Cuando en la mañana del 25 de diciembre de 2016 su novio lo encontró sin vida, Georgios Kyriacos Panayiotou tenía sólo 53 años, pero llevaba más de treinta de carrera pública, desde que formó el popular dúo Wham! con Andrew Ridgeley a los 18. Su primer gran éxito, Wake Me Up Before You Go-Go (1984), había sido la piedra filosofal de una verdadera máquina de hits, con más de veinte en el Top Ten del Billboard, incluyendo diez número uno. Fue rey de una época, “la del dinero y el bronceado falso”, como él mismo describía a los dorados noventa. Y sin embargo, murió sin corte ni corona, prácticamente solo y confinado en su mansión de Highgate, al norte de Londres.
Había pasado la última década en guerra con los tabloides, que lo atacaron con crueldad por su sexualidad y sus excesos, y eso lo llevó a recluirse cada vez más. Sólo le dieron una pequeñísima tregua al día siguiente de su muerte: dijeron en sus portadas que George Michael había muerto “en paz”. Parecía una ironía, una más. Para un hombre que había hecho de Last Christmas uno de sus grandes éxitos, morir en Navidad no podía ser casualidad. Sobre todo a la luz de un dato todavía más inquietante: su hermana preferida, Melanie, que fue una de las herederas de su fortuna, murió tres años más tarde, el mismo día, a los 59 años, por un coma diabético. Estaba sola en su casa, igual que el cantante.
El fotógrafo y peluquero Fadi Fawaz, con quien Michael estaba en pareja desde 2009, no había dormido con él en la Nochebuena de 2016. Ni siquiera estaba dentro de la casa en el momento en que su corazón castigado por décadas de consumo problemático de cocaína, éxtasis, cantidades astronómicas de marihuana, heroína y –hacia el final– metadona, una droga comúnmente usada como su reemplazo, dejó de latir. Había pasado la noche en el auto y estuvo una hora tratando de reanimarlo antes de llamar al 911. De todo eso dieron cuenta los tabloides con lujo de detalles, incluyendo, claro, la llamada desesperada de Fawaz a Emergencias: “Estuve tratando de despertarlo, pero es imposible. Se fue. Está azul”.
Pero no era ningún escándalo que profanaran su muerte, porque ya habían profanado sin descanso su corta y prolífica vida. En abril de 1998, un policía encubierto lo detuvo por “conducta lasciva” después de proponerle tener sexo en un baño público de Beverly Hills. El título de tapa de The Sun por entonces fue: “Zip Me Up Before You Go-Go” (“Subime el cierre antes de irte”, un juego de palabras con aquel primer hit). Hasta entonces, el artista que popularizó Careless Whisper nunca había hablado en público de su sexualidad: era la manera más violenta de sacarlo del clóset.
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Consultado en una entrevista para el documental The last days of George Michael (2017), el editor responsable de la publicación en ese momento apenas se defendió diciendo que ellos sólo hicieron “un muy buen título, con humor, destacando un hecho que en esa época era ilegal”.
Pero el ídolo pop respondió al bullying con inteligencia. Tal vez porque para él ya había pasado lo peor. En octubre de 1990, en un viaje previo a Rock in Rio 1991, que iba a realizarse en enero, conoció al diseñador brasileño Anselmo Feleppa. Fue un flechazo. Se pusieron de novios enseguida. Pero, en diciembre, Feleppa dio positivo para HIV. Voló a Londres para decírselo en persona, aunque esperó para decírselo en Año Nuevo. “No quiso arruinarme la Navidad”, contó Michael a GQ en una de las entrevistas más íntimas que concedió, en 2004, donde volvió a dejar en claro que esa era la época del año que más disfrutaba.
Fue un punto de quiebre para Yog, como lo llamaban cariñosamente sus familiares y amigos de la infancia porque la pronunciación de su nombre sonaba parecida a yogurt. Había comenzado una caída en espiral que se agravaría con la muerte de su amor, menos de dos años después. Feleppa no había querido tratarse en Inglaterra para no exponer a George ante la prensa y eso le provocó un tremendo sentimiento de culpa, y también una gratitud infinita: “Si no hubiera sido por eso, tal vez seguiría vivo”, dijo el cantante, que le dedicó Older y le cantó en secreto durante su agonía durante el tributo a Freddie Mercury de abril del 92.
Al día siguiente de la muerte de Anselmo, el creador de Faith y Father Figure le dijo a sus padres que era gay. Tenía 30 años (había nacido en el condado histórico de Middlesex el 25 de junio de 1963). Su madre, Lesley, de origen judío, simplemente se sintió devastada por no haberlo podido acompañar antes en todo el dolor de la enfermedad de su novio. De su padre, Jack, un griego rígido que sólo tenía tiempo para el restaurante familiar, esperaba otra reacción, y, sin embargo, “nunca mostró decepción ni homofobia”, dijo George a GQ. “Seguro que fue duro para él, pero no me lo transmitió, y se lo agradezco. Es triste, pero siento que el éxito esconde la decepción de los padres. Aunque su hijo fuera gay y no fuera a darle nietos, el consuelo de mi papá era que me había ido bien la vida”, dijo entonces.
Siguieron tres años de depresión profunda, o lo que él llamaba “el agujero negro”. Dormir y dormir, apenas poder poner un pie adelante del otro gracias al Prozac. Muchas drogas, duras, además de 18 cigarrillos de marihuana diarios en promedio (“Sé que me hace mal en algunos aspectos –le respondió en una ocasión a la periodista Jane Moore cuando ella le consultó si no creía que eso podía ser un disparador de la depresión–, pero amo fumar. Como cantante me gustaría que no fuera así, trato de fumar menos, pero también me hace feliz”)”. Y un golpe más: en 1997, su madre murió de cáncer.
Cuando los tabloides se ensañaron con su sexualidad después de que la había mantenido celosamente guardada durante toda su carrera, tomó una decisión que se convirtió en símbolo. El mismo ofreció una nota al presentador Jim Moret que la CNN transmitió en el prime time y todavía puede verse en youtube. “Tuvieron éxito en sacarme del clóset”, dice. Reclamaba, al menos, el derecho de poder contarlo “a su manera y en sus propias palabras”.
Lo que dijo entonces parecía el producto de una reflexión de años: “Me siento estúpido, inconsciente y débil por haber permitido que mi sexualidad fuera expuesta de esta manera. Pero no me avergüenzo. Estoy seguro de que no me va a doblegar. Y no significa nada realmente en mi vida; así que hasta me siento aliviado: lo que pasó me va a hacer un mejor hombre homosexual. En cierto grado, las estrellas pop y de cine nos convertimos en objeto de la autodefinición de la gente, y también de su identificación sexual. Y creo que la gente piensa que puede señalar a una persona gay en oposición a una persona heterosexual porque los hace sentir… un poco más tranquilos con la definición que tienen de ellos mismos. Y si alguien está en el límite, en el borde, un lugar en el que yo me considero siempre en cuanto a cómo soy visto, eso incomoda”.
Y es que George Michael era realmente inclasificable para su tiempo. Hoy sería fácil entender que su sexualidad, como su música, siempre fluyeron. Pero, con todo su talento, Yog se pasó casi toda su carrera luchando para no ser clasificado como un cantante menor por ser pop. Le tomó años, y mucha amargura, aceptar que esa también era una categoría respetable pese a lo que pudiera decir el establishment de la música. Finalmente entendió lo que le dijo a Elton John en una famosa carta pública: “Mis discos todavía tienen la costumbre de ser números uno”.
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De hecho, eligió dar vuelta la humillante forma en que habían expuesto su intimidad con otro éxito que desdramatizaba su sólido discurso en la CNN y volvía a mantener su lado más liviano y divertido frente a los fans: el tema Outside (1998), en cuyo clip se lo ve en un baño público, vestido de policía sexy, con todo y cachiporra. No hay recuerdo de una salida de un escándalo público más épica.
Con el tiempo, asumiría públicamente que era “emocionalmente homosexual y monógamo”, aunque poliamoroso en la cama. Demasiado difícil de encuadrar para un mundo demasiado afecto a las etiquetas: “Cuando entro a un restaurante, primero miro a las mujeres porque me parecen más glamorosas. También tendría sexo con mujeres si no estuviera en pareja. Pero nunca tendría una relación con una mujer, porque me sentiría un fiasco. Emocionalmente, soy definitivamente gay”. Este hombre que marcó para siempre los ochenta y los noventa, tal vez hubiera sido mucho más feliz de haber pertenecido a la generación Z.
A los 19, mientras grababa el segundo album de Wham!, trató de decirle a sus amigos que era bisexual. Ridgeley –con quien su manager de entonces sostuvo en su biografía que tuvo una relación homoerótica que ambos siempre negaron– le recomendó que no lo hiciera: “Si sos bisexual y salís con chicas –tuvo una sola novia, Kathy Yueng, que aparece en el video de I want your Sex–, no hay ninguna necesidad de que hagas eso”. George siempre tuvo la duda de qué hubiera pasado si salía del closet en su momento, ¿lo habrían perseguido menos? “Me pregunto con mucha frecuencia si mi carrera hubiese tomado otro camino, si hubiese sido menos complicado”.
De cualquier manera, el acoso de la prensa no se agotó en el tema de su sexualidad. Porque cuando esa verdad estuvo sobre la mesa, se decidieron a investigar su relación con las drogas. Habían anticipado que no había manera de que no muriera joven por su modo de vida y resultó una profecía autocumplida. Y aunque a algunos les preocupaba genuinamente su salud, como a su antiguo amigo Elton John –con quien grabó en dueto en 1991 la más exitosa versión de Don’t let the sun goes down–, los medios británicos sólo lo espectacularizaron, y hasta esa amistad se rompió cuando Rocketman le sugirió públicamente que se rehabilitara.
“Fuck off”, respondió Michael, que se decidió a vivir como quería, pasando de sus “agujeros negros” a fiestas de varios días, en una guerra moral con los tabloides, pero sin nunca blindarse realmente: ni siquiera tenía seguridad en su casa para frenar la guardia permanente de los paparazzi.
Sus vecinos lo adoraban. En el documental The last days… (este año se reestrenó también Freedom Uncut en cuya producción Michael trabajó hasta su muerte) lo recuerdan como un tipo afable que donaba su dinero a obras de caridad en el más absoluto silencio. “Si alguien te quiere hacer mal, va a encontrar la manera. No quiero vivir preocupándome por eso”, le dijo a Jane Moore en 2004.
¿Logró vivir como quería al menos? Tal vez lo más cercano a la verdad es que vivió como pudo de acuerdo a su tiempo. Pero quién sabe, quizá sí murió como hubiera querido. Amaba la Navidad y, en The last days…, una de sus vecinas cuenta que llegó a ver pasar la última procesión de Nochebuena en Highgate desde su ventana.
La prensa, en cambio, sólo contaría los detalles escabrosos: el peso de su corazón dilatado, el dealer de metadona, los kilos que había subido, cuántos y quiénes fueron a las últimas fiestas, las cosas que intentó robarse su novio de la casa que compartieron. En definitiva, él mismo lo había anticipado: “Con el tiempo todos se van a olvidar de esta basura, pero mi música quedará”.
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