El éxito le llegó un poco tarde, sobre todo porque la muerte le llegó demasiado temprano. El miércoles 19 de junio de 2013 fue casi ideal para James Gandolfini, salvo porque iba a ser su último día y porque tenía apenas 51 años. Estaba con su hijo Michael, de 14 años, de paseo por Roma antes de viajar a Sicilia, donde iba a ser premiado en la 59° edición del Festival de Cine de Taormina. Visitaron el Vaticano, recorrieron museos y comieron en el restaurante del hotel Boscolo Exedra, donde se hospedaban. El actor, que intentaba dejar atrás a su inmortal Tony Soprano, cenó langostinos fritos untados con mayonesa y salsa picante, y una buena cantidad de foie gras regado con dos cervezas, dos piñas coladas y cuatro chupitos -medidas pequeñas- de ron. El menú, aunque no lo supiera, de la última cena.
La última noche de Tony Soprano
Al volver a su habitación, la 449, entró en el baño. Como se demoraba, Michael le golpeó la puerta, le preguntó si estaba bien y, al no recibir respuesta, abrió: encontró a su padre tirado en el piso. Pidió ayuda en la recepción, donde intentaron reanimarlo. Dos ambulancias tardaron ocho minutos en llegar. En la guardia del Policlínico Umberto I le practicaron más maniobras de reanimación, durante 40 minutos. Vanas. A las 22.40 lo declararon muerto. Claudio Modini, jefe del Departamento de Emergencias del hospital, arriesgó, antes de la autopsia, que había sido un infarto de miocardio. Las malas noticias vuelan. Edie Falco, actriz que había interpretado a la esposa de Tony en “Los Soprano”, serie que entre 1999 y 2007 arrasó con todos los premios de la industria y le dio a Gandolfini un Globo de Oro, tres Emmy y millones de fanáticos y de dólares, escribió:
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“Estoy emocionada y devastada por la muerte de Jim. Era un hombre de tremenda profundidad y sensibilidad, amable y generoso hasta donde no alcanzan las palabras. Me considero muy afortunada de haber pasado diez años como su colega cercana. Mi corazón está con su familia. Y aquellos que formamos parte de su familia ficticia nos aferramos a los recuerdos de nuestro intenso y hermoso tiempo juntos. El amor entre Tony y Carmela fue uno de los más grandes que he conocido”. No eran palabras de ocasión ni el típico enaltecimiento que inspira la muerte. Gandolfini, un gigante tímido que no había llegado a asimilar su éxito, y que se sentía un impostor en el mundo de las estrellas, se había ganado -sin demagogia ni diplomacia- la admiración y el amor de los que lo habían conocido.
En los días posteriores a su muerte, The New York Post remarcó sus excesos con la comida y el alcohol, incluidos los de la cena de inesperada despedida (“Bebió como un marinero irlandés de permiso de fin de semana”, declaró un supuesto testigo). Se recordó que Gandolfini había participado de reuniones de Alcohólicos Anónimos (no tan anónimos, al parecer) en el West Village de Nueva York y que su ex esposa, Marcy Wudars, había declarado en el juicio de divorcio que él consumía cocaína. Más circo: una pareja en luna de miel, Priscilla y John McGlaughlin, que estaba en el Museo del Vaticano cuando Gandolfini lo visitó con su hijo, publicó una foto -sacada sin consentimiento del actor- en la que se lo ve en la galería egipcia a horas de su infarto. “Es inquietante porque Priscilla tomó la foto a través de un vidrio y Gandolfini aparece flanqueado por tapas de ataúdes con jeroglíficos del Libro de los Muertos”, declaró John, en sus quince minutos de fama.
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Todo esto habría sido repudiado por el actor, que optaba por el perfil bajo y que no creía que su vida -ni la de ninguna estrella del espectáculo- tuviera más importancia que la de una persona anónima. Tal vez, en muchos aspectos, se sentía más cómodo en sus épocas como patovica de un pub en Nueva Jersey -su lugar de origen-, como mozo de bar o, más adelante, como manager de un club nocturno en Manhattan. También trabajó de camionero, a pesar de que había terminado en 1983 la carrera de Comunicaciones en la Universidad de Rutgers.
La vida de Gandolfini antes de ser Tony Soprano
Los mandatos de su familia italoamericana de clase trabajadora lo habían arrastrado hacia el título universitario. Pero no se sentía satisfecho. El noviazgo de dos años con Lynn Jacobson, una chica que se quejaba de tener dos trabajos para mantener a su familia y de estar obligada a estudiar al mismo tiempo, le cambió su perspectiva de la vida. En realidad, no el noviazgo sino la muerte de ella en un accidente, tiempo después de que se hubieran separado. “Este hecho me marcó para siempre pero no en el sentido de que ‘la vida no debe desperdiciarse’ sino en que ¿para qué planear un futuro? A la mierda con eso”.
El “a la mierda con eso”, más el recuerdo de sus actuaciones en obras teatrales en el Park Ridge High School, más su amistad con John Travolta -cuyo padre le vendía neumáticos al suyo-, más la invitación de un amigo a sumarse a un grupo de teatro, hicieron que -pasados los 25 años- Gandolfini decidiera volcarse a la actuación. Ni él ni sus padres, un albañil italiano y una cocinera nacida en los Estados Unidos pero criada en Nápoles, imaginaban que pudiera vivir -ni mucho menos hacerse famoso ni millonario- de eso. Parecía apenas una afición juvenil tardía que James combinaba con el basket y el motociclismo, que iba a traerle algunos problemas: el 4 de mayo de 2006 se incrustó con su Vespa en un taxi y terminó internado; la sacó barata, pero una operación de rodilla hizo que se pospusiera la grabación de “Los Soprano”.
El actor mafioso
Gandolfini empezó con roles pequeños; los que, según él, disfrutaba más. A comienzos de los 90 llegó modestamente a Broadway, a través de adaptaciones de “Un tranvía llamado deseo” y “Nido de ratas”. Ya robusto, de un metro ochenta y cinco, el cine lo llevaría por una ruta gangsteril. En 1993 hizo de sicario mafioso en “Escape salvaje”, una producción de Quentin Tarantino dirigida por Tony Scott. En 1994 interpretó a un gángster ruso en “Velocidad terminal”, protagonizada por Charlie Sheen y Nastassja Kinski. En 1995 se lució en “Marea roja”, con Denzel Washington y Gene Hackman, y en “El nombre del juego”, con John Travolta y Hackman. En 1996 se metió en la piel de otro mafioso en “El jurado”, con Demi Moore y Alec Baldwin. Sus composiciones de delincuentes menores eran muy celebradas, pero no le había llegado el momento de un protagónico consagratorio.
Nacido en Nueva Jersey el 18 de septiembre de 1961, en 1999 se acercaba a los 40 años. Fue cuando David Chase lo convocó para una nueva serie de HBO. Aunque parezca mentira, a Chase le costó mucho convencer a Gandolfini -pelada avanzada, sobrepeso- de que fuera al casting. “Yo pensaba que contratarían a un tipo con pinta. No a George Cloone, pero sí a una especie de George Clooney italiano -admitió el actor-. Cuando hicimos el programa piloto, pensé que no regresaríamos a la televisión, que nos mandarían de vuelta a casa. Mirabas a ese grupo y estábamos gordos y éramos feos. Pero no contábamos con los fantásticos libretos. El guión era la clave del éxito”.
De su Tony Soprano no hay mucho para agregar: Gandolfini compuso a uno de los mejores mafiosos de la historia de la televisión durante 86 episodios. Y no se trató, como había dicho él con falsa o sincera modestia, de un excelente libro sino también de su impactante talento histriónico. En cine fue subiendo su apuesta y trabajó -ya siendo un actor famoso- en películas como “El hombre que nunca estuvo”, de Joel Coen, “Mátalos suavemente”, de Andrew Dominik, y “La noche más oscura”, de Kathryn Bigelow, entre muchas otras.
La fama no incrementó su ego sino su neurosis. Matt Zoller Seitz, crítico de cine y amigo de Gandolfini, contó en Vulture que en 1998 arregló una entrevista con él, pero que la noche previa sonó el teléfono de su casa y, al atender, escuchó al actor casi tartamudeando: “Lo estuve pensando y realmente creo que es mejor si no hago esta entrevista. Simplemente no tengo nada interesante para decir. No soy interesante. Y además, ¿por qué le importaría a alguien lo que un actor tenga para decir sobre cualquier cosa. Voy a parecer un idiota”. Finalmente, aceptó charlar al día siguiente con el crítico sólo para no complicarle su trabajo.
Dos años después, en una fiesta realizada por la segunda temporada de “Los Soprano”, en medio de un estacionamiento fulgurante de limusinas, Gandolfini llegó en un taxi cualquiera. Seitz le preguntó por qué. El actor le contestó: “Mis amigos están acá. Los chicos con los que crecí están acá. Algunos de ellos vinieron en tren o en subte o manejaron tres horas. ¿Qué van a pensar si me ven en una limusina? Van a pesar que me fui a Hollywood”. Al año siguiente lo obligaron a usar una limusina, como parte del show: en la alfombra roja parecía el tipo más incómodo del mundo, según su amigo crítico.
La fama del mafioso
Durante esa etapa le llovieron pedidos de entrevistas y su respuesta era que no tenía nada para contar. Pero estaba obligado a darlas por las reglas de la industria, jamás por gusto. En las últimas temporadas de “Los Soprano”, cuando ya ganaba un millón de dólares por episodio y era una figura mundial, detestaba las guardias de los paparazzi y el asedio absurdo de algunos fanáticos, como aquel que le pidió una foto mientras Gandolfini vomitaba en el aeropuerto de Tennessee después de un vuelo turbulento. Y sin embargo, era un agradecido: “Soy muy afortunado, considerando mi aspecto y lo que hago”.
En 2007 “Los Soprano” terminó después de seis temporadas. “Al final yo estaba enojado con un montón de cosas -reconoció el actor-. En realidad estaba cansado. ¿De qué podría estar cansado? David Chase me hizo vivir algo inigualable como experiencia de vida, actoral y naturalmente económica. Pero con el paso de los años, el éxito y la plata todos nos pusimos más difíciles y raros”. Cuando Steve Carell abandonó “The Office”, los productores de esa serie tentaron a Gandolfini, que había clausurado su etapa como Tony Soprano, para que lo reemplazara. La oferta era importante, pero HBO le pagó 3 millones de dólares para que no aceptara el papel.
La muerte lo encontró hace diez años exactos, a punto de comenzar otra serie. Trataba de despegarse de su éxito. Había rodado la película “Una segunda oportunidad”, comedia dramática con Julia Louis-Dreyfus (Elaine en “Seinfeld”) que tuvo un estreno póstumo a finales de 2013. Una bella y melancólica despedida artística. A Gandolfini lo sobrevivieron sus hijos Michael -que tuvo con Marcy Wudarski, su esposa entre 1999 y 2002- y Liliana -que tuvo con la modelo Deborah Lin-su mujer entre 2008 y 2013. Michael, el chico que presenció la muerte del padre, debutó como actor en la película “Ocean’s 8″ en 2018 y un año después fue elegido para interpretar a Tony Soprano joven en “The Many Saints of Newark”, precuela de “Los Soprano” estrenada en 2021.
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