Juntó años de dudas, un documento borrado con Gillette, una confesión y denunció a su padre

“Mi casa era un infierno”, dice Enrique Marzorati, que pasó su vida atrapado en callejones sin salida. Creía que era adoptado pero asegura que eso también era parte de la mentira. “Lo que siento es impotencia”, confiesa ahora mientras cuenta su historia por primera vez

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Enrique Marzorati en San Pedro, donde vive junto a su familia y trabaja como empleado público
Enrique Marzorati en San Pedro, donde vive junto a su familia y trabaja como empleado público

Sucedió hace casi 50 años y Enrique todavía recuerda la escena con detalles. Tenía 8 años, estaba en la escuela primaria en San Pedro, donde todavía vive, y cuando entró al aula vio que algunos de sus compañeritos estaban en círculo, cuchicheando. Cuando se acercó, se callaron.

“Les pregunté de qué hablaban y ninguno me contestó, era obvio que estaban hablando de mí. Hasta que uno me dijo: ‘Si querés saber vení a la tarde a casa que te cuento’”, dice Enrique Marzorati mientras conversa con Infobae. Fue.

“Me lo dijo sin vueltas, viste que a esa edad uno no tiene mucho filtro... ‘ustedes son adoptados’, listo. Lo sabían ellos, que tenían 8 años, porque en San Pedro nos conocemos todos. Yo era el único que no lo sabía. Es como el estereotipo del cornudo: lo saben todos menos el engañado”.

Enrique creyó entonces que había descubierto la verdad, aunque eso que había escuchado -desgrana ahora- era parte de la mentira.

Un infierno particular

De niño
De niño

Enrique Marzorati volvió a su casa, se sentó a la mesa a cenar como siempre y no dijo una palabra. “Solo los miré uno por uno. Mi padre tiene ojos claros, mi madre es muy blanca y mirame a mí. Pero en mi casa no se podía discutir, no sentía que podía preguntar, el hermetismo era absoluto”, cuenta ahora, que tiene 56 años.

“Si tenía alguna pregunta me la tragué durante años. Ya más de grandes mi hermana, la que falleció, averiguaba por su lado y yo por el mío y a la noche nos sentábamos a tratar de atar cabos. ‘¿Qué averiguaste? ¿y vos?’. Pero la verdad que en esa época sin Internet y sin celulares no llegábamos a nada. Mis tías tenían una relación muy mala con mi familia, así que tampoco decían nada”.

Preguntarle a sus padres directamente -sigue- no parecía una opción. “Es que mi casa era de terror: había discusiones, peleas, gritos, maltratos verbales, golpes, era un infierno. Y cuando uno es chico trata de no pensar en esas cosas porque está solo en el mundo”.

Enrique se fue quedando callado, aislado. Sus padres tenían una heladería sobre la calle Mitre, en San Pedro, “estaban todo el día ahí”.

En el jardín de infantes
En el jardín de infantes

El siguiente eslabón de la historia se parece mucho al primero: él entrando a un lugar en el que otros cuchicheaban, él escuchando algo que no debía. La diferencia es que llegó recién cuando tenía 21 años.

“Mi hermana estaba discutiendo con mi madre en la heladería y yo entré justo para escuchar la frase final. Ella le dijo: ‘Algún día me van a decir de dónde salí’, insultó y se fue”, sigue.

“Yo me quedé parado frente a mi mamá, mirándola, y le pregunté por primera vez: ‘¿Qué hay de cierto en todo esto?’. Y me respondió: ‘Es verdad, pero prométeme que no van a hacer nada’. A mí me agarró como un bloqueo emocional, agaché la cabeza y me fui. Creo que era el momento para que ella me sentara y me dijera la verdad pero estaba muy sometida a las órdenes de su esposo, todavía está”.

"Me agarró como un bloqueo emocional, agaché la cabeza y me fui", cuenta por primera vez
"Me agarró como un bloqueo emocional, agaché la cabeza y me fui", cuenta por primera vez

Su madre todavía vive, tiene 89 años, Enrique ya no tiene relación con ella: “Está ciega y sorda”. Más metafórico, imposible.

Los años seguían pasando, acumulándose, cuando Enrique, entre todos los empleos posibles entró a trabajar al RENAPER, el Registro Nacional de las Personas, en Capital Federal. Era 2003, ya tenía 36 años.

“Fui a buscar mi formulario 1, donde están las huellas digitales, donde dice fecha y lugar de nacimiento de cada persona y ahí me doy cuenta de que mi formulario estaba borroneado en la parte donde dice ‘nacido en’. Borrado no con goma sino con Gillette, así que la corrección era muy burda”.

Decía que había nacido en Pichincha 872, Capital Federal. Nadie sabe qué es lo que habían borrado. Enrique fue hasta el lugar y no encontró una maternidad ni un hospital sino un edificio antiguo. “Eso me dio la pauta de que yo había nacido en un domicilio particular”.

"Nací en un domicilio particular", dice
"Nací en un domicilio particular", dice

El daño ya era descomunal y mientras Enrique creía que podía estar por fin averiguando algo, su hermana llegaba a un límite.

Se suicidó. Se fue rogando que le dijeran la verdad”, dice Enrique, y patina en la tristeza. “¿Sabés quién la encontró? Mi padre. Fíjate las vueltas de la vida. Nosotros pensamos que con semejante cuadro él iba a cambiar, iba a recapacitar, pero no, te diría que empeoró”. Tenía 36 años.

Enrique llevaba una larga vida de un profundo silencio hasta que también llegó a su límite. Estaba por nacer el primero de sus dos hijos y se iban gestando, a la vez, nuevas preguntas: ¿Qué sé yo qué antecedentes familiares tengo? ¿Cómo sé si hay enfermedades que puedo pasarles?

Enrique tiene ahora 56 años
Enrique tiene ahora 56 años

“Ya tenía 42 años, terapia de por medio logré sentarme con mi padre y plantearle la situación. Le dije ‘contame la verdad’. Se quedó pálido, creo que pensaba que nunca íbamos a hablar de eso”.

La confesión

Lo que el hombre le dijo Enrique lo llama “la confesión”. “Resulta que él trabajaba en la heladería, en San Pedro, era comerciante, pero su comercio también era otro”, sonríe con ironía.

“No lo hacía solo. Había un médico de San Nicolás que le proveía los certificados de nacimiento en blanco. Y había otro médico de Capital que participaba. Este último casualmente estaba casado con una mujer que tenía una maternidad”.

Con su papá pudo sentarse a hablar recién a los 42 años
Con su papá pudo sentarse a hablar recién a los 42 años

El resto lo explicó en la denuncia penal, a la que accedió Infobae. “Mi padre recibía las partidas y las tenía con él, cuando lo llamaba uno de estos doctores informándole el nacimiento de algún bebé, ellos viajaban a buscarlo y ahí completaban la documentación”.

“Se trajo cuatro bebés para él”, sigue Enrique, y deja en claro que le dice “padre” por costumbre aunque sabe que se trata de una “apropiación”. “¿Por qué traerse a cuatro chicos y después ofrecer un ambiente tan violento en casa? Creo que el único fin era demostrarle a la sociedad que él era bien hombre y que podía ser padre a cualquier precio”.

Está casado y tiene dos hijos
Está casado y tiene dos hijos

Según cuenta Marzorati, en esa charla el hombre también le dijo que “había traído a dos bebés más, un varón y una mujer que consiguió para un amigo (en la denuncia cada uno figura con nombre y apellido). Y que cuando quiso seguir trayendo chicos de la organización le dijeron que parara, que ya era mucho y la mano se estaba poniendo complicada”.

No le dijo explícitamente que había dinero de por medio “pero yo era bastante observador en ese entonces, y recuerdo que este médico de San Nicolás de buenas a primeras empezó a aparecer en casa o en la heladería una vez por mes. Venía con la familia, se encerraban en una oficina, y el tipo siempre salía con un sobre. Uno cuando va creciendo se va dando cuenta de las cosas: no era una visita, era un día de cobranza”.

Enrique anotó todo lo que su “padre” le dijo para no olvidarse de los detalles y de los nombres.

“Pero también quería saber de dónde venía yo, quiénes eran mis padres biológicos. Y él decía que iba, retiraba a los bebés y se terminaba la historia, que no sabía quienes eran las madres o los padres. Un tipo que tiene una memoria increíble, no podés justo no acordarte de eso”, sigue.

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“En ese momento por mi trabajo en el Registro de las Personas yo tenía mucha relación con el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y medio como apretándolo le dije: ‘Si no me decís toda la verdad yo levanto el teléfono y hago lo que tengo que hacer’. Pero como es un psicópata, así lisa y llanamente te lo digo, me miró como diciendo ‘¿y? Hacelo”.

Enrique planificó los pasos que siguieron. Primero se acercó a una ONG llamada “Quiénes somos”, después a otra llamada “Por Nuestra Identidad”. Así conoció a otras personas con historias calcadas. Así también supo que la partera que firmó su partida era Rosa Martínez de Poggi. La mujer, que ya murió, está en la lista de las llamadas “parteras del horror”, la red de profesionales que se dedicaba a la compra-venta de bebés.

Algunas de las llamadas "parteras del horror"
Algunas de las llamadas "parteras del horror"

El 5 de octubre de 2017, ocho años después de “la confesión”, Enrique Marzorati “cansado de ya no saber por dónde buscar”, fue al Juzgado Federal número 2 de San Nicolás e hizo la denuncia por el delito de supresión de identidad.

“Me citaron del servicio de Genética Forense, en Capital Federal, para tomarme muestras de ADN. También a ellos pero nunca fueron. Hace poco mandaron a un grupo de médicos a tomarles las muestras a su casa pero se negaron a través de su abogado que presentó un recurso diciendo que era muy invasivo. Allanaron su domicilio y la heladería, se llevaron cajas con documentación, pero nunca supe qué pasó con eso”, sigue Enrique, agotado.

Está esperando que el juez firme una nueva orden “para que se los hagan con cabello o saliva”, pero la urgencia ya es otra. “Los dos tiene 89 años. Saben la verdad, ya no queda mucho tiempo”.

"Ya no queda mucho tiempo", asegura
"Ya no queda mucho tiempo", asegura

Después se despide, primero sólido: “Yo busco justicia, que se demuestre que él estuvo metido en todo eso”. Después, por primera vez, se le quiebra la voz:

“¿Qué siento? Mucha impotencia. Quiero que no se muera sin decirme de dónde me sacó. Voy a cumplir 60 años y todavía no sé qué pasó con mi madre biológica, si cuando nací le dijeron que yo había muerto, si me robaron… no lo sé, realmente no lo sé”.

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