“Así es mejor porque no habla”, respondió Manuel Delgado Villegas (a) “El Arropiero”, cuando el inspector Salvador Ortega le preguntó, sin poder evitar el horror, por qué había regresado durante tres días al descampado para violar a la muerta.
Corrían los últimos días de enero de 1971 y el policía Ortega no sabía todavía que había capturado al mayor asesino en serie de la historia criminal de España. En ese momento, Delgado Villegas -que de inmediato mostró ser hombre corto de entendederas- solo estaba acusado de asfixiar a Antonia Rodríguez, una discapacitada mental de 38 años a la que se conocía como su novia. Y de violarla por lo menos tres veces después de muerta.
Sospechoso precisamente por ser conocido como el novio de “Toñi”, como todos llamaban a la víctima, “El Arropiero” intentó primero esquivar la acusación diciendo que, cuando la mujer había sido asesinada, él estaba en el cine y mostró una entrada.
La coartada se le cayó enseguida. Primero porque solo el asesino podía saber cuándo habían matado a “Toñi”, y segundo porque cuando el inspector Ortega le pidió que le contara la película que decía haber visto demostró no tener idea de qué se trataba.
Cuando vio que no tenía escapatoria, confesó con lujo de detalles por qué y cómo la había asesinado entre los pastos del potrero de Puerto Santa María, Cádiz.
Contó que la tarde del 18 de enero la pasó a recoger en moto a su casa del Puerto y la llevó en moto hasta el potrero, donde tuvieron sexo. Que hasta ahí todo iba bien, pero que de pronto “Toñi” le pidió cambiar de posición y que eso lo enfureció, porque pensó que en esa posición había tenido relaciones con otros hombres. Que por eso la mató, asfixiándola con su remera y se fue, pero que después volvió tres veces en los días siguientes.
“Claro que volví a hacer el amor con ella, tres días seguidos. Y me tocaba otra vez hoy, si no es por ustedes. ¿No era mi novia? Viva o muerta, era mía. Estaba tan guapa”, le dijo al inspector Ortega.
Cuando pudo vencer la náusea que amenazaba con hacerlo vomitar, el inspector Ortega pensó que el caso estaba resuelto y que solo le quedaba poner al asesino a disposición de la justicia para olvidarse de él, si podía.
No pudo: Delgado Villegas le dijo que quería seguir hablando, porque “Toñi” no era su única muerte, que durante años había matado personas y que sumaban 48, entre hombres y mujeres, si los cálculos no le fallaban porque le costaba hacer las cuentas.
Se abrió así una de las mayores investigaciones criminales de España, en la cual la policía sólo encontró a 22 de las víctimas y pudo probar la autoría de Manuel Delgado Villegas -español, de 28 años- en apenas siete.
“Arropiero”, por el arrope
Según los documentos que portaba, Villegas Delgado había nacido en Sevilla el 25 de enero de 1943, en un parto durante el cual había muerto su madre. Lo crió su padre, vendedor de golosinas de arrope, lo que le valió desde chico que lo conocieran como “El Arropiero”.
No sabía leer ni escribir, en parte por su bajo cociente intelectual, pero también porque su padre -que tenía la costumbre de golpearlo diariamente- no lo mandó a la escuela.
Quizás para escapar de ese infierno, cuando cumplió 18 años se alistó en la Legión Extranjera, donde lo único que aprendió bien fue a manejar armas y a dar “el golpe del legionario”, un impacto seco con el canto de la mano en el cuello de las víctimas, método que luego utilizó en varios de sus crímenes.
El paso por la Legión no ayudó a socializarlo sino todo lo contrario. Volvió violento y agresivo, con un plus que empeoraba todo: había aprendido a matar.
Después de la baja no quiso volver a la casa paterna y empezó a llevar una vida nómada por España y otros países europeos, durante la cual se hizo adicto a las drogas. Para sobrevivir vendía su sangre en hospitales privados y ejercía la prostitución, tanto con hombre como con mujeres.
Para esta última ocupación -según los informes médicos que la justicia española pidió luego de su detención- lo ayudaba su anaspermatismo o ausencia de eyaculación, que le permitía prolongados coitos sin perder la erección.
El perfil del criminal que los especialistas le ofrecieron a la justicia se sintetizaba así: “El Arropiero” era un sujeto dominado por un sentimiento de inferioridad cuyos episodios de violencia eran desatados por una mezcla de impulsos sexuales desenfrenados, ira al sentirse menospreciado por su retraso mental y una percepción de la realidad completamente trastocada.
Todo eso lo llevó a matar.
Los crímenes probados
Según su propia declaración, Manuel Delgado Villegas cometió su primer asesinato el 2 de enero de 1964, cuando tenía veinte años.
Ese día mató golpeándole la cabeza con una piedra a Adolfo Folch, un turista que dormía la mona en la playa de Garraf, en Barcelona, para robarle la cartera y el reloj.
Luego de ese crimen, aseguró, había cometido otros 47, de los cuales la policía y la justicia solo pudieron probar seis.
Su segunda víctima fue una francesa hippie de 21 años, Margaret Boudrie, a la que asesinó el 20 de julio de 1967 de una puñalada en la espalda y un fuerte golpe en la cara en una masía en Ibiza. Al confesar, “El Arropiero” quiso dejar en claro que, como en el caso de “Toñi”, había abusado de la chica después de muerta.
Otro de los asesinatos que se le pudieron probar fue el de Venancio Hernández, un hombre que se creía que había muerto ahogado al caer accidentalmente en el río Tajuña, en jurisdicción de Madrid, el 20 de julio de 1968.
Delgado Villegas le contó a la policía que ese día se cruzó casualmente con Hernández y le pidió que le diera algo de comer o algunas pesetas para comprar pan y que el hombre le contestó que si quería comer, fuera a trabajar.
“Me ofendió”, explicó “El Arropiero”, y eso lo llevó a matarlo con “el golpe del legionario”, robarle el dinero que llevaba encima y tirarlo al río para que pareciera un accidente.
Volvió a matar en Barcelona el 5 de abril de 1969. Ese crimen tuvo amplia cobertura mediática, porque la víctima era el millonario Ramón Estada, hombre prominente de la ciudad. Delgado Villegas explicó que Estrada era uno de sus clientes habituales, que solía contratar sus servicios sexuales por 300 pesetas.
La noche del asesinato, relató, permaneció mucho más tiempo que el habitual con el millonario por lo que quiso cobrar mil pesetas en lugar de la tarifa habitual. Como Estrada se negó, lo mató a golpes con la pata de una silla y después, para asegurarse, lo estranguló.
Su quinta víctima probada fue una mujer de 68 años, Anastasia Borrella, que trabajaba en la cocina de un bar de Mataró. La noche del 23 de noviembre de 1969 regresaba a su casa cuando “El Arropiero” le pidió mantener relaciones sexuales. Como respuesta, la víctima lo amenazó con llamar a la policía. “La maté golpeándola con un ladrillo en la cabeza y la escondí en un túnel. Ahí hice varias veces el amor con ella”, contó.
El 3 de diciembre de 1970 en El Puerto de Santa María perpetró su sexto asesinato confirmado: su amigo Francisco Marín, de 24 años, le hizo insinuaciones sexuales que no le gustaron y entonces le dio el “golpe del legionario”, aunque no alcanzó a matarlo. Para acabar con él, explicó “El Arropiero”, lo estranguló hasta que dejó de respirar.
Un mes más tarde, se cobró la última víctima, su novia “Toñi”, que tuvo la mala idea de proponerle cambiar de posición mientras tenían relaciones sexuales.
Psiquiátrico en lugar de cárcel
Luego de su detención Manuel Delgado Villegas demoró seis años y medio en conseguir un abogado defensor, lo que lo llevó a batir otro récord, además de su raid de asesinatos: el de ser el detenido con la prisión preventiva sin protección legal de la historia criminal de España.
Durante todo ese tiempo, un verdadero ejército de psiquiatras y otros expertos forenses lo sometió a exámenes que coincidieron en calificarlo inimputable por estar mentalmente desequilibrado.
En 1978, finalmente, la Audiencia Nacional archivó su causa y lo internó en el Psiquiátrico Penitenciario de Carabanchel. Años después lo trasladaron al psiquiátrico de Santa Coloma de Gramanet, para que estuviera cerca de los únicos familiares que le quedaban, unos primos lejanos.
Para entonces, “El Arropiero” se había ganado otro apodo por su imagen desharrapada, pelambre enredada -se negaba sistemáticamente a que le cortaran el pelo- y su casi nula comunicación con los demás pacientes: “El Robinson de los psiquiátricos”.
Tras 26 años entre cárceles psiquiátricas y sanatorios, falleció el 2 de febrero de 1998 en el Hospital de Can Ruti de Badalona, a los 55 años, debido a una neumonía de la que no pudo recuperarse.
Mientras estuvo internado, Manuel Delgado Villegas concedió una sola entrevista periodística. El elegido fue Juan Ignacio Blanco, director de la revista policial El Caso. “Todo el tiempo que estuve hablando con él, con los barrotes de por medio, estuvo masturbándose con el pene por fuera de los pantalones. Lo hacía como si fuera lo más normal del mundo”, relató en su crónica.