correr una milla, mil seiscientos metros, cien “pull-ups” (signifique esto lo que fuere) doscientas flexiones, trescientas sentadillas (ídem que pull-ups) y de nuevo otra milla a la carrera con un chaleco con pesas de veinte libras, nueve kilos setecientos gramos.

Ahora, la pelota está en el tejado de Musk.

Ya lo dicen las escrituras: no se puede poner millones de dólares en manos de los chicos. Hacen desastres.

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