“Dije que no había habido ninguna incorrección. Para mi profundo pesar, tengo que admitir que esto no era cierto”, escribió John Profumo, ministro de Guerra del Reino Unido, en la carta de renuncia que le dirigió al primer ministro Harold Macmillan el 5 de junio de 1963.
Así, uno de los hombres que hasta hacía muy poco tiempo tenía por delante uno de los futuros políticos más promisorios de Gran Bretaña admitía que había mentido. Y no lo había hecho en cualquier parte, sino en una sesión de la Cámara de los Comunes, donde se le pidió que explicara la naturaleza de su relación con una ignota mujer llamada Christine Keeler, treinta años menor que él.
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Profumo tenía 49 años, la joven apenas 19. El hombre era uno de los funcionarios más encumbrados del reino, Christine podía exhibir un currículum de bailarina de topless y escort de nobles y adinerados. El ministro, además, estaba casado con la actriz Valerie Hobson, una de las preferidas de los británicos.
Eran tiempos de cimbronazos culturales en Gran Bretaña y en toda Europa. En el Reino Unido, los Beatles y los Rolling Stones no solo revolucionaban la música sino también todo un clima cultural signado por el arte pop pero, a la vez, seguía censurada “El amante de Lady Chatterley”, la novela que D.H. Lawrence había escrito 35 años, prohibida por pornográfica.
En ese contexto, la relación entre Profumo y Keeler, potenciada por los medios de comunicación amarillista que comenzaban a atrapar al gran público, era por sí sola un escándalo para la moral inglesa dominante.
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En marzo de 1963, cuando estalló el escándalo, Profumo debió presentarse ante el Parlamento para hablar de la naturaleza de su relación con la joven Christine Keeler.
“No hay nada impropio en ella”, les dijo a los diputados y se lo reafirmó a Macmillan, asegurando que no se trataba de una relación extramatrimonial. Con la seguridad de su palabra, el primer ministro decidió mantenerlo en el cargo.
El Muro de Berlín emergía flamante y la Guerra Fría había alcanzado su clímax apenas un año antes con la crisis de los misiles soviéticos en Cuba.
El aire entre los dos bloques – el occidental y el soviético – se podía cortar con un cuchillo. El espionaje era un arma y los agentes de uno y otro lado participaban en una verdadera guerra de inteligencia y contrainteligencia.
En medio de esa sorda batalla, el servicio de inteligencia interior inglés, el MI5, tenía un dato explosivo: Keeler, además de ser amante de Profumo – y de otros hombres – también lo era del agregado militar de la Embajada Soviética en Londres, Yevgeny Ivanov, de 35 años, que en realidad era un espía.
Que al escándalo moral se sumara la existencia de ese tercer participante, el espía soviético Yevgeny Ivanov, también amante de Keeler, lo convirtió en una cuestión de Estado en laque se sospechaba, cuanto menos una imprudencia sino se trataba lisa y llanamente de una traición.
Por eso, el MI5 filtró esa información clave al semanario Westminster Confidential para forzar la renuncia de Profumo que, además, debió admitir que había mentido.
“Fue un momento terrible haberme enfrentado con esto. Sentí que no podía decir la verdad en ese momento. Pensé que todo iba a desaparecer un tiempo. No podía reconocer la verdad, habiendo llegado tan lejos diciendo mentiras. Pensé que una más no habría importado tanto, pero me equivoqué”, le dijo John Profumo a su hijo David en 2006, poco antes de morir, en la única ocasión en que abordó el tema.
Disparos en una puerta
Profumo y Keeler se conocieron a mediados de 1961, en una fiesta organizada por el médico osteópata y pintor Stephen Ward, hombre muy relacionado con la Casa Real – más precisamente con Felipe, el príncipe consorte -, la aristocracia y el ambiente político británicos.
Esa misma noche comenzaron una relación discreta que pudieron mantener en las sombras durante más de un año. Es probable que hubiera seguido así si no fuera por la irrupción de un amante despechado.
Profumo nunca dijo si sabía o no que Keeler mantenía relaciones amorosas con otros hombres, pero en caso de no saberlo se enteró el 14 de diciembre de 1962, cuando el promotor musical Johnny Edgecombe golpeó la puerta del departamento de Cristine en el barrio londinense de Marylebone y la joven no quiso abrirle. Despechado, Johnny sacó un revólver de su bolsillo y disparó varias veces contra la puerta.
Edgecombe fue detenido y acusado de intento de homicidio. El caso hubiera pasado inadvertido, pero dos elementos llamaron la atención de los medios sensacionalistas de la época: allí vivía también otra chica, Mandy Rice-Davis, menor de edad, y el departamento pertenecía a Ward. Los titulares apuntaron a que allí se realizaban “orgías de ricos y famosos”.
De todos modos, no pasaba de ser un caso policial que, tarde o temprano, sería reemplazado por otro en la atención del público. Los nombres de Profumo y del amante soviético, Ivanov, no salieron a la luz.
Una carta delatora
Por prevención, Profumo cortó la relación con Christine mediante una carta que la joven conservó, pero no tuvo en cuenta que a la chica le gustaba hablar y que, a través de Ward, se relacionaba con otros políticos, tanto conservadores como laboristas.
Fue en una de esas fiestas que, ese mismo diciembre del tiroteo, Christine conoció al parlamentario laborista John Lewis, enemigo acérrimo de Profumo. Entre copa y copa, la joven le contó que conocía al ministro de Guerra y también – quizás para darse corte de relaciones en el mundo diplomático, nombró al agregado militar soviético.
Pocos días después, Lewis y otro parlamentario laborista, el barón George Wigg, iniciaron una investigación para desnudar la relación adúltera entre Profumo y la joven Christine. No es seguro, pero tal vez haya sido uno de ellos quien hizo llegar el nombre de Yevgueny Ivanov al MI5.
La existencia de una investigación sobre Profumo por adulterio se filtró a la prensa y los periodistas comenzaron a buscar a Christine, que no sólo contó al tabloide Sunday Pictorial que conocía al ministro sino que ofreció – a cambio de dinero – el texto de la carta de despedida que éste le había enviado, donde la llamaba sugestivamente “Darling”.
Después de eso, Christine se fue a España y no se presentó a declarar en el juicio contra Edgecombe, que fue condenado a 7 años de prisión por intento de homicidio.
El estallido
Corrían los primeros días de marzo de 1963 cuando se publicó en la revista Private Eye la primera nota que contaba todo el affaire con pelos y señales. Allí aparecían los nombres del doctor Ward, casi como un celestino, el ministro Profumo y el agregado militar Ivanov, presunto espía soviético, que ya había sido mencionado días antes por el Westminster Confidential como posible espía con información filtrada por el MI5.
En menos de 24 horas, la Embajada soviética mandó a Ivanov de regreso a Moscú, mientras Profumo era citado a declarar en la Cámara de los Comunes, donde mintió.
La mentira duró poco: menos de dos meses después, el 5 de junio, presentó su renuncia y admitió que había mentido.
En cuanto a Ward, enfrentó un juicio acusado de haber explotado sexualmente a Christine Keeler y Mandy Rice-Davies. Días antes de la fecha fijada para que el tribunal dictara la sentencia, el médico se suicidó con barbitúricos.
Chistine Keeler pasó cuatro meses en la cárcel por haber mentido sobre la agresión de Lucky Gordon, otro de sus amantes.
Sacudido por el escándalo del Caso Profumo – aunque no solo por eso -, el gobierno conservador de Harold Macmillan sobrevivió apenas tres meses más.
Lavar los platos
El escándalo acabó con la vida política de John Profumo, que pasó de ser la estrella con más futuro político del Partido Conservador a un paria sospechoso de traición. Sin embargo, nunca se pudo probar que le contara algún secreto de Estado a Christine Keller, ni tampoco que ésta le pasara información a Ivanov.
A pesar de la infidelidad y de la exposición pública a la que se vio sometida por los actos de su marido, Valerie Hobson siguió su lado hasta el final de su vida.
En cuando Profumo, días después de enviarle su carta de dimisión el primer ministro Macmillan, se presentó a pie en el centro de ayuda a personas sin hogar Toynbee Hall, en el este de la capital británica, y pidió que lo dejaran colaborar lavando los platos.
Durante décadas realizó esa y otras tareas de en el centro de caridad, incluyendo la limpieza de los baños. Aprovechó también los contactos políticos que aún mantenía en privado para obtener importantes donaciones y ayudas estatales para la organización.
Demoraron mucho tiempo en convencerlo que asumiera la dirección de Toynbee Hall en lugar de seguir lavando los platos. Al anunciarse finalmente su nombramiento, el director saliente dijo que “costó hacerlo dejar el estropajo para dedicarse a tareas de gerencia”.
En 1995, la ex primera ministra Margaret Thatcher, lo invitó a la fiesta de su septuagésimo cumpleaños, lo que se leyó como un claro y definitivo gesto de reivindicación, no solo del Partido Conservador sino también de la Corona, ya que durante la ceremonia se le asignó un asiendo junta a la reina Isabel II.
En 2003, el ex primer ministro laborista Tony Blair, consiguió que el parlamento lo reincorporara al consejo real del que también había sido expulsado en 1963.
A excepción de la conversación que poco antes de morir con su hijo David, John Profumo nunca volvió a hablar del escándalo que había terminado con su carrera política.
Una víctima de su tiempo
Tratada impiadosamente por los mismos medios que le habían pagado por entrevistarla, al salir de la cárcel Christine Keller desapareció durante años de la vida pública. Tuvo dos matrimonios que duraron muy poco tiempo y dos hijos.
Con el tiempo, comenzó a hablar del caso y en 2001 publicó un libro de memorias, The Truht at Last, donde además de revelar que había estado embarazada de Profumo, aseguraba que el entonces jefe del MI5, Sir Roger Hollis, había sido un espía ruso.
También que tanto el MI5 como el MI6 la habían presionado para que brindara información sobre Profumo, Ivanov y el doctor Ward.
Sobre el médico, aseguró que los servicios de inteligencia británicos lo habían utilizado para tratar de captar a Ivanov como agente doble, pero que Ward fracasó en el intento.
En la presentación del libro, Keeler aseguró que, cuando comenzó el escándalo, intentó aprovechar económicamente su impensada popularidad y que había llevado esa atención de los medios bastante bien, pero que luego sintió que estaba viviendo una pesadilla.
“Querían saber sobre el sexo por supuesto, pero no el resto. Nadie quería saber el resto de la historia. Hoy siento que he cargado con los pecados de una generación”, dijo.
Douglas Thompson, el periodista y escritor que colaboró con Keeler en sus memorias, la describió como “una víctima de su tiempo”.
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