La vida de David Carradine fue enigmática de punta a punta. Desde su infancia traumática y sus ideas de suicidio a los cinco años hasta sus adicciones de hippie de Hollywood; desde su nutrida filmografía en cine clase B hasta sus actuaciones en películas de Martin Scorsese e Ingmar Bergman; desde sus cinco matrimonios hasta el salto al estrellato a través de Kwai Chan Caine, aquel monje shaolín hierático que interpretó en la serie “Kung Fu” entre 1972 y 1975, primereando a Bruce Lee, sin saber artes marciales ni tener ancestros asiáticos. Pero lo más extraño fue su muerte, el 3 de junio de 2009 en el Nai Lert Park, hotel cinco estrellas de Bangkok, Tailandia.
Una empleada de limpieza halló su cuerpo a las diez de la mañana del día siguiente. Tras haber golpeado varias veces la puerta de la habitación 352, y suponiendo que estaba desocupada, la mujer entró. Encontró el cadáver del actor: desnudo, colgado de la barra de un ropero, con el cuello y el pene apretados por cuerdas de nylon.
Tras el estupor inicial, se pensó en un suicidio o en un homicidio con sello mafioso, la hipótesis de la familia del actor. Pero, tras dos autopsias, la conclusión forense fue que se había tratado de “asfixia autoerótica”: que había muerto masturbándose, buscando la simultaneidad del orgasmo con el ahogo.
Nadie está a salvo de la muerte ni del amarillismo. “Hung Fu!” (Hung: colgado) tituló el New York Post. Carradine tenía 72 años y, activo hasta la víspera de su muerte, pasaba por un buen momento, lo que incluía familia, fama, fortuna y una mansión en Los Ángeles. Estaba a punto de terminar la película “Stretch”: por eso se encontraba en Tailandia. Nada indicaba que estuviera deprimido. Durante la noche de su muerte, tomó un brandy doble, tocó el piano en el lobby del hotel y subió a su cuarto, evitando una cena con el equipo de rodaje.
Pol Col Sonmprasong Yentuam, jefe del departamento de policía de Bangkok, describió el panorama con el que se encontró a la mañana siguiente: “No había rastros de lucha en la habitación y la puerta estaba cerrada por dentro. El cuerpo no presentaba marcas ni moretones, y por su gran tamaño hubiera sido difícil asesinarlo sin tener que moverlo”. Un diario español publicó que, tras una vida autodestructiva, el actor había acabado mal, pero eso sólo sonó a chiste de mal gusto para los lectores de otros países.
La viuda de Carradine y la cuarta ex dieron sus opiniones. Annie Bierman, la viuda, presentó una demanda contra MS2, productora de la película, por incumplimiento de contrato y muerte por negligencia. Sostenía que durante la noche del 3, su marido tenía una cena con el director del filme, Charles de Meaux, y que nadie lo había buscado a pesar de su ausencia. Marina Anderson, cuarta esposa de Carradine, especuló: “Creo que fue el objetivo de alguien que entró en la habitación sin permiso. O tal vez él se aburrió y llevó a alguna persona a la habitación. No creo que estuviera solo. Nunca hacía las cosas solo cuando estaba conmigo. A David le gustaba la participación”. Un año después publicó un libro revelando que Carradine gozaba con el fetichismo y el bondage (ex sadomasoquismo, palabra que hoy resulta incorrecta), aunque aclaró que no en sus prácticas onanistas.
Porntip Rojanasunan, forense del Ministerio de Justicia tailandés, se mantuvo en la tesis del accidente autoerótico. “Esto no es suicidio o asesinato, murió después de masturbarse”, declaró sin vueltas. Los diarios tailandeses informaron que en la fatídica habitación 352 se había hallado una peluca femenina, un portaligas rojo, fotos porno y más lencería erótica. La hipótesis era que el actor las usaba en sus prácticas íntimas. Además se filtraron fotos del cadáver de Carradine en una camilla forense y otra, publicada por el diario local Thai Rath, en la que aparecía colgado del armario de su cuarto de hotel. Indignada, la familia inició otra demanda y pidió la intervención del FBI.
El 11 de junio, Michael Baden, médico forense contratado por los Carradine, realizó la segunda autopsia y confirmó que el actor no se había suicidado, aunque agregó que la falta de colaboración de la policía local le impidió obtener información como para llegar a conclusiones precisas sobre las causas de la muerte. El 13 de junio, los restos del actor fueron inhumados en el cementerio de Los Ángeles, ciudad en la que vivía. Al entierro, vedado a curiosos, concurrieron 400 invitados, muchos de ellos figuras de Hollywood.
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Dolor precoz y fama
David Carradine nació en Los Ángeles el 8 de diciembre de 1936. Su nombre real era John Arthur. John era también el nombre de su padre, famoso actor de westerns que llegó a trabajar en películas de John Ford; su madre, Ardanelle McCool, era actriz. El matrimonio, tóxico, jamás funcionó: ambos miembros de la pareja llevaban vidas paralelas y vivían distanciados. La infancia de David, que todavía era John Jr., fue tormentosa. En el libro “Endless Highway” contaría que se había criado en distintos hogares disfuncionales, con padres alcohólicos -él nunca abandonaría el alcohol- y que a los 5 años había pensado en suicidarse.
John padre y Ardanelle se separaron definitivamente cuando David tenía 7 años. John se fue del estado de California para evitar pagar la pensión alimentaria del chico. Tras una disputa legal, David se fue a vivir con él a Nueva York. Pero su padre estaba en su mundo. Y David se crió solo, en la calle, escapándose del colegio. Pasó por reformatorios y por un correccional de menores. Hasta que volvió a California, donde se sumó a la comunidad hippie y se entregó al amor libre y al consumo de alcohol, marihuana y drogas psicodélicas.
Unido a pandillas beatniks, participó en peleas con la policía. Luego tuvo un paso por el ejército. Su primer trabajo fue pintar murales en los bares. Su vida transcurría en el descontrol y la falta de planificación. Jamás había imaginado que viviría de la actuación. Sus principales aficiones eran la música y los romances, incluso los que le terminaban en el registro civil: entre 1960 y 2004 se casó cinco veces; a razón de una esposa cada 8,8 años.
Su primer contacto con el mundo del espectáculo fue en los 50, cuando empezó a actuar en el San Francisco State College, donde se había anotado como estudiante de música. Luego volvió a Nueva York y, en 1964, consiguió un papel en la obra “The Deputy”, en Broadway. Más adelante continuó su carrera con pequeños papeles en la televisión y el cine. Pero su año clave fue 1972: Martin Scorsese lo convocó para la película “Boxcar Bertha” y poco después le llegó el punto de giro de su vida: el papel protagónico de la serie “Kung Fu”, que fue razonablemente exitosa en los Estados Unidos y tremendamente exitosa en otros países, por ejemplo la Argentina.
Kwai Chan Caine, su personaje inolvidable, parodiado hasta el hartazgo y retomado por él en los 90, era un monje budista solitario y callado que había tenido que huir de China perseguido por haber matado al sobrino del Emperador, en venganza por la muerte de Po, su maestro y guía espiritual. Caine aparecía en el oeste de los Estados Unidos buscando a su medio hermano y los flashbacks lo remontaban a su formación en un monasterio, con Po dándole grandes enseñanzas y llamándolo “Pequeño saltamontes”. Una mezcla de drama filial, western, serie de artes marciales y filosofía oriental simplificada en aforismos. Carradine se convirtió en una estrella internacional, nominado al Emmy y al Globo de Oro.
Desde entonces su carrera fue muy intensa, aunque pegada a aquel personaje. A pesar de que no tenía la menor idea sobre artes marciales cuando empezó “Kung Fu”, Carradine se interesó en el tema y fue aprendiendo. Otro momento icónico en su filmografía -el anterior había sido su trabajo en “El huevo de la serpiente” (1977), de Bergman, con Liv Ullman- estaría vinculado justamente con eso: Quentin Tarantino lo llamó para actuar en “Kill Bill”, película en dos volúmenes (estrenados en 2003 y 2004), protagonizada por Uma Thurman. Carradine hizo nada menos que de Bill, El encantador de serpientes, líder de un escuadrón experto en artes marciales, las Serpientes Asesinas.
A pesar de haber llegado a ser famoso y taquillero, nunca terminó de encajar en la industria de Hollywood. Rebelde, se plantaba con mucho carácter y poca diplomacia ante quien fuera: un director importante o un productor de los grandes estudios. Lo mismo ocurría con la prensa. Varias veces se levantó y abandonó un estudio de televisión en medio de una entrevista. Ocurrió, por ejemplo, en The Merv Griffin Show. Cuando se hartaba del mundo mediático, tocaba con una banda de rock y country que había formado o se dedicaba a escribir libros sobre artes marciales. Nunca recibió un Oscar. La sombra del alcohol y otras sustancias lo acompañó durante mucho tiempo: “No me gustaba cómo me veía. Cuando uno bebe tanto está como fuera de control emocionalmente”, había reconocido a mediados de los 90.
Cinco años después de “Kill Bill 2″, encarnó al cruel maestro de artes marciales del protagonista “A prueba de hombres”. Nadie, empezando por él, podía imaginar que estaba en el final no sólo de su carrera sino de su vida. Todavía se preocupaba por el encasillamiento al que lo había llevado el superéxito de “Kung Fu”. Po, tal vez, le habría hablado del Yin y Yang. “Quentin no me contrató porque soy un artista de las artes marciales. Me contrató porque soy actor. No hay casi ecos de Caine en mi papel en ‘Kill Bill’”, dijo Carradine en una entrevista.
Lo esperaba una muerte casi tan misteriosa y lejana como el personaje de Kwai Chan.
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