El desastre nuclear de Fukushima: la verdadera historia detrás de “Los días”, la serie que impacta en el mundo

El 11 de marzo de 2011, un terremoto con epicentro en el mar sacudió Japón y una hora más tarde, un tsunami golpeó sus costas, inundando la central nuclear de Fukushima Daiichi. La catástrofe desató una carrera contra el tiempo para evitar una explosión atómica similar a la de Chernobyl. La imprevisión, los tironeos para no pagar los costos y los efectos radioactivos que obligaron a una evacuación masiva que aún persisten

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La Agencia Japonesa de Seguridad
La Agencia Japonesa de Seguridad Nuclear e Industrial, que declaró en emergencia la planta Fukushima Daini, midió en la cercanía una radiación ocho veces superior a la normal tras la tragedia de la central nuclear Fukushima Daiichi (Toshiharu Kato/Japanese Red Cross/IFRC via Getty Images)

El 11 de marzo de 2011 Japón se enfrentó al desastre más grande de su historia en tiempos de paz, provocado por una fatídica sucesión de hechos en los que la naturaleza y las obras del hombre se mezclaron en un cóctel explosivo y fatal.

A las 14:46 se produjo un terremoto con una magnitud de 9,1 y epicentro a 372 kilómetros de Tokio, a una profundidad de 24.5 kilómetros debajo del mar. El sismo provocó un tsunami con una ola de catorce metros de altura que, alrededor de una hora después, arrasaron varias ciudades costeras y que dañaron varios reactores nucleares, con el riesgo de ocasionar una catástrofe muchísimo mayor.

En el momento del terremoto, Japón tenía 54 reactores nucleares, dos en construcción y 17 centrales eléctricas, que producían aproximadamente el 30% de la electricidad del país, según información de la Agencia Internacional de Energía Atómica en 2011.

Por efecto del tsunami, las plantas de Fukushima Daini y de Fukushima Daiichi dejaron de funcionar. Las 185.000 personas que vivían en un radio de diez kilómetros de la primera y de veinte kilómetros de la segunda tuvieron que ser evacuadas.

Pocas horas después del fenómeno natural, la situación alrededor de Daiichi era comparable a la del desastre provocado por la fuga de la central nuclear estadounidense de Three Mile Island en marzo de 1979 y amenazaba con convertirse en otro Chernobyl, la mayor catástrofe nuclear de la historia.

 AFP 163
AFP 163

Más de una década después de los hechos -mientras se discute el destino de las aguas radiactivas que todavía se acumulan en la planta- una serie que cuenta paso a paso el desarrollo de la catástrofe se ha convertido en un éxito que ocupa uno de los primeros lugares en el ranking de las más vistas de Netflix.

Los días es una producción de siete capítulos -dirigida por Nakata Hideo y Nishiura Masaki- que pone en blanco sobre negro la magnitud del desastre, sus consecuencias políticas y sociales, y la denodada lucha de los trabajadores de la planta, apoyados por bomberos y fuerzas de autodefensa, para evitar una explosión nuclear.

Se trata de una ficción basada en una historia real que se destaca por su ajustado respeto por los hechos. Para lograr ese resultado, la trama se basó en tres fuentes de primera mano: el informe de la compañía operadora de la planta, la Tokyo Electric Power Company (TEPCO); la investigación del periodista Ryusho Kadota, que realizó más de 90 entrevistas con protagonistas y testigos directos de la catástrofe y las volcó en su libro On the brink: the inside story de Fukushima Daiichi; y el testimonio del jefe operativo de la central nuclear, Masao Yoshida, máximo responsable de las operaciones en el lugar.

El ingeniero Yoshida murió dos años después del desastre, víctima de un cáncer provocado por la exposición a la radiación, pero antes preparó un detallado informe que permitió reconstruir minuto a minuto la situación en la central, las internas de los directivos de la empresa operadora y las autoridades políticas para evitar pagar los costos de la catástrofe, y la toma de decisiones en una situación vertiginosa que no estaba prevista en ningún manual de seguridad.

En base a esa información, Los días logra hacer comprensible para el gran público un fenómeno muy complejo a la vez que transmite el extremo dramatismo de la situación.

Para algunos son culpables, para otros son héroes. Los implicados en la central nuclear de Fukushima enfrentan una amenaza mortal e invisible: una catástrofe sin precedentes.

Qué pasó en Fukushima

El viernes 11 de marzo de 2011, exactamente a las 14:46, la tierra tembló en Japón. Un terremoto de 9.1 grados en la escala de Richter sacudió la costa oriental de la isla de Honshu, con un saldo de casi 20.000 muertos. El epicentro del sismo se ubicó en el mar, a 130 kilómetros de la ciudad de Sendai.

Cincuenta y cinco minutos más tarde, a las 15:41, un devastador tsunami inundó la zona. Como consecuencia de este último fenómeno, se generó un grave accidente en la central nuclear de Fukushima Daiichi. En la escala internacional de eventos nucleares, que va de 0 a 7, fue clasificado como un evento de nivel 5.

Según el informe del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), “el tsunami provocó una destrucción sustancial de la infraestructura operacional y de seguridad, cuyo efecto combinado fue la pérdida de la alimentación eléctrica dentro y fuera del emplazamiento”.

Esto generó daños en tres de los seis reactores de la central de Daiichi, mientras los otros tres estaban inactivos debido a paradas técnicas. “Los núcleos de los reactores de las unidades 1 a 3 se sobrecalentaron, el combustible nuclear se fundió y las tres vasijas de contención se fracturaron”, dice el documento del OIEA.

La causa principal fue el impacto de la ola de catorce metros de altura que impactó contra las instalaciones y las inundó, una situación que no estaba prevista.

Cuando se diseñó la planta y se definió su ubicación en la costa, a mediados de la década de los ‘60, la estimación que se hizo sobre las consecuencias de un tsunami se basó en la mayor altura de las olas registrada hasta entonces en un fenómeno de esa naturaleza, que superaba apenas los tres metros. En base a esa previsión, la altura del diseño de la planta fue de 4,3 metros, que fue prácticamente triplicada por la magnitud de la ola del tsunami del 11 de marzo de 2011.

La ola prácticamente inundó las instalaciones y esa inundación fue la que generó los daños. Esos daños fueron los que generaron el accidente”, resumió Antonio Godoy, uno de los expertos de la OIEA que investigó el colapso de Fukushima Daiichi.

En una situación de ese tipo, los manuales de la planta indicaban tomar tres medidas urgentes: detener el reactor, refrigerarlo y, finalmente, contener la radioactividad para evitar fugas.

En Fukushima Daiichi solo funcionó la primera de las medidas, ya que los reactores de las tres unidades en funcionamiento se detuvieron automáticamente. Sin embargo, fallaron las otras dos: no se pudo refrigerar el reactor ni contener la radioactividad.

Escombros en la localidad de
Escombros en la localidad de Kisenuma en la región de Miyagi (Japón) tras el tsunami provocado por el terremoto de 8,8 grados de magnitud que arrasó parte de la costa noreste de Japón, causando más de 15.000 muertes, miles de desaparecidos y un accidente nuclear en la central nuclear de Fukushima (EFE/STR)

Las fallas técnicas y el factor humano

La refrigeración no se pudo concretar debido a que el tsunami cortó el suministro eléctrico -incluso el de emergencia- para hacer funcionar las bombas. Los generadores diesel, previstos como alternativa para situaciones de emergencia, fueron destruidos por la inundación, con lo que todos los sistemas de generación y control quedaron totalmente dañados. Sin bombas en funcionamiento era imposible refrigerar el reactor.

La falta de refrigeración condujo a tres fusiones de núcleo, tres explosiones de hidrógeno y la liberación de contaminación radiactiva en las unidades 1, 2 y 3 entre el 12 y el 15 de marzo.

Después de visitar con una misión de la OIEA las dos plantas un mes después de ocurrido el tsunami, el ingeniero Godoy comparó lo ocurrido en Fukushima Daiichi con la situación que se vivió en Fukushima Daini, la central ubicada a apenas diez kilómetros y también afectada por la ola. “En las aproximadamente veinte horas que pasaron desde el tsunami hasta que fue necesario refrigerar los núcleos de los reactores, los operadores de Daini conectaron un cable y lo llevaron desde el único transformador que tenían en operación hasta las bombas de los sistemas de refrigeración”, explicó.

Eso marcó la diferencia entre uno y otro caso.

Otra cuestión que agravó las consecuencias fue que las centrales nucleares japonesas, aunque contaban con instrumentos de detección sísmica en las salas de control y un sistema de parada automática después de un terremoto, no tenían por entonces un sistema de aviso de tsunamis.

Al no disponer de un sistema informático de advertencia temprana de tsunamis, el aviso que una ola se aproximaba a Fukushima Daiichi llegó casi por casualidad: la alerta a la sala de control la dio un operario de mantenimiento que estaba viendo la televisión pública y los llamó.

En Los días se advierte con claridad también cómo otro factor humano -en realidad cultural- estuvo a punto de agravar el desastre: el respeto sin cuestionamientos a las jerarquías, que casi aborta la única salida que quedaba para refrigerar los reactores, inundarlos con agua salada.

Era un recurso que no figuraba en el manual, pero que el equipo técnico liderado por el ingeniero Yoshida evaluó como alternativa extrema para frenar el calentamiento. Pese a la insistencia de los técnicos, las máximas autoridades de TEPCO se negaron en un principio a hacerlo para no salirse de los protocolos previstos. Yoshida decidió desobedecerlos ante la inminencia de una posible explosión nuclear que magnificaría el desastre.

Una mujer sentada cerca de
Una mujer sentada cerca de los escombros en la ciudad de Natori, Japón, tras el terremoto y posterior tsunami que afectaron al país el 11 de marzo de 2011. Ya pasaron doce años (EFE/EPA/ASAHI SHIMBUN)

Evacuación masiva

El accidente dio lugar a la emisión de radioisótopos al medio ambiente. La mayor parte de las emisiones a la atmósfera fueron transportadas hacia el este por los vientos dominantes, por lo que se depositaron en el océano Pacífico Norte.

Además de los radioisótopos que entraron en el océano por deposición atmosférica, hubo emisiones líquidas y descargas desde la central nuclear de Fukushima Daiichi directamente al mar frente al emplazamiento.

Los cambios en la dirección del viento hicieron que una parte relativamente pequeña de las emisiones atmosféricas se depositara en la tierra, principalmente hacia el noroeste de la central nuclear.

En los días posteriores, la radiación emitida a la atmósfera obligó al gobierno a declarar una zona de evacuación cada vez más grande alrededor de la planta, que culminó en un radio de veinte kilómetros.

En total, unos 154.000 residentes debieron abandonar las comunidades que rodean la planta debido a los crecientes niveles de radiación ionizante ambiental fuera del sitio causados por la contaminación en el aire de los reactores dañados.

Con el tiempo, algunos de los lugares que abandonaron se volvieron pueblos fantasma, creando un paisaje desconcertante. Más de una década después, en medio de las construcciones ruinosas, la vegetación y los animales salvajes, contaminados de radiación, han regresado a lugares de donde habían sido expulsados por la civilización.

FOTO DE ARCHIVO: Una vista
FOTO DE ARCHIVO: Una vista aérea muestra la central nuclear de Fukushima Daiichi tras un fuerte terremoto, en la localidad de Okuma, prefectura de Fukushima, Japón. Foto tomada por Kyodo el 17 de marzo de 2022. Crédito obligatorio Kyodo/via REUTERS/Archivo

La polémica por el agua radioactiva

Doce años después de la catástrofe nuclear de Fukushima, que quedó catalogada como la segunda de mayor magnitud de la historia, detrás de la de Chernobyl, la polémica alrededor de la planta continúa.

A principios de este año, el operador de la central nuclear presentó un plan para verter en el mar el agua contaminada de la planta, que produce unos 100.000 litros diarios. Se trata de una combinación de fuentes subterráneas, lluvia que queda en la zona y de agua utilizada para enfriar los reactores dañados por el tsunami.

El operador de la central, la empresa TEPCO, asegura que el agua fue filtrada para extraer los elementos radioactivos y considera que el vertido es seguro y necesario, pero hay oposición interna y a nivel internacional.

En enero de este año, doce después de la catástrofe, los países del Foro de las Islas del Pacífico, que reúne a 17 naciones insulares de la región, le pidieron al gobierno japonés que retrasara el vertido de las aguas de la planta por temor a posibles contaminaciones y riesgos a la industria pesquera, la salud humana y el medio ambiente.

Cuando se inicie, será un proceso largo. “No planeamos liberar toda el agua de una vez, máximo van a ser 500 toneladas en un día. Se va a demorar entre 30 y 40 años, el tiempo necesario para el desmantelamiento de la planta”, respondió la empresa operadora de Fukushima.

La oposición de los pobladores también es muy fuerte. Muchos viven de la pesca y temen que el vertido del agua -por más tratada que esté- puede acabar con su medio de vida. Para hacerles cambiar de opinión, los operadores idearon una demostración que pretende probar que no será así: criar peces en el agua tratada.

Mantienen cientos de peces y otras criaturas marinas en varios tanques en la planta, la mitad con agua del mar y la otra con agua tratada de la central, diluida al mismo nivel que el líquido que será vertido.

La experiencia se transmite en vivo, las 24 horas del día en un canal de youtube, para demostrar que no hay peligro para la fauna y la flora marinas.

“Los peces que están en el agua tratada ingieren tritio, en alguna medida. Pero una vez que el animal es transferido al agua marina normal, el nivel de tritio en el pez baja rápidamente”, aseguró en una conferencia de prensa realizada en enero de este año Kazuo Yamanaka, que está a cargo de los experimentos.

Hasta ahora, la demostración no logró vencer la resistencia. Cuando se consulta a los pescadores responden siempre de la misma manera: “No vamos a vivir tranquilos hasta que la planta cierre definitivamente”, dicen.

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