Meryl Streep: el duelo de un amor trágico, una cachetada y una amistad a prueba de todo con Pacino y De Niro

Estudió Drama en Yale y pensó que iba a ser actriz de teatro, pero se fascinó en el cine con el actor de Taxi Driver. Su breve e intensa relación con John Cazale marcó su vida para siempre y la hizo forjar un cariño definitivo con el actor de Scarface. ¿Cómo se formó la artista con el récord de nominaciones al Oscar?

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Meryl Streep, la mejor actriz
Meryl Streep, la mejor actriz de su generación (AP)

Hace unos meses, en una gala homenaje en la Universidad de Texas en Austin, Meryl Streep contó una anécdota de cuando todavía era una estudiante de Teatro en Yale que cubría sus gastos limpiando baños en New Haven, a dos horas en tren de su Jersey natal. Era 1973 y acababa de terminar primer año cuando ella y sus amigos se enteraron que su compañero de la facultad Michael Moriarty había quedado en el casting de una película importante.

La película era La muerte de un jugador, de John D. Hancock, y Streep dice que cuando fue a verla con sus amigos, todos quedaron impresionados: “Michael estaba genial, pero ese chico que habían encontrado en el sur, ese chico que claramente no era actor, había hecho una interpretación increíble. Debían de haber dado vuelta los Apalaches para encontrarlo”.

Pero dos meses después, cuando volvieron al cine a ver Calles peligrosas, la última de Scorsese, “ahí estaba el mismo tipo, el mismo chico. Sólo que ya no era lento ni sureño: ahora era un punk de New York, malísimo, que hablaba rápido y tenía la viveza de la calle. Nos voló la cabeza. Nos quedamos a los créditos para ver su nombre. Dije, ‘Por Dios, es italiano. Se llama Robert De Niro y sí es un actor. Quedé fascinada”, contó la actriz que pocos años después se reuniría en la pantalla con su ídolo en El francotirador (1978) y formaría con él una de las parejas más románticas de todos los tiempos en Enamorarse (1984).

Meryl Streep y Robert De
Meryl Streep y Robert De Niro en El Francotirador

“Con los años, me preguntaron muchas veces quién era la actriz que más admiraba, la carrera de qué actriz era una inspiración para mí. Y claro, tengo una lista larga de mujeres que admiro: Geraldine Page, Colleen Dewhurst, Vanessa Redgrave, Maggie Smith, Carole Lombard y Barbara Stanwyck... Pero, realmente, la segunda vez que vi a Robert De Niro, me dije ‘ese es el tipo de actor que quiero ser, eso quiero hacer. Y quiero hacerlo con el compromiso y la pasión y la habilidad técnica y la belleza con que lo hace él. De Niro ha sido mi faro por 50 años”, cerró antes de presentarlo.

Todo el talento de quien es considerada la mejor actriz de su generación –al punto de que un dicho popular en Hollywood asegura que “ninguna actriz nacida antes de 1960 puede conseguir un papel a menos que Meryl lo haya rechazado antes”– cabe en esa anécdota: aún en sus comienzos, Streep no conocía de limitaciones de ningún tipo, ni siquiera las del género. Era una artista por sobre todas las cosas e iba a burlarse muchas veces de los roles asignados para reescribirlos en cada uno de sus papeles, no menos versátiles que los de su admirado De Niro. Su madre, Mary Wilkinson Streep, fue una artista plástica y editora de una revista de Decoración que la formó para que jamás dudara de sí misma: “Fue mi mentora. Me decía ‘Meryl, vos sos capaz, sos genial’. Era su forma de decir: ‘Podés hacer lo que sea que te pongas en la cabeza. Si sos vaga, no lo vas a lograr. Pero si te enfocás, podés hacer cualquier cosa que quieras’”, le dijo a Vanity Fair en 2015.

Su padre, Harry William Streep, fue un ejecutivo farmacéutico de ascendencia alemana. Sus hermanos menores, Harry y Dana, también serían actores. Todos recibieron educación presbiteriana y asistieron a la secundaria de Oak Street donde Meryl comenzó a destacarse en las obras escolares. Nacida el 22 de junio de 1949, cuando a los 12 fue seleccionada para cantar en un musical del colegio, su madre la llevó a tomar clases de ópera con la famosa soprano Estelle Liebling: el principio era siempre el mismo, nada debía hacerse a medias; “podés hacer cualquier cosa que te propongas, pero enfocate”.

Meryl Streep en su graduación
Meryl Streep en su graduación

Muchos años después le dijo a su biógrafa, Karina Longworth (Meryl Streep: Anatomy of an actor, 2014), que la experiencia le dejó un aprendizaje mucho más importante que la música: “Estaba cantando algo que no sentía ni entendía. Esa fue una lección fundamental: no hacer eso. Encontrar algo que pudiera sentir hasta que me atravesara”. Y lo encontró: se recibió con honores y como reina de su promoción en 1971 y fue directo a estudiar actuación pese a que sus maestros de entonces ya aseguraban que el don de Meryl no era algo que pudiera enseñarse: “Se enseñó sola”.

Streep se graduó de la maestría en Bellas Artes de Yale en 1975, y enseguida se volcó al teatro. Primero actuó en el Eugene O’Neill Theatre Center de Connecticut y cuando se mudó a Nueva York entró en una obra de Joseph Papp que iba a cambiar su vida mucho más allá de su oficio. Papp la llamó para varias de sus puestas en el Festival Shakesperiano de Broadway y terminó compartiendo cartel con Sam Watterson y John Cazale en Medida por Medida.

Era junio de 1976, Streep, de 26 años, hacía de la monja Isabella; Cazale, de 40, era un juez ajado a cargo de una ciudad en la que se imponía la pena de muerte para quienes tuvieran sexo fuera del matrimonio. El hermano de la monja era sentenciado y ella mediaba ante el juez, que rendido ante sus encantos, le proponía sexo a cambio de la vida de su hermano. Cazale ya era para entonces un actor de trayectoria y reconocimiento que venía de hacer a Fredo en El Padrino y El Padrino II (1972 y 1974) y Tarde de Perros (1975) con su íntimo amigo, Al Pacino. Sin embargo, se subyugó con ella tanto como su personaje.

“Él pensaba que yo actuaba perfecto –le diría Streep a The Guardian décadas más tarde–. Pero sin el más mínimo sentimiento”. La llamaba cariñosamente “robot delicioso”. La suya fue una amistad breve que dio paso al amor más intenso y conmovedor. “Eran tan felices que pensaba que podían hacer cualquier cosa juntos”, diría Pacino sobre esa historia trágica y única, tanto más que las muchas que protagonizaron en la ficción.

Meryl Streep y el amor
Meryl Streep y el amor que la marcó para siempre, John Cazale

Ella se mudó al departamento de Cazale en Tribeca y se juraron casarse tan pronto como lograran un gran papel. “Había algo más, como si él viera el futuro. Era raro que no quisiera tener hijos con la mujer de la que se había enamorado como nunca antes”, dijo también Pacino, el primer famoso que conoció Streep y quien se convertiría en su amigo para siempre, aunque sólo actuaron juntos cuando los dos ya eran absolutos número uno, en la miniserie Angels in América (2003).

Durante un año Meryl y John compartieron casa, trabajos y comidas a solas o con amigos como Pacino o Papp en Little Italy. Pero en el 77, mientras él hacía Agamenón en Broadway y ella encabezaba el musical Happy End, Cazale comenzó a sentirse tan mal que tuvo que suspender varias funciones. Tardó en aceptar ver un médico y, cuando lo hizo, ya era tarde: tenía cáncer de pulmón y metástasis en los huesos.

“Al escuchar el diagnóstico, John se quedó en silencio y, por un momento, Meryl hizo lo mismo –contaría después Papp a The New York Post–. Pero ella no es de las que se dan por vencidas y menos de las que caen en la desesperación. Así que levantó la vista y dijo: ‘Bueno, ¿a dónde vamos a comer?’”.

Cazale había quedado en el casting de El francotirador, con De Niro: era ese gran papel que habría pagado su fiesta de casamiento. En vez era un trabajo que les sacaba tiempo juntos y Streep logró un lugar en la película, no importó que fuera en un rol que odiaba (“era en esencia la visión masculina sobre una mujer”) con tal de estar cerca de él. Pacino, fiel y constante, se turnaba con Meryl para acompañar a Cazale a rayos. Nadie en la producción sabía cuán enfermo estaba John, pero pronto fue demasiado difícil de ocultar. Amenazaron con despedirlo porque no querían pagar el seguro, pero Meryl amenazó con renunciar también y De Niro –que había influido para que contrataran a una inexperta Streep en su segundo papel cinematográfico porque la había visto en Broadway– se ofreció pagar los gastos médicos. De Niro, Pacino y Streep formaron desde entonces un triángulo inquebrantable: los tres actores más grandes de su era, unidos por el dolor y la defensa en bloque de su amigo y colega.

John Cazale tardó en aceptar
John Cazale tardó en aceptar ver un médico y, cuando lo hizo, ya era tarde: tenía cáncer de pulmón y metástasis en los huesos

El actor de Taxi Driver (1976) –otra actuación que impactó a Meryl al nivel de definir su salto al cine– diría años más tarde al Post que Cazale “estaba mucho más enfermo de lo que todos pensaron, pero lo quería en la película de todos modos”. Entonces Streep habló con la producción y les pidió que hicieran todas las tomas de su novio primero: sabía que no iba a llegar al final del rodaje y mucho menos a las cinco nominaciones al Oscar. Viajó a Austria para filmar una miniserie sólo para conseguir dinero para cubrir los tratamientos. Y a su regreso lo encontró todavía más deteriorado, aunque estaba tan enamorada y tan cerca de él que se lo negó a sí misma. Dejó de aceptar papeles para encerrarse con él en el departamento de Tribeca. Sólo salían para las sesiones de quimioterapia y de rayos que se negaron a cancelar hasta último momento. No quería perder las esperanzas.

“Nunca volví a ver a otra persona tan devota de alguien que se estaba yendo –diría Pacino–. Verla en ese acto de amor por mi amigo fue sobrecogedor”. Para los primeros días de marzo de 1978 tuvieron que internarlo, necesitaba atención permanente y los dolores eran insoportables sin morfina. En Her Again: Becoming Meryl Streep (2016), Michael Schulman describe las últimas horas de Cazale, en la madrugada de aquel 12 de marzo: “Ella lo golpeó en el pecho, llorando, y por un breve y alarmante momento, John abrió los ojos. ‘Está bien, Meryl, está bien’, le dijo en un hilo de voz. Después cerró los ojos de nuevo y murió. Ella llamó primero al hermano de Cazale, Stephen. Sollozaba y le repetía: ‘Lo intenté, lo intenté’”. Tenía 28 años. El 42.

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Antes de El francotirador, Streep había actuado en Julia con Jane Fonda y Vanessa Redgrave. Era la historia de la amistad entre esas dos mujeres y Streep ni siquiera figuraba en los créditos del afiche. Cuando se estrenó, en septiembre de 1977, estaba demasiado ocupada en su drama privado. Tampoco le gustó el resultado: cortaron la mayoría de las escenas y recortaron su diálogo con Fonda para ponerlo en otra parte de la película. Sin embargo, ese papel menor que la convenció de no volver a hacer cine –hasta que tuvo que hacerlo por amor– también resultó crucial en su carrera. Es que, según le contó mucho después a Michelle Obama en una entrevista para Vanity Fair, la actriz de Grace and Frankie se dedicó desde entonces a recomendarla cada vez que pudo: “Me abrió más puertas de las que pueda saber”, dijo.

Streep era la misma a la que Dino De Laurentiis había descartado en el casting de King Kong por considerarla “horrible”. Aquella vez, el mítico productor le dijo en italiano a sus asistentes por qué le habían llevado “algo tan feo”. Meryl sabía el idioma y respondió sin inmutarse: “Lamento mucho no ser tan linda como debería, pero, ya sabés, esto es lo que tocó”. Pero ahora los productores veían en ella algo que por primera vez era importante en Hollywood: su belleza era real, imperfecta. No la que haría que un gorila gigante enloquezca de amor, como la de Jessica Lange, pero una belleza auténtica y cargada de carácter con la que muchas mujeres profesionales de los 80 podían identificarse.

La serie que había filmado en Austria era Holocausto (1978), con James Wood, y le valió un Emmy y el reconocimiento del público. Pero por dentro, Streep estaba rota. Aceptó un papel en una película con Alan Alda sólo para evadirse de su duelo. Después diría que pasó por el rodaje de Escalada al Poder (1979) en piloto automático. “No me recuperé y no quiero recuperarme. El dolor siempre está ahí, en algún lugar de tu cabeza, y afecta todo lo que pasa después. Pero se puede asimilar para seguir adelante”, le dijo a Longworth.

Meryl Streep y su marido
Meryl Streep y su marido Don Gummer en 1980, en Londres. (Getty Images)

La manera de salir adelante se presentó sin que la buscara. Su hermano Harry había ido con un amigo al departamento de Tribeca para ayudarla a desarmar la casa que había compartido con Cazale. El amigo era el escultor Don Gummer y cuando supo que ella todavía no tenía dónde vivir, la invitó a quedarse en su loft. Se casaron poco más de seis meses después de la muerte de John, en octubre de 1978. “Tengo que seguir viviendo y Don me enseñó cómo hacerlo”, le explicó a su familia y a sus íntimos. Gummer sería el padre de sus cuatro hijos –Henry, Mary, Grace y Louisa– y su refugio para toda la vida.

Todavía estaba quebrada y en shock cuando filmó Kramer vs Kramer (1979) y Dustin Hoffman no hizo nada para que se sintiera mejor. Con el tiempo aceptaría que la rudeza de su coprotagonista –que le pegó una cachetada a mano abierta en la primera escena juntos y le susurraba el nombre de Cazale al oído para que llorara en las tomas del juicio– y el hecho de que se rodara cuando todavía estaba en carne viva por la muerte de su novio, contribuyeron a que la película que retrataba la amarga ruptura de una pareja con un hijo pequeño fuera recordada hasta hoy. Eso y algo más: en medio de su dolor, Streep tuvo la lucidez de insistir en que se revisara el retrato que hacía el guión de su personaje que, en una lectura inicial, le pareció demasiado malvado y lejos de la realidad de miles de mujeres que cargaban con la doble tarea de la crianza y una vida profesional activa. Su inspiración más cercana era su madre, Mary, pionera entre las mujeres de la posguerra que salieron masivamente al mercado de trabajo.

Kramer vs Kramer le dio un Globo de Oro y su primer Oscar como Mejor Actriz de Reparto. Iba a convertirse en la actriz más nominada de la historia (¡21 veces!), pero esa noche, quizá sobrepasada por el ritmo vertiginoso de ese último año y medio en el que perdió a su gran amor, volvió a enamorarse y tuvo a su hijo mayor mientras su carrera y su popularidad se disparaban, después de recibir el premio, lo olvidó en el piso del baño. Tuvieron que correrla al grito de: “Ey, alguien se dejó un Oscar en el baño”. O quizá también ella intuía que sería el primero de muchos reconocimientos: está entre los trece premiados por roles protagónicos y de reparto, y entre los únicos tres con tres Oscars (los otros dos fueron por La decisión de Sophie, de 1982, y por La Dama de Hierro, de 2011), junto a Ingrid Bergman y Jack Nicholson.

Kramer vs Kramer le dio
Kramer vs Kramer le dio un Globo de Oro y su primer Oscar como Mejor Actriz de Reparto (Photo by Columbia Pictures/Getty Images)

Nicholson también iba a convertirse en uno de sus mejores partenaires en films como Heartburn (1986) y Ironweed (1987). Ninguna de las dos fue un éxito comercial en su momento, pero sobre todo la primera, basada en la historia de la ruptura entre el periodista Carl Bernstein y Norah Ephron y guionada por ella, se volvió de culto para varias generaciones.

Detrás de escena, la tensión sexual era tan fuerte como entre sus personajes. La leyenda dice que Streep terminó echando de su cuarto de hotel a Nicholson por sus intentos “incansables” de acostarse con ella. También que prometió no volver a rodar con él, aunque al año siguiente estaban otra vez juntos en el set de Ironweed. Esa vez, los rumores, que recogería mucho después el biógrafo de Nicholson, señalaron que pasaban horas encerrados en su trailer. Se había rendido ante uno de los hombres más sexies de Hollywood.

Y eso que ya había filmado con el mayor de los galanes. Streep se preparó durante meses para interpretar a la baronesa Karen Blixen en Africa Mía (1985). El director, Sydney Pollack, no la consideraba lo suficientemente sensual para el papel de esa escritora libre y aventurera, pero lo impresionó la frontalidad de Meryl. La película se transformaría en un clásico aclamado por la crítica y el público y logró que Streep saltara el umbral de lo que una mujer podía pedir por un gran papel en cine. Desde entonces no aceptó menos que US$4 millones por rodaje. Hoy cobra US$20 millones por proyecto y su fortuna se calcula en US$160 millones.

El director, Sydney Pollack no
El director, Sydney Pollack no la consideraba lo suficientemente sensual para el papel de esa escritora libre y aventurera pero logró impresionarlo con su "frontalidad"

Claro que eso le llevó tiempo: durante años ganó cifras infinitamente por debajo de sus colegas varones y eso la convirtió en una de las activistas más firmes contra la brecha salarial en Hollywood. Lo dijo en una conferencia de la SAG en 1990 de la que después se arrepintió. Entonces muchas actrices la señalaron diciendo que no era justo que alguien tan privilegiada alzara su voz. “Pero si no lo decimos quienes estamos en la cima, ¿quién va a hacerlo?”, se lamentó. Aún ella, la mejor actriz de su generación, admitió en 2015 durante la promoción de Suffragette, que durante toda su carrera le ofrecieron cachets más bajos que a sus colegas hombres. De hecho, rechazó el papel de Evita que filmaría a Madonna a las órdenes de Oliver Stone porque le hizo una oferta salarial demasiado baja. Se iba a sacar el gusto cantando en un musical que batió records, Mamma Mia! (2008).

Pero el sexismo que siempre denunció no sólo era patente en términos de plata: muchas veces contó que, cuando cumplió 40, le ofrecieron “tres papeles distintos de brujas”. En lugar de eso aceptó actuar en la comedia La muerte le sienta bien (1992), con Goldie Hawn y Bruce Willis, una crítica desopilante de la obsesión por las cirugías estéticas y la juventud eterna y sus grotescas consecuencias. En su momento, la crítica fue impiadosa, pero aunque ella sufrió durante el rodaje, que le resultó tedioso porque Robert Zemeckis parecía “más preocupado en los efectos especiales –una novedad de la época– que en los actores”, siempre defendió el resultado. “Más que ciencia ficción es un documental”, dijo Streep.

Meryl Streep en Mamma Mía!
Meryl Streep en Mamma Mía!

Ella, en cambio, se ha mantenido fiel a la belleza real con la que su Francesca enamoró al Robert Kincaid de Clint Eastwood en Los puentes de Madison (1995) e hizo llorar a millones. Aunque será recordada por muchos por una bruja sin escoba y enfundada en Prada, la Miranda Priestly de El diablo viste a la moda (2006), recién se puso el traje de hechicera en 2015 y a los 65 años, con Into the Woods, una superproducción de Disney, donde también se dio el lujo de cantar apelando a sus lecciones de ópera de la infancia. Al final, todo estaba en esas clases en las que aprendió a encontrar algo que pudiera sentir hasta que la atravesara y enfocarse. La voz de su madre, que murió hace veinte años, todavía resuena: “Podés hacer cualquier cosa que te propongas, Meryl”.

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