Como los grandes yudocas, Peter Michael Falk hizo de su debilidad una fortaleza. A comienzos de los 70, cuando llegó al casting de “Columbo” a los 44 años, supo moldear en su favor a un personaje que aún no era el perfecto antihéroe que sería. Falk, de un metro sesenta y ocho, ojo derecho de vidrio y problemas de dicción, tenía experiencia en teatro, televisión y cine: entendía, con claridad, que no estaba para un James Bond ni para un detective duro del noir estilo Humphrey Bogart y que debía (re)crear a un investigador sin glamour ni sex appeal. O mejor, con un sex appeal distinto: el del héroe sin atributos. Lo recuerdan: Columbo -construcción de Falk- tenía la rara perfección de los fuera de norma. Fue, sigue siendo, un perdedor brillante.
Desaliñado, torpe, disperso, siempre agudo, Columbo se convirtió en la bisagra consagratoria en la carrera de Falk. Pero la vida del actor había empezado mal e iba a terminar peor (bueno, qué vida no termina peor, ¿no?). Hijo de inmigrantes de Europa del Este, de madre rusa y padre polaco, nació en Nueva York el 16 de septiembre de 1927. A los tres años, le descubrieron un cáncer maligno en el ojo derecho: tuvieron que extirpárselo y colocarle una prótesis ocular de cristal. Le siguió una infancia a puro bullying en el colegio; luego, una juventud con rechazos sentimentales y laborales, aunque no en todos los casos.
Lean lo que publicó The New York Times tras su muerte, el 23 de junio de 2011 en Beverly Hills, Los Ángeles: “La prótesis ocular de Falk les dio a sus personajes una mirada peculiar, casi socarrona. También tenía un problema de dicción que le hacía pronunciar la ele con un sonido raro que venía desde el fondo de su garganta y que era especialmente enfático cada vez que pronunciaba el nombre Columbo en la serie”. Como si los “defectos” del actor se transformaran en virtudes de su personaje. Y así era. El teniente Columbo, sin nombre de pila -aunque en su placa, mostrada fugazmente, figurara como Frank-, con un perro llamado Perro y una esposa omnipresente aunque no lo viéramos, se mantiene nítido, intacto, invulnerable al paso del tiempo, doce años después de la muerte de Falk.
PIRATA, MARINE O ACTOR
El primer papel que interpretó, a los 12 años, fue en la obra teatral “Los piratas de Penzance”. Su sueño era ser marine y, más adelante, sería combatir en la Segunda Guerra Mundial. En la Armada estadounidense lo rechazaron -y tal vez le salvaron la vida- por la prótesis ocular. Entonces activó el plan B: ser cocinero en la marina mercante, oficio del que se aburrió al tiempo y que no le permitía estudiar. En 1951, lejos de su realidad oceánica, obtuvo un título en Ciencia Política en la Universidad de Siracusa. Luego, trabajó como administrativo. Luego, intentó entrar en la CIA: recibió un nuevo rechazo por cuestiones físicas. “No sabía qué hacer de mi vida”, reconocería mucho después. Sus pulsiones parecían arrastrarlo hacia la acción; la encontraría, como artista, en el mundo ficcional.
Su debut profesional como actor fue en 1956 con “Don Juan”, de Moliere, en el off Broadway. También le gustaba dibujar y pintar, aunque era notorio que su mayor talento era lo histriónico y que las puertas de la televisión y el cine se le abrirían tarde o temprano. Sin embargo, la discriminación seguía siendo un límite temible. Harry Cohn, directivo de Columbia, dijo una frase que quedó en la historia del bochorno: “Por el mismo precio, puedo tener un actor con los dos ojos”. Según Falk, Cohn no era el único que, expresándolo con mayor o menor brutalidad, pensaba así: “Más de una vez me dijeron que jamás haría cine ni televisión debido a mi ojo de cristal”.
Alivia pensar que les puso la tapa a los pragmáticos del prejuicio. Desde 1957 participó en series como “Los Intocables”, “La dimensión desconocida”, “Doctor Kildare” y los ciclos “Alfred Hitchcock presenta” y “La hora de Alfred Hitchcock”. En 1958 llegó el cine a través de “Muerte en los pantanos”, de Nicholas Ray. Sus filmes siguientes, “El sindicato del crimen” (Murder, Inc), de Burt Balaban y Stuart Rosenberg, y “Un gángster para un milagro”, de Frank Capra, le valieron nominaciones al Oscar como actor de reparto. No los ganó. Pero en 1961, cuando compitió por “El sindicato...”, hizo un papelón inolvidable. Al escuchar el nombre Peter cuando anunciaban el ganador, creyó que era él y celebró con énfasis. Se trataba de Peter Ustinov, premiado por “Espartaco”. Falk, creemos, no volvió de la muerte, pero sí del ridículo.
Brilló también con un amigo y compañero de juerga, el actor y director John Cassavetes, pionero del cine norteamericano independiente y, para decirlo sin vueltas, un genio. Cassavetes dirigió a Falk en “Maridos” (el dream team protagónico era Cassavetes, Falk y Ben Gazzara) y en “Una mujer bajo influencia”, con Gena Rowlands. Dos obras maestras del cine de autor, opuesto al de la industria. Al principio, Falks no entendía el modo de rodar de Casavettes, basado en la improvisación de los intérpretes, y declaró: “En ‘Maridos’ no comprendía qué diablos quería hacer. Traté de ser diplomático pero la verdad es que quería matarlo. Le dije: me gustaría volver a trabajar con vos como actor, no como director”. Después reconoció el talento sin límites de Cassavetes. Y, en la era post Columbo, siguió haciendo filmes con grandes directores, como “Las alas del deseo”, de Wim Wenders.
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LA ERA COLUMBO
En los 60, Richard Levinson y William Link, guionistas y productores, crearon a Columbo basándose en el juez Porfiri Petróvich, personaje de “Crimen y castigo” que descubre al asesino a través de conversaciones filosóficas con Raskolnikov, precisamente el asesino (perdón por el spoiler). Del mundo de Dostoievski, Levinson y Link pasaron a un especial televisivo de la cadena NBC, “Homicidio por prescripción”, estrenado el 20 de febrero de 1968, con Columbo como protagonista. El 1 de marzo de 1971 retomaron al personaje en “Rescate por un muerto”, con tanto éxito que los contrataron para hacer una serie sobre el detective de homicidios de la policía de Los Ángeles. Los productores tentaron a Bing Crosby y a Lee J. Cobb para el papel, pero ambos contestaron que no. Recién ahí pensaron en Falk, quien les había pedido varias veces que lo probaran en ese rol. Finalmente, el descartado terminaría siendo el intérprete ideal.
La serie, emitida entre 1971 y 1978, fue un exitazo mundial; volvió, esporádicamente, entre 1989 y 2003: un total de 69 episodios. Falk ganó cuatro premios Emmy y un Globo de Oro e intervino en los guiones. “Columbo” tuvo directores de primer nivel, como Steven Spielberg -a los 25 años, dirigió el primer capítulo, estrenado el 15 de septiembre de 1971-, Cassavetes y Jonathan Demme; guionistas como Steven Bochco; compositores musicales como Henry Mancini y actores invitados -que solían interpretar a personajes arrogantes de clase alta, en general asesinos- como Dick Van Dycke, Faye Dunaway, Cassavetes, Martin Landau, Janet Leigh, Ricardo Montalbán, Leonard Nimoy o Johnny Cash. En 1975, Falk cobraba 125 mil dólares por episodio, una de las sumas más importantes pagadas por la industria televisiva de aquel momento.
El vestuario de Columbo, incluido su sobretodo y su ropa gastada, era de Falk, quien le agregó al personaje características y tics creados por él, como buscar algo en el bolsillo y sacar una lista de compras, pedir siempre prestada una lapicera o distraerse con objetos irrelevantes en las casas de los sospechosos. A la frase icónica, “Sólo una cosa más...”, le agregó otras como “Mi esposa dice...” o “Hay algo que me preocupa...” Se movía en un auto extraño, un Peugeot 403 descapotable de color incierto y con una radio de policía. El auto tenía tan mal aspecto que la fábrica Peugeot decidió regalarle un auto nuevo a Falk para mejorar la imagen de la marca.
Hasta la limitación visual del actor sirvió para darle características a Columbo. En la grabación de series, a los actores se les suele marcar el piso con una cinta para que sepan por dónde moverse, en sincronía con los movimientos de cámara y las luces. Como Falk no veía bien, se detenía con la mirada hacia abajo, buscando las marcas, en un acto que parecía pensativo. Un gesto que tomó para su disperso Columbo. Su ojo de vidrio fue incluido también en una broma. En el episodio “El rastro del crimen”, de 1977, Columbo le pide a otro personaje que lo ayude a reconstruir la escena de un crimen y le explica: “Tres ojos ven mejor que uno”.
SIN FRONTERAS
El éxito de la serie se replicó en lugares remotos y ajenos al modo de vida estadounidense, como Japón o los países de Europa del Este. Cuando el emperador Hiroito visitó los Estados Unidos a mediados de los 70, le preguntaron a qué famosos norteamericanos le gustaría conocer. Respondió: John Wayne y Columbo (no Peter Falk, eh, Columbo). Pero lo más curioso ocurrió en la Rumania comunista, bajo el régimen de Nicolae Ceausescu. En 1974, cuando se terminaron los episodios de esa temporada de “Columbo”, los espectadores pensaron que se trataba de un acto de censura y se generó un malestar colectivo tal que el gobierno rumano le rogó a Falk que aclarara la confusión. La reunión fue en un hotel de Nueva York, donde enviados rumanos le explicaron al actor que Columbo era un ídolo “como Elvis Presley” en su país, y le pidieron que grabara un mensaje tranquilizador para sus fans rumanos. Falk lo hizo.
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En 1987, un equipo estaba rodando “El secreto de la pirámide de oro”, con Cyndi Lauper y Jeff Goldblum, en Los Andes ecuatorianos. Falk tenía un papel secundario. De pronto, de unas casitas aisladas en la zona cordillerana surgieron chicos aborígenes gritando “Columbo, Columbo”. El actor dijo: “Sentía que estaba en otra civilización, en otra época, y de pronto vi antenas que salían de unas casitas precarias y me quedé boquiabierto cuando vi a esos chicos, descendientes de los incas, gritando el nombre del personaje”. El fenómeno se repetía, muchos años después de terminada la serie, a escala planetaria.
BATALLA FINAL
Cuando empezó a interpretar a Columbo, Falk estaba casado con Alyce Mayo, a la que había conocido en la universidad y que fue su esposa entre 1960 y 1976. La pareja no podía tener hijos y adoptó dos nenas chicas, Catherine y Jackie. De adultas, Jackie iba a tener bajo perfil; Catherine, en cambio, se transformaría en consejera familiar, luego en detective privada (no ficcional, sino real) y finalmente cobraría notoriedad por una disputa en torno de su padre. El comienzo del conflicto se remonta a 1977, cuando Falk comenzó una relación con Shera Danese, actriz 22 años menor que él, a la que había conocido durante la grabación de la serie. Ese mismo año se casaron y la relación con la familia de él se tensó y más tarde se rompió.
En 2007, Falk intentó volver a interpretar a Columbo, pero ese año le diagnosticaron un cuadro de demencia, probablemente como efecto del Alzheimer. En 2009 quedó bajo la custodia de Danese porque un juez de Los Ángeles lo declaró incapacitado para manejarse solo. Una cirugía de reemplazo de cadera, en 2010, deterioró aun más su salud. Catherine acudió a la justicia y confrontó con la segunda esposa de Falk por la custodia de su padre y la de sus bienes, por un valor de cientos de millones de dólares. La disputa fue in crescendo.
En 2011, tras la muerte de Falk a los 83 años, Danese heredó la mayor parte de la fortuna (luego creó una fundación por los derechos de las personas mayores y discapacitadas) y las hijas de actor, que ni siquiera fueron invitadas al funeral de su padre, recibieron apenas un diez por ciento. El médico que le había hecho las pericias a Falk en medio de la disputa judicial feroz declaró que, durante sus últimos años, el actor no recordaba haber interpretado a un personaje llamado Columbo y que tampoco sabía quién era ese policía. En síntesis, Falk era una de las pocas personas del mundo que había olvidado a su creación inmortal.
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