“Yo nunca quise matar. Soy un servidor del fuego… el fuego es mi amo. Es por eso que causo los incendios”, dijo Peter Dinsdale, que para entonces se había cambiado el nombre por Bruce Lee, como el actor karateca, cuando comenzó a confesar su retahíla de crímenes como pirómano hasta llegar a la suma de 26 víctimas.
Corría diciembre de 1979 y Dinsdale llevaba por entonces seis años y medio incendiando casas y, en muchos casos, causando la muerte de sus habitantes, desde que el 23 de junio de 1973, cuando todavía no había cumplido 13 años, prendió fuego la vivienda de la familia Ellerington, en la ciudad de Kingston upon Hull sin que nadie sospechara de él.
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El incendio había conmocionado a la tranquila ciudad británica porque le costó la vida a uno de los chicos que vivían allí, el pequeño Richard, de apenas seis años. El horror no se debió entonces solo a la muerte de la criatura sino a las circunstancias en que se produjo.
Cuando comenzó el fuego, toda la familia dormía. Estaban los padres de Richard, sus dos hermanos y otros dos chicos a los que uno de los chicos mayores había invitado a jugar hasta tarde y pasar allí la noche.
Richard dormía solo en la habitación del frente de la casa, mientras que los otros cuatro chicos habían armado campamento con colchones en el piso en otro dormitorio. Los padres se despertaron por el humo que venía de la parte delantera de la casa y corrieron a sacar a sus hijos y los amigos.
En la desesperación, creyendo que todos dormían en la habitación donde se habían quedado jugando, corrieron hacia allí y los hicieron salir hacia el jardín de fondo. Recién en ese momento se dieron cuenta de que Richard no estaba, pero ya era tarde: el fuego, que se propagaba rápidamente, les impidió entrar a buscarlo.
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Los peritos del Departamento de Bomberos determinaron después que el incendio era intencional, iniciado afuera de la casa, pero pese a interrogar a todo el barrio, la policía no encontró ningún testigo que permitiera identificar al pirómano asesino.
La muerte de Richard espantó a los vecinos, que se congregaron en el cementerio para despedir los restos del chico a quien todos querían y mimaban porque sufría una leve discapacidad. También fueron representantes del colegio especial al que asistía, que llevaron a algunos de los alumnos mayores, entre los cuales se contaba un chico de 12 años que padecía de una leve cojera en su pierna derecha y se llamaba Peter Dinsdale.
Seis años más tarde, cuando confesó todos sus crímenes, Dinsdale aseguró que no sabía que su compañerito de escuela Richard vivía allí, que había elegido casualmente esa casa para perpetrar su primer incendio mortal.
De allí en más no se detendría.
Un chico con problemas
Peter George Dinsdale nació en Manchester el 31 de julio de 1960. Su madre se ganaba la vida como prostituta y nunca se supo quién era su padre biológico. Pasó los primeros años de su vida con la abuela materna, que periódicamente lo dejaba en algún orfanato y después, quizás carcomida por la culpa del abandono, lo llevaba nuevamente a su casa.
Además, Peter tenía graves problemas de salud. Nació con una hemiplejía espástica congénita en las extremidades derechas, lo que lo dejó con una cojera en esa pierna y una compulsión a mantener su brazo derecho contra el pecho. Con el tiempo, tuvo también episodios de epilepsia y le descubrieron una discapacidad mental leve.
Pasó la infancia escuchando, en el barrio donde vivía y en la escuela especial, cómo los otros chicos lo llamaban con un apodo doloroso y cruel: “el tonto Peter”.
Era un chico tímido y tranquilo, que solía pasar el tiempo en el jardín delantero de la casa de su abuela fascinado por las llamas de las pequeñas fogatas que él mismo encendía con las ramas que encontraba. Hasta que decidió pasar a mayores.
Cuando tenía diez años –contaría a la hora de confesar– perpetró su primer incendio, cuando prendió fuego un negocio de su barrio. Era de noche y el local estaba cerrado, lo que evitó que hubiera víctimas.
Dos años después se cobró su primer muerto, Richard Ellerington.
Convertido en Bruce Lee
Terminó la primaria en la escuela especial y ya no pudo estudiar más. Durante la adolescencia trabajó de ayudante de albañil y de jardinero, aunque no duraba en los empleos porque su discapacidad física lo hacía lento. El apodo “el tonto Peter” que le habían endilgando, lo seguía persiguiendo.
Por esa época se volvió fanático de las películas de Bruce Lee. Admiraba al actor karateka e imitaba sus gestos, lo cual le valía nuevas burlas impiadosas.
Una casualidad le permitió identificarse todavía más con el experto en artes marciales. Su madre, a la que veía esporádicamente, dejó la prostitución y se casó con un hombre de apellido Lee. El adolescente exigió entonces que le cambiaran legalmente el nombre y así Peter Dinsdale comenzó a llamarse Bruce Lee.
Para entonces era evidente que el karate no era lo suyo, pero su pasión por el fuego lo había transformado en un verdadero experto en provocar incendios que ya tenía varias víctimas en su haber.
Una cadena de incendios
Después de quemar la casa de la familia Ellerington y provocar la muerte del hijo meno, Dinsdale –porque todavía seguía llamándose así– demoró cuatro meses en reincidir y volver a matar con fuego.
El 12 de octubre de 1973, Bernard Smythe, un solterón casi ermitaño que vivía solo, murió quemado en su pequeña casa de Kingston upon Hull. Lo encontraron achicharrado sobre un sillón de tres cuerpos que tenía en la sala, donde solía dormir.
Las pericias determinaron que el incendio había comenzado a partir de una combustión de parafina, pero nadie sospechó que fuera un crimen. El hombre tenía dos calentadores de parafina en la habitación y, además, se encontraron restos de una vela. La hipótesis fue que, como se había producido un corte de luz, Smythe la había encendido antes de quedarse dormido y que la llamas se propagaron cuando la vela cayó sobre la alfombra.
No se investigó más y sólo cuando Dinsdale –que ya se llamaba Bruce Lee– confesó su autoría se supo que había sido un incendio intencional.
La periodicidad de los incendios de Dinsdale pareció entonces acelerarse con la velocidad de propagación del fuego sobre materiales propicios. Apenas 15 días después de matar a Smythe, provocó un nuevo incendio, que le costó la vida a David Brewer.
Brewer tenía 34 años y estaba reponiéndose de un accidente de trabajo en la casa de su madre, que le había acondicionado una cama en el living para tenerlo con ella y poder atenderlo mientras se recuperaba.
La señora no estaba la noche del 27 de octubre de 1973, cuando David gritó desesperado al despertarse envuelto en llamas sobre el sofá. Un vecino pudo entrar –la puerta estaba sin llave– y trató de socorrerlo apagando el fuego con toallas mojadas. Agonizó durante una semana en el hospital antes de morir.
La rápida intervención del vecino impidió que el fuego se propagara más allá del sofá, el piso de linóleo que lo circundaba, una estufa de querosene y un improvisado tendedero de ropa que había en la habitación. Los bomberos dijeron que el incendio se había iniciado cuando el fuego de la estufa alcanzó una de las prendas que estaban colgadas para que se secaran en el tendedero.
Archivaron el hecho como un accidente, y siguió así hasta que Peter Dinsdale–Bruce Lee contó la verdad.
“Causas fortuitas”
En los años siguientes, el pirómano Dinsdale siguió incendiando y matando impunemente. No debido a que no lo encontraban sino porque en cada caso se supuso que el fuego se había iniciado por algún desgraciado hecho fortuito.
La noche del 23 de diciembre de 1974, la víctima fue Elizabeth Rokahr, una viuda de 82 años con problemas motrices, que murió al incendiarse por completo su pequeña casa. Era una fumadora empedernida y se creyó que el fuego se había iniciado porque se durmió con un cigarrillo encendido.
Andrew Edwards no había cumplido un año cuando murió quemado en su cuna. El bebé y sus dos hermanos habían quedado al cuidado de su bisabuela para que los padres pudieran ir al cine. Los dos chicos más grandes, de 3 y 4 años estaban jugando en la planta baja y, cuando se inició el fuego en un armario, la mujer alcanzó a sacar a los dos chicos y dejarlos en manos de unos vecinos. Quiso volver a entrar para rescatar a Andrew, que dormía en el piso superior, pero la detuvieron porque el fuego ya había tomado prácticamente toda la casa.
La versión oficial fue que los dos chicos, en un descuido de la bisabuela, habían tomado la caja de fósforos que estaba en la cocina y encendido algunos para jugar.
Cuando se quemó la casa de la familia Thacker, el 2 de enero de 1977, se creyó también que las llamas empezaron por una causa fortuita. En ese caso por una chispa que había saltado de la chimenea encendida en el living. La señora Thaker pudo sacar a su hija mayor, pero no a la pequeña Katrina, de seis meses, que dormía en el piso superior.
La mujer juró que la estufa no estaba encendida, pero la policía y los bomberos creyeron que lo decía por culpa o, quizás, porque lo había olvidado por impacto del shock.
Todos casos de incendios accidentales que solo pudieron esclarecerse cuando Peter Dinsdale los confesó.
Once muertos en un solo fuego
La piromanía de Dinsdale se cobró once muertes en un solo incendio el 5 de enero de 1977, cuando prendió fuego una residencia de Wensley, alquilada por el municipio local para transformarlo en albergue para personas mayores.
Esa noche, el sereno vio una columna de humo saliendo del primer piso y llamó por teléfono a los bomberos, que no demoraron en llegar. Sin embargo, fue tarde. La mayoría de las personas que dormían allí tenían problemas de movilidad, por lo que no pudieron escapar.
Las crónicas registran que perdieron la vida ahogados por el monóxido de carbono o quemados por las llamas Harold Akester, de 95 años; Victor Consitt, de 83 años; Benjamín Phillips, de 83 años; Arthur Ellwood, de 82 años; William Hoult, de 82 años; William Carter, de 80 años; Percy Sanderson, de 77 años; John Riby, de 75 años; William Beales, de 73 años; Leonard Dennett. 73 años; Arthur Hardy, 65 años.
Dinsdale provocaría todavía tres incendios más antes de ser capturado, con lo que la suma de víctimas fatales ascendió a 26. La mayoría eran adultos mayores o niños de corta edad.
Nadie sospechaba de Peter Dinsdale–Bruce Lee, “el tonto Peter”, ayudante de jardinero y de albañil, hombre de hábitos pacíficos y algo corto de entendimiento.
El último fuego y la captura
Bruce Lee, como ya se llamaba Dinsdale, encendió su último fuego el 4 de diciembre de 1979 en la casa de la familia Hastie, en Hull, donde murieron los tres hijos del matrimonio.
Esa fue la primera vez que alguien vio a un sospechoso. Alarmado por el fuego, un vecino observó como un hombre corría cojeando y se subía a un auto marca Rover. Con esos dos datos, la policía detuvo finalmente a Bruce George Lee, que media hora después, ya en la comisaría, confesó la autoría del incendio.
Y no solo eso: enumeró todos sus incendios anteriores, incluidas las fechas aproximadas, aunque sin dar explicaciones de cómo los había provocado.
Con el avance de los interrogatorios, también comenzaron a aparecer las dudas: el pirómano confeso se contradecía de un día al otro y no daba precisiones. Hubo quienes pensaron que Dinsdale–Lee era en realidad un mitómano que alimentaba su historia con las crónicas que había leído en los diarios.
El caso fue elevado a juicio en enero 1981 en el Tribunal de la Corona de Leeds, donde el pirómano se declaró inocente de 26 cargos de asesinato, pero culpable de 26 cargos de homicidio involuntario por motivos de responsabilidad disminuida, y de 11 cargos de incendio provocado.
Los fiscales aceptaron las declaraciones de culpabilidad, diciendo que no era de interés público incurrir en los gastos de un juicio.
Por decisión de los jueces, Dinsdale–Lee fue internado en el Hospital Especial de Park Lane de la ciudad de Liverpool y luego trasladado al Rampton Secure Hospital.
Comenzó a tener salidas transitorias en 2016, sin que la justicia informara a los familiares de las víctimas. Por eso, cuando en junio de ese año Dinsdale fue fotografiado por un reportero gráfico del Daily Mirror al salir del centro de salud y pasean frente a las puertas de una escuela hubo fuertes reclamos a la justicia británica.
“Es un peligro para la sociedad. La idea de él caminando cerca de los niños me enferma. La policía siempre dijo que nos mantendría informados de lo que estaba pasando con él en cada etapa, pero no nos avisaron”, le dijo a ese diario inglés Roz Fenton, una mujer que perdió a su bebé por nacer al quedar atrapada en uno de los incendios provocados por el pirómano.
Y agregó indignada: “Es insólito, no deberían permitirle salir nunca”.
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